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Megan Lambros se encontraba en la oscuridad de su recamara, con una copa de vino y unas ganas de matar a Ariel Stone impresionantes. Su hijo en ese mismo instante se estaba comprometiendo con esa maldita mujer. Bufó aire molesta intentando calmarse pero no podía la situación era demasiado para que pudiese gestionarlo. Mandó a que nadie viniese a molestarla, como siempre su marido tampoco vendría esa noche... Eso no hizo más que enfurecerla hasta el punto que cogió la copa de vino y la estampó contra el suelo, sin importarle las consecuencias.

Finalmente se llevó las manos a la cabeza desesperada mientras su mirada se pierde en algún punto del destrozo del suelo, vio su reflejo a través de mil pequeños trozos cristales, el vino había manchado toda la alfombra beige, esa que le había costado tanto escoger. Aún así no le importaba, en esos momentos eso era lo última prioridad para Megan.

Ella era una madre. Y una madre no puede tolerar ver sufrir a sus hijos. No podía resignarse al hecho de que sus pequeños volviesen a caer por esa mujer, ella ya había sido la manzana de la discordia, la caja de pandora una vez, bajo ningún concepto dejaría que esta volviese a salirse con la suya, se dijo. No, señor, negó efusivamente para si misma, entonces en medio de esa noche decidió armarse de valor, aprovechar que no había nadie en la casa de los Lambros, para sus planes.

Todos estaban en la fiesta, rugió furiosa ante saber que medio pueblo estaría comentando su ausencia. Estaban mal si pensaban que Megan Lambros iría a ese sitio. Aún sabiendo que su hijo había usado de pretexto para poder destruir mejor a la arpía de Ariel, no podía simplemente tolerarlo. Antes muerta que ver a uno de sus hijos con la buscona de los Stone.

Haría una visita a su buena amiga la madre Calloway. No creyó tener que tomar de nuevo esa carta pero lo haría, en situaciones complicadas, medidas aún más complicadas. Ya era hora de que Anabelle Lambros volviera a sus vidas.

➔ ➔ ➔

No faltaba nada ni nadie a la fiesta más grande que seguramente había visto Aqueo, estaba des del carnicero hasta la zapatera, pasando por la pastelera, los criados, capataces, entre ellos nuestro Brad aunque Hunter sería más acertado. Se había colocado su mejor traje para asistir a su funeral, el funeral de su corazón. Ver a Ariel con otro hombre era un infierno. Había venido porque así se lo había dicho. Aún así debía ser precavido, entrar y salir rápidamente de lo contrario alguien podría reconocerlo y eso si que sería su fin.

Apretó sus manos con fuerza intentando que la imagen que se abría delante de él no le afectara, tomó aire, observó todo el decorado. No había ni un trozo sin decorar, mesas, cortinas, columnas, flores, personas paseándose por un lado a otro, invitados de todas las clases y colores, y al fondo de todo estaba ella. En medio de un precioso escenario improvisado, a su lado los músicos tocaban una perfecta melodía. Su Ariel, con la mirada perdida. Como si su mente estuviera en otro lugar. La observó sintiendo su boca seca, tragó saliva forzosamente poco después, se veía demasiado hermosa como para estar casándose con el inútil de su hermano.

Observó como el hermoso vestido de encaje blanco resaltaba su figura y sus buenos atributos. No llevaba mucho maquillaje, nunca le había gustado. No le hacía falta, se veía hermosa sin. Tenía su pelo suelto en perfectas hondas, parecía una diosa. Parecía como si un hermoso ángel hubiese decidido descender y posarse en medio de esa fiesta. Esa era su Ariel.

Sintió un puñal al ver finalmente a Logan caminando hacia ella con una sonrisa, ella lo miró con cara de circunstancias mientras él tomó su mano para posar un beso. Hunter no dudó en caminar hacia ellos sintiendo la rabia apoderarse de él con cada paso.

—Felicidades...—susurró cohibido Hunter entre dientes—He venido a presentar mis respetos tengo trabajo en la hacienda, no puedo retrasarme—aclaró de mala manera sin mirar a los ojos a Ariel. Ella lo miró seria. Logan por su parte observaba con atención a su hermano menor.

—Gracias. Ya cuido yo de ella, señor capataz—le guiñó un ojo, Hunter usó toda su fuerza de voluntad para no saltar a golpes encima de su hermano, finalmente dio media vuelta marchándose. No dudó en deshacerse de la maldita pajarita tirándola en medio del camino furioso. Se sentía horrible, como si le faltara aire en el pecho. No quería perderla pero parecía que ya no había forma de ganar a Logan. De nuevo su hermano robándole todo lo más preciado que tenía. De nuevo debía marcharle y darle vía libre a su hermano, él ganaba terreno y mientras él... Él se marchaba cuál perro con la cola entre las patas, no tenía más remedio. Si alguien lo pillaba, entonces sus oportunidades si que estaban directamente muertas. Se peinó su corto pelo negro mirando la noche que se abría delante de él. Caminó a paso apresurado a las cabellerizas, cabalgar lo despejaría.

➔ ➔ ➔

No muy lejos en la vieja casa de cierta camarera se encontraba Melanie, aprendiendo a soltarse un poco. Había venido para que le acompañara a la fiesta de compromiso de su prima pero al parecer Delilah tuvo otros planes para nuestra castaña, que tenía un severo problema para negarse al mundo y afirmarse. Así que se vio inevitablemente arrastrada por Delilah...

—Y voilá...—exclamó Delilah enamorada con el resultado, los ojos de Melanie se salieron de sus órbitas al ver su reflejo en el espejo y notar su pelo más corto. La miró horrorizada. Su preciado pelo ahora yacía en el suelo. Lo miró con pena.

—Gracias, pero esto ha sid...

—No. No, ahora vamos hacia la fiesta que vamos tarde—le sonrió la más mayor mientras le ofrecía un vestido, este aún seguía con la etiqueta. La miró sorprendida. Seguro que le había costado mucho.

—¿Por qué haces esto?

—Porque te aprecio muchísimo y quiero que vivas tu vida de una vez por todas, porque seguro que Robert está ahí—le respondió Delilah con una sonrisa de lado a lado, Melanie notó sus mejillas hervir con fuerza y millones de mariposas volar en su estomago—Y porque eres demasiado hermosa como para esconderte del mundo—añadió convencida, Melanie tragó saliva asintiendo.

Sabía que cuando se metía en la cabeza de esa señora no había forma de quitárselo, la miró de soslayo mientras agarró el corto vestido que esta le ofreció. Lo miró horrorizada, no debía hacer más de cuarenta centímetros de altura.

—Póntelo, no me mires así...Vamos tarde, apresurate—le respondió Delilah leyéndole la mente, a lo que ella la miró queriendo rechistar pero esta le dedicó una de sus miradas más letales a lo que Melanie acató, se miró de nuevo en el reflejo del espejo, miró a la nueva Melanie. Solo esperaba que las cosas salieran bien.

—Dios, si estoy en el buen camino, por favor, mandame una señal...—susurró ella por lo bajo mientras entraba al baño y comenzó a desnudarse para luego vestirse no sin antes volver a mirar horrorizada el vestido negro. Por si fuera poco con lo corto que era tenía un escote que no dejaba nada a la imaginación. Respiró hondo, debía darle una oportunidad a la nueva Melanie, se dijo. Debía hacerlo. Además acompañar a sus primas en esa noche en su nueva vida sería un buen inicio.

La piel no olvidaUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum