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Pocas veces nos permitimos el lujo de sentir y cuando lo hacemos, preferimos ceñirnos a unos parámetros, a unas limitaciones, a veces por miedo, otras por orgullo y otras simplemente porque no nos enseñaron a amar sin hacer daño. Eso es lo que Ariel y Logan estaban sintiendo, presos de su orgullo. La razón frente a la pasión jamás fue una buena combinación pero ahí estaban. Solos, con la única compañía de algún que otro insecto, el agua, y la brisa.

Somos nosotros mismos los carceleros de nuestra propia alma y no hay peor afirmación que esa, se dijo Ariel mientras su mirada se paseaba por aquel lugar que tanto amó.

Carceleros, porque las almas que no sienten, no son libres, y las cárceles se inventaron para condenar a esos bastardos del sistema que no producen ni satisfacen, en principio, con sus gestos, el bien común. Justamente como las almas que deciden amar sin esperar nada a cambio, se encuentran presas por no haber buscado una finalidad y una razón lógica de utilidad a sus actos.

Ariel era una mujer que hacía años que había decidido convertirse en su propia carcelera. No sonreía y cuando lo hacía no era por una buena razón. No hablaba y cuando lo hacía no era para elogiar a nadie. No sentía y cuando lo hacia se lamentaba cada noche por ello. A veces, se pasaba las noches, mirando con nostalgia fotos de su yo del pasado, aquella niña enamoradiza... De aquella Ariel ya no quedaba nada, o eso pensó ella.

Esta noche, no era la excepción, la luna, él mirándola, en ese maldito lago, mojó sus pies dando pequeños saltos, no le importó mojar su vestido. En ese mismo lago dónde hacía unos años Hunter le prometió amor eterno.

—Ariel debo decirte una cosa que seguramente ya intuyes...—el rubio la miró a los ojos serio, como si realmente le costara buscar las palabras—Tu tía y mi madre están detrás de esto, seré honesto, al principio cegado por mi ego también quise destrozarte junto a ellas—añade, Ariel lo observa atenta a su explicación, como había dicho él si se esperaba que Logan Lambros tuviese otras intenciones con ella, todos los hombres las tienen. Era obvio que no se había casado con ella por amor...—Pero, luego...—se rasca la cabeza como si le escociera el simple hecho de haber cambiado de parecer, mira hacia otro lado, ya no puede mirarla—luego me di cuenta de que me gustas, y me gustaría que pudiéramos darnos una oportunidad—añade finalmente soltando todo de golpe.

Ariel lo mira ladeando la cabeza incrédula por sus últimas palabras.

—Yo...—fue incapaz de continuar por Logan ya se había quitado la chaqueta del traje, sus zapatos, y había empezado a mojarla a lo que la morena niega incrédula devolviendole los golpes con los pies y las manos.

De repente sintieron una falta de aire impresionante, y como si la boca del otro fuese la última reserva de oxígeno, se devoraron con fuerza, sin dejar de ser ellos mismos. Ella la mujer que no se deja amar y él el hombre incapaz de amar de nuevo a otra mujer.

—No es correcto— le respondió él deseando hacer justo lo contrario, de una forma que hubiese querido no entender, sus cabezas se juntaron o mas bien su mentón y la frente de ella, era muy alto y ella no tanto, pero estaba deseosa, aunque por su mente pasaba el parar esto, no estropear su trabajo de Nueva York, ella no era una mujer libre. Ella había sido comprada hace años por Jerón, Jerónimo era su dueño. No debía, no podía perder el foco, no caer en viejas trampas del pasado. Pero parecía que el destino quisiera algo diferente para ella esta vez.

Se separo y tomo sus tacones mareada por el impacto del momento y con deseos confusos, su vestido ya pesaba por el agua.

Logan, por su parte, él también dudaba de la decisión pues antes de dejarla partir, la abrazo por detrás, le aprisiono en sus brazos, le desbrocho levemente el vestido, la miro. Ariel no entendía a un hombre como Logan pero ahí estaba, no sabía que pensaba él, pero si sabía lo que ella pensaba de la locura que estaban a punto de hacer.

La piel no olvidaWhere stories live. Discover now