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Ariel apreció un cierto brillo en los ojos Logan, jamás en los últimos días en los que se habían frecuentado lo había podido notar, esos ojos azules la miraban como si fuese un tesoro, parecía realmente un enamorado observando a su prometida. Aún así no había pasado desapercibido para ella que el rubio hubiese sido bastante maleducado, hostil, con su capataz, aunque ahora que lo pensaba siempre que se encontraba con Alejandro era así.

—¿Te he dicho lo hermosa que estás?

—Lo mismo digo—habló ella sin camuflar por primera vez unos deseos que creía no tener, sin apartar la mirada de él, observó su barba, se imaginó lo que sería sentirla encima de su piel, recordó sin querer como hacía tan poco tiempo atrás él la había besado, y ella le había respondido mordiéndole, pero juraría sentir en esos instantes unas enormes ganas de probar esos labios de nuevo. Y aunque lo pesara, ese gruñón se había convertido en una tentación para Ariel. Era un hombre digno de admirar.

—¿Me concedería un paseo?—preguntó arqueando una ceja divertido Logan, para luego ofrecerle uno de esos brazos a lo que ella ató su brazo al suyo con encanto, como si volviera a ser una jovencita más de Aqueo y no una prostituta de lujo en Nueva York.

—Por favor, librame de esto...—señaló con la mirada la fiesta, personas paseándose, fingiendo felicitarla, odiaba esa hipocresía. Odiaba eso porque le recordaba a la vida que había tenido con sus padres, y todas las fiestas que había asistido.

—Será un placer—le respondió él mientras bajaban del escenario, el novio y la novia escapando de su propia fiesta, pensó con diversión él, eso tan solo podía pasar con Ariel Stone.

Nadie se dio cuenta de ese pequeño detalle, demasiado ocupados bailando, comiendo y escuchando la suave música sonar, era una excelente cantante la que había contratado. Estaba cantando una hermosa canción en francés, que hacia que se sintieran en las nubes. No les culpaba por hacer sus vidas. La gente de Aqueo era muy simple, buscaban simplemente lo que buscamos todos a nuestro modo, vivir.

Logan sintió que caminaba sin lugar a dudas del brazo de la mujer más hermosa, y así era. Ariel con ese hermoso largo vestido blanco se veía inocente, angelical, como si fuese un sueño. Caminaron llegando lejos, en un silencio que no se les hizo para nada incomodo. Sin querer observaron como habían llegado al sitio donde se encontraron por primera vez.

Debía confesarle sus intenciones a Ariel, era muchas cosas pero des de luego no un mentiroso, además si había algo que definía a Logan era cumplir su palabra. Su hermano le dijo que si empezaba a sentir cosas por ella lo justo sería decirle sus intenciones al casarse con ella, y que el destino entonces decidiera por ellos, se dijo armándose de valor para enfrentarse a ella. La miró alumbrada por la luna, ella no dudó en descalzarse e ir a mojar sus pies en el lago.

➔ ➔ ➔

Delilah llegó del brazo de una joven a la fiesta, medio Aqueo se preguntaba quien era esa mujer, la otra mitad admiraba a su compañera. No dudó en mirar a su amiga de reojo con una sonrisa orgullosa sabiéndose parte de eso.

Melanie, estaba demasiado ocupada bajando el vestido al máximo, sentía que el aire se estaba colando en sus partes intimas y no le hacía mucha gracia. Caminó como pudo con esos tacones, no tenía experiencia con tacones y menos aún unos de aguja como eran esos.

—Delilah, esperame, voy a buscar a mis primas—le dijo la castaña a lo que la morena le respondió asintiendo mientras cogía algo de picar en la mesa de los canapés.

Finalmente, después de caminar y caminar entre tanta gente, se dio por vencida, parecía que la tierra se los hubiera tragado. Entonces, sobresaltada y preparada para disculparse por haberse chocado con alguien, sintió su pecho encogerse al ver que era Robert Lambros.

—¿Melanie?—preguntó él incrédulo, a lo que ella inevitablemente se sonrojó, se odió a si misma por eso, aún así entendió su sorpresa ni ella se reconocía...

—La misma—le respondió ella.

—Est...

—Lo sé, cambiada, ha sido obra de Delilah—le explicó ella apenada.

—Te queda bien el pelo así, mañana espero que nos veamos, debo marcharme, no tengo mucho tiempo debo hablar algo con Logan—le respondió él como si de verdad quisiera quedarse con ella.

Ella asintió recordando que ahora era una mujer libre. Una mujer que mañana empezaría en su nuevo trabajo. Aún recordaba los gritos de la madre Calloway, no había querido dejarla marchar. Según ella, Melanie era una joven promesa para ese sitio.

Las monjas le habían advertido que la vida fuera del convento era ardua pero vivir en su propia piel la dureza era diferente.

Después de desistir de encontrar a sus primas y ser abandonada por Robert decidió a pesar de estar en medio del verde campo irse a un sitio más apartado. Se quitó esos malditos tacones y caminó.

El aire fresco le sentaba tan bien, tomó aire al llegar frente un hermoso campo de girasoles, nunca pensó que las tierras de sus primas fueran tan grandes. Pero ahí estaba, prácticamente perdida, entonces sin querer notó que había una nota en el vestido enganchada, era raro pues juraba haberle quitado la etiqueta en casa de Delilah. Pero ahí estaba, estrechó la nota y buscó la luz de la luna para poder leerla.

—Dame un beso y empieza a contar...

El sonido de un caballo hizo que se estremeciera, jamás había visto uno en directo, y menos sentido uno tan cerca, hasta llegar a ese lugar, no había salido del convento. La oscuridad de la noche le impedía ver con claridad si había alguien ahí observándola.

—Luego dame veinte y luego cien más—añadió con apenas fuerza en la voz.

Finalmente, el jinete se posa en frente de ella. Un caballero de pies a cabeza, era uno de los hombres más atractivos que en su corta vida había podido apreciar. Él la observa admirado como si estuviese hechizado. No podían verse las caras, porque de haberlo hecho seguramente no se habrían permitido esos pensamientos.

—Sus deseos son ordenes—la sonrisa de él se apoderó de los labios de ella, ya no había cabida para la sorpresa y el horror que estaba sintiendo en esos instantes Melanie. Tan solo eran ellos dos besándose en medio de la oscuridad del campo de girasoles. Melanie jamás pensó que su primer beso se lo iba a dar con ese hombre, en ese sitio, y en ese momento... Aunque para ser honestos en esos instantes no quiso pensar.

La piel no olvidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora