1. Besos con alcohol

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Mew miraba alrededor, sorprendido por la gran cantidad de gente que se encontraba reunida en ese lugar tan pequeño

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Mew miraba alrededor, sorprendido por la gran cantidad de gente que se encontraba reunida en ese lugar tan pequeño. No había sillas suficientes para todos ellos, algunos se encontraban de pie y a los que menos les importaba se habían buscado un lugar en la alfombra. Todos parecían felices en demasía; sonreían y gritaban palabras que no podía comprender del todo, pues el barullo y la excitación eran tales que solo eran perceptibles palabras atropelladas que no pertenecían a ninguna oración.

Jaló aire sintiéndose sofocado.

Se preguntaba si la densa niebla, que parecía ahogar aquel lugar, contenía algo extraño en ella: una especie de sustancia tóxica o quizá algún alucinógeno que se había vertido sin intención, pues no se sentía él mismo y parecía que sobre los demás también hacía el mismo efecto ese extraño vapor.

¿Por qué todos estaban tan borrosos y no dejaban de moverse?

Cuando completó el recorrido del lugar regresó los ojos al frente. Se percató de que sus alucinaciones solo iban subiendo de grado. Un hombre estaba ahí, y tuvo que hacer un esfuerzo por no parecer demasiado impresionado. Mew siempre supo apreciar la belleza humana sin encasillarla en ningún género, y ese hombre era realmente hermoso; de cara fina y alargada con rasgos suaves y piel radiante, además de una mirada delicada y expresiva que le provocó sonreír. Para su sorpresa obtuvo una sonrisa tímida de vuelta. Sus ojos; rasgados y castaños, parecían absorberlo de tan fija que estaba su mirada sobre él. No se consideraba tan interesante para atraer la atención de esa manera y, si llegaba a observarlo bien, ese chico parecía querer algo más que su atención.

Se aclaró la garganta para alejar la incomodidad que comenzaba a picarle en la piel y, repentinamente, ese joven lo tomó de ambas manos con una confianza que estaba seguro de que no tenían. Daba pequeños saltitos en su lugar sin soltarlo y Mew sopesó cuánto tiempo podría sujetarlo sin que él lo considerara un certero coqueteo. Le agradaba la suavidad de su piel y el cosquilleo que provocaba en su estómago.

—Por el poder que me otorga la ley del estado de Nevada —dijo un hombre en algún lugar—. Yo los declaro unidos en matrimonio.

Todo el lugar estalló en felicitaciones y se vio obligado a dejar ir a aquel joven para poder unirse a la celebración, para quién fuera que se hubiese casado.

Con algo de desespero, pudo notar, ese joven volvió a reclamar el calor de sus manos sobre las suyas y se acercó poco a poco. El nerviosismo lo invadió de golpe y una sensación extraña, parecida a aquella que queda en el estómago cuando subes a una montaña rusa, se instaló en el suyo. No se movió. No supo por qué no pudo alejarse y parar a aquel hombre que, ahora estaba seguro, tenía la intención de besarlo. No encontraba ningún otro motivo por el que lo tuviera sujeto del cuello y una de sus manos escapara hasta su nuca.

Sintió un toque húmedo y caliente en los labios que le cortó la respiración. Los besos del joven se hacían más intensos, más profundos, más deseosos y pudo sentir a su entrepierna reaccionar a ellos. Sí, el chico besaba bien, más que bien en realidad y, el contorno de su cintura parecía albergar con familiaridad el tacto de sus manos. Lo acercó a su cuerpo solo un poco más. Estaba disfrutando ese beso, la intensidad y energía que le transmitía con cada jadeo que daba contra su boca.

El chico del barDonde viven las historias. Descúbrelo ahora