11. Feliz, libre y orgulloso

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Las horas pasaron lentas y tediosas mientras Mew se maldecía por no haberle pedido su número. Aunque seguramente no lo habría respondido si todavía se encontraba enfermo. ¿Y si se había sentido mal y ahora estaba tirado en el piso de su habitación, o peor, en el hospital? Podía averiguarlo con la recepcionista, pero eso lo haría ver como un acosador o un recién casado posesivo y celoso; esa no era la imagen que quería que Gulf tuviera de él.

Intentó vaciar su atención en otras cosas, pero nada la apartó de aquel muchacho. La madrugada llegó y con ella la incertidumbre, las dudas, las preguntas sin respuestas hechas por alguien que estaba perdiendo la razón.

—Él no vendrá a verme, ¿quién en su sano juicio lo haría? No debo de interesarle tanto y él no debería importarme. —Sus cuestionamientos eran duros, certeros y con el único objetivo de terminar con aquel tremendo capricho.

Echó una última mirada al reloj que marcaba las 1:28 a.m. y resignado se metió bajo las sábanas, por la mañana lo buscaría para aclarar los puntos sobre el divorcio y no lo volvería a ver. Esperaba que siguiera en el hotel, ni siquiera le había preguntado cuántos días más se quedaría.

¿Cómo habían pasado tantas cosas en solo tres días? Era un hombre de casi treinta años, no era posible que un joven al que le llevaba seis años pudiera causar tal cúmulo de emociones en él. No se reconocía. Él, que siempre tuvo un temple fuerte, que no se dejaba influenciar por nadie, que anteponía sus propios intereses laborales antes que a los demás, ahora estaba extendiendo su estadía en ese hotel con tal de volver a verlo a pesar de los reproches de su padre. ¿Qué lo hacía tan especial?

Cerró los ojos haciéndole creer a su cuerpo que se encontraba cansado, con la esperanza de caer en un profundo sueño y que así pasaran las horas más rápidamente. No lo logró. Abrió un ojo para mirar el reloj que se encontraba sobre la mesita de noche: 1:56 a.m. No, su cerebro no se dejaba engañar. Tal vez si bajaba al bar el resto de la noche sería más llevadera.

Remplazó su pijama por algo medianamente aceptable: un pantalón de chandal y una sudadera, y abrió la puerta llevándose una sorpresa que hizo a su corazón acelerarse. Una sonrisa que quiso reprimir insistía en hacerse notar.

—Pensé que no vendrías. —Miró al joven que parecía algo avergonzado y aún mantenía un puño en el aire, como si estuviera a punto de tocar a su puerta—. ¿Quieres pasar? Estaba a punto de bajar al bar.

—No sabía si debía venir, creí que ya estarías dormido. —Inmediatamente bajó su mano para envolverla con la otra entrelazando sus dedos de manera nerviosa—. No estaba seguro si debía tocar.

Aquel gesto le pareció tremendamente tierno y sintió la necesidad de envolverlo entre sus brazos.

—Me alegra que hayas venido. —Se sinceró y dio un paso atrás para permitirle entrar. El chico cruzó la puerta y se quedó justo a su lado ya que las luces de la habitación se encontraban apagadas—. Lo siento, pasa.

El chico del barWhere stories live. Discover now