17. Acuérdate de mí

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Nada había cambiado, se repetía Gulf mentalmente para poner fin a su llanto, para hacerse creer que no se había enamorado y que en ese aeropuerto no dejaba al hombre de su vida.

No estaba lográndolo.

Desde que llegaron al aeropuerto había comenzado a llorar, las lágrimas resbalaban por su rostro sin que él nada pudiera hacer, y Mew, él ya no se esforzaba en atrapar cada una de ellas; era imposible.

La segunda llamada para su vuelo había sido anunciada y Gulf no lograba separarse de ese hombre que lo había hecho volver a creer: en la magia, en el amor fortuito y por supuesto en sí mismo. Mew permanecía, en apariencia, impasible, esforzándose todo lo que podía en mantener la compostura para no lastimarlo más. Odiaba ser la razón de su llanto. Lo mantenía presionado contra su pecho, tan pegadito a su alma como le era posible, resguardándolo del dolor que compartían, de la gente que ignoraba cómo dos corazones se partían en mil pedazos en medio de ese gran tumulto. 

Lo perdería. Gulf saldría de su vida en cuanto abordara ese avión y no estaba listo para ello. Nunca lo estaría.

No habían podido llegar a un acuerdo. Se quedaron sin opciones antes de siquiera empezar a discutir; porque la rabia los invadía, porque eran ellos mismos quienes se arrancaban la felicidad de las manos y se condenaban a la soledad, y luego había llegado la melancolía, la tristeza que precedió al llanto que no paró desde la noche anterior.

Nada podían hacer para que Gulf permaneciera en el país más tiempo; por un lado estaban sus padres, que necesitaban que volviera porque las facturas sin él eran imposibles de pagar. Y por otro lado estaban las responsabilidades de Mew, mismas que ya había aplazado por dos semanas. Tendría que viajar por lo menos un mes entero para poner todo en orden y Gulf, de quedarse, no podría acompañarlo.

Volverían a estar solos demasiado tiempo.

Gulf continuaba mirando el filtro por el que tenía que pasar para abordar su avión, y mientras más tiempo lo hacía, más agonizante lo encontraba.

—Mírame a mí. —Le pidió Mew con la voz rota y con los ojos aguados—. Concéntrate en nosotros y sonríe, porque no quiero recordarte así, quiero que en mi mente seas tan feliz como siempre, mi amor.

Esas palabras se abrieron paso hasta su corazón dejando una grieta dolorosa y profunda. 

El llanto de Gulf se volvió más desgarrador y sonoro; su corazón se partía y el dolor se volvía más grande. No quería perderlo. No quería marcharse. La noche anterior le había confesado sus sentimientos cuando el dolor se había apoderado por completo de su cordura, y Mew, al momento de oírlo, había soltado las palabras que no sabía que necesitaba escuchar: «¿y si te quedas? ¿Y si lo intentamos y nos olvidamos del divorcio?».  Eso lo estaba matando, porque sabía que jamás serían felices juntos. Luego de hablarlo por horas sin llegar a una solución Mew se había encerrado en el baño por casi una hora tras la cual salió con los ojos hinchados y la cara lavada fingiendo compostura y madurez.

Ninguno de los dos volvió a tocar el tema y ahora estaban ahí, de pie frente a la persona que amaban, aguardando el momento para decirse adiós.

—Prométeme que no vas a olvidarte de mí. —Suplicó Gulf aferrándose a la única esperanza que le quedaba: permanecer vivo en un recuerdo del hombre que amaba.

—Gulf...

—Ya sé, lo siento —sollozó separándose de él un poco—. No me hagas caso. Estoy siendo egoísta, porque la verdad no puedo aceptar que debes olvidarte de mí, que jamás volveré a verte, ni siquiera por casualidad.

—No sabes cuanto me duele verte así, me siento tan impotente, tan inútil.

—Lo intentamos, no es tu culpa.

—Gulf, antes de que te vayas quiero que tengas bien claro que fuiste lo mejor que me pasó en este viaje. No. —se corrigió—. Eres la casualidad más bonita con la que he podido coincidir en mi vida. —Su intento por retener las lágrimas fracasó, pero no pudo importarle menos, estaba frente a Gulf, no tenía nada que ocultarle—. Los días que compartimos aquí no solo fueron maravillosos, sino también muy valiosos, aprendí tanto de ti. En tan poco tiempo me enseñaste lo que significa vivir de verdad. Con tu presencia me hiciste creer que mi existencia en el mundo tenía un propósito, que yo no solo servía para dirigir una empresa, que también podía ser feliz y convertirme en la razón de la felicidad de otra persona; una que me robaba todas las sonrisas al amanecer, y eso no voy a olvidarlo nunca.

—Yo no voy a olvidarte a ti, Mew. No podría dejar de lado a quien logró enamorarme en una sola noche y a quien pudo detenerme el corazón con solo mirarme a los ojos.  Me obligaste a ser un poquito más valiente y te juro que te lo agradezco, porque yo solo no hubiera podido librarme de ellos. Le haces bien a mi vida, me llenas de calidez el pecho cuando te veo y ahora mismo lo que más deseo es... es que no me dejes ir, que no me arranques de tu lado. —Se aferró a sus manos con fuerza haciendo a Mew consciente del temblor que lo dominaba. Su mandíbula temblaba demasiado, le era casi imposible continuar hablando. Ninguno de los dos había tenido una despedida tan dolorosa, con un nudo que se les instaló en el cuello y les cortaba la respiración con el paso de cada segundo—. Pero también sé que es imposible, por eso quiero que sepas que yo no voy a olvidarte nunca. Yo nos recordaré por los dos. Y, por favor, cuida de ti por mí. Sé que no te gusta, pero solo hazlo hasta que alguien más pueda hacerlo por ti, hasta que encuentres a la indicada para compartir tu vida, porque nadie más que tú merece ser feliz, mi amor.

—Yo ya encontré al indicado —le confesó en un susurró que le calentó el corazón—. No necesito buscar a nadie más porque tú me lo diste todo. Es a ti a quien quiero.

—Quisiera que esto fuera diferente. Que nuestras vidas fueran otras.

—En esta no se pudo, amor, pero te prometo que te buscaré en la próxima. No importa cuánto tiempo me lleve, no descansaré hasta encontrarte.

—Y yo voy a esperarte siempre.

Y lo decía en serio. Gulf no se creía capaz de entablar una relación con nadie más pese a su corta edad. No encontraría a nadie que pudiera llenar el hueco que él dejaba en su vida. Y así pudiera visualizar su vejez viviendo en soledad, eso no lograba oprimirle el corazón, lidiaría con ello cuando el momento llegara. Mew lo valía, lo esperaría en su próxima vida, podía jurarlo, pero también lo haría en esta, sería fiel a su recuerdo. Confiaba con todo el corazón en que el destino lo guiaría de vuelta hasta él.

—Volverás a ser feliz muy pronto, ya verás, no todo puede terminar así.

Gulf suspiró dejando ir su mano, sabiendo que esa felicidad que él le prometía sería imposible encontrarla en un futuro próximo. No volvería a ser feliz. No como lo fue a su lado. Miró una última vez a Mew y se paró en puntitas para alcanzar sus labios.

—Llegó el momento.

—Supongo que aquí nos decimos adiós.

El chico del barDonde viven las historias. Descúbrelo ahora