19. ¿Te quedas conmigo?

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Gulf soltó un suspiro y con cansancio se quitó la cofia y el delantal, había sido una dura semana y no veía la hora de volver a casa, quitarse los zapatos y meterse en la cama, ya tendría tiempo para bañarse otro día. Estiró los brazos y luego alargó el cuello hacia el florero depositado en un rincón de la barra. Acercó la nariz al ramo de peonías azules que diariamente encontraba en su cocina, parecía que el dueño tenía una extraña predilección por aquellas flores, pues adornaban todo el lugar y nunca olvidaban dejar un ramo para él. Se sentía sumamente afortunado.

Echó un vistazo alrededor, a la enorme cocina en la que se encontraba; sin duda era la más amplia y mejor equipada que había en la ciudad, todos sus compañeros de la universidad envidiaban su trabajo y no paraban de dejar solicitudes para remplazarlo. El lugar era una maravilla y la gente no dejaba de llenarlo día a día, cada comensal halagaba su comida y no había nada que lo llenara más de satisfacción.

La selección de personal había sido una pesadilla, comprensible para la fama de aquel restaurante, y había sido un poco confusa también, puesto que después de haber recibido una llamada en la que le informaban que había sido seleccionado, tuvo que hacer un último examen frente a un Chef internacional para convencerlo de que era el mejor para el puesto. Dio su mejor esfuerzo y no dejó lugar a dudas de que merecía el trabajo.

Lo había logrado, su vida por fin comenzaba a difuminar los grises.

Comenzó a guardar sus cosas y, como cada noche, regresó la argolla a su dedo. No podía desprenderse de ella, de lo que significaba, del amor que seguía profesándole a Mew, porque pese a la distancia ese sentimiento no hacía más que crecer desbordado. Por eso, a todo aquel que se le acercaba le mostraba con orgullo su mano y los alejaba; no deseaba a nadie más como compañía, pues no tenía la intención de olvidarlo. Y en cuanto tuviera el dinero suficiente iría a New York por él, eso lo tenía bien claro.

Aquel viaje había cambiado su vida por completo y a su regreso no pudo evitar que esos cambios siguieran ocurriendo; Samanta lo había buscado pocos días después para aclarar aquel mal entendido, le aseguró que ella no tuvo la intención de herirlo, pero que de no haber participado en las burlas Javier se habría ensañado con ella.

—Y por eso preferiste sacrificarme —la acusó mirándola a los ojos y ella no pudo hacer más que bajar la mirada.

—No pensé que llegarías a escucharlo, Gulf, y quise hablar contigo en ese momento pero él no me permitió acercarme a ti.

—¿Mew? —mencionar su nombre dolía mucho más que pensarlo. Aún nadie en su familia sabía de él, de aquella maravillosa boda y de los sentimientos que habían nacido ente ellos. No tenía a nadie a quien contarle lo desdichado que se sentía por haberlo perdido.

Cuando su madre le preguntó por la argolla él le dijo que se la había encontrado en la calle y que no se la quitaba porque le traía buena suerte. Eso no era del todo mentira. Mew era su más grande fortuna.

—Sí, nos amenazó a todos —continuó ella—, y no nos dejó en paz hasta el día en que nos fuimos, fue un poco extremo con eso, pero lo entendí, porque intentaba cuidarte, así como yo tuve que haberlo hecho.

Gulf le agradeció el valor que tuvo para darle la cara, pero también le dejó en claro que esa amistad de años había muerto antes de subir al avión. Le regaló una última sonrisa, con la que le agradecía los años de compañía y la dejó sola en aquel café. Cruzó las puertas con un peso menos encima. Nadie nunca más iba a menospreciarlo. Mew le había enseñado que era valioso, que estaba lleno de virtudes y tenía habilidades que no cualquier persona poseía. Le había aconsejado no aceptar remedos de cariño por parte de nadie y eso mismo haría.

Él se merecía el mundo entero y quien no estuviera dispuesto a entregárselo no tenía lugar en su vida.

—Gulf, todavía no puedes irte —lo llamó Omar, el Sous-chef. Tenía una expresión de hastío en el rostro y parecía a punto de perder la cordura—. Otra vez está aquí el comensal odioso y como siempre no deja de quejarse de la comida. Volvió a regresar el plato, dice que la carne no está medium rare, que si no tienes un termómetro él puede obsequiarte uno.

Gulf casi nunca salía de la cocina, no tenía contacto directo con los clientes, siempre era el gerente quien se encargaba de lidiar con los comensales problemáticos por política del restaurante, pero esa era la quinta vez en cinco días que ese hombre se aparecía para criticar su comida. El gerente había hablado con él, luego lo había hecho Omar, pero obviamente ninguno había logrado nada.

—No va a irse hasta hablar contigo. Quiere darte algunos consejos.

La expresión de Gulf se endureció y tensó la mandíbula. Quién se creía aquel sujeto para hablar de aquella forma sobre su comida. Sabía que estaba perfecta, él no cometía errores de ese tamaño, el proceso en cocina de los alimentos era cuidado minuciosamente, pero aún así, tomó el termómetro y lo clavó en la carne de forma brusca.

Marcó un perfecto 55°.

—Pues esta será la última vez.

Salió de la cocina hecho una furia y dejó el plato sobre la mesa que ocupaba un solitario hombre.

—Buenas noches, señor —lo saludó, sin embargo, el hombre no se tomó la molestia de alzar la cabeza para responderle, y la oscuridad del salón privado no le ayudaba a Gulf a verle el rostro—. Me comentaron que está inconforme con el término de su carne, pero afortunadamente sí tenemos termómetros y sabemos usarlos, aquí usted puede comprobar que el término de su carne es el correcto. —No obtuvo respuesta y eso solo lo hizo enfurecer un poco más—. A menos que usted sea quien haya confundido el punto de cocción.

Sacó el termómetro del trozo de carne con muy poca sutileza y aquel hombre lo detuvo sujetándole la muñeca.

—Bonito anillo —pronunció con voz tosca y gruesa. El hombre se tomó el atrevimiento de acariciar un poco el dorso de su mano mandándole un escalofrío directo por toda la espina.

—Soy casado —le informó con disgusto apartándose de inmediato, tal como lo hacía con todos los que se le acercaban—. Y no estoy interesado, así que si me disculpa.

—Que pena escuchar eso, me habría gustado invitarte a un bar.

Los pasos de Gulf se detuvieron en cuanto volvió a escucharlo. El tono tosco había desaparecido y el velo de hostilidad que cubría sus palabras también había desaparecido. Sabía a quién pertenecía ese tono de voz, lo escuchó en su oído tantas veces que era imposible confundirlo, así como era imposible que se tratara de él. Solo había una explicación lógica: estaba volviéndose loco. El corazón le latía rápidamente presa de la emoción y del miedo a equivocarse.

—¿Necesitas ayuda? —le preguntó Omar y Gulf solo pudo negar con la cabeza, no conseguía que las palabras salieran de su boca.

El hombre, con total tranquilidad se puso de pie y avanzó hasta quedar al lado de Gulf, posó su mano con gesto posesivo en esa pequeña cintura y lo pegó mucho más a él.

—Permíteme, que de mi esposo me ocupo yo.

El chico del barWhere stories live. Discover now