4. Intenciones y pretextos

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Gulf subió al elevador y fue depositado en el piso número cinco. Los pasillos estaban completamente solos, aunque dudaba que la gente se encontrara durmiendo, seguramente muchos aún no volvían a sus habitaciones. Acercó la banda magnética en su muñeca a la cerradura y la puerta se abrió automáticamente. Era un alivio que no tuviera una llave porque la habría perdido; justo como lo había hecho con su billetera y su celular.

Al entrar a la habitación la encontró vacía; no había rastro de su amiga Sam, con quien la compartía, o de algún otro de sus compañeros. Seguramente seguía de fiesta con todos los demás.

Gulf, junto con su grupo de amigos habían hecho ese viaje para festejar su graduación. Dos años atrás, la misma Sam lo había hecho prometerle que los acompañaría y que ningún motivo, como el dinero, sería un pretexto para no hacerlo. La adoraba, así que no pudo negarse y ahorró por dos años enteros para poder costear los gastos. Era el primer viaje que hacía en sus veintiún años de vida. Su primera vez en Las Vegas.

Aunque estaba seguro de que su historia con el extraño no se la contaría a nadie, no había ningún impedimento para que él siguiera pensando en ella, en el cuerpo desnudo que seguramente había acariciado hasta cansarse. No podía quitarse esa imagen de la cabeza. Pensó en meterse en la cama inmediatamente, pero a su mente vino el recuerdo de las marcas rojizas por todo su cuerpo; eso significaba que la boca del extraño se había paseado por toda su anatomía y, sin duda, necesitaba un baño antes de irse a dormir.

Nunca había tenido sexo, ni siquiera lo habían tocado de manera tan salvaje sobre la ropa, y la primera vez que lo hacía no era capaz de recordarlo. La vida no era tan justa, se dijo mientras entraba en la ducha. El único novio que había tenido era demasiado casto como para siquiera pensar en besarlo en otro lugar que no fueran sus labios. El desconocido, en cambio, parecía saber lo que hacía o por lo menos podía imaginar que así era, porque los estragos en su cuerpo no mentían. Esperaba que al menos hubiera usado protección.

Su propio pensamiento le cayó como un balde de agua fría.

—Mierda, ¿y si no usó? —El solo pensamiento de su cuerpo siendo contagiado de algo sumamente vergonzoso o mortal hizo que sus sentidos despertaran para dar paso a la preocupación. Aquel documental sobre el VPH que vio en la semana de la sexualidad dos años atrás en la universidad le había dejado algunos traumas.

Necesitaba preguntarle y hacerse exámenes en cuanto llegara a casa.

—Eres un imbécil, Kanawut —se maldijo y golpeó la pared un par de veces con la cabeza llena de espuma.

No valía la pena morir de una ETS por una noche que ni siquiera recordaba. Debía volver a verlo y tenía el pretexto perfecto: iría a buscar sus pertenencias y ahí mismo le preguntaría casualmente si se habían cuidado, además de su nombre y quizá su número, claro estaba.

Cerró los ojos y se acostó sobre el suave colchón olvidándose de las preocupaciones por un momento.

💍🥂

El chico del barOù les histoires vivent. Découvrez maintenant