2. Constelaciones nuevas

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Las vegas era caluroso en esa época del año, pero la habitación tenía aire acondicionado, entonces, ¿por qué sentía tanto calor? Su cuerpo estaba comenzando a sudar y sentía un peso sobre él que no le permitía moverse.

Cuando Gulf era niño su abuela solía meterse con él contándole leyendas sobre fantasmas cada vez que se portaba mal. Una de ellas era sobre los espíritus que te visitaban por las noches y se recostaban sobre ti mientras dormías cuando habías hecho algo indebido. Aunque sabía que eso no era real, un escalofrío recorrió toda su espina.

Estaba seguro de que se trataba de una parálisis del sueño, lo que sentía no tenía nada que ver con seres demoniacos que esperaban el momento oportuno para adueñarse de su alma. Pero..., ¿de dónde provenía la respiración que sentía justo en la nuca? Su piel se erizó al pensar en un ente o demonio justo en su espalda en ese momento. Su imaginación no le hacía las cosas más fáciles, se tensó ante el oscuro pensamiento siendo presa del miedo. La respiración era tan fuerte que lograba mover su cabello y luego se transformaba en pequeños susurros; palabras casi inaudibles e indescifrables para su inexperto oído.

Era como si le hablara en alguna lengua extraña.

—Los fantasmas no existen, es solo mi imaginación —murmuró para sí mismo muerto de miedo, intentando recordar el Padre Nuestro.

Su sistema estaba completamente ahogado en alcohol, podía ser una alucinación, aunque esa presencia extraña se sentía tan real. Comenzó a rezar en voz baja intentando alejar al ente y se detuvo abruptamente cuando todo el aire abandonó sus pulmones.

La presión que sentía sobre el cuerpo aumentaba y parecía desplazarse. Su corazón latía tan acelerado que estaba seguro de que pronto sufriría un desmayo. No volvería a tomar jamás; eso era un castigo divino por haber faltado a la promesa que le había hecho a su madre diciendo que no probaría una gota de alcohol.

Y ahora allí estaba él, todavía algo borracho y sintiendo gente muerta alrededor.

—Ya entendí, Dios. No lo vuelvo a hacer, te prometo que... —su lloriqueo cesó al instante al sentir cómo unos largos dedos subían por su brazo lenta y pesadamente.

Tenía que continuar rezando. Si tan solo no hubiera olvidado el Padre Nuestro o cualquier otra oración que le había enseñado la abuela. La pesada mano presionó con fuerza su hombro y fue todo lo que Gulf necesitó para saltar de la cama arrastrando su trasero hasta la pared más lejana.

Agitado y sin perder el tiempo se puso de pie para encender la luz y lo que vio lo dejó perplejo y más sorprendido que si se hubiera topado con la misma muerte: sobre la cama se encontraba un hombre completamente desnudo y, en apariencia, dormido.

—No eres un demonio. —Suspiró aliviado sintiéndose tonto por haber armado tremendo teatro en su mente.

El cuerpo yacía lánguido sobre el colchón. Mechones de cabello negro reposaban sobre la almohada y la sábana blanca cubría solo una pierna de su cuerpo desnudo; dejando expuesta su pálida piel y notorios músculos. Los ojos de Gulf lo recorrieron del cabello hasta los pies; su mandíbula delineaba perfectamente su rostro, parecía ser solo algunos años mayor que él. Su espalda y hombros eran anchos, sus manos grandes y los músculos de su abdomen estaban perfectamente definidos. Siguió recorriendo los centímetros de tela que escasamente cubrían su cadera, y sus ojos se abrieron al máximo cuando llegó a su entrepierna.

El chico del barWhere stories live. Discover now