7. Una misión poco exitosa

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Mew se interesó en el chico cuando se dio cuenta de que intentaba convertirse en un erizo ahí mismo. Gemía bajito, como un perrito sufriendo, y bajó la mirada por su espalda hasta que notó en la piel que escapaba al abrigo de su camiseta, bastas zonas púrpuras salpicadas por su cadera.

¿Acaso era un neandertal? Había marcado sus manos en la piel del chico como si de ganado se tratara. Era un hombre apasionado, casi nunca se contenía, pero ninguna de las personas que había llevado a su cama había terminado como el chico junto a él.

No se podía ni imaginar a él mismo haciéndolo. Dejándole marcas tan notorias en la piel por la fuerza con la que sostuvo su cadera, por la pasión con la que lo había besado. No quería preguntar si tenía dolor en alguna otra parte del cuerpo, pero la respuesta parecía ser obvia.

Lo miró por el rabillo del ojo, curioso. Gulf parecía tan pequeñito hundido en el sofá con la espalda encorvada, como si quisiera desaparecer. También podía sentir un pequeño temblor que venía de su cuerpo, seguramente se sentía nervioso, y no era para menos, él no había sido nada amable.

Sabía que su actitud lograba intimidar a muchos, algunas ocasiones se aprovechaba de ello para conseguir lo que quería de sus socios y sus empleados, todos eran como soldaditos cuando entraba en la oficina. Le gustaba que le temieran, pero por alguna extraña razón, que Gulf se sintiera vulnerable a su lado lo incomodaba más de lo que desearía.

Cuando lo vio inclinarse un poco más la preocupación nació. Él era responsable del bienestar de Gulf y no estaba teniendo éxito en su misión recién aceptada. Continuó mirándolo con la cabeza llena de preguntas y se sintió tentado a comprobar la calidez de su piel y, llevado por la curiosidad, intentó tocarlo, pero Gulf al percibir su toque se quejó de dolor. De inmediato Mew se puso de pie y levantó el teléfono presionando el número uno.

—Recepción, buenas tardes. ¿En qué puedo ayudarlo?

No supo por qué, pero presionó el botón del altavoz cuando la mirada de Gulf se detuvo en él.

—Hola, hablo de la suite presidencial.

—¿Qué tal, señor Kanawut, ¿qué puedo hacer por usted?

El rostro de Gulf pareció derretirse ante esas palabras. Estaba completamente sorprendido y Mew no pudo sentirse más complacido cuando este le sonrió con complicidad.

—¿Podrían enviarme alguna clase de ungüento, algunos antiinflamatorios y algo para el dolor?

Gulf se señaló el pecho al mismo tiempo que negaba, dándole a entender que si eran para él podía no pedir nada. Pero Mew, que solía controlar todo lo que ocurría a su alrededor, lo ignoró por completo.

—Claro que sí. ¿Necesita alguna asesoría médica?

—No, por ahora no.

—Bien, en un momento se lo haremos llegar. Que tenga un buen día, señor Kanawut.

El chico del barWhere stories live. Discover now