6. Entre deseos y recuerdos

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Las piernas le temblaron y el vaso que llevaba a su boca terminó derramando algo de líquido sobre su pantalón cuando no pudo encontrar sus labios. El hombre con el que había pasado la noche estaba parado justo frente a él y parecía más imponente que antes, incluso si intentaba disimular la molestia en su rostro.

Era un hombre atractivo.

Lucía espectacular enfundado en ese traje que parecía hecho a la medida, con la tela azulada acariciando los músculos que resaltaban sus brazos y la camisa sin corbata y con algunos botones abiertos. Era aún más atractivo de lo que recordaba; sus ojos eran de un color avellana intenso, y seguía pareciendo tan poderoso como antes, al igual que el aura que lo rodeaba. Podía sentir cómo su mirada lo desnudaba y, cómo iba, poco a poco, disminuyendo la distancia entre ellos.

Gulf se sentía vulnerable, tímido, nunca nadie lo había mirado así y, aunque se veía maravilloso vestido, lo prefería desnudo, en su cama y con el cabello alborotado. Bajó la mirada para evitar que se percatara de sus indebidos pensamientos, porque pese a haber dormido juntos seguía siendo un extraño, uno que le había hecho el amor de forma apasionada, y le gustaba pensar que esa boca de carnosos labios había sido la misma que dejó marcas por todo su cuerpo, la que le había besado hasta los talones.

El rojo de sus mejillas se intensificó, haciendo que todos en la mesa se dieran cuenta de su estado.

—¿Te sientes bien? —le preguntó Sam, preocupada, y le ofreció un vaso de agua el cual rechazó amablemente.

—Sí, es solo que olvidé mi celular arriba y mamá va a llamarme, ahora regreso. —Sus ojos cayeron en la impaciente expresión del hombre que no paraba de mirar su reloj, por lo que finalmente se puso de pie para abandonar la mesa.

El extraño y él tenían una conversación pendiente de carácter urgente, necesitaba saber lo que había pasado en la habitación y si debía tomar algunas precauciones adicionales. Caminó en su dirección y pasó de largo dejándolo atrás, así nadie sabría que se conocían y no harían preguntas que él no podría responder después.

Una vez que salió del restaurante se detuvo frente al elevador para esperarlo y hablar con él, solo le preguntaría si había usado protección, obtendría una respuesta corta y regresaría a la mesa como si nada hubiera pasado. Ya que, por la expresión de enfado con la que lo miraba, dudaba que lo estuviera buscando para obtener algo más.

—¿Gulf Kanawut?

Un pequeño escalofrío le recorrió la espalda al escuchar la voz del extraño; era grave, profunda, segura, poderosa y su cercanía aún más intimidante.

—¿Sí? —respondió sin atreverse a voltear, sintiéndolo cada vez más cerca.

—Me parece que tú y yo tenemos que hablar —le dijo casi al oído, acercándose lo suficiente a su cuerpo para alcanzar el botón que llamaba al elevador y presionarlo.

El chico del barWhere stories live. Discover now