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Aquella noche había sido extraña.

En medio de una fiesta en casa de un amigo —que tampoco era un amigo—, con compañeros de clase —a los que no se les podía llamar exactamente como tal—. Demasiado alcohol, hierba y mierda psicodélica. Quince años y ya detestaba aquellos sitios, ¿qué futuro amargado le esperaría? Toji exhalaba una nube de humo, observando al excéntrico grupo de tres que estaba en una esquina del salón de aquella casa que ni siquiera era suya.

El chico de cabello largo atraía hacia sí al otro, más alto y llamativo. Todo piernas largas, mejillas rosadas de rubor y una nube de verano en el pelo. Su mirada escondida bajo aquellas ridículas gafas de cristal negro atrapaba todo un universo sutilmente. Podía ver retazos de un color azul intenso al otro lado, las luces de la fiesta reflejándose en su piel. Junto a ambos, una chica con un vestido largo y rojo hablaba en voz alta con ellos dos, intentando hacerse oír por encima de la música.

A Toji nunca le habían gustado las fiestas de instituto, tampoco la bebida ni las drogas. Sin embargo, sostenía un cigarrillo entre los labios porque, estadísticamente, ¿qué importaba? Tenía más papeletas para el cáncer por el mero hecho de haber nacido que por solamente fumar. La cazadora de cuero rota comenzaba a agobiarle, pesaba sobre sus hombros lo suficiente como para sentir el tirón en la nuca.

La mirada del chico de los ojos bonitos se cruzó con la suya.

Exhaló una bocanada de humo que ocultó sus facciones. Todo como si no hubiera estado observando todos y cada uno de sus movimientos desde hacía cerca de media hora. Le daba cierta vergüenza no tener nadie con quien hablar allí.

Y, sobre todas las cosas habidas y por haber en una fiesta de adolescentes con las hormonas revolucionadas detestaba los juegos. Oh, los odiaba tanto que, de saber que venían, hubiera regresado a casa, de donde había huido, y preferido soportar los gritos de su padre en su lugar.

Siete minutos. Siete minutos encerrado en una habitación oscura y con las luces apagadas con aquel chico. Sabía que iba a su clase, o eso creía. Realmente no prestaba mucha atención a sus compañeros de aula. El caso era que comenzó a alterarse en el segundo en que los dos fueron arrojados a aquel cuarto. Podían escuchar risas al otro lado de la puerta y podía jurar que vio una nota de celos en ciertos ojos rasgados.

—No tenemos por qué hacer nada, si no quieres —su voz era suave, temblaba ligeramente, como si estuviera intimidado o asustado. O como si guardara algo dentro que le impidiera hablar con propiedad.

—Tampoco es que quisiera hacer nada contigo, mocoso —gruñó, arrastrando la espalda por la pared y dejándose caer progresivamente al suelo. Le daba igual que hubiera una cama en la estancia, sólo tenía atención para la penumbra, la luz de Luna que iluminaba las facciones del chico —. Soy Toji, ¿y tú?

Su piel era inexplicablemente blanca y tierna, con algo de acné en la mandíbula. Vestía con unos sencillos vaqueros azules y una camiseta de manga larga de color beige bajo un chaleco de lo que parecía ser lana verdosa. Apesta a dinero, pensó, al ver el logo de la marca bordado en el pecho, las botas negras y elegantes.

Parecía como si se hubiera intentado arreglar para un evento al que, en realidad, no había querido ir.

—Satoru —musitó, sentándose a su lado, a una distancia prudencial. Tal vez a veinte centímetros de él, pero los suficientes para que pudieran oler el perfume del otro. Aún estaba procesando el insulto.

—Te recomiendo que te saltes la fase del grupito de tres, Satoru.

Desde aquella noche, con nada más que un consejo y una sonrisa, se hicieron, en cierto modo, inseparables. O al menos virtualmente, porque, el mundo era una basura y ellos dos eran unos introvertidos de mierda lo suficientemente estúpidos como para sólo hablar por chat, a pesar de que iban a la misma clase. También porque Toji solía saltarse las clases varios días a la semana.

Tal vez, lo que verdaderamente había cambiado todo fue el día en que Satoru llegó a la escuela y encontró a su mejor amigo, Suguru, atrapado contra el suelo, recibiendo una paliza.

Se me acercó,” diría Toji, en un futuro, y “empezó a decirme cosas. No soportaba su cara de mierda.” Toji, con su sonrisa de lobo, se había subido al pecho de Suguru; nudillos rotos y ensangrentados, futuras costras de venganza por una anécdota sin importancia.

Satoru se había quedado quieto, en el corro de alumnos que se había formado, viendo cómo uno de los profesores acababa por separar a ambos.

Justo después de escuchar que había sido expulsado durante una semana, Toji se le había acercado, hecho un jodido desastre de hematomas de puñetazos, heridas del resto de mierda y más. Nunca olvidaría lo que dijo, pues fue la primera vez que oía su voz después de semanas de hablar por chat.

—Toma, te hice una pulsera. Tu color favorito es el rosa, ¿no? —Le había tomado con suavidad de las manos y se la había puesto con suma delicadeza, como si temiera dañarlo —. A quien la toque mal, le haré comer clavos.

Satoru había sonreído con timidez y, en aquel momento, sus ojos de azul cielo se cruzaron con el verde aburrido de los suyos. Una premonición en medio del otoño.

N/A: como curiosidad, escribí este prólogo y el primer capítulo en junio de 2021

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N/A: como curiosidad, escribí este prólogo y el primer capítulo en junio de 2021. No lo había subido porque no tenía muy claro por dónde llevar la historia. Ahora lo sé perfectamente y aquí estamos, jeje, viva el TojiSato. Pasemos con las aclaraciones!

➵| TojiSato, angst, hurt&comfort, hurt/no comfort, shortfic

➵| AU sin conexión con el canon

➵| Ambos tienen la misma edad. En el prólogo tienen 15, en el primer capítulo tendrán 18

➵|TW: mención de abusos y maltrato doméstico, ideación suicida, violencia, mención de autolesiones

¡Ojalá os guste!

Atte: Iskari

Cold, cold, cold || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora