13

647 102 286
                                    

Ojos verdes, pelo negro azabache y una cicatriz. Rasgos curtidos, hombros anchos, músculos. Olor a tabaco, aire desinteresado e intimidatorio.

—¡Papá, mira! Este es Satoru y viene a cambiar nuestras vidas.

Mirada de azul cielo, gafas colgadas de un suéter de marca. Rostro dulce, piernas largas. Perfume masculino. Pestañas de escarcha, labios rosados, mejillas frías.

Se miraron con una mueca de horror y sorpresa, como dos mundos que, después de una década, colisionaban en cada partícula tormentosa y romántica, como una mezcla de añoranza, melancolía y dudas.

Fue lento, titubeante, preguntándose si acaso eran reales, si de verdad estaban allí. La sonrisa de Megumi se borró al instante.

Y Satoru y Toji se abrazaron con fuerza, temblando. Toji volvió a sentirse como un niño. Satoru sintió que había crecido demasiado.

—... Toji...

Envolviendo su cuello con los brazos, apegándose a él como noches en vela y momentos resquebrajados en el tiempo, Satoru lo sostuvo con determinación, sorbiendo por la nariz con los ojos rojizos.

Toji se aferró a su espalda, ocultando el rostro en el cómodo hueco de su cuello, tan cálido como la primera y última ocasión en que huyó de la realidad ahí. Las lágrimas bajaron por su rostro, nublándole la visión al instante.

La voz rota surgió de su garganta con un débil gimoteo herido, una flecha en el corazón.

—Satoru —pronunció ese nombre que tantas veces se le había atascado en la garganta, el mismo que había susurrado, gritado y bebido, y que su boca había olvidado cómo vocalizar —. ¿De verdad...? ¿De verdad eres...?

—Claro que sí —Satoru lo sostuvo por los hombros, apartándose para mirarlo.

Sonreía, tenía una sonrisa hermosa, y era tan precioso e intangible, etéreo, trágico, como siempre. Podría gastar todas las páginas del diccionario para encontrar algo que se asemejara a la perfección, y no encontraría la correcta para poder definir a Satoru.

Toji se tocó la frente, ocultando sus ojos para que no le viera llorar. Satoru seguía riendo, como si fuera una travesura, y tomándole del rostro para mirarlo bien y cerciorarse de que el tiempo había pasado y de que no eran dos adolescentes perdidos en un mundo tan difícil.

Megumi dio un paso hacia atrás, alternando la mirada de uno a otro. Inquieto, observaba cómo su padre bajaba la mirada y se limpiaba la cara con la manga de su camiseta de lycra negra pegada al cuerpo, y Satoru volvía a acercarlo para tenerlo entre sus brazos.

Nunca le había visto llorar. La última vez que lo había visto había sido cuando había golpeado a aquella mujer. La impotencia crispó sus latidos. ¿Por qué era así? ¿Por qué su padre tenía que ser tan jodidamente contradictorio?

Un agujero se abrió en su pecho y se lo tocó, notando un golpe de calor en el rostro. Ansioso, se agarró de la chaqueta de deporte de su uniforme escolar, intentando que alguien le prestara atención.

—¿Qué pasa? —preguntó, pero nadie le hizo caso porque estaban ocupados en susurrarse cosas que no podía escuchar —. ¿Qué pasa? —repitió.

Toji se volvió hacia él. Estaba rojo y tenía las pestañas húmedas.

—Ve a tu habitación, Meg.

Megumi se sintió tan ofendido que quiso tirarse escaleras abajo. Su labio inferior tembló, mordiéndoselo con fuerza.

Por fin, Satoru lo miró. Una pequeña sonrisa confusa se formó en su rostro, mientras empezaba a llorar y las lágrimas se deslizaban por sus mejillas infantiles. Por fin. Una mano se posó sobre su cabeza.

Cold, cold, cold || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora