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Un par de ojos azules lo miraron con curiosidad. Megumi extendió una mano hacia él, tocando su cabeza. No era suave. Su pelaje no estaba bien cuidado y su mirada tenía un tinte de tristeza.

Había una muesca en su oreja, una cicatriz en su hocico. Parecía haber pasado por mucho y, sin embargo, se dejó acariciar, quedándose muy quieto. Pasó el tacto por su lomo hasta su cola, notando lo pequeño y frágil que era.

El gato olió el dorso de su mano. La nariz rosada se sentía fría contra su piel.

—Creo que le gustas —Satoru sonrió, admirando la escena. El niño sentado en el suelo junto al animal.

Era tierno. Hacía un rato que habían vuelto a casa después de ir a la protectora de animales. Ya estaba todo preparado. Había comida, agua y un arenero en el baño, en el salón juguetes y una cama. También había llegado otra cesta que había puesto en su habitación.

El transportín tenía la reja abierta. En su interior había una manta rosada y un peluche con forma de ratón. Esas eran todas las pertenencias del animal, que se adaptaba a su nuevo hogar, lento pero seguro.

—¿Cómo se llama? —preguntó Megumi, flexionando las piernas y subiéndolas al pecho. Apoyó el mentón sobre sus rodillas, mirando al gato oler el suelo a su alrededor.

—No sé, ¿cómo quieres que se llame?

Ambos parecían tan pequeños así. Megumi también tenía el pelo apelmazado. Se preguntó si se había duchado, si su padre le habría ayudado a lavarse bien. O quizá sólo había sido la lluvia lo que había hecho que su bonito cabello azabache hubiera quedado tan apagado y desteñido.

Megumi lo miró con una chispa en los ojos. Frotaba la mejilla en las rodillas, pensativo.

—No lo sé —dijo, al fin. Dubitativo, volvió a tocar al animal. El gato, que le daba la espalda, se asustó por la repentina caricia y pegó un bote, bufando y mostrando los dientes.

El niño retiró la mano al instante, sorprendido.

—Cielo, ten cuidado. No está acostumbrado a las personas —Satoru no lo riñó, prefería enseñarle —. Es mejor que te vea de frente y sepa qué vas a hacerle, de lo contrario se asustará y te hará daño.

—Oh —Megumi apretó los labios, arrepentido. Musitó una disculpa en voz baja —. Perdón.

—Con el tiempo cambiará, te lo prometo. De momento está un poco tenso por el cambio.

—Vale.

Megumi se incorporó, dejando que el recién llegado explorara a su gusto. Para eso habían dejado todas las puertas de las habitaciones abiertas, también la de la cocina y el baño, y la despensa. Fue a sentarse en el sofá, junto al mayor. La televisión estaba encendida, donde se emitía un programa de dibujos animados.

Se pegó a Satoru, esperando ser un poco mimado —un poco, no pedía mucho, de hecho ni siquiera lo estaba pidiendo, simplemente lo esperaba—. Hacía horas que había terminado sus deberes de clase, ya no tenía nada que hacer más que matar el tiempo de alguna forma hasta que su padre se acordara de él y fuera a buscarlo.

—¿Se puede llamar Blanquito? —alzó el mentón para mirar al hombre —. Porque es blanco.

Satoru rio. Fue suave, idílico, su modelo a seguir, el tipo que lo quería como si fuera su propio hijo. El corazón de Megumi se aceleró con fuerza en su pecho, se puso rojo.

—Podemos anotar varios nombres y decidir, ¿qué te parece? —propuso, a lo que el niño aceptó con gusto —. Pensemos más.

Crema.

Cold, cold, cold || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora