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Había sido una coincidencia que hubiera decidido ir en coche a ver el gato ese día, ya que no le había apetecido soportar ir de vuelta a casa en el metro cuando éste siempre se llenaba de gente que iba de fiesta los viernes.

Megumi estaba encogido en el asiento de copiloto, hecho un manojo de lágrimas y ansiedad. Abrazaba su mochila de la escuela, sorbiendo por la nariz.

Cuando Satoru salió a la carretera general, activó las luces de emergencia y se detuvo en el arcén. Puso el freno de mano y se inclinó hacia el niño, preocupado.

—Megumi, cielo...

Hacía apenas un minuto que había estado a punto de atropellarlo, cuando se había cruzado en mitad de un gran paso de peatones. Estaba nervioso, joder, si no hubiera estado él seguro que alguien lo habría atropellado.

El niño se encogió aún más, sollozando.

Se quitó el cinturón. Abrió la guantera y cogió un paquete de pañuelos. Sacó uno y sostuvo el rostro de Megumi, poniéndolo en su nariz para limpiarle los mocos. Megumi sopló nasalmente, cerrando los ojos.

Pobrecillo. Estaba empapado de arriba a abajo, sonrojado y lloroso. Aún hiperventilaba, asustado. ¿Asustado? Satoru se mordió el labio, apartando las lágrimas de esas tiernas mejillas infantiles.

—No pasa nada —lo abrazó suavemente, en un intento de tranquilizarlo. Presionó su cabeza contra su pecho, acariciándole —. Ahora estás a salvo...

Se moría por saber qué demonios hacía un niño en pánico corriendo por la calle en plena noche, pero sabía que a veces era mejor esperar a que las cosas se calmaran para poder preguntar.

No quería interrogarlo y hacerle sentir peor, así que lo sostuvo, hablándole en voz baja y comprensiva.

—Estás conmigo, nadie puede hacerte daño, Megumi. No te preocupes, cielo, no te preocupes...

Pequeñas manos se aferraron a su ropa. Satoru lo estrechó gentilmente, depositando un beso entre el desordenado cabello negro. Los sollozos se volvieron hipidos, y los hipidos en una rápida respiración irregular.

Megumi no quería volver a casa. No ahora que conocía algo mejor.

Tardó en calmarse. Había visto violencia en las películas, había visto a su padre siendo violento con otras personas, pero había sido en muy pocas ocasiones años atrás. Siempre era con otras personas. Toji nunca le gritaba, ni le pegaba, incluso en ocasiones le tocaba la cabeza con una palmadita y le llamaba Meg.

Meg, ve a tu habitación.

Y Megumi iba a su habitación, pero a veces pegaba la oreja a la puerta y escuchaba a su padre discutir por teléfono con alguien. Su padre tenía un tono de voz severo y su apariencia daba miedo.

Alzó la mirada, sin poder quitarse de la cabeza la imagen de la gran mano de su padre agarrando la cabeza de la chica. La sangre. La violencia así le asustaba, le hacía sentirse inseguro y débil.

Satoru lo miraba con cariño, echándole el pelo hacia atrás.

—No me lleves de vuelta, por favor —suplicó, dejándose mimar —. Por favor...

—No lo haré.

Megumi suspiró, aliviado. Se separó un poco, tiritando de frío. Su mochila cayó de su regazo al suelo, junto a sus botas. La alfombrilla del coche se había encharcado un poco.

Sintió una gran manta de calidez cuando Satoru se quitó el abrigo y lo cubrió, luego le abrochó el cinturón y lo ajustó bien.

—Te voy a llevar a mi casa, ¿vale? ¿Te parece bien? —y el niño asintió. Satoru se puso el cinturón y quitó las luces de emergencia —. Sólo dime si tengo que llamar o no a la policía.

Cold, cold, cold || TojiSatoWhere stories live. Discover now