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Había algo extremadamente reconfortante en dormir con otra persona.

El peso a su lado, la forma de un cuerpo suave y cómodo al que podía agarrarse o acercarse. Saber que no estaba solo, el calor acumulándose bajo las sábanas. Eran los pequeños sonidos, suspiros y gruñidos del sueño, la respiración constante.

Le hacía sentirse seguro, como si nada pudiera ocurrirle. Despertar junto a Toji era algo íntimo y bonito, difícil de explicar con palabras.

Satoru se encogió, mirándolo. Recordar lo de la noche anterior hizo que una ola de calor se estampara en sus mejillas. Ambos estaban medio desnudos, porque habían tenido la decencia de ponerse al menos ropa interior, pero el aire aún olía a sexo y su cuerpo dolía un poco.

Toji le daba la espalda. Sus costados subían y bajaban con lentitud. Satoru se arrastró por el colchón y, sin hacer un solo ruido, se pegó a él. Lo rodeó con los brazos, su pecho se encontró con su espalda. Estaba agradablemente caliente, como un radiador, podría quedarse ahí todo el día.

El cabello negro le rozó la nariz, haciéndole cosquillas. Sonrió perezosamente, con el sueño pesando sobre sus pestañas. Besó la nuca de Toji una, dos, tres veces, más, en pequeños e inaudibles besos; posando sus labios en su piel, sus hombros, bajando a su espalda.

Joder, lo quería tanto.

Su estúpido cerebro estaba funcionando demasiado bien. Estaba lleno de químicos felices que le alteraban el corazón con latidos emocionados. Satoru creía que podía apretarlo más y fundirse en su cuerpo, acoplarse a sus huesos.

Toji despertó y se giró lentamente mientras bostezaba. Sus miradas se encontraron. Entonces, el tiempo se detenía y sólo eran ellos dos.

—¿Qué te apetece hacer hoy? —la voz de Toji estaba ronca. Abrazó a su chico después de darle un beso de buenos días.

Satoru ocultó el rostro en el hueco de su cuello.

—No sé —murmuró.

Ojalá todos los días fueran así. Ojalá dejar su casa, su barrio, Tokio, el instituto. Satoru deseó quedarse allí para siempre, en unas vacaciones perpetuas donde cada día pudieran hacer lo que quisieran, libres, sin restricciones.

No estaba hecho para ese mundo horrible donde tendría que tener estudios, trabajar para poder comer y vivir, y pagar un apartamento, y soportar la inflación, y pagar impuestos. Ese sistema le provocaba ansiedad. No encajaba. Sólo quería ser feliz, ¿era mucho pedir?

Deseaba poder tener redes sociales, como todo el mundo, y poder sacar muchas fotografías; caminar por la calle de un lugar donde nadie le conociera, ser capaz de pedir pizza por teléfono, leer muchos libros.

Movió las piernas bajo las sábanas inquieto.

—¿Qué quieres ser de mayor? —preguntó, con voz queda.

Hmm —Toji meditó unos segundos, apoyando el mentón sobre la cabeza del albino —. No lo sé... ¿A qué viene esa pregunta?

Toji sabía que no podría pagarse una universidad. Tendría una vida mediocre, con un sueldo mediocre. No le gustaba pensar en el futuro. Prefería vivir el presente.

—Sólo estaba pensando en el futuro —Satoru se encogió de hombros —. Estoy muy feliz.

Toji le acariciaba la cabeza, masajeando su cuero cabelludo con las yemas de los dedos. El cabello que caía por su frente fue apartado con gentileza.

—Ah, ¿si? Me alegra mucho —Toji peinó los mechones blanquecinos hacia atrás —. ¿Y has pensado en algo para ti?

Satoru se sintió protegido y especial al recibir un beso en la frente. Se mordió el interior de la mejilla, nervioso.

Cold, cold, cold || TojiSatoWhere stories live. Discover now