16

572 94 139
                                    

Dos años y medio antes

—No diré que me alegro de volver a verte, Toji. Hiciste muchos planes cuando saliste de aquí, años atrás, pero veo que has vuelto. Ahora tienes veinticuatro, ¿cierto?

La terapeuta miró al hombre ahí sentado. Toji Fushiguro era una bola de nervios y ansiedad que no dejaba de tener tics nerviosos. Tenía un hematoma en la mejilla que abarcaba gran parte de su pómulo, violáceo, y una mirada exhausta. Grandes ojeras se extendían bajo sus ojos de verde apagado.

Era su segunda vez en prisión. La primera vez que se conocieron tenía dieciocho. Había crecido.

—Sí —musitó él, quedándose quieto al oír un aviso que retransmitían por megafonía. Era un acto reflejo que quedaba impreso en todos los que estaban allí.

Se veía fatal. Estaba levemente reclinado en la silla de plástico, mirando obsesivamente a todos lados. Parecía tan nervioso y, al mismo tiempo, ausente.

A Utahime Iori no le pagaban lo suficiente por lidiar con tipos así. No en un mal sentido, no odiaba su trabajo. Era sólo que era un trabajo duro que la drenaba emocionalmente, por no mencionar a los hombres que la miraban de formas poco apropiadas.

Al menos ya se conocían. Ahí tenía su historial. Toji Zen'in. Había pasado por un centro de delincuentes juveniles por asesinato, había estado preso una vez por delito de lesiones; ahora por ser cómplice de robo a mano armada. Ya le habían informado de eso último.

A pesar de que todo el mundo guardaba un incómodo silencio en los pasillos del centro penitenciario, los chismes volaban como la pólvora entre los profesionales.

No es un mal chico. Esa había sido su impresión, años atrás. Ahora...

—Veo que te has apuntado a un programa de desintoxicación —comentó ella, pasando una hoja en la carpeta abierta. Hacía una semana que Toji estaba allí —. ¿Has tenido problemas con el consumo de sustancias?

Siempre evitaba decir palabras con lo que ella llamaba una fuerte carga léxica. Sustituía prisión o cárcel por centro penitenciario, o centro a secas; drogas por sustancias, a no ser que hablaran de alguna específica. Esa clase de cosas. Para ella y todos los que trabajaban ahí tenía sentido hacer aquello.

—Sí —el hombre apretó los labios en una fina línea. El megáfono de fuera se silenció.

—¿Te apetece contarme por qué decidiste apuntarte?

Si estaba en desintoxicación, entonces esos gestos ya tenían una explicación. La medicación era fuerte y dejar atrás el consumo era un proceso horroroso.

—Tenía problemas como, hmm... —Toji se mordió el labio —... esos que dijiste tú.

—¿Problemas de ira? Me alegra que recuerdes lo que te decía. ¿Consumir te provocaba eso?

—Sí, la verdad... pero sólo lo hacía los fines de semana, la verdad...

Toji se calló un instante, procesando que acababa de repetir algo en su frase. Utahime sonrió con amabilidad.

—En el consumo ocasional también subyace un cierto nivel de dependencia, aunque no te avisen de ello —contó —. ¿Quieres hablarme del programa?

Sabía a la perfección cómo era, pero ese era un ambiente en el que expresarse libremente. Quizá a Toji no le gustara tal o cual cosa y quisiera comentarla.

El hombre miraba por la ventana. Tenía un mecanismo viejo que hacía casi imposible abrirla, y daba a un pequeño patio donde había dos contenedores y un gran muro pintado de amarillo que subía al cielo. Sobre el muro, había un enorme rollo de concertina, cuchillas de doble filo sobre las que ni siquiera los pájaros se atrevían a posarse.

Cold, cold, cold || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora