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Megumi tenía que levantarse a las siete de la mañana para ir a clase. Supuestamente, era Toji quien debería despertarlo y llevarlo en coche, o algo así, pero eso nunca pasaba.

Se había despertado una hora antes y no había podido volver a conciliar el sueño, por lo que se había quedado dando vueltas, en la cama, todo el rato. Envuelto en la calidez de las sábanas que pesaban sobre su cuerpo, encogido hasta que las rodillas le rozaban la frente.

Cuando llegó la hora, no tuvo más remedio que levantarse y desayunar. No quedaban más de dos botellas de leche en la nevera y había que comprar. Los cereales supieron amargos a su boca, y se quedó leyendo la parte trasera de la caja de cartón hasta que terminó.

Se cambió las tiritas de animales que Satoru le había puesto por otras de la misma caja. Sentado sobre la tapa del váter, las quitó cuidadosamente y puso las otras, recordando el ridículo atuendo de ese tipo que había aparecido como caído del cielo.

Un rato después, se asomó a la habitación de su padre. Toji roncaba bajo las mantas, tumbado boca abajo sin camiseta. Megumi lo miró en silencio, esperando a que se incorporara y dijera algo. Algo como:

—¿Quieres te que acompañe a la escuela?

Pero, nada de eso sucedió. Megumi simplemente salió de la habitación y se calzó unas botas de agua amarillas para resistir al temporal que estaba cayendo ahí fuera. Cogió un paraguas y cerró la puerta.

El viento estuvo a punto de arrastrarlo calle abajo varias veces y rompió su paraguas transparente. Tuvo que tirarlo a la basura. Podía ver a otros niños que iban acompañados de sus padres o madres, tomados de la mano, o bajándose de los coches en la acera de la escuela.

Encontró a Itadori y Sukuna ya en clase, junto a otros compañeros. Era pronto, así que no había demasiado alboroto en los pasillos. Se sentó en el pupitre entre ambos y sacó sus cosas, ahogando un gran bostezo.

—¿Me dejas copiarte los deberes de matemáticas? —preguntó Sukuna, inclinándose hacia él. Llevaba el pelo peinado hacia atrás con gomina.

Megumi le dio su libreta y se recostó sobre la mesa, apoyando la cabeza entre los brazos hasta que entró el profesor de la primera hora.

La mayor parte de veces la escuela era tediosa y aburrida. Lo único que lo hacía divertido eran sus amigos tirándose papeles, haciendo gestos y hablando por lo bajo; la hora del patio sería buena si no fuera por los matones, lo mismo con los minutos entre clase y clase.

Los profesores no ayudaban.

—Itadori, te toca leer el siguiente párrafo.

Odiaba cuando, en lengua y literatura, les mandaban leer en voz alta. No servía para nada y el profesor no dejaba de mirar por la ventana, escuchando sin hacer absolutamente nada. Megumi lo detestaba.

Pero, había algo más que resultaba insoportable, y eso era cuando hacían eso.

Itadori leía con dificultad. A veces confundía las palabras y las pronunciaba mal, cambiaba las sílabas, se equivocaba sin querer, pero ese profesor se estresaba tanto que no quería escucharlo.

—Suficiente —el mayor cortó al niño, alzando una mano —. Fushiguro, mejor hazlo tú.

Ni siquiera se molestaban en decirle que podía mejorar, o en explicar qué había hecho mal. Sólo decían suficiente y pasaban a la siguiente persona.

Entonces, su amigo bajaba la mirada, sintiéndose como un completo inútil, y Megumi deseaba poder levantarse, tomarle de la mano e irse, porque todos lo trataban igual.

Cold, cold, cold || TojiSatoWhere stories live. Discover now