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Su casa se sentía muy fría. Todo lo contrario al abrigo de Satoru.

Megumi balanceó las piernas, sentado en el sofá. A su lado, su padre se había quedado dormido viendo una película, y hacía un par de horas que no se movía.

Apretó los labios, viendo toda la sangre en la pantalla. Decapitaron a un tipo allí mismo, y su padre ni siquiera se despertó con la risa maníaca del villano. Era tan desagradable. Megumi no podía apartar la mirada.

Finalmente, se cansó. Eran las diez de la noche y tenía hambre.

Se acercó a su padre y le tocó el brazo. Lo movió un poco, aún a sabiendas de que no le gustaba que lo despertaran.

—Papá —llamó —. Papá, tengo hambre y ya son las diez de la noche...

Pasaron unos segundos hasta que Toji despertó perezosamente, estirándose como una gran pantera. Un par de ojos verdes lo enfocaron en la penumbra, mientras que en la televisión seguían asesinando a personas aleatorias.

—¿Qué hora dices que es? —preguntó Toji, chasqueando la lengua. Se echaba el pelo hacia atrás, exhausto, y se sentaba sobre el sofá hecho polvo.

No llevaba camiseta, su pecho estaba sorprendentemente definido por músculos y cicatrices que Megumi a veces miraba, sin saber muy bien qué pensar. Tenía unos hombros anchos, en los que las mujeres les gustaba apoyarse. 

—Las diez.

—Bueno —bostezó —. ¿Y qué quieres?

—Cenar. Tengo hambre.

Desde que había vuelto de estar con Satoru se había pasado el rato haciendo deberes y mirando al techo de su habitación, perdido en ensoñaciones. A veces le gustaba imaginar que se tiraba de un vehículo en marcha y que se hacía daño, mucho daño.

Su cuerpo rodaba por el asfalto, pero de algún modo estaba seguro de que la caída sería placentera. Al mismo tiempo, tendría rozaduras y raspones en los brazos, y se quedaría tirado en la carretera, encogido como un animal ensangrentado. 

Megumi no tenía muchos pasatiempos. 

—Tráeme la cartera —cuando Toji la tuvo en las manos, sacó un billete y se lo dio a su hijo —. Ve al McDonald's de la esquina, o a donde te dé la gana, y escoge lo que quieras. Compra algo para mí también, ¿eh?

El billete era ligero y fino. Podría arrugarlo y tirarlo al suelo, pero asintió y fue a cambiarse de ropa a su habitación. Se quitó el pijama y se puso el uniforme de deporte de la escuela, resignado.

Toji ni siquiera lo miró de reojo cuando le dijo adiós y salió a buscar la cena.

Para cuando Satoru terminó de corregir, ya eran las doce de la noche

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Para cuando Satoru terminó de corregir, ya eran las doce de la noche.

Se quedó recostado sobre la mesa, entre los papeles, suspirando con fuerza y pensando lo mucho que le gustaría estar en su cama. A un lado, su ordenador portátil reproducía algo de música. La lámpara teñía de luz cálida su despacho.

Cold, cold, cold || TojiSatoWhere stories live. Discover now