31: Dama de cristal

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Poison

Azrel no sirve. Él cree servir, está absolutamente convencido de ello, pero la realidad es que solo es un iluso fanfarrón más de los que abunda el mundo.

Solo hay que verlo, tirado en el piso con un mapa al frente, estudiándolo con su entrecejo fruncido y ojos grises entornados que delatan una concentración impenetrable. Todo mientras hace flexiones sin camisa con la única finalidad de modelarme el omnipresente tatuaje de su espalda y el mecanismo de sus músculos intimidantes.

Es patético.

Lo que no me hace a mí una ilusa con complejo de “no ser como las otras”, por supuesto. No. Yo soy como ellas. Desde luego que me atraen los tipos que saben que están buenísimos, en especial si se ven como ese. Como buena Cristiana, entiendo la importancia de un hombre que te dé un buen revolcón de orgasmos.
Ya que sirven para poco más que sexo, al menos que se destaquen en ello, ¿no?

Me acuesto con delicadeza sobre él, mis manos se deslizan por su torso, degustando su abdomen mientras lo abrazo. El tacto de su sudor me lleva de vuelta a mis entrenamientos en Dengus, pero con un olor mucho más agradable al de mis compañeros. Este al menos se acaba de bañar.

Desde aquí, puedo ver mi nombre en su nuca, y acerco mis labios para sentir el relieve por medio de un beso.

Poison.

Qué irracional, e irónicamente acertado, que dañara su piel para inyectar en ella el nombre de quien juró destruirlo.

—Estoy trabajando, pecadora —me indica él sin parar sus flexiones ni detenerse a mirarme.

—Yo igual.

—¿Cómo?

—Superviso lo que haces. Es el trabajo de quienes delegamos, cachorro.

—Estorbar y supervisar son términos distintos.

Ignoro la pulla de su comentario, yo empecé este intercambio. Me concentro en lo que tengo frente a mis ojos, el mapa con sus anotaciones, el mismo que usamos anoche para definir la siguiente fase del plan.

Mi sueño siempre es ligero, pocas veces ininterrumpido. Anoche en especial, con tanto en la cabeza, apenas logré mantener mis ojos cerrados ni un lapso de inconsciencia. Estaba saturada con los detalles del plan, las variables, los cabos sueltos. Tantas horas de insomnio donde lo único que obtuve fue los comentarios que me dispongo a discutir.

—El traslado será un problema. No podemos registrarnos en un vuelo y aterrizar el Jet de Aaron es registrable y llamará la atención.

—Por eso no aterrizaremos —dice Azrel.

Mis cejas reaccionan primero a su solución que mi mente.

—¿Qué sugieres? —indago.

—¿Cuándo fue tu última vez en paracaídas?

—Qué sexy sonó eso.

—Enfócate, Gabriela —regaña golpeando con sus dedos el mapa—. Haremos un salto en este lado de la isla. No es zona turística ni comercial. Debemos llevar mochilas impermeables porque nos tocará nadar algunos kilómetros, y no queremos que nada se estropee por algo de agua. ¿Se te da bien la natación?

—Todo se me da bien.

Azrel ladea su rostro hasta mirar el mío, sostiene esa posición un rato en el que parece estar inmerso en pensamientos obscenos, luego vuelve al mapa. Tan serio como antes.

—De ahí podemos tomar un taxi a unas calles del laboratorio y caminar hasta ahí sin llamar la atención.

Me bajo de su espalda para sentarme al otro lado del mapa con las piernas en posición de mariposa.

Nerd 3: rey del tablero [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora