36: Diáfano

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Sinaí

Nuevamente debo pasar una noche con Axer Frey.

Este es uno de esos momentos donde la pregunta «¿premio o castigo?» es realmente aplicable.

Está sentado junto a la ventana, donde un marco de noche estrellada recibe su vista, y las olas rompen contra los acantilados, tan cercanos a la piscina que tenemos por patio.

«Tenemos».

Ni me he casado, y ya estoy pensando como una Frey.

¿Esta realmente será mi vida? ¿Mi destino es compartir vivienda con los Frey?

Suena a sueño, y es por eso que estoy segura de que hay una pesadilla detrás de todo esto, un motivo por el que entiendo que Axer se vio obligado a dar este paso tan abrupto, desesperado y definitivo.

Voltea en mi dirección las esmeraldas de sus ojos, donde todavía parece poseer el brillo de las estrellas. Aunque no soy la persona adecuada para decidir sobre su lenguaje no verbal, creo que destila nostalgia, alimentada por este silencio y la frialdad de una noche más en la que debemos fingir que estamos fingiendo.

Se ha quitado gran parte de su atuendo de esta noche, apenas conservando la franela negra que deja visible el tatuaje de Schrödinger.

«¿No lo ves, Sinaí?», dice la parte de mí que es racional, confiada y no está tan molesta. «Ese hombre te ama. ¿Imaginaste alguna vez a tan meticulosa persona, aceptando que un tercero desconocido inyecte tinta en su piel? Pues lo ha hecho por ti, imbécil».

Lo sé. Lo sé. Por eso necesito explicarle mis acciones hasta ahora, pero no sin que antes él me explique por qué está haciendo todo esto.

—Entonces... vamos a casarnos —subrayo lo obvio.

Él no es gentil con mi comentario nervioso, lo desprecia y antepone lo que pretendía decir.

—¿Me permites? —Sus manos se extienden hacia mí, sus ojos miran las mías y en su ceja se forma un arco.

Le entrego mi mano, intrigada por el motivo que lo lleva a pedírmela. Sus guantes están fríos por el aire acondicionado, y lamento en mi interior que los conserve, pues añoro su tacto desnudo en más de una forma.

Pasa tan rápido, que no soy consciente de que me está quitando su anillo hasta que lo ha recuperado por completo.

Entonces me suelta, y vuelve a la ventana.

Estoy a punto de llorar, porque su juego duele, y he tenido demasiadas emociones hoy como para que no me afecte.

¿Es esto lo que quiere demostrar? ¿Lo que me dijo en nuestra ruptura en Venezuela? Cuando, habiendo descubierto mi engaño, me despojó de su obsequio y señaló que todo aquello que me había regalado diciendo que era irrevocable, lo había perdido.

Ahora me quita nuevamente su anillo, después de entregármelo en público. ¿Cuál es el mensaje esta vez? ¿Que no lo merezco aunque el mundo crea que es mío? ¿Que debo ganármelo?

—Creo que tenemos que hablar.

—No me place hacerlo —corta simplemente, y estoy a punto de empezar a gritarle todo lo que quiero decir, solo por demostrar que las cosas no son cuando a él «le plazca».

Pero me calmo, yo lo herí, intenté alejarme por temor a lo que haría su padre sino, así que es mi turno de jugar a la defensa.

—Es inmaduro de tu parte pretender un compromiso conmigo cuando ni me explicas por qué me has forzado a este.

Nerd 3: rey del tablero [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora