38: La persona en la vida del otro

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De nuevo optamos por el Corvette. Y no digo «optamos» a la ligera. Esta vez, Axer me dio una vuelta por el concesionario y me permitió escoger el auto de mi preferencia para esta travesía desconocida.

Obviamente no me iba a poner exquisita a escoger el carro que me diera la gana, escogí el mismo de la última salida por modestia, y por no joder.

Una vez estamos en el auto, hago la pregunta del millón:

—¿A dónde vamos?

—Vamos a escoger un lugar para que trabajes con respecto a la editorial.

—¿Qué? ¿Hoy?

—En este instante, Nazareth. Si te gusta, claro está. Tengo uno en mente.

—Y... ¿está muy lejos?

¿Qué más podría haber preguntado? Axer se está comportando extraño. Creí que esta salida imprevista era una obligación para hablarle a la prensa, o tal vez un segundo intento para conseguir el anillo. No me pasó por la mente esta extraña posibilidad.

¿Por qué Axer quiere que me busque un lugar de trabajo? En todo caso, ya lo haría yo sola luego, no en medio de esta caótica adversidad.

—Ya lo verás —responde.

Estacionamos frente a un edificio de dos plantas. Un agente inmobiliario nos recibe, nos da un rápido paseo por los cubículos de la planta baja y de inmediato nos conduce al piso de arriba para mostrarnos el lugar.

Es como una oficina gigante, el piso como tablero de ajedrez y todo el resto del decorado en blanco. Solo hay una subdivisión aquí, separada por puertas de vidrio, que dan a una especie de sala de descanso para acceder a la oficina que abarca todo este piso. Y, por último...

Axer señala las puertas, que a la vez son ventanales, que dan hacia el balcón.

—No sabía si preferías jardín o balcón, así que pedí ver uno cuyo balcón sirva a la vez de jardín, tal vez con todo el marco tapizado de enredaderas de campánulas...

—¿Por qué campánulas? ¿Por qué no rosas?

—Son moradas. —Se encoge de hombros—. No tengo más explicación, el color me hace pensar en ti. En tu cabello.

¿Por qué una estupidez como esta me sonroja?

Dios, parece que llevo tres días de enamorada. Me falta práctica.

—Me parece que tendrías que considerarlo —dice al verme pasar los dedos por lo que sería mi escritorio. Tal vez me veo más ilusionada de lo que pretendía—. No tiene que ser de un día para el otro, pero es mejor que vayas trayendo a tu personal para acá, donde puedan tener reuniones presenciales al menos una vez al mes.

—Me está funcionando todo bien como lo he llevado hasta ahora.

—Sí, pero es mejor mandar en persona, ¿no? Además, necesitas un lugar que te sepa a casa, un espacio para exponer tus libros, acuerdos cerrados y otros logros importantes.

Se acerca hasta donde yo estoy, sus dedos acercándose a los míos como si quisiera dibujar alguna imagen sobre el escritorio.

—Nazareth.

Cuando pronuncia mi segundo nombre, es como si fuera el único. He tenido varios, he adoptado otros, pero ese siempre será mi favorito, porque es solo para él.

Lo miro, y él está tan serio, tan apasionado en esta sugerencia.

—No puedes negar el poderío de avanzar con sus tacones por este lugar, que a los editores les congelen el miedo al ver llegar su jefa; imagina poner las manos en un escritorio físico con imponencia, cerrar tus puertas con autoridad, tener una asistente corriendo detrás dándote resúmenes, una oficina propia como un imperio con trono, teléfonos sonando, maquetas físicas que puedas supervisar sin esperar envíos...

Nerd 3: rey del tablero [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora