17. Jack el Descolorido.

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La columna de luz azul alzada por la hija mayor del león, segunda al mando en su ejército, ordenaba la ejecución del tercer paso en el plan establecido, pasando por alto el segundo.

Las hechiceras titubearon ¿Qué había pasado? ¿Dónde estaba su padre? ¿No debía salir del cementerio con el cachorro del dragón primero? Discutieron por radio; nadie lo había visto.

Fue cuando la orden de Loretta les cayó encima.

—¡TERCERA HE DICHO, TARADAS! —la jefa se exaltó aturdiendo los oídos de sus hermanas— ¡EL DRAGÓN ENLOQUECIÓ!

Con ello era suficiente para actuar.

Superado por la oscuridad de su alma Índigo perdió su consciencia humana, convirtiéndose en una verdadera bestia incapaz de razonar sus acciones; a quienes atacaba y el desastre que causaba a su paso.

—Ya oyeron ¡Tercera! —copió Solar, segunda hija de Agustino, por radio.

Iniciada la tercera fase, las cadenas mágicas con las que antes cerraron el perímetro cambiaron a color dorado. Atravesando todo obstáculo comenzaron a desplazarse hacia el interior del cementerio, reduciendo el espacio lentamente.

Su objetivo era reducir, acorralar y encadenar al Rey dragón, no obstante, para lograrlo necesitaban mantenerlo en el centro del cementerio, donde los sellos "batería" para completar la captura estaban previamente establecidos, y sobre todo; impedir que alzara el vuelo.

—¿Perdiste cincuenta toneladas? —rió Loretta, la escolta del Rey Luna, mientras este gritaba y corría despavorido lejos del dragón enloquecido— ¡Oye tú, lagartija! ¡Comparte la dieta!

Las escamas del Rey dragón se habían vuelto negras como sus ojos, confundiendo su silueta en la oscuridad de la noche. Con sólo treinta toneladas parecía ser la sombra del gran Índigo, pero era él y... enfurecido como estaba, esas "escuálidas treinta toneladas" eran un peligro público. Se alzó en dos patas extendiendo sus alas, rugiendo tan fuerte que por poco reventó los tímpanos a los presentes, ni hablar de las criptas y tumbas destrozadas por sus patas y cola al agitarse.

Gin Ga se convirtió en polilla para escapar, un insecto de dos metros de largo que, por sus cualidades mágicas, podía cuidarse solo y llevó al viejo sepulturero entre sus suaves patas lanudas para ponerlo a salvo. Lástima que no pudiese hacer nada por el cementerio; el cuerpo del dragón no estaba en condición de mostrar respeto por los muertos, yendo tras el vampiro cuyo aroma seguía picando en su nariz y ardiendo en sus ojos.

La perpetua oscuridad fue cubierta de luz azul a la espalda de Louis y Vante, quienes corrían por su vida. La liebre dejó de oír los pesados pasos de la bestia que los perseguía, tampoco percibía su aleteo ¿Ya no los seguía?

—¡Sólo corre, Lupi~! —Vante tiró fuerte su mano al sentirlo ralentizar el paso, por poco arrastrándolo consigo... Llamar al vampiro "Lupi" era acertado, un segundo antes de oírlo gritar despavorido por lo que acababa de ver.

—¡Aah! ¡Escóndete~! ¡Tras la cripta, rápido!

El dragón podía ser negro, pero su interior ebullía en azul; la luz provenía de su hocico. Parado en dos patas inhalaba formando una oscilante bola con la energía de su aura que, a pesar de no quemar ni expandirse como las llamas normales, estallaría lo que tocara al ser lanzada.

¿Estarían a salvo detrás de una cripta entonces? No, no tendría caso bloquear eso. Tenían suerte de contar con la hechicera, a quien no le importaba quiénes fueran ellos ni a dónde iban; sus pies, ojos, y el sello mágico listo en sus manos, iban tras el dragón. Corriendo tras Índigo, ya cerca de su cola, Loretta lanzó el sello como un disco, este golpeó el cuello de la bestia justo cuando exhalaba, desviando la gran bola de energía azul que lanzó.

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