46. Azul Rey (Penúltimo Capítulo)

57 19 26
                                    


8:00 AM

Las praderas del norte, su extensión de hierbas altas cubiertas de rocío, ondeantes por la brisa y fragmentadas por retazos de bosque... escucharon el aullido del Garm. El lobo causó ventiscas furiosas en las montañas, cubriéndose con metros de nieve en minutos. Las criaturas salvajes en su apacible hábitat no vieron venir al monstruo que huyó de la tormenta.

El muro montañoso al pie de Niflheim era tocado por el sol matutino cuando un ruido ensordecedor hizo huir a las aves. Los seres más pequeños se ocultaron en sus madrigueras. ¿Truenos, un terremoto? Los rugidos del dragón bermellón, rabioso tras su fracasado encuentro con el Garm, anunciaban su cercanía.

Una avalancha de fuego descendió por las laderas, era el monstruo volando bajo, quemando los pastizales con sus alas. Se irguió sobre el bosque, escupió lava y barrió los pinos más altos con su cola como si fueran astillas, reuniéndolos en una abominable fogata. Hectáreas de bosque hechos carbón; eran un primer nido para tomar la siesta.

No cualquier espíritu salvaje tenía posibilidad de enfrentarse al bermellón como el Garm lo hizo. La mayoría sólo podía huir viendo su hogar, la fuente de energía de su alma ser carbonizada de extremo a extremo. Aquel fue el caso del león de pradera, un espíritu menor. El hermoso felino dorado y translúcido, cuya melena cubierta de florecillas imitaba el oscilar de la hierba, caminaba de un lado a otro, indeciso, aterrado...

Fue cuando divisó su salvación; una columna de luz al pie de la montaña, tan fina y efímera que sólo los seres de corazón calmo como él podían verla. Corrió en su dirección convertido en brisa, en busca del consuelo de un viejo amigo.

Agust y Jack estaban ahí, a kilómetros de la chimenea en la que se convertía el bosque. Esperaban al pie de las montañas del noroeste, en el camino de acceso al Reino Invierno. El dragón blanco había regresado a Niflheim para esconderse a salvo, pero ellos estaban ahí, quizá un poco expuestos, en espera del león a quien no quisieron dejar desprotegido.

Podía parecer favoritismo, y lo era, pero no podían hacer mucho más. Agust lloró de alivio al ver al felino alcanzarlos, abrazó su melena y lo consoló; los tres se dirigieron a Invierno tratando de no mirar atrás. El Rey Klaus protegería sus dominios de la bestia y, por el momento, a pesar de estar cubriéndose de humo y nieve, la ciudad de Crystal Snow era segura.

Caminaron a prisa por la ladera de la montaña, ascendieron bajo la luz del sol de la mañana que, a causa del humo y la presencia del dragón visible en el horizonte, se veía rojo e iluminaba anaranjado como el atardecer... Guardaron su tristeza en lo más alto, en la entrada a la gruta y de cara al reino helado, sus bosques intactos y suave nieve cayendo.

Un último vistazo al desastre en el sur que, esperaban, terminara pronto para poder comenzar a reparar el daño.

Vistazo que Agust se negaba a dar, dándole la espalda. Hope en tanto no conseguía avanzar. Dolido. Culpable. Las lágrimas se congelaban en sus mejillas.

Había recuperado su sana esperanza, los colores de su alma tras limpiarlos de las alas de la mariposa que, finalmente, volvió a ser una polilla y fue liberada a su suerte.

Aún así, Hope no podía dejar de mirar atrás.

El león gruñó pidiendo su atención, justo antes de que una luz azul se hiciera visible en la línea del horizonte, al sur. Hope lo reconoció de inmediato, abriendo sus ojos enormes y encendiendo la cálida "vela de esperanza" en su corazón.

—¡Ya vamos! —alegó Agust, forzado a voltear por su demora.

—¡Es Índigo! ¡Llegó! —y él quería llorar.

New WonderlandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora