47. Bermellón Esperanza. (Final)

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El tiempo escaseaba, empujando a Vante hacia una rápida decisión. Aquella mañana no tuvo tiempo de hablar con su ancestro en el castillo; la partida de Índigo marcaba el inicio de un plan preestablecido por Bella Nocte, este dictaba que ambos dragones marinos debían dirigirse al muelle tras la isla de Cyaneus, de cara al océano.

«No hay tiempo; es hora; no puedo... No es momento de cambiar los planes», titubeó el menor, nervioso tras el acelerado y firme andar del legendario dragón.

Alcanzada su posición asignada, sólo les quedaba esperar. El mayor fue implacable, una estatua seria con sentidos atentos... A su lado estuvo Vante, con piernas de lana y expresión lamentable.

Pero, también estaba ahí un "no invitado", la liebre que se obstinó y no aceptó alejarse en busca de refugio. Era un Vampiro, inmortal en gran manera, al ser inmune al sol... Aunque, de ser destrozado como una pulga no quedaría mucho de él y recomponerse desde las astillas de sus huesos dolería infiernos.

Como de costumbre, Louis no estaba pensando en nada salvo en Vante. Permaneció a su lado e insistió; si el príncipe sentía poder aportar una buena idea a la causa, debía hacerlo, y él le dio el coraje de aprovechar los escasos minutos de los que disponían para plantear su duda ante su abuelo.

—La "bestia de mar profundo" es un abominable monstruo —fue la primera respuesta.

Lord Cyaneus heló la sangre del príncipe con sus palabras tajantes y expresión perturbada. El viejo dragón no reflejaba paranoia ni ignorancia alguna; era su fiel testimonio acerca de una bestia que conocía en persona.

—Yo pinté su iris en el dosel, si te lo preguntas —agregó—. Y el cielo de la que hoy es tu habitación, jovencito... He huido de aquel monstruo toda mi vida, pues aunque nuestras almas son del mismo color, y muy probablemente fue gracias a él que el fragmento del alma de Hope cobró vida propia, creándonos a nosotros; carece de consciencia. Es un espíritu mayor, salvaje, divino... del que no escaparías vivo.

—¡Pero yo lo vi, mi papá también! —Vante protestó cayendo tarde en su propia falta de respeto. Se cubrió la boca antes de obstinarse lleno de coraje y agregar—. No... No nos atacó. Quizá puede ayudarnos; Agust me enseñó que las bestias salvajes...

—Confías en una bestia —Cyaneus afirmó en voz alta—. Yo no puedo, por eso las enfrento. Lo he hecho toda mi vida, por milenios...

—¡Pero yo! —testarudo, el dragón joven expresó su enfado ante la legendaria necedad de su linaje.

—En lo único que confío es en mi propia sangre —aclaró el viejo con una sonrisa orgullosa—. No es momento para corazonadas ni cambios en los planes, Vante. Admito cuánto necesito aprender de ti y los humanos, pero justo ahora —recalcó inclinándose para verlo fijamente, intimidando sus pupilas—... Te pido que seas cauteloso. Eres libre, que quede claro; pero no olvides que todos dependen de nosotros en este instante, y que nuestras vidas están en peligro ¡Las almas puras podemos rompernos y morir al enfrentar nuestros colores opuestos! Y es justamente... Lo que estamos a punto de hacer.

—Sí, señor.

Un gruñido bajo escapó del dragón menor al acatar la orden, hizo vibrar las aguas bajo el muelle. Vante seguía siendo muy joven, y como todo dragón, a pesar de su buena instrucción, era naturalmente obstinado y orgulloso. Que Cyaneus volteara para seguir su ronda apaciblemente, con las manos en la espalda como si él no hubiera agregado absolutamente nada de valor, lo hizo apretar los dientes y guardar los resoplidos.

Lo vio alejarse; así era el plan, cada quien esperaría en un extremo del muelle. Cyaneus sólo lo guió hasta allá para darle apoyo moral; no esperaba oír semejante "estupidez" como la idea de pedir ayuda a un espíritu salvaje que, cabía recordar; fue justamente el mismo monstruo que asesinó a la familia de Hope milenios atrás, hundiéndolos en el mar.

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