38. Patitas Arcoíris.

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La liebre correteaba asustada. El hechicero cerraba los ojos y se transformaba «¿En una bestia? ¿Un gran felino?», el roedor temió.

—¡Faah~! —deteniendo su carrera y el pánico de golpe, se tiró las orejas ¿Agust había vuelto a tomarle el pelo?— ¿¡Ese estúpido gato!? ¿Vas a pintarle el cabello otra vez o qué? ¡El asunto es serio! Si no haces algo iré por mi dragón para que saque a Jack de aquí por la fuerza ¡Con todo y barranco!

Pelaje corto, blanco y salpicado de nubes grises. En definitiva, el gato en el que el hechicero se convirtió como "último recurso" era sumamente corriente, y para colmo estaba atorado, jadeando a punto de escupir una bola de pelos. Louis lo miró asqueado, con una oreja en alto y otra hacia atrás, comenzando a preocuparse.

—¿Estás bien, gato? ¿Tragaste un insecto o el gris te está afectando? Ay ¡Ay!

Se cubrió los ojos con las orejas al advertir al felino regurgitar, no quería ver una asquerosa mota de pelo, bichos ni césped masticado. ¿Qué tramaba Agust, para empezar? El muchacho estuvo a punto de volver a quejarse, mas volteó descubriendo que el gato aplastaba y amasaba minuciosamente contra el suelo lo que fuera que escupió.

«¡¿Pero qué?!», el pobre se quería arrancar las orejas.

Agustino finalmente lo logró, dejando boquiabierto al espectador; sus patas brillaron convirtiendo el polvo y cenizas del suelo en destellos de colores. Rojo, naranja, amarillo, verde, azul, violeta. Uno a uno, los colores se esparcieron tomando orden, dejando una estela arcoiris tras sus alegres saltitos y alrededor del elfo.

Patitas Arcoíris era el nombre del gato blanco y gris que por primera vez se atrevía a mostrar ante otros el truco que celosamente había guardado; los colores, todos los colores estaban en él, su pelaje simulaba el cielo soleado tras un par de nubes de lluvia y significaba mucho para él, pues representaba bellamente la mayor lección que la vida le había dado:

«Por mucho que brille el cielo, el arcoíris sólo se aprecia cuando las nubes, tristes y grises, sueltan su llanto... Porque nadie... nadie, ni siquiera el sol, ve sus propios colores sin admitir antes sus grises».

Pero ¿Funcionaba en aquel caso? ¿Podía recuperar el color de Jack con sólo rodearlo de arcoiris? El gris era especialmente necio en él, y sus ojos, aunque abiertos, parecían cegados por su propia oscuridad. Agust intentó pintarlo con su magia, subió a su espalda sin entender por qué los destellos se apagaban al tocarlo.

La liebre y el gato bajaron sus orejas entristecidos, sin entender que era justamente su amigo, el loco Descolorido, el origen de aquel silencioso y abominable gris. Que no tenía caso. La esperanza no tenía caso en aquel lugar.

—¡Basta! —el gato saltó crispado y arañó la nariz del conejo al ver el rojo de sus ojos opacarse. Louis chilló y saltó nervioso, mas pronto vio una burbujita de sangre formarse en la punta movediza de su nariz. Era carmesí, como su alma— ¡No nos vamos a rendir! ¿Entiendes? ¡Estoy harto! Los colores están aquí ¡Siempre están! ¡En todas partes! Es sólo que él no puede verlos.

—¿Y qué haremos? ¿Vamos por Vante?

—Vamos a destruir este horrible lugar, pero no así —aseguró sosteniendo el rostro de la libre con sus patas que volvían a pintarse de arcoíris— Y tú ¡Tú! Vas a ayudarme.

—¡Sí, señor! —armándose de determinación como nunca, Louis pisoteó y alzó las orejas, descubriendo que el gato lo estaba pintando, cubriéndolo de lunares arcoíris que soltaban destellos cual cascada. Sus ojos brillaron de emoción y su corazón aceleró— ¡Ooh~!

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