45. Dos Infiernos.

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2:00 AM.

Sobrevolando las praderas salvajes, rumbo al norte, el hechicero sintió su estómago estrujar. Afianzó el agarre alrededor del cuello del guiverno, su fiel montura, en busca del valor que toda su vida se prometió no perder.

El sol... El sol parecía querer salir por el norte. La cadena montañosa al este del Reino Invierno, su destino, se veía como una silueta negra bajo la casi imperceptible luz del cielo en esa zona. "Una madrugada cualquiera", pensarían los ignorantes; "Una aberración" a ojos de Dandelión.

Él conocía la eterna oscuridad de Niflheim, su destino. Que el sol osara siquiera asomar su luz entre las montañas era inaceptable, rompía el equilibrio; generaba caos y era cuestión de horas para que este se resumiera en muerte.

«La fase divina de la existencia carece de intención y consciencia, es caos puro; la fuerza modeladora de los cambios en el cosmos».

«Es la energía que permite la vida pero, descontrolada; sólo causa muerte».

Agust apretaba los dientes, entendiendo perfectamente que, por ser un elfo, Hope era un puente para la energía divina. Un puente que nunca aprendió a cerrar el paso, y estaba guiando al sol a donde jamás debió asomarse.

La silueta negra de las montañas se volvió cercana y amenazante. Guiado por su jinete, el guiverno abandonó su vuelo al norte, rodeando los acantilados por su base.

Cual muro divino, las montañas al noreste marcaban el acceso al "infierno frío y oscuro", las tierras salvajes de Niflheim. Agust sabía que su montura, aunque veloz, no era apta para ir más allá; el animal gimoteaba asustado y él no estaba dispuesto a exceder sus límites. Acarició su lomo y pidió descender en la ladera de una montaña, agradeciendo infinitamente a la bestia por su desinteresada ayuda, lo dejó regresar a casa, pues había cumplido su cometido.

El relevo de su transporte lo esperaba, se escondía en una cueva en la ladera, a pocos metros. Viendo al guiverno alejarse al sur e iluminando su camino con una esfera mágica en sus manos, el hechicero sorteó las rocas sueltas y saltó a la entrada de la caverna.

No esperaba oír el gimoteo nervioso del dragón a quien fue a buscar.

—¡Bebé! —llamó causando eco en la caverna, convirtiéndose en el gatito Blanco Nube.

Preocupado por su "hijo adoptivo", avanzó unos metros al interior de la caverna, mas al oír los pesados pasos del dragón acercarse aguardó en la entrada con su pomposa cola en alto. En segundos el dragón de invierno, a quien él había criado desde que era un huevo, estuvo ante él.

Blanco y lanudo como su padre adoptivo, el dragón de cien metros de largo estiró su cuello y cabeza en el suelo haciendo berrinche, pidiendo ayuda. Al igual que el guiverno, carecía de brazos pues estos eran sus alas cubiertas de escarcha.

—Tranquilo, bebé~ —pidió el gato ronroneando contra el hocico lanudo de la bestia. Los ojos del dragón eran orbes de color turquesa con destellos escarchados en su interior en lugar de pupilas; se veían tristes y asustados en su gimoteo— ¡Aquí está papá! —el gato se sobró de confianza con su pelaje erizado— ¡Voy a salvar tu hogar! ¡Haré que el sol se vaya de Niflheim! Pero necesito que me lleves hasta allá.

El dragón no entendía sus palabras, pero confiaba en él y conocía el gesto; el gato pedía ser llevado.

Hundido en el pelaje entre los cuernos de la bestia, el gatito Blanco Nube sólo asomaba sus ojos; tenía buena vista y un refugio contra el frío asesino de la zona. Sobrevolaron el alto muro montañoso, abriéndose paso a la oscuridad de Niflheim... Negros, pinos sombríos se alzaban como agujas, cubrían las montañas nevadas hasta el horizonte. Agust podía verlos a simple vista, «y está mal, muy mal que los vea», sacudía la cabeza preocupado. No debía existir luz en Niflheim, en aquel infierno oscuro incluso la luz de las antorchas solía ser devorada por el aura divina de su núcleo azabache.

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