42. Repartiendo Culpas.

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31 de Diciembre de 1985.

11:50 PM.

—No lo cargué hasta aquí para que duerma la siesta —soltó el Rey Dragón entre los dientes.

Rondaba como león enjaulado por la sala del hotel donde él, Gin, Moshie y Loretta se hospedaban, todos presentes y expectantes en aquel importante momento, cuando al fin hallaron a los fugitivos y Agustino despertaba débilmente en el sofá.

Loretta no permitía a nadie fastidiar a su padre, mucho menos a un dragón impaciente y sus gruñidos. Índigo la respetaba lo suficiente como para no insistir; no tras la mirada asesina que la agente le dedicó. El Rey terminó por sentarse en una silla que tomó del comedor, de brazos cruzados fue salpicado por el polvillo de la polilla que se posó en su hombro; Gin se había convertido en su amigo y solía calmarlo. Lo necesitaba, porque alzar la mirada una y otra vez hacia el "desconocido" que aseguraba ser su hijo iba a desquiciarlo, y conocer la cura para el maldito hechizo no lo reconfortaba. No mientras no se ejecutara.

A Vante se le ordenó permanecer sentado en el sofá con la liebre negra en su regazo, era la única forma que tenían para identificarlo por el momento. Él y Louis estaban tan nerviosos que no dijeron una palabra, Moshie en tanto los observaba divertido.

De alguna extraña manera, el fénix agradecía que Vante hubiera enamorado y secuestrado al amor platónico por el que él tanto esperó. La determinación con la que, hacía tres meses, Louis aseguró estar enamorado del príncipe dragón fue una fría puñalada en el corazón de fuego, una sin la que no se hubiera dignado a abrir los ojos para soltar una absurda esperanza.

Obstinado se negó a creerlo. Resentido, se cargó de odio y la venganza buscó espacio en su alma. No obstante, en cuestión de un mes fueron extintas las llamas fervientes del que, debía reconocer, fue un amor unilateral y moribundo. Se hubiera ahogado en desilusión de no ser la suya un alma caracterizada por la resiliencia; tras volverse frías cenizas, su corazón cobijó una nueva chispa que poco a poco le estaba regresando el buen humor, todo por una gata rabiosa y osada que, sin importar sus cuestionables métodos, siempre obtenía lo que quería.

Louis, como de costumbre, no se estaba enterando de nada.

La expectación creció cuando Agust consiguió sentarse con la cabeza entre las manos, y Loretta se dirigió al baño para tirar "el arcoíris" que su papá soltó en el cuenco. Ella les advirtió de antemano que la mariposa no podía salir del estómago de su padre ni aunque lo partieran a la mitad, pues estaba sellada bajo un pacto del que sólo Dandelión conocía los términos.

La agente regresó tras lavarse las manos, se sentó junto a su padre y estrechó su hombro. Ofreció una toalla limpia y un vaso de agua que Agust apartó con su mano, sacudiendo la cabeza. El hechicero alzó la vista con la respiración agitada.

—Falta Jack —resopló rabioso, mirando a Louis. La liebre se encogió entre los brazos del príncipe— Louis... ¿¡Dónde está Jack!?

—¡No lo sé! —lloriqueó el conejo— Nos estabas contando tu historia en el bar cuando se fue, hace un par de horas.

Joder... —con jaqueca y el estómago revuelto, Agust fue abrumado por la frustración golpeandose lo alto de la cabeza varias veces— ¡Joder! yo... ¡Yo! ¡GRANDÍSIMO TARADO, NO ME DI CUENTA EN TODO ESTE TIEMPO! ¡Aagh~!

—Tranquilo, papi —pidió Loretta apoyándose en su espalda al abrazarlo—. No ha sido tu culpa.

—¿Ah no? —resopló el dragón irónico.

—¡No! ¡No lo es! —la agente se irguió encrespada— Todo este embrollo es culpa de la maldita mezcla entre la arrogancia de los elfos antiguos —enumeró con los dedos—, la ignorancia generalizada en la población, y especialmente la falta de cerebro de Hope; la que heredaron los necios dragones azules que él mismo creó ¡Porque no estaríamos aquí si tú y tus ancestro supieran escuchar!

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