7 años

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Dos pequeños niños de 7 y 6 años respectivamente, jugaban en la plaza de su comunidad, recién se conocían, pero reían como si llevaran toda su corta vida juntos.
Esa tarde una amistad comenzó a forjarse, cada día se encontraban en la misma plaza, jugaban, reían, vivían aventuras imaginarias y crecían de a poco. Uno al lado del otro.

Los años pasaron, la amistad era cada día más fuerte, aunque Roier era el más pequeño en cuanto a edad, en estatura era más alto que spreen, tenían 11 y 12 años ya. Spreen era muy tímido y eso lo llevaba a nunca defenderse de las burlas de los demás niños. Para su suerte, tenía a un Roier dispuesto a defenderlo de todo y todos.

Sus familias eran amigas, igual que ellos. Eso les daba más espacios para compartir juntos, de hecho asistían a la misma escuela. Spreen iba un curso más arriba que Roier, pero en cada receso solo lo buscaba a él.

Todo iba excelente, eran amigos. Mejores amigos para ser exactos. Una amistad pura, sincera, real y única.

Hasta que llegó un día en donde todo se acabó, no porque ellos quisieron. No por su propia decisión, ni siquiera sé enteraron ese mismo dia de lo sucedido.

Roier lo esperó ese día lunes en el primer receso, en el segundo y al almuerzo. Lo esperó el martes, miércoles y jueves.

Spreen no se apareció.

El viernes llegó, y los padres de Roier no pudieron seguir viéndolo tan triste, su hijo tenía los ojos hinchados de tanto llorar, su cara solo demostraba tristeza y dolor. Al desayuno le dieron la noticia.

—Cariño, no debes seguir esperando a Spreen en los recesos. Él no volverá al colegio. Se fue a vivir a España con sus padres.

Esa mañana Roier sintió que la mitad de su corazón se había ido. Desde ese día siguió viviendo su vida normal, sintiendo un vacío por dentro.
Su mejor amigo se había ido, se quedó solo. Poco a poco comenzó a sanar, no del todo. Aún cuatro años después se veía esperando a ese chico pelinegro de ojos violetas, lo esperaba y lo seguiría esperando.
En su corazón seguía existiendo la esperanza de volver a tener a su persona especial de vuelta.

Los 18 años llegaron más rápido de lo que planeaba, se había graduado de la escuela y estaba pensando en que carrera estudiaría.
No sabía si seguir su sueño de ser chef, o decantarse por algo más seguro igual que sus amigos.

Le aterraba comenzar de nuevo, hacer amigos nuevos le había costado demasiados años de su vida, solo por miedo a perderlos igual que a "él". Y ahora debían separarse, aunque jugaban que seguirían en contacto, saben muy bien que cada uno hará su vida y dejaran de hablar en algún momento.

Volvía a casa después de un paseo por esa plaza que le traía tantos recuerdos, abrió la puerta y sin saber porqué su corazón se aceleró. Había algo diferente en el ambiente.

—Hola, mijo.—le saludó uno de sus padres—Tienes una sorpresa en tu habitación.

Sin preguntar nada, subió las escaleras muy rápido, las sorpresas y regalos siempre lo habían entusiasmado mucho.

Abrió la puerta de su habitación, prendió la luz y lo vio.
Supo que era él de inmediato, esos ojos violetas eran únicos, nunca los había vuelto a ver en otra persona, solo en él.

Sus ojos eran los mismos, pero todo en su pequeño mejor amigo había cambiado. Ahora era alto, llevaba su pelo más largo y sus rizos eran más notorios que antes.
Por otro lado, para Spreen, Roier seguía siendo el mismo que dejó hace unos años. Su brillo seguía intacto. Estaba guapo, igual como lo había sido siempre.

La sorpresa era demasiada, así que pasados unos dos minutos fue que ambos reaccionaron. Corrieron en la dirección del otro y se fundieron en un abrazo profundo.

Lloraron entre risas. Lágrimas y risas de emoción, de reencuentro.

En el abrazo sus corazones se completaron de nuevo. La pieza faltante en ambos, volvió a su lugar, ese lugar del que nunca debió irse.

Siete años después de perderse, volvían a tenerse otra vez.

Diez minutos después ambos se encontraban sentados en la cama del menor, poniéndose al día de todo lo vivido. Lloraban aún al saber que perdieron siete años de la vida de cada uno. Lloraron por esa despedida que nunca tuvieron.
Lloraron por esos recesos que no pasaron juntos.
Lloraron por reencontrarse.

Esa tarde el destino volvió a darles la oportunidad de tenerse. De recuperar el tiempo perdido.

A los pocos meses de volver a encontrarse se enamoraron. En el fondo siempre supieron que algo así pasaría, se completaban. Y su conexión era inexplicable.

Hoy con 24 y 25 años, vivían juntos disfrutando de su vida, sin olvidar que hubo una vez en donde no pudieron tenerse y eso los hacía disfrutarse aún más hoy en día.

Ellos estaban destinados, y ni siquiera siete años fueron suficientes para poder olvidarse.

Goma de mascar | spiderbear oneshotsحيث تعيش القصص. اكتشف الآن