Prohibido

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Roier vivía feliz, tenía a su esposo y una familia encantadora, muchos amigos e incluso un hijo. No había motivo para estar mal, o eso era lo que él pensaba.

Pero, en las noches de soledad cuando su chico trabajaba hasta tarde y él se dormía solo, soñaba y recordaba toda su vida antes de lo que tenía ahora. Esos amigos que ya no ve nunca, ese hijo que murió y... a él.

Aún no podía entender como después de tanto tiempo, ese pelinegro de ojos violetas seguía irrumpiendo en sus pensamientos y revolviendo todo en su interior. Poniendo en duda su felicidad y dañando aún su corazón.

Al día siguiente de tener esos recuerdos, la culpa lo comía por dentro. Le costaba mirar a su marido, sentía como si le hubiera sido infiel. Pero, al llegar la noche esos recuerdos y sueños volvían a él nuevamente, en un ciclo de nunca acabar.

Después de la traición conoció a tanta gente que lo apoyó, lo ayudó y lo cuidó. Pero, aunque suene masoquista ninguna de esas personas se parecía a él. Ese híbrido de oso, que le hacía sentir algo que nadie más pudo. Esa pasión, esa rabia, el deseo y el dolor, todo eso junto lo hacía experimentar algo peligroso, pero que le encantaba.

Spreen se había ido hace mucho, y aunque siempre estaba el temor de que volviera, Roier muy en el fondo de su subconsciente deseaba con todo su ser que sí lo hiciera. Quería volver a verlo para saber si aún seguía causando todas cosas inexplicables en él. Quería saber si de verdad había dejado de amarlo.

Y como si el universo lo escuchara, ese día llegó.

Roier se dirigia a su antigua casa para recoger algunas cosas que aún le quedaban ahí. Encontró un poco extraño que la luz dentro de esta estuviera encendida, pensó que seguro así se había quedado la última vez que vino. La puerta se abrió ante él, y pudo ver el desorden que había dentro, muebles corridos, platos, vasos y demás en la mesa; ropa tirada por doquier y pudo olfatear un olor que él reconocía muy bien.

La casa parecía habitada desde hace muchos días, y el único que tenía acceso aparte del mismo Roier era ese oso con el que había estado soñando las últimas cien noches.

Al prestar más atención pudo oír el sonido de la ducha en el segundo piso, debería estar indignado con la situación, su casa era un completo desastre, pero ni siquiera un atibo de enojo se había asomado por su cuerpo, la emoción de volver a verlo se había adueñado de todo su ser. La adrenalina lo tenía subiendo la escalera a pasos muy rápidos y fuertes.

Sabía que no debía entrar al cuarto de baño, menos si Spreen se encontraba dentro, pero en su cabeza ya no había sentido común, así que sin más abrió la puerta.

—Spreen...

El pelinegro se encontraba ya fuera de la ducha, con una toalla cubriendo la mitad de su cuerpo, el cabello aún mojado hacia que las gotas mojaron su espalda.

La respiración de Roier se vio completamente agitada con la imagen que tenía al frente. El cuarto de baño no era demasiado grande, así que la distancia era muy poca entre ambos, el vapor empañaba el pequeño espejo que se encontraba en la pared.

Spreen parecía sorprendido, llevaba más de una semana usando esa casa que creyó estaba abandonada. Aquella casa que guardaba miles de recuerdos de él junto a la persona que ahora estaba en la misma habitación.

—Ro...

Y como si el habla hubiera desaparecido de sus cuerpos, ninguno pudo decir más que eso.

La espalda de Roier estaba apoyada en la puerta, a los pocos segundos sus piernas perdieron fuerza y no pudo mantener su cuerpo en pie, así que arrastrandose hacia abajo quedó sentado en el suelo, flexionando sus rodillas y llorando entre ellas.

Todo se sentía tan mal, pero tan bien a la misma vez, que no sabía como calmarse, como controlar su corazón que latía tan fuerte que juraría era capaz de escuchar cada latido.

Spreen dudó por más de dos minutos si lo correcto era acercarse a él y consolarlo como tanto quería. Pero el saber que el estado del castaño era completamente su culpa lo hacía arrepentirse cada vez que daba un paso. Odiaba que a pesar del tiempo seguía haciéndole daño de una u otra forma.

Alejando la culpa por un tiempo, se agachó frente a Roier, acariciando con una mano de cabello y la otra dando pequeñas caricias en una de sus rodillas.

El menor lo miró directamente a los ojos, y Spreen supo que por más que se intentó convencer de lo contrario, seguía enamorado de esos ojos color miel tanto como antes.

Se levantó por un momento, no le parecía correcto estar solo envuelto en una toalla justo en esa situación. Agradecía el haber llevado su ropa limpia para el baño, ya que rápidamente pudo usarla.

Roier aún lloraba sin consuelo en el suelo frío del baño.

—Ven, Ro. Salgamos de aquí.

Con la fuerza que lo caracterizaba, levantó al chico tomando sus brazos, y haciendo que este envolviera sus piernas en él. Sus manos se mantuvieron en los muslos, respetando en todo momento al frágil castaño que cargaba. Lo llevó a la habitación que hace un año compartían, dejándolo en la cama.

Se disponía a irse, quería darle su espacio para que pudiera asimilar que estaba ahí de nuevo. Pero antes de poder caminar, una mano jaló la suya impidiéndole avanzar.

—N-no, quédate aquí. Porfavor—la última frase la susurró.

Sabía que lo mejor para los dos era decir que no y dejarlo solo. Pero nunca le negaría nada a ese chico, incluso si aquello volvía a romper sus corazones.

Se recostó a su lado, abrazándolo con fuerza. Se dieron la oportunidad de disfrutar el momento, de volver a sentir paz estando uno al lado del otro. Spreen tenía claro que Roier ya era de otra persona, y que aunque le doliera era lo mejor para ambos. Su amor había sido hermoso, pero también había dolido demasiado.

Se durmieron casi al mismo tiempo, sus respiraciones calmadas se complementaban a la perfección y algún que otro suspiro escapo de sus labios. Al despertar después de unas horas, ambos sabían lo que sucedería.

—No debiste volver—comenzó a hablar el castaño—Ambos sabemos lo que sucederá.

—Lo sé, pero extrañaba aquí. Necesitaba volver.

—No vamos a poder parar esto, ¿verdad?

—P-podriamos intentarlo. Si quieres puedo alejarme lo máximo posible, no ir a ningún sitio que frecuentes, ni siquiera nos topariamos por ahí—habló aún sabiendo que sería imposible.

—Spreen—insistió.

Suspiró fuerte, rendido—No, Ro. No podremos detener esto.

—Ya lo sé—susurró nuevamente, mientras una lágrima volvía a caer de sus ojos.

Se abrazaron otra vez, sabiendo que no seria el último. Que seguirían viéndose, queriéndose, amándose como siempre lo han hecho, aunque estuviera mal; aunque fuera indebido y prohibido.

Lo seguirían haciendo.

Aunque sabían muy bien que terminaría muy mal, igual como siempre que estaban juntos.

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⏰ Ultimo aggiornamento: Sep 18, 2023 ⏰

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