Lemberg

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DEDICATORIA

A Adriana, sin su impulso, sin su presencia, sin su sonrisa no hubiese podido escribir esta historia, ella es la figura principal, la Diosa de la Luna, Ixchel para algunos, Isthar para otros; es ella Katja, Leila, un poco de Jovanka, es la chica fuerte, la brillante fuente intelectual, es la danzante serpiente de luz, sangre fuego y dulzura. Mi luz, mi sangre, mi fuego, mi torpeza; dueña de mis letras y creadora de grandes sueños y una multiplicidad de detalles.



Ucrania, 26 de agosto de 1914, inicios de la Batalla de Gnipa Lipa.

En las vicisitudes del destino nada se encuentra tan mal escrito como el comienzo de una guerra. Ya sea esta moderna, antigua, entre gobiernos, entre religiones, creencias o razas. Y no sucedía que la conflagración hubiera empezado en aquella tarde calurosa de finales de agosto en Europa. Marko se hallaba por entrar en un conflicto, no en la guerra que acabaría con todas las guerras, sino en una lucha más arcaica, silenciosa; subrepticia y de bajo perfil. Una de la cual nadie llevaba registro y cuya beligerancia, entre la vida y la muerte, discurría por una línea tan torcida que no se podía dilucidar sus matices, sus vueltas de tuerca, sus puntos de inflexión.

Marko sudaba, la temperatura era alta y si alguna vez hubo brisa por aquellos parajes se había ido a otro lado; daba la impresión que había transcurrido milenios desde la última vez que había soplado el viento. El sol brillaba fuerte, pero, a pesar de ello, se cernían algunas nubes de tormenta en el horizonte. La batalla estaba por venir, el cielo juntaba sus propios batallones de vaporosas sombras, su estrepitosa artillería de truenos, rayos y centellas; toda esa metralla acuífera que era capaz de desatar si se le antojaba. Sin embargo, no era contra los elementos la disputa. Hombres contra hombres, seres humanos sacrificados en pos de intereses diversos que en nada los representaba. ¿Quién les había convencido que la guerra era divertida y justa? Carece de sentido para un observador agudo.

Caminando hacia el combate, orgullosos, con la frente en alto, sonriendo y lanzando improperios contra el Zar Nicolás se encontraban aquellos jóvenes. En sus mentes no había cabida para el horror, sangre, muerte, agonía; solo para la valentía y la justicia. La guerra significaba aún, la oportunidad para resarcir afrentas e invocar el fervor de las nacionalidades. Algo que se suponía irónico para los integrantes del 12avo batallón bosnio-herzegovino, luchando bajo las banderas y estandartes de Austria-Hungría. Marchaban ufanos, con órdenes de ocupar las estribaciones boscosas que se encontraban cruzando un riachuelo. Las colinas se veían a lo lejos con su cabellera de árboles y matorrales, despuntando los rayos solares que todavía luchaban, con algún éxito, contra las ennegrecidas nubes.

Marko Jarkovic, marchaba al lado de sus compañeros, tranquilo, no había de que preocuparse, la banda del batallón les acompañaba. Esta tocaba un ligero aquelarre en honor a la muerte; muerte que los esperaba frotando sus manos y contando cabezas y corazones, afilando la guadaña. Música marcial y acompasada marcaban el ritmo, era la disciplina impartida, un golpe de tambor y unas notas bien cuidadas eran sus pasos, un redoble de semicorcheas era euforia instantánea, una negra acentuada era el brazo levantado y un silencio de blanca, una pausa. Junto a él, su amigo Slatan Zvonimir, un chico de unos 20 años, fornido como un roble centenario, alto como él mismo, de hecho, eran los dos soldados más altos de la 36ava compañía, los demás componentes eran como peones y ellos las torres y alfiles. Era una persona afable y de buen carácter, algo extraño para un gigante. Un lobo dormido con los colmillos afilados que no convenía despertar. Fueron rivales en un principio, se hicieron amigos al ver que era mejor tener la fortaleza del otro cerca para apoyarse. Eran los más fuertes, unidos nada podría en contra de ellos.

Raza Oculta I El Secreto del AguaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora