Mahoma y La Montaña

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Marcos Julio, al fin había terminado con la traducción y lectura de los folios. El relato del abuelo. Mientras lo hacía pensaba "¿Cuándo terminaré esto?" "Se ha hecho muy largo". Ahora que había terminado se le hacía corto. Quedaron cabos abiertos, cosas sin explicar. El hecho, sobre el que más echaba de menos, una explicación, era del incidente de los años 60's como el abuelo lo llamaba. Ese incidente fue el que causó que su padre, Timoteo, se alejara del abuelo. Estaba plasmado en el relato, pero no había escrito nada importante sobre ello. El abuelo lo había eludido a propósito. Tomando en cuenta, si aceptaba como verdaderos tales folios, todas las crueldades y calamidades en las que había participado, no era descartable que éste hubiera hecho algo indebido, peligroso o de carácter malévolo. Y esto era una contrariedad pues ese incidente era el que más le concernía a nivel personal.
Pensó no obsesionarse con el tema de los vampiros, sin embargo, se halló a sí mismo buscando respuestas. En libros, artículos, películas. Era un tema que, antes de la lectura de aquel diario, no le llamaba la atención. Las películas de Drácula le parecían un poco tontas. Ahora las veía de manera asidua, siempre que entraba a un club de video buscaba de manera subrepticia en la sección de horror y alquilaba uno o dos títulos de vampiros por vez. Con respecto al grupo secreto nazi al que el abuelo, supuestamente, había pertenecido halló menos aún. Investigó los nombres: el coronel Rahl no apareció por ninguna parte, posiblemente usaba un nombre falso, Otmar Freiherr Von Verschuer había sido un médico, si había existido, pero su vida y sus acciones no eran compatibles con la del director, de hecho, este había muerto en 1965, en fechas muy posteriores a la guerra lo cual no concordaba con lo descrito por el abuelo, el director de "La Organización" había muerto tapiado en algún momento de 1944 y se llamaba Albert, no Otmar. Definitivamente no era el mismo personaje, otro alias, otro nombre falso, coincidencia de apellidos, quién sabe. Lo más interesante de ese doctor Otmar Von Verschuer era que uno de sus alumnos había sido el muy conocido Josef Menguele. Pero eso, por muy interesante que fuese, no lo conectaba con los objetivos y supuestos experimentos con vampiros realizados por aquel grupo secreto. Del capitán Fritz Ullman, se infería lo mismo, no halló nada sobre ese personaje. Y de la expedición al Tíbet, a pesar de ser cierta, no se hablaba nada acerca de vampiros, la misión fue expedita, su interés fue únicamente científico, antropológico y propagandístico. Era un callejón sin salida. El último nombre lo investigó por pura curiosidad, el lingüista, Vossler, como lo señalaba el abuelo, Augustus, el vampiro, había suplantado su nombre para infiltrarse en el edificio y rescatar a Katja y otros vampiros. No le sorprendió pues, que nada conectara a este personaje, un catedrático, intelectual, de ideales antinazis, con la susodicha organización. Y cómo entre la literatura, historia y la cultura popular no hallará nada relevante o que pudiera conectar con los vampiros del abuelo incluiría estas preguntas en todas las entrevistas que realizaba como parte de su trabajo. ¿Qué opina usted sobre los vampiros? ¿Son reales o solo una leyenda? No importaba la ocupación, profesión o intelectualidad del entrevistado. Luego que terminaba la conversación hacía esas preguntas, advirtiendo que la respuesta a esas preguntas no sería parte del artículo. Era sólo una curiosidad. Al principio no obtuvo mejores respuestas a lo que la cultura popular dictaba, pero un día, un ingeniero, muy extrañado, luego de hablar sobre las obras de reparación de autopistas, cuando le hizo esa pregunta tan fuera de contexto hizo surgir, sin querer, una idea.
—¿Vampiros? ¿Para que usted pregunta sobre vampiros? ¿Qué tiene que ver eso con las obras de la autopista? —preguntó a su vez, el mencionado ingeniero.
—No tiene nada que ver. Es sólo que quiero escribir una novela de vampiros y busco opiniones entre mis entrevistados —respondió de manera espontánea.
Fue una ocurrencia, una mentira blanca para salir del paso. Pero una vez dicho esto el ingeniero, que al principio estaba reacio a responder, soltó la lengua y comenzó a dar opiniones a diestra y siniestra de cómo debían ser los vampiros, a dar ideas y sugerencias.
Tomando en cuenta los buenos resultados, de allí en adelante, utilizó esa táctica y los entrevistados, deseosos de ayudar, exponían sus ideas de forma despreocupada. Él, aprovechaba esa licencia de confianza y les comentaba las características de los vampiros para oír sus opiniones. Se extrañaban mucho. "Usted quiere hacer unos vampiros distintos". Le comentaban por regla general. Él, asentía. Les daba la razón. No añadían nada distinto a lo que ya se manejaba de manera popular. Pero de cuando en cuando surgían ideas frescas e interesantes. En particular hubo una directora de colegio, muy prestigiosa, aficionada al tema de los vampiros quién expuso ideas distintas al imaginario colectivo.
—Eso que usted me sugiere no son vampiros —opinó cuando le explicó las características de los vampiros de la supuesta novela.
—¿Por qué dice eso?
—Porque sus personajes son vulnerables. Pueden morir, cualquiera los puede matar. Así no son los vampiros, son seres inmortales, poderosos, fríos, hermosos.
—¿Hermosos? —preguntó a su vez Marcos Julio, le llamó la atención esa respuesta.
—Sí, hermosos. Los vampiros, si yo escribiera una novela, serían hermosos, fuertes, invulnerables. Seres sensibles, con gusto por lo gótico, habría romance, brillo, así como también sangre y oscuridad. Habría un equilibrio entre la vida y la muerte —expuso con pasión.
—¡Vaya! No se me hubiera ocurrido tal cosa. Aunque eso de la inmortalidad es relativo porque hasta al poderoso Conde Drácula, era vulnerable, tanto en las novelas como en las películas los vampiros pueden morir. La forma más clásica: clavando una estaca en su corazón.
—Sí. Pero los míos los haría inmortales. Vivir eternamente, amar eternamente. Eso sería magnífico. ¿No le gustaría ser usted un vampiro? —preguntó.
—¿Yo? No sé, no lo había pensado.
—Imagínese, ser inmortal. No vería morir a sus seres amados, los mantendría por siempre a su lado.
Marcos Julio, recordó la reciente muerte de su esposa. Sí la forma para que ella se salvara, era convertirse en vampira, lo hubiera aceptado sin dudar. Valdría la pena el sacrificio. Eso podría pensar cualquiera.
—Piénselo, poder vivir para siempre con su esposa, novia, ser amado... ¿Está usted casado? ¿Tiene pareja? —continuó ella, su idea, reforzándola con una pregunta.
—Soy viudo. El año pasado murió mi esposa.
—Cuanto lo siento. Me disculpo si fue imprudente de mi parte, no fue mi intención.
—No se preocupe. Usted no lo sabía.
—No quise ser insensible.
Él, se encogió de hombros. Entendía muy bien su punto.
—Si me dan a escoger, escojo ser vampira. Condeno mi alma, pero vivo para siempre —completó.
A Marcos Julio, le gustó el entusiasmo de la joven directora. No aparentaba más de 40 años, era guapa, inteligente, apasionada. Sintió que, por vez primera, desde la muerte de su esposa, una mujer le atraía. Tenía un brillo muy particular en su mirada, el cabello largo, una bonita sonrisa. Tomó el riesgo, hacía rato que se había salido del protocolo y de la ética profesional, así que le invitó a salir. Ella, por toda respuesta le mostró el anillo de matrimonio en su dedo.
—Es casada. Me disculpa el atrevimiento —le dijo con una sonrisa nerviosa.
—No se preocupe, usted no sabía. Le agradezco el gesto, puedo aceptar un café y una buena conversación, siempre y cuando usted sepa respetar mi estado.
—Está bien. Enviudé hace poco y hasta ahora no me había sentido atraído hacia ninguna mujer —le comentó apenado —es usted la primera.
—Lo tomaré como un cumplido —contestó ella.
Tomaron el café. Hablaron de muchos temas. Entre ellos del personaje de Gonzalo de Arosa. Ella, conocía muy bien su historia y corroboró mucho de lo que había plasmado su abuelo en los folios. Marcos Julio, no le comentó la particularidad que un vampiro había reclamado tener esa identidad. Claro está.
Marcos Julio, no le volvió a ver, contactaron un par de veces por teléfono y eso fue todo. Prefirió hacerlo así, era una mujer atractiva en un sin fin de sentidos, pero estaba casada y él se encontraba vulnerable y solo. Ese encuentro le hizo ver que, muy a pesar de esa vulnerabilidad y soledad, se despertaba el interés por el amor y las relaciones interpersonales. No era del todo malo. Podría significar que sus heridas emocionales estaban curando y, porque no, podría abrirse a la idea de encontrar una pareja.
Animado, continuó su trabajo, alternándolo con su heredada afición por el tema de los vampiros. Y tanto fue Mahoma a la montaña que la montaña acabó yendo donde estaba Mahoma.
—Señor Marcos Julio, le solicita una señorita en la entrada —le comentó la recepcionista del periódico vía telefónica.
—¿Cómo se llama? No recuerdo estar esperando a nadie —preguntó extrañado.
Escuchó a la recepcionista preguntarle el nombre. La persona le respondió, él no entendió del todo.
—Es una doctora, me dice que usted no le conoce. Su nombre es Leila... Pa-ter-na-ko-vich —le respondió, diciendo el nombre sílaba por sílaba.
—Pasternakovich — se escuchó a lo lejos a través del auricular.
—Leila Pasternakovich — corrigió la recepcionista.
—Está bien, ya voy hacía allá.
Marcos Julio, se encaminó hacia la entrada, muy curioso. ¿Quién será esa doctora? ¡Vaya apellido! Rio, su apellido era Jarkovic, no debería extrañarse que una persona también tuviese un apellido eslavo. Él, no tenía los derechos exclusivos de apellidos raros. Al llegar, la observó, era una chica de cabello corto, color castaño claro, caucásica, nariz pequeña y respingada, labios mediamente gruesos y una boca de reducidas dimensiones. Usaba lentes oscuros, muy oscuros, grandes, un despropósito estético a su parecer. Vestía una chaqueta gris, manga larga, una blusa color violeta claro y pantalones de tela negra. Los tacones negros le conferían un tamaño contrahecho, era difícil decirlo, pero su estatura parecía promedio.
—Doctora Leila Pasternakovich, hematóloga —se presentó estrechando la mano.
—Marcos Julio Jarkovic, periodista, para servirle. Aunque ya usted sabía mi nombre. ¿A qué debo el honor de su visita? —preguntó él.
—Un colega, el doctor Pérez. Me recomendó para hablar con usted y me dijo en dónde encontrarlo.
A Marcos Julio, ese apellido, Pérez, no le decía mucho. Había entrevistado a muchas personas, entre ellos médicos, y ese apellido era tan común que podría ser cualquiera.
—Entiendo. ¿Quiere una entrevista? Podemos hacer una cita y realizarla en el momento y sitio que más cómodo sea para usted —le dijo él.
—¡Oh no! No he venido por una entrevista. Vengo por el tema de su novela. Mi colega me dice que tiene usted unas ideas muy locas y que yo, en mi rol de hematóloga e investigadora, podría ayudarle.
Aquello le sorprendió y le produjo algo de vergüenza. Se le había ido la mano con el asunto y ahora, media ciudad, sabía de su ficticio proyecto de escribir una novela de vampiros. Bajó la mirada.
—No le de vergüenza. A mí me gustan esos temas. Venga, le invito a almorzar y hablamos ¿Qué le parece? —Le dijo ella sonriendo, al percibir su turbación —son casi las doce.
Su primer impulso fue el de rechazar la propuesta, no tenía una excusa aceptable, era cierto, ya era casi mediodía y le correspondía una hora de descanso en el trabajo.
—Está bien. ¡Pero yo pago! —exclamó Marcos Julio, quien seguía estando avergonzado.
—Sí eso lo hace sentir mejor, acepto. Eso sí, yo elijo el sitio y la comida.
Ella, parecía disfrutar de aquello. No es que denotase emoción alguna en el rostro, más con esos lentes oscuros que no permitían ver su mirada. Su voz, atemperada, tampoco revelaba mucho. Marcos Julio, accedió a la segunda cláusula de aquella improvisada reunión. Y antes de que pudiera protestar estaba sentado en una mesa con aquella misteriosa mujer, almorzando un sándwich de jamón y queso y jugo de naranja. Ella, pidió lo mismo para ambos. No era lo que imaginaba con la palabra almuerzo, pero estaba delicioso, además el sitio era algo oscuro y a pesar de eso ella, mantuvo los lentes oscuros puestos. Lo cual hacía un todo peculiar.
—Ya estamos aquí, hablemos —le dijo él, deseoso de al menos tener la iniciativa en la conversación.
—Tengo entendido que sus vampiros son distintos. Qué los describe como unos seres enfermos, víctimas de una mutación genética que les permite una alta regeneración y cuya clave son unos eritrocitos más grandes de lo normal, que pueden transportar el doble de oxígeno.
Marcos Julio, estaba boquiabierto. Ni él mismo lo hubiera podido resumir mejor. Una vez más había perdido la iniciativa. Apenas si alcanzó a asentir con la cabeza.
—Por eso me interesó el tema. Soy aficionada a lo oculto, teorías de conspiración, monstruos, ovnis, enanitos verdes y toda clase de ideas locas —expresó ella sonriendo —además soy hematóloga y los glóbulos rojos son mi especialidad.
Aquel serio rostro sabía reír. Y entonces, ella, se quitó los lentes, le miraba fijamente, la barrera había sido levantada y el encanto comenzó a hacer su efecto, poco a poco, en oleadas, en fragmentos. Sus ojos eran color ámbar, de miel exquisita. Estaban vivos, brillaban en la oscuridad, parecían palpitar, había una cierta oscilación, cierta inquietud. Tenían líneas rasgadas, mongoloides, lo cual le daba un aire exótico. Ahora sí, completaba una imagen que él, sin quererlo, detalló al extremo. Por un momento se olvidó de los vampiros, la sangre, del abuelo y los eritrocitos. Era una mirada única, difícil de describir, en su rol de escritor, periodista y alguna vez poeta de versitos, no encontraba uniformidad suficiente como para sintetizarla en pocas palabras. Los párpados estaban caídos de forma leve, aquello denotaba tristeza, pero a la vez no, daba una fuerte impresión de indiferencia, de desapego, de desinterés, tampoco era eso, aquellas pupilas contraídas, ilógicas, humorosas estaban muy bien enfocadas en su persona. Había dulzura, azúcar morena y melaza. Las pocas luces del recinto se reflejaban en su iris y cada uno se convertía en una galaxia separada, con puntitos blancos que muy bien podíamos definirlos como estrellas y lunas. Las cejas, pobladas y naturales, escoltaban aquel laberinto, de cuerpo recto y curvas arqueadas, en su final y principio. No eran ojos grandes, sin embargo, era gigantesco el magnetismo de su presencia. Los ojos, los ojos, los ojos, sus ojos. Quería pronunciar todo junto, articulo, sustantivo, porque era un exabrupto separar ese magnífico conjunto. Sí, debía hacerlo, mental, natural y espiritualmente aquellos no eran los ojos sino "Losojos".
Intercambiaron ideas en cuanto a la viabilidad de la existencia de los vampiros, basándose en las ya expuestas. Es decir, la mutación genética y la sustancia desconocida que se escondida en la fracción Hemo de la hemoglobina. Ella, todo lo contrario de otras personas, no solo tenía el conocimiento técnico si no que le daba la razón. Era viable. Ella, creía que sí, que sí existía una raza oculta en la humanidad.
—Entonces, si existiera esta sustancia X, oculta en la sangre, que, al morir el glóbulo rojo se liberara, estimulando la regeneración de los tejidos es posible crear las condiciones para la existencia de estos seres —expuso ella.
—Es increíble, es casi como si hubiera usted leído los folios —dijo él maravillado con la explicación.
—Me lo acabas de decir, Marcos Julio. Además... ¿Qué folios? —preguntó ella, intrigada.
Marcos Julio calló. ¡Santo Dios! Se le había escapado la frase sin querer. Estaba tan fascinado por ella, por su inteligencia, su magnetismo y su llana belleza que bajó la guardia. ¿Qué decir? ¿Qué decir? Ella, lo miró a los ojos con aquella mirada penetrante, inquisidora, fuerte. Si mentía ella, lo notaría.
—Es algo secreto. No puedo decirle todavía —respondió.
Fue lo que le vino a la mente.
—¿O sea qué va a haber secretos entre nosotros? —preguntó ella, con seductora complicidad.
—No, no es eso. Es solo que no sé si es prudente de mi parte exponer esa parte de la historia. Me disculpo por la indiscreción.
—No te preocupes. Te disculpo si prometes mostrarme esos folios en otra ocasión. ¿Lo prometes?
— Si, lo prometo.
¿Pero qué era aquello? ¿Por qué se comprometió a ello? Sentía que no podía negarle nada ¿dónde estaba su prudencia, su auto control? El corazón palpitaba, mientras la mente luchaba, con manifiesta inutilidad, las emociones capitulaban de manera incondicional.
—Está bien, convenido entonces. Luego me vas a contar toda la historia —le dijo ella con desenfado.
Ella, sacó una cajetilla de cigarros, lo encendió. A pesar de ser un recinto cerrado, nadie protestó. Las leyes aún no se pronunciaban acerca de la prohibición de fumar en sitios públicos. Era 1997. Todavía faltaba para ello.
Marcos Julio, quien había dejado de fumar hacia ya un tiempo, le resultó muy incómodo el humo del cigarrillo, sin poder controlarlo, comenzó a toser.
—Perdón. ¿Te molesta que fume? —preguntó ella.
—¡No! Es solo que deje de fumar hace ya casi un año.
—¡Entonces si te molesta! —exclamó ella —no te preocupes, estaba buscando una excusa para dejar este vicio horrible.
Dicho eso, apagó el cigarrillo y lo arrojó, cajetilla y encendedor incluido, a una cesta de basura cercana.
Él, sorprendido, sólo alcanzó a decir un "No" apagado, mientras seguía tosiendo. Cuanta energía y decisión. Hubiera querido él, dejarlo de esa manera y no de la otra forma en que ocurrió.
—Debí hacerlo hace mucho. No es que esto me vaya a matar, pero es desagradable y no quiero que te sientas incómodo de ninguna manera cuando estés conmigo.
Él, guardó silencio y ella, se hizo cargo de la conversación. Él, le trataba de usted mientras ella lo tuteaba. Poco a poco Marcos Julio, se recompuso y olvidando esa pequeña circunstancia pudo retomar el tema. Pero el tiempo era inflexible, la hora libre del almuerzo había culminado y él, debía regresar a trabajar, ella se colocó los lentes de nuevo, rompiendo un poco el hechizo.
—Gracias por el sándwich, estaba delicioso, seguimos en contacto Marcos Julio —le dijo al despedirse y le estampó un beso en las mejillas.
Aquel minúsculo gesto le conmocionó hasta la médula.
—De nada —alcanzó a decir.
—El próximo almuerzo lo pago yo ¿de acuerdo? Te anoto mi número.
Ella, sacó papel y bolígrafo y le anotó el número. Él le extendió una de sus tarjetas de presentación. Vio el número, era número de celular. Él, no tenía celular a pesar de la insistencia de su jefe en asignarle uno. Debía repensar esa idea. Cuando alzó la mirada, ya ella, montaba en un taxi. Le dijo adiós con la mano y sonrió. ¡Y era la más hermosa de las sonrisas! Grande, una expresión de libertad, una pequeña boca ensanchándose con felicidad, proyectando su perfume. Cupido había hecho de las suyas. No con un arco y una flecha, sino con una chaqueta gris y lentes oscuros. Regresó al trabajo antes de que la locura se apoderara de él y corriera tras el vehículo de alquiler que transportaba a aquella deliciosa mujer. Oscura, misteriosa, que sin embargo le dio colorido a su tarde, a su vida y una sonrisa al corazón.
Cómo el día transcurriera sin muchas labores, aprovechó hablar con el jefe sobre el teléfono móvil; éste, feliz de la vida agradeció a los dioses, a los duendes, al demonio, a quien hubiera sugestionado aquella cabeza dura de la conveniencia del celular para el trabajo que realizaba.
—Es el futuro Marcos. Es el futuro. En unos años la telefonía fija será historia. Todos tendrán un celular y el que no lo tenga será un ciego en el país de los tuertos. No olvides mis palabras —le comentó su jefe, haciendo de profeta.
Marcos Julio, no le dio la razón, tampoco se la quitó. Solo tomó el celular, anotó su nuevo número y llamó a Leila.
—Doctora Leila, le habla Marcos Julio Jarkovic, le llamo desde mi nuevo número celular.
—¡Hola Marcos! ¡Excelente! Díctamelo con confianza, tengo lápiz a la mano —le respondió ella, muy animada.
A partir de allí estuvieron en constante contacto, salieron varias veces a comer, al cine, al parque. Siempre de noche. Hasta fueron a un concierto de Heavy Metal. Ella, era aficionada a esa música estridente y contestataria. Hablaron mucho sobre el tema de los vampiros. Ella, creía con firmeza en la existencia de estos seres, a la vez, como científica y médico, no encontraba una base fisiológica firme para explicar sus capacidades de regeneración y supervivencia.
—Han intentado explicar el vampirismo con enfermedades como la Porfiria, pero no alcanza, por eso tu teoría me atrae, la mutación, los macrocitos, es algo que he estudiado toda mi vida —le comentó en una oportunidad.
Él, la observó, qué tanta edad podría tener. Esa frase "toda mi vida" indicaba un largo periodo de tiempo. Ella, no aparentaba más de 25 años y sin embargo era una doctora e investigadora muy respetada en su ramo. Quizá era indebido, pero se atrevió a preguntar.
—¿Qué edad tienes, Leila?
Ella, lo miró con cierta dulzura.
—A una dama no se le pregunta la edad — respondió muy seria.
—¡Oh no, es cierto! Disculpa. Es que me intrigas. A veces, cuando hablas me siento como un niño. Como si tuvieses mil años y de repente cambias el ritmo y te siento tan jovial, tan juvenil, fresca. Entonces, allí, me siento como un viejito. Eres un misterio. Un delicioso misterio.
—¡Ay Marcos! Usted como que se me está enamorando. Diciéndome vieja no me va a conquistar.
Marcos Julio, se sonrojó, cierto que estaba prendado de aquella joven mujer, su inteligencia, de sus ojos, su cabello, su perfume. De esa mirada indiferente, de su temple, de su independencia, sus labios y su sonrisa. Su forma de vestir le hacía única, el primer día, cuando la conoció, estaba muy gris y negro, pero solo fue aquella vez, luego fue una explosión de colores, vestidos y bragas. Rojo, rojo y más rojo, era su color favorito el cual combinaba con otros matices. Y tomando en cuenta que ella ya lo había notado, era un secreto a voces, decidió corroborar la divertida expresión de su interlocutora.
—¡Sí! ¡Es correcto mi querida dama! Estoy, como decirlo... enamorado, impresionado, prendado de usted. Ha traído luz a mi vida y una sonrisa a mi corazón.
—¡Ay gracias, por tan bellas palabras! Pero, te voy a hacer una pregunta que no me has hecho.
—Dígame.
—Hemos salido y compartido varias veces, las últimas semanas y nunca me preguntaste si soy casada, viuda, si tengo una pareja, un enamorado, alguien a quién yo quiera o me guste —le dijo muy seria.
Era verdad. No había preguntado. Ni siquiera se le había ocurrido. Su corazón empezó a palpitar fuerte.
—Pero para ser justos yo tampoco te he preguntado. ¿Estás casado? ¿Eres soltero? ¿No tendrás varias enamoradas? —preguntó ella ante el silencio de Marcos.
—No, no. Soy viudo. Mi esposa murió hace unos meses, el año pasado —respondió rápidamente —y no sé si llamarlo luto, pero estuve muy mal, hundido en mi tristeza por un buen tiempo. No sé si me explico bien.
—Sí, te entiendo, no me has preguntado, pero yo también soy viuda y tengo experiencia de primera mano en el luto —le comentó con cierta tristeza en la voz.
Aquello le impresionó mucho. Tan joven y ya había tenido una pérdida semejante. Ella, se colocó los lentes oscuros, una pequeña lágrima se escapó, deslizándose por aquella marmórea mejilla, silenciosa. Él, tragó grueso, sintió aquella gota de dolor como suya propia, le tomó de la mano, por primera vez, sin saber muy bien que decir.
—¿Pero ¿cómo es posible? Eres muy joven para ser viuda —opinó Marcos.
—Soy más vieja de lo que aparento, ni te imaginas —respondió ella compungida.
Leila, soltó su mano, se levantó de improviso, tomó sus cosas y antes de que él pudiera hacer algo, salió del pequeño café donde se encontraban reunidos, detuvo un taxi y desapareció sin despedirse. Él, pagó la cuenta, estupefacto y de alguna forma arrepentido. Caminó hasta la esquina de la cuadra, observó la avenida concurrida de autos y se quedó parado allí, esperando nada. Se presentó la lluvia, conspirando con la situación y para darle más dramatismo al asunto. Sin ánimos de hacer cualquier cosa, permaneció bajo el torrencial aguacero hasta que sus huesos quedaron empapados.
Regresó a su habitación, luego de que cesara de llover, convencido de que algo se había quebrado entre ellos, tardaría algún tiempo en verla o quizás no le vería de nuevo. En realidad, sabía mucho y a la vez nada de ella, desconocía donde vivía y otros detalles como los expuestos ese día. El celular se había mojado, extrajo la batería y lo dejó secar. Sin embargo, contra toda desesperanza, al día siguiente le vio, estaba esperándole, en la entrada del periódico. Era muy temprano, el sol apenas despuntaba en el este.
—Buenos días, Marcos Julio —le saludó con la seriedad que le caracterizaba.
—Buenos días, Doctora —respondió, sin ocultar la felicidad que le producía verle.
—Llámame Leila, no puedes confesarle el amor a una mujer y tratarla de usted o con títulos.
Él, asintió.
—Vine porque te debo una disculpa, no debí irme así, fue un impulso, no me gusta que la gente me vea triste o vulnerable. Además, vine porque no contestas el celular. Te llamé. ¿Acaso lo apagaste para que no te fastidiara? Dime ¿Estas molesto conmigo?
—No, no es eso. Llovió y el celular se mojó. Está apagado, lo dejé en casa, como recomiendan, en una taza llena de arroz, eso, según la cultura popular, ayuda a su secado.
—¡Vaya! —exclamó, recordando el aguacero —que contrariedad.
—Y no te preocupes no hay nada que disculpar.
—Está bien, entonces aclarado el punto me retiro — dijo, caminando hacia él —llámame. No dejes de llamar.
Lo estaba haciendo de nuevo. Aparecer, desaparecer. Él iba a contestar, pero su boca no alcanzó a articular ninguna sílaba. Ella, le dio un pequeño beso y como otras tantas veces alargó la mano, detuvo un taxi y se fue. Marcos Julio, una vez más quedaba confundido, se tocó los labios. Sacudió la cabeza y se entregó de lleno al trabajo, mejor era no pensar demasiado y dejar que las cosas fluyeran por sí mismas. Aceptaba no tener control sobre nada de lo que pasaba y que el misterio que envolvía a esa mujer lo tenía cautivado.
Una vez más la montaña había ido hasta Mahoma. Decidió no perder la oportunidad y la llamó. No se vieron esa semana, hablaron mucho por teléfono. Ella, le invitó a cenar el fin de semana en su apartamento, quería cocinar para él. Eso sí, con una condición. Marcos Julio, debía mostrarle los folios. Él, aceptó, decidió que si su corazón la había admitido como digna de su querer, su mente no debería guardar secretos. Él, deseaba tener esa intimidad mental con ella, un nivel extra de confianza, a pesar de sentir cierto miedo por lo extraño del contenido y las implicaciones familiares.
—Soy mejor cocinera que doctora —le comentó por teléfono —no te arrepentirás.
Y era cierto. Marcos Julio, no pudo sino quedar maravillado con los deliciosos platos que ella le preparó. Luego de la comida vieron una película en VHS, de vampiros, no podía ser de otro tema. Recostados el uno del otro. Sin embargo, él no se atrevió a hacer ningún movimiento romántico o de seducción. Recién estaba recuperando la relación.
—¿Y bien? —le preguntó ella, encendiendo la luz.
—¿Bien qué? ¿La película? Me gustó mucho, los vampiros son algo distintos, un poco andróginos para mi satisfacción, pero fue entretenida.
—Me refiero a los folios, tonto. A ver, muestra. Yo cumplí con mi parte, te cociné delicioso ¿o no?
—Espectacular —le respondió alegre.
Cómo se sintiera en confianza y aquellos atractivos labios estuviesen tan cerca, sucumbió al deseo y quiso besarla. Pero en vez de otros labios su boca se estrelló contra unos dedos.
—No, no, no, sin folios no hay besos.
—Los folios están aquí —le dijo él, un poco entre cortado, ya que ella le apretó los labios.
—Está bien —comentó ella y le dio un segundo beso, así, con los labios apretados.
—Oye, así no se vale —protestó él.
—Un beso es un beso. No se queje. Más folios y menos besos.
—¿Y no puede ser al revés?
—No, Romeo. Abre la carpeta y cuéntame.
Marcos suspiró. Debía comenzar y no sabía por dónde. Había accedido, sí; pero ahora le costaba hacerlo, cumplir la palabra empeñada por amor. Pero... ¿De verdad era amor? La miró. Eso sentía y sin embargo no se atrevía a llamarlo amor ni confesarlo, aunque ella ya lo había entendido así. Abrió la carpeta. Separó el original de la traducción.
—Recibí este paquete cuando mi esposa estaba enferma, luchando contra el cáncer, por ello permaneció olvidado. Mientras realizaba la mudanza lo hallé. Había sido enviado por mi abuelo desde Guatemala, algún momento antes de morir en 1983. Por razones que desconozco llegó a mí diez años después y no lo abrí sino pasados otros cuatro años. El abuelo no le colocó fecha de escritura por lo que puede tener entre 15 o 20 años de haber sido escrito — le dijo.
Ella, tomó la desvencijada libreta, el original, él la dejó, hojeó las primeras páginas.
—¡Está escrito en húngaro! — exclamó.
—Sí —contestó él —¡Espera! ¿Tú entiendes el húngaro?
—Sí.
—¿Pero... cómo? —preguntó él sorprendido.
—Idösebb Vagyok, mint amilyenenk látsik —le contestó ella, en húngaro.
La pronunciación era perfecta, él apenas si pudo entender. "Soy más antigua de lo que parece". Eso había dicho. O al menos eso creía.
—¿Qué tan antigua? ¿30, 35 años?
Ella, rio con cierta ironía. No era burla. Sólo que los números se le antojaban cortos.
—Más, mucho más antigua. Conozco la letra de tu abuelo, hace muchos años leí un informe escrito por él —dijo viéndole directo a los ojos —necesito que estés calmado. Tengo algo que decirte. Nuestro encuentro no fue casual, cómo lo habrás imaginado, no existe un doctor Pérez, conocido de ambos. Fue un paciente quien me contó la historia acerca de un joven periodista, de apellido raro, que preguntaba por vampiros, por la posibilidad fisiológica que explicara o autenticara su existencia, todo eso con la excusa de querer escribir una novela. Yo te andaba buscando y sin querer te encontré. Eres descendiente de quien fuera mi esposo, mira que fue difícil encontrarte. Seguí la pista de tu abuelo, tardé muchos años sólo para hallarlo muerto. Luego me trasladé a Costa Rica, tú padre me dijo que estabas en Venezuela, en Caracas. Llegué hasta allí, pero tampoco estabas, te habías mudado a Valencia, aunque no sabía lo de tu viudez, nadie me lo comunicó, sólo que habías cambiado de residencia. Y por eso vine a esta ciudad, sabiendo que trabajabas en algún periódico o casa editorial.
Marcos Julio, escuchaba atónito. Pensaba revelar un secreto y era el secreto que se revelaba ante él. El misterio de la mujer estaba a punto dejar de serlo y él quería ahora permanecer ignorante de ciertas verdades. Porque una cosa es creer que tal cosa puede ser posible y otra oír la verdad desde los labios de la protagonista.
—No tengo nombre, no tengo edad —continuó ella —pero alguna vez me llamaron Katja Kinslenya, madrastra y obsesión de tu abuelo, viuda de Viktor Jarkovic y responsable de su muerte.

Raza Oculta I El Secreto del AguaWhere stories live. Discover now