El Relato de Marko Folio III

28 11 4
                                    

"De vuelta en Hungría, luego de aquella ignominiosa tarea en Rutenia, me hallé intranquilo. No podía ver a mi pequeño hijo sin que me trajera la memoria del niño corriendo envuelto en llamas y Grubber, abatiéndolo de un disparo. Aquello me atormentaba y por más curiosidad o interés que yo tuviese con el tema de los vampiros tomé la resolución de no participar más en esas cacerías. Pero, como ya lo he mencionado antes, el Coronel Rahl tenía una extraña habilidad, para no llamarlo poder, que él, llamaba 'Don de Convencimiento' y cuando me llamó por segunda vez no me pude negar, ni la tercera, ni la cuarta, ni la quinta. Era algo psíquico, algo no aceptado por la ciencia. Lo que él poseía. En esas nuevas cruzadas por toda Europa conversé el asunto con el resto del pelotón y con él mismo. Era algo que no siempre le funcionaba, todo dependía de la mente del individuo a persuadir y del contexto de la idea en sí misma. Resulta que, de una u otra forma, a pesar de que a un nivel consciente me resistía, a niveles inconscientes y subconscientes quería continuar. Lo cual, lejos de calmar mi angustia, la potenciaba. Algo muy siniestro y oscuro se ocultaba dentro de mí ser que, si bien no disfrutaba de la cacería ni de los hechos atroces e inhumanos que cometíamos en ellas, aprobaba todo aquello. Lo consideraba un mal necesario, el fin justifica los medios. Con esa excusa muchas monstruosidades se cometieron en la historia. Y no voy a hacer una lista de las atrocidades históricas del hombre, tampoco quiero extenderme más allá de lo preciso."
"De los cuatro 'trabajos de campo' siguientes solo dos resultaron ser vampiros reales, hubo tres fatalidades, una baja propia del pelotón, un soldado desconocido del cual no recuerdo su apellido, uno de los sospechosos que era completamente humano y uno de los vampiros reales, quien se inmoló en fuego, tal y como intentó hacerlo el primero que atrapamos. El sujeto positivo que logramos capturar ileso ayudó a recuperar la salud del primero. Según me comentó el Coronel le hicieron una transfusión de sangre de vampiro a vampiro y esto hizo que se recuperara mucho. Fueron varias veces, la primera vez no lo hizo de buena gana, terminó cediendo en virtud de ayudar a su congénere. Del ser que atrapamos en la primera salida no supimos nada al principio. No habló hasta muchos años después y lo poco que dijo no trajo muchas luces. Lo apodaron Oscar a manera de identificarlo y a manera de burla. El segundo se llamaba o decía llamarse Eugene, de su apellido nada dijo, el real, ya que para el mundo se llamaba Otto Bauer. Tenía la apariencia de un muchacho de dieciocho años. De rostro afable. Era a todas luces un muchacho guapo, no muy alto, apenas mediría unos 1,65 centímetros de estatura. Delgado, de piel clara, muy clara, cabello negro, liso, corto, muy bien cuidado. Trabajaba en unas minas de carbón cuando lo atrapamos, allí realizaba trabajos amparado de la luz solar. Aseguraba haber sido convertido por uno de los más antiguos vampiros del planeta, también aseguraba haber servido en la fuerza aérea austriaca durante la guerra, luego dijo que había sido en realidad ayudante del cocinero en el acorazado Viribus Unitis, cosa que no podía ser posible, dada las fechas que el proporcionaba. Así como decía una cosa, luego decía otra. Resultó ser, si hacíamos caso a sus afirmaciones, más joven que cualquiera del pelotón. Dijo haber nacido en Tirol, en una pequeña aldea sin nombre, en 1911. Luego cambió la dirección de su natalicio a Innsbruck y el año a 1910, no podíamos dar mucha credibilidad a sus palabras, eso sí, su apariencia y su actitud denotaban juventud."
"Excepto al principio, cuando lo capturamos, que opuso cierta resistencia, siempre mantuvo una actitud colaboradora y abierta. Eso me comentó muchas veces el Coronel, ya sea en cartas o por teléfono, ya que cada vez que terminábamos esas faenas nos dispersábamos, excepto el núcleo alemán que regresaba a la ciudad base del grupo: Múnich. Por eso, todo lo relatado anteriormente de Eugene fue información que me proporcionó el Coronel. Así que por el año 38 se habían hecho cinco jornadas especiales, así las llamaba Rahl, con éxito moderado, dos capturas, una corroboración y dos sujetos negativos. Del primer sujeto, que resultó negativo, tengo otro recuerdo ingrato proporcionado por Grubber. Este, intentó escapar y el coronel nuevamente utilizó aquella orden: 'Detenlo' y para Grubber, detenlo parecía significar: dispárale. Y otra vez abatió a su presa en plena carrera, sin titubear. Por un momento hubo alguna esperanza de sobrevivencia pues el disparo había sido en uno de los brazos, o sea no era ninguna zona vital. Pero al examinarlo el coronel Rahl determinó su muerte. ¿Qué había ocurrido? Según la autopsia reveló (tuvimos que retirar el cadáver y llevarlo con nosotros) había sido un infarto. Resultado más que decepcionante, resultaba triste, sombrío. El otro individuo tuvo más suerte, permitió ser entrevistado y una vez se determinó que no era de la raza oculta se le dejó en paz y no hubo ningún incidente digno de mencionar y lo más importante, Grubber no usó su carabina. En cuanto al vampiro que se prendió fuego fue la primera vez que noté cierta perturbación en el Coronel. Su frustración fue tal, que pateó al cadáver calcinado en repetidas ocasiones, hasta que este quedó hecho polvo. No hubo levantamiento del cuerpo, no quedó más que cenizas. En febrero de 1938 fuimos convocados, una vez más, en Múnich, esta vez era diferente. Había surgido una tarea más ambiciosa, algo fuera de Europa."
"Reunidos los 13 miembros que quedábamos del pelotón, notamos una cuestión inusual. No éramos 13, había una persona más y esta era: Eugene. Creo poder asegurar que todos estábamos sorprendidos, excepto Grubber."
—Bienvenidos a Múnich, es obvio que notaron la presencia de Eugene en la reunión —Anunció el coronel Rahl —desde hoy pertenece al pelotón. En sustitución de la baja de nuestro compañero en la última operación. Nuevamente somos 14.
“Nadie dijo nada. Observamos a Eugene. Todos lo conocíamos. Este se observaba ufano, no disimulaba en nada su alegría. Ya no era un prisionero, al menos eso pensaba él. De alguna forma estar en el pelotón era ser prisioneros. Reos de un secreto, cómplices de aventuras, secuaces de un mal sin propósito definido. Porque no éramos paladines de la justicia, sólo éramos un grupo de cazadores de lo oculto, en búsqueda de la inmortalidad. Todos los demás temas paranormales habían quedado en el olvido, ahora perseguíamos y cazábamos vampiros. El propósito del pelotón se había perdido, que no expandido, por intereses de jerarcas sin nombre que manejaban los hilos desde las sombras.
—Eugene, nos ha proporcionado un dato muy importante —continuó el Coronel —la ubicación de un vampiro, posiblemente el más antiguo.
“Silencio.”
—No hay un solo nombre para este ser. Le han conocido como Inanna, la han venerado como la diosa Ishtar. La conocen como la Gran Dama, La Luz de la Luna.
“Eugene, se notaba complacido y asentía con cada aseveración del Coronel.”
—Existe una leyenda donde dice que Inanna, bajó al inframundo a luchar con su hermana Ereshkigal. Resultó muerta en el combate, pero Enki, otra deidad le dio "el agua de la vida" y así revivió. Es una leyenda, claro está, pero es posible que el mito tenga alguna relación con un hecho real, por eso, inclusive, es el primer vampiro, la fuente, la primera en ser convertida. Por algo es considerada la diosa madre.
—¿Entonces ese vampiro es de género femenino? —preguntó Jans, El Checo.
“Era obvio, pero alguien debía hacer la pregunta.”
—Es así mi querido amigo.
—Si ese tal Enki, fue quien le dio el agua de vida ¿Enki no sería el vampiro original? —acotó Jans.
—Muy buena observación. Sí, existe esa posibilidad, pero de Enki, no tenemos nada que nos indique tal cosa, nos concentraremos en Inanna.
—¿Y que sabemos de Inanna? —pregunté.
“Cuando hablaban de vampiros de género femenino no podía evitar pensar en Katja. Creí que podía ser ella ocultándose detrás de una leyenda.”
—Eugene... —dijo el Coronel, invitando al mencionado nuevo miembro a que compartiera la información.
—Lo primero que sabemos de Inanna: es que no es su nombre real, ni siquiera el que utiliza actualmente. La conocí en el Tíbet, cuando estuve de paso con mi... ¿cómo decirlo? Con mi mentor, mi creador o convertidor. Es cuestión de cómo se enfoque. Él, viajó hasta allá porque quería conocerla. Su propio mentor le había hablado de ella y resultando que había muerto en el medio evo, quiso completar una promesa que ese señor le había hecho a Inanna.
—¿En qué fecha fue eso?
—En 1926. Mi mentor me convirtió especialmente para que le acompañara en dicha aventura.
—¿Eso fue antes o después de servir en el Viribus Unitis a los 7 años? —preguntó con sarcasmo Donald, siendo austriaco le molestaba lo que a todas vistas era una burla y un engaño.
—Después —respondió sin inmutarse Eugene —lo segundo a referir es que: es tan antigua que cuando ella nació Noé aún no había construido el arca
—Eso quiere decir que ella sobrevivió al Diluvio —acotó Dominic
—Lo que quiere decir es que el diluvio universal nunca ocurrió, pero si existió un hombre, cuyo nombre no era Noé, pero que luego pasó a la posteridad con ese nombre, gracias al invento judío de una inundación mundial. Ella, lo conoció. Era una niña en esa época.
  —Perfecto. ¿Pero en que nos ayuda esa información? Si Noé existió o no y si se llamaba así o de otra manera —le inquirió Donald.
—En darnos una idea de lo antigua que es esta criatura.
—¿Sabemos cómo fue convertida? —pregunté, intrigado
—No, no lo sabemos, sólo que Enki le dio "el agua de vida" cuando ella, aparentemente murió.
—O sea que este dios Enki, pudo haber existido, o al menos alguien con ese nombre —preguntó otro de los asistentes. No recuerdo quién.
—Al parecer era chamán, un curandero, un brujo. No era un dios.
—¿Y por qué dices que aparentemente murió? Acaso este dios, brujo o lo que fuera no la hizo regresar de la muerte —preguntó Donald.
—Ustedes aún no lo saben, una persona para poder ser convertida tiene que estar viva. Lo muerto no puede transformarse, solo se pudre y se convierte en polvo.
—Tengo curiosidad por Noé. ¿Cuál era su verdadero nombre y si no hubo un diluvio universal, qué fue lo que ocurrió? —insistió Jans.
—El nombre era Eshtar o algo semejante. El hombre había observado las crecidas periódicas de los ríos Éufrates y Tigris e intuyó que en cualquier momento podía ocurrir una inundación catastrófica. Así lo comunicó a sus vecinos, que se rieron y burlaron. Nadie prestó atención a sus advertencias. El hombre, construyó su casa en alto y de un modo que resultara impermeable. Siempre se resguardaba con todos sus animales, con su comida, semillas y sus hijos y las esposas de sus hijos al dormir. Cuando la inundación ocurrió, solo él y su familia salieron indemnes de la tragedia mientras que la población sufrió de muchas pérdidas materiales, muertos por ahogamiento y hambre, luego de quedarse sin comida ni animales durante muchos días.
—Déjame adivinar: la hambruna duró cuarenta días y cuarenta noches —opinó Jans, El Checo.
—Sí, poco más, poco menos —respondió Eugene.
“Jans sonrió, auto complacido de su agudeza.”
—No vinimos a discutir mitos —opinó Donald —si no a desvelarlos.
—Al contrario. Debemos discutir los mitos para poder desvelar sus secretos. Somos, básicamente, cazadores de mitos y leyendas. Y no podemos darnos el lujo de despreciar los mitos. Es nuestro deber creer y a la vez no creer. Creer en las elucubraciones más extrañas de la esperanza humana, en sus ansias desesperadas de una vida después de la muerte, la inmortalidad, así como dudar de esas extrañas ilusiones. Pero no será reconocido nuestro trabajo, nadie sabrá lo que hicimos, no nos felicitarán de nuestros logros ni nos juzgarán por nuestros errores. No se engañen a sí mismos, señores. Nuestra meta es absolutamente egoísta y cargada de un enorme desespero —enunció el coronel
—Gracias — le agradeció Eugene —volviendo a esas épocas, en algún momento luego de esa inundación, inclusive pudo haber sido a causa de la misma, ella sufre algún percance, queda moribunda hasta que Enki le da el agua de vida. Su existencia a partir de allí es borrosa, mi mentor me contó todo lo que su propio mentor le pudo decir. Ella no es que es muy afecta a contar sus aventuras y hazañas. Como ya saben nosotros, los mal llamados vampiros, vivimos en el anonimato, pasar desapercibidos es esencial y no llamar la atención de sujetos como ustedes. Sólo sabemos que ha viajado mucho, desde la brumosa Irlanda hasta el desierto del Gobi. Coleccionando vidas y nombres, profesiones, títulos, adjetivos y mitos. Su existencia misma es tan subterránea que, para ustedes, ni siquiera era un mito a investigar. De no ser por mi captura y las casualidades no hubieran sabido de ella ni en mil años.
—¿Y porque decidiste hablar de ella? ¿No equivale eso a una traición? A ella, a tu raza — Le acusé.
—Yo no le he jurado lealtad a nadie. Mi mentor me convirtió por la fuerza, me llevó hasta allá. En ningún momento me preguntó si quería hacerlo. Me vi obligado y luego del viaje se inmoló en una pira y me dejó sólo. ¿A quién le debo devoción? ¿A un ser muerto que ni familia mía era? Un ser del cual fui acólito por la mera razón de que sobreviví la conversión. Según pude saber mató a cientos de jóvenes intentando convertirlos. Yo fui su intento mil uno y por eso estoy aquí con ustedes. No por voluntad propia sino porque el destino así lo quiso.
—Entonces qué tenemos: un ser que convive con nosotros desde épocas tan tempranas como el ante diluvio, un ente femenino, origen de múltiples mitos y quizá el origen de La Raza Oculta cómo bien la llama nuestro amigo Marko. Debemos acceder a ella, hablar con ella y capturarla viva si es posible —declaró el coronel.
Todos nos quedamos en silencio. Grubber, gritaba con la mirada, el único ruido que se escuchó en esos momentos fue el de sus ojos moviéndose, excitados, en las cuencas.
—Tendremos que viajar al Tíbet —completó Eugene.
—¿Hay algún plan para ello? Una cosa es moverse dentro de Europa y otra ir a un sitio tan lejano como ese. Aparte, hablar del Tíbet es hablar de una zona controlada por el Imperio Británico, de grandes extensiones, montañosa, inhóspita y deshabitada. Buscar a esa persona nos llevaría años y con posibilidades que, aun dedicándole toda una vida, no la encontremos — opiné, me parecía una empresa inabarcable y descabellada, además no confiaba en ese tal Eugene.
—Sí, hay un plan —respondió el coronel, mientras extendía un mapa —una expedición científica partirá hacia el Himalaya en los próximos meses. Nos colaremos en ella, ya los trámites al respecto están encaminados. Iremos actuando como escolta. No todos por supuesto, será un grupo reducido, los que acompañarán a la expedición. Habrá un segundo grupo que preparará una operación de rescate. Liderado por Grubber, quien está ya acondicionando y aprovisionando un transporte Ju-52 para ese cometido. Es un avión civil, fue tomado prestado de la Lufthansa, la idea es que no llame mucho la atención. Este grupo viajará con algunos meses de retraso hasta Katmandú y nos esperará allí. El trabajo logístico al respecto es gigantesco, pero confío en las capacidades de Grubber. En cuanto al grupo que escoltará la expedición irán los mejores montañistas, Dominic, Donald, Jans y Marko — Explicó.
“Sufrí un sobresalto al escuchar mi nombre. El corazón se aceleró. ‘¿Yo? Yo no quiero ir’ pensé, pero nada dije. Además, no me consideraba a mí mismo como un buen montañista.”
—Siéntate Marko —me ordenó el Coronel.
¡Diablos! ¿En qué momento me había levantado?  
—El grupo de la expedición lo completaremos Eugene y mi persona, si bien no somos tan buenos montañistas, es esencial que vayamos en ese grupo. Les preguntaría por su consentimiento, pero estoy seguro que todos se ofrecerán como voluntarios para realizar el viaje. Los que no deseen ir, levántense, expresen su desacuerdo y retírense de la sala —anunció.
“Todos guardamos silencio, nadie se movió de sus asientos. Yo, por mi parte quise levantarme y salir del cuarto, pero crucé la mirada con el coronel, este me vio fijamente y no pude hacerlo. Luego intercambié impresiones con Jans, Dominic y Donald y ellos sintieron algo semejante. Quisieron negarse, pero no pudieron. Era bastante probable que el coronel hubiera hecho uso de su ‘don de convencimiento’ con nosotros, los alemanes ni se inmutaron, era el grupo más numeroso y permanecerían en Múnich, no irían en la expedición”.
—La empresa a la cual nos aprestamos a realizar es la más ambiciosa de cuánto hemos realizado. Será necesario forjar identidades alemanas para el grupo de la expedición, no se preocupen por ello, ya eso está en progreso. Como ven, nunca dude de su entrega. Ahora necesario es que se preparen de manera cabal, estaremos fuera al menos un año y medio, ese es el cálculo. Iniciaremos el viaje en abril, el segundo grupo tiene la misión de esperarnos en Katmandú, con el Ju-52 totalmente aprovisionado en alguna locación oculta y luego emprender el viaje de regreso. En parte es un acto de fe, ellos nos esperarán hasta junio de 1939, aunque el plan es que estén allí en mayo de ese mismo año. Si por alguna razón no estamos en Katmandú para junio el grupo tiene la orden de regresar, así que debemos ser diligentes en nuestro cometido —continuó el coronel.
—¿Hay algún lugar exacto a donde ir en el Himalaya? Me parece que espera una ascensión. ¿Qué montaña? ¿Qué región? —preguntó Dominic.
El coronel Rahl se dirigió al mapa. Señaló una ubicación en el mismo.
. —El Monte Kailash es la meta.
—No conozco esa montaña —anunció Dominic — podría darnos más datos
—Más de 6000 metros de altura. Llegar hasta él no será difícil, hay una ruta de peregrinaje que circunvala su ladera y asciende hasta cierta altura del mismo. Los hinduistas y budistas no acceden la montaña porque es sagrada y no hay registro de que haya sido ascendida hasta su cumbre. Nuestra meta no es ascenderla por completo sino a una altura relativamente baja. Como ya lo expuse, viajé con mi mentor hace 12 años y creo poder encontrar el templo —explicó Eugene.
—¿Que templo? —pregunté.
—El templo dedicado a Parvati, una encarnación de la diosa Inanna. Es algo sumamente oculto. Fue horadado en la montaña, parece una cueva.
—Y usted vio a Inanna, Parvati ¿Cómo es ella? —inquirí, intrigado.
—Yo la vi a distancia, estaba algo oscuro el templo, apenas iluminado por un par de antorchas y no me dejaron pasar de cierto punto, era yo un neófito, un recién convertido. No tenía el derecho de ver a la diosa. Desde mi posición, unos 6 metros del altar, observé una viejecita que apenas se movía envuelta en ropas, abrigos, rosarios, cuentas de perlas y piedras. Parecía más una momia tibetana que un ser omnipotente. Encorvada, apenas sobresalía medio metro por encima de la hornacina. Un velo cubría su rostro, así que no pude vislumbrar mucho su fisionomía. Dos hombres, uno de raza negra y otro con apariencia de mongol, altos y corpulentos, estaban en sus costados. Eran los guardianes, presumo que vampiros también, el mongol, portaba una gigantesca espada curva y el africano, una lanza de dimensiones descomunales. Cuatro doncellas yacían a sus pies, inmóviles, estas también usaban velos y vestían unos trajes algo coloridos, descubiertos. Tomando en cuenta el frío que hacía no entendí porque la vestimenta tan poco abrigadora. Eran de esos trajes típicos con los que se realizan el baile del vientre. Eso me confundió. Por momentos pensé que estaban muertas, dada su inmovilidad, no era así, se hallaban en algún tipo de meditación, o al menos eso me pareció. Mi mentor caminó entre ellas, haciendo múltiples reverencias. Se acercó a la viejecita, esta le susurró algo al oído y entonces, él se apresuró a salir del templo, con una expresión de terror en su cara. Me arrastró fuera del templo sin mediar palabras. Así, sin más, emprendimos el viaje de regreso. Por más que pregunté, mi mentor no dijo nada, permaneció en silencio todo el camino. Sólo hablaba lo necesario. Fue decepcionante. Meses de viaje, esfuerzos, gastos e incomodidades, todo para unos míseros minutos y cuatro palabras ininteligibles. No entendí el aspaviento con la mal llamada diosa Inanna. Mi mentor cambió, ya no era el mismo. Permaneció mudo todo el trayecto. Era la viva imagen del desespero, yo no supe identificarla como tal, pensé que era una expresión de decepción. Fue una gran falla de mi parte, no logré ver lo que estaba por suceder. Pagó mi pasaje, cuando llegamos a Bombay, se ocupó de que subiera al barco. Sin embargo, el no subió al mismo, fingió olvidar algo y regresó a la posada, cambió sus ropas por las de monje budista y así, sin indicaciones ni datos, ni recomendaciones, se prendió fuego en el muelle. Frente al barco, quiso que yo presenciara su inmolación. No veo otra explicación. La gente presente se sobresaltó, algunos corrieron, las mujeres gritaron, nadie reaccionó a tiempo y se consumió en las llamas sin poder remediarlo. Y así, observé cómo se inmolaba mi creador, mi mentor, mi amo. No pude evitar sentir miedo. Estaba solo.
“La historia, si dábamos crédito a sus palabras, era intrigante. Había muchos misterios y detalles que poco sentido tenían.”
—¿Los presuntos guardianes, qué vestimenta usaban? —seguí indagando.
—Pues tal como lo expresé, uno me pareció mongol y el otro africano. Lo digo por sus vestimentas y basado en los pocos conocimientos que tengo sobre esas culturas. El mongol, estaba muy abrigado; el africano, estaba casi desnudo, solo vestido con un taparrabo y su piel estaba cubierta de imágenes, líneas, símbolos hechos o trazados con protuberancias en la misma. Ese tipo de arte corporal es muy propio de culturas africanas, marcarse la piel mediante quemaduras, heridas. Eso me llevó a tal conclusión.
—¿Y de las doncellas, no puede darnos más detalle? —continué inquiriendo.
—No mucho. La luz era muy escasa. Cómo ya lo dije, yacían cercanas a la anciana. Estaban sentadas en el piso, en la clásica posición de flor de loto. Pero nada más puedo decir, aunque ahora que preguntas y hago un esfuerzo de memoria hay un detalle que ahora puede ser relevante. Un velo cubría sus rostros, pero los cabellos si los pude observar. Todas tenían un tocado en sus cabezas y tres de ellas el cabello era oscuro, una cuarta tenía el cabello claro, presumiblemente rubio.
—Es un bonito detalle ¿tendrá alguna importancia dentro de lo que nos atañe? —preguntó Jans, el checo.
—No lo sé. Lo sabremos si el viaje tiene éxito.
"Si bien una parte de mí, se rebelaba ante la idea de tan desproporcionada aventura, la curiosidad se hacía cargo, imponiéndose sobre la prudencia. Así, nos preparamos cada quien y cada cual para la acometida. Yo, en realidad, sabía muy poco de mis compañeros y no tenía idea si ellos se planteaban los mismos dilemas que mi persona. Debía dejar a mi mujer, tu abuela, y los dos pequeños por una cantidad imprecisa de tiempo. Aunque el cálculo del coronel era de un año y medio, muy bien podía ser más. El aspecto económico fue resuelto por el coronel, mediante una estratagema diplomática fabricó una identidad alemana, de pronto ya no era solamente Marko Jarkovic, era a la vez Erich Steiner. Así se me otorgó una asignación monetaria, correspondiente al cargo, también falso, que establecieron. Aparte de los gastos sufragados por el estado alemán estuvieron los que tocaban por parte de Hungría. Mi familia estaba amparada. El aspecto de la larga ausencia, como oficial de enlace, fue cubierto con otra mentira: a una misión de larga duración en Alemania. Todo un hábil entramado diplomático, excusas, engaños y falsificaciones. Aunque sospecho que para mucho de esos trámites el coronel hacía uso de su don de convencimiento."
"Así partimos desde Génova el 21 de abril de 1938. Ernst Schafer era el líder de la expedición, junto con otros cuatro expertos. Nosotros, como ya se expuso, nos infiltramos en la escolta, junto con otros miembros de la SS que no eran parte del pelotón. En Calcuta, a principios de 1939, nos dividimos, bajo la excusa de un incidente con las autoridades británicas, la parte real de la escolta acompañó a los científicos hasta Lhasa, mientras nosotros nos dirigimos a Katmandú. Para ellos, nosotros regresaríamos a Alemania, aunque obvio, no fue así. Luego de allí partimos a nuestro destino, guiados por Eugene y unos peregrinos. No había carreteras, hicimos el trayecto primero en caballos, luego en ponis y finalmente a pie, hasta un lugar llamado Tarchen, allí acampamos. Otros cuatro largos días de marcha, llegamos al lago Mana Sarovar, tres días de caminata nos esperaban hasta el paso Dolma. Allí, nueva acampada, dos días más de subida por extraños senderos, que muy poco tenían relación con un camino. Luego que pasamos cerca de un arroyo, Eugene nos hizo señas. Debíamos cruzar la vía de agua hacia una zona baldía, allí no había camino. Así lo hicimos. Los peregrinos nos advirtieron que no debíamos pisar las laderas de la montaña. Era pecado y todo aquel que osaba ir en contra de esa norma moriría a manos del señor Siva. Poca atención le prestamos a dichas advertencias, continuamos nuestro camino, el guía hindú que habíamos contratado se echó para atrás. Regresó el dinero y volvió al grupo de peregrinos mientras repetía sin cesar: "Kailasa Niketana, Kailasa Niketana, Kailasa Niketana". No hubo manera de convencerlo, se negó con todas sus fuerzas, ni siquiera el coronel con su ‘don’ pudo lograrlo. Y eso que, él mismo admitiría, hizo un esfuerzo extra para influir sobre la psique del atribulado guía. El terror era demasiado fuerte, el tabú, el respeto religioso y miedo a la muerte. Continuamos sin él. Eugene le restó importancia, se hallaba confiado. Ya había venido antes, poseía buena memoria y sentido de ubicación. Fueron sus palabras. Para ese momento ya habíamos superado los 5000 metros de altura y el mal de montaña ya nos estaba afectando. Dominic, Donald y Jans, que eran los más fuertes y experimentados, se hallaban agotados. Yo, estaba al límite y el coronel, pese que disimulaba, se hallaba también al borde del colapso. Eugene, admitía cierto nivel de cansancio, pero manifestaba querer continuar.
La montaña más sagrada de Asia lucía bastante desnuda. Su forma cónica y sus lisas paredes le hacían lucir imponente. Es la única montaña importante del Himalaya en no tener registros de escaladas. Ni en aquel tiempo ni después, ni ahora. Y, sin embargo, nosotros la escalamos, no hasta la cima, claro está, solo cierta parte de sus laderas. Sobresale unos 1000 metros sobre la meseta y la verdad es que, más allá del aspecto religioso que impedía la ascensión, presentaba un desafío técnico de nivel superior. Los mismos Dominic y Donald manifestaron que, ni con los mejores equipos, se atreverían a ascender esa montaña hasta su cumbre.”.
"Luego de otro afanoso día de caminata, en el cual a cada tres metros parábamos a descansar, llegamos a una especie de cañón, no era muy profundo, entre 30 y 20 metros, su ancho tampoco era significativo, no más de dos metros y algunos lugares y esquinas se reducía de manera tal que apenas lográbamos pasar. Dos horas después nos hallamos frente a un valle y Eugene señaló a las paredes verticales y exclamó: ‘¡allí está! ¡Llegamos a nuestro destino!’ Yo, miré en la dirección que señalaba, sin lograr ver nada. Lo más significativo eran unos ralos arbustos que sobrevivían, de alguna manera, adheridos a la roca desnuda. Me preparaba ya, a protestar, cuando tropecé con unos escalones. Rudimentarios y desgastados por la erosión. Subimos con mucha dificultad por ellos, estaban resbalosos, algunos se desmoronaban con nuestras pisadas, otros estaban incompletos y nos topamos con tramos enteros que estaban derrumbados. La marchita escalera terminaba en los arbustos que ya había observado desde abajo. No parecía tan alto, pero miré hacia abajo y calculé estar al menos a 50 metros del piso del valle. llegamos al borde de un pequeño saliente. Desde allí, a la derecha, se podía observar una vista hermosa. Una interminable línea de montañas, valles y glaciares. A su izquierda, debajo, a cientos de metros de profundidad, una garganta abierta por un vertiginoso río se abría paso hacia al este. Comenzó a nevar. Nos hallábamos ateridos y cansados, continuamos a pesar de ello. Detrás de los arbustos a la izquierda estaba la boca de una cueva. No era una cueva natural, había sido horadada por el hombre, tal como lo había descrito Eugene. En la parte superior de lo que podríamos llamar puerta, enmarcado en un perfecto cuadrado, se encontraba un relieve significativo. El rostro del coronel Rahl se iluminó cuando lo vio. Una flor con cuatro pétalos se hallaba en su centro y en las esquinas de aquella imagen: cuatro esvásticas con sus brazos orientados hacia el este, custodiaban al símbolo principal. Jans, hizo una observación, en la especie de plazoleta, donde estábamos parados, justo antes de entrar, se repetía el símbolo. Enmarcado en un óvalo discontinuo e irregular. Todos miramos al piso, era cierto. ¿Cómo no lo notamos al entrar? Una pared de piedra separaba el saliente de la escalera. Quizá eso y la visión del paisaje nos distrajo."
"Entramos con cautela, preparamos las armas, con discreción. No queríamos parecer agresivos, entrar arma en mano era alarmante para cualquier caso. Dominic, Donald, Jans y yo portábamos una Pistola Parabellum cada uno, más conocidas en el mundo occidental como Luger y un cuchillo de combate. El coronel, solo tenía su bastón, creo haberlo dicho antes, lo usaba más como un accesorio estético que como apoyo, ya que no tenía dificultades para caminar. No comprendí porque se negaba a las armas y porque siempre andaba con ese ostentoso bastón, ese día lo supe. Eugene, no portaba armas, a pesar de la confianza que le otorgaba el coronel, no le proporcionó ninguna y él también se negó a usarlas. ‘Para qué querría una, no sé usarlas’ dijo. Y eso era una verdad incontestable. Más allá de la distribución de armas antes descrita, el único con experiencia en combate del grupo que conformábamos era yo. Jans, era un cazador, sí, sabía disparar un arma y tenía cierta destreza en ese sentido, pero el resto eran civiles con apenas entrenamiento militar. Dominic y Donald, eran alpinistas y alguna práctica habían realizado con armas, sin embargo, en todas las actividades que realizamos no habían disparado un solo tiro. Eso me preocupó desde el principio. Tanto que renegaba de Grubber y en ese momento le eché de menos. En fin..."
"La galería a la cual entramos estaba en absoluta oscuridad, así que, a medida que nos alejábamos de la entrada, todo se iba poniendo más negro. Era ancha, lo suficiente para permitir el acceso de dos personas caminando hombro con hombro. Eugene y el coronel iban guiando la comitiva, luego los austriacos, seguidos por Jans y mi persona, ocupando el final. Se percibía un fuerte olor a incienso y la temperatura, a medida que avanzábamos, se hizo más confortable"
—Bengalas —susurró el coronel.
"Jans, le dio una, se quedó con otra y repartió una por persona, excepto a Eugene, en quien no confiaba. Rahl la encendió y enseguida nos quedamos paralizados, cinco pares de ojos brillaron con el fulgor. Fue un encontronazo espeluznante, a pocos metros se hallaban las figuras a las cuales pertenecían esas miradas demoniacas. Era tal cual lo había descrito Eugene. Nos encontrábamos en el portal de una sala rectangular de unos 10 metros de profundidad por 4 de ancho, quizá un poco más. No podría asegurarlo. Cuatro toscas columnas parecían sostener el techo, en realidad eran ornamentos. Aquello había sido horadado en la roca desnuda. En el piso estaba reproducido el símbolo de la entrada con las esvásticas incluidas. Cuatro mujeres se hallaban sentadas en la posición de flor de loto, dos viendo hacía el frente, las otras dos mirando hacia atrás, en medio de ellas: unas bandejas con un contenido que en principio no distinguí. En el fondo se encontraba un altar y un bloque rectangular, que hacía las veces de trono, allí, estaba una encorvada silueta. A su lado, modo de escolta vimos el esbozo de dos hombres, los descritos por Eugene en la reunión de Múnich. El mongol, se encontraba a su izquierda y el africano, a su derecha. Representaba un contraste esas dos moles de lado y lado y en el centro aquella viejecita envuelta en velos, ropas y cobijas. No sabía que sentir respecto a ella. Era la figura principal, pero se veía tan frágil, tan parca y tan pequeña que muy poco temor o respeto me infundía. Uno no podía evitar pensar, que era un todo compacto, incapaz de moverse por sí sola, parecía estar muerta. Por momentos imprecisos nadie movió un músculo. La anti vorágine la rompieron los guardianes, ignorándonos por completo, bajaron del altar y con una actitud ceremonial, encendieron antorchas, procediendo a iluminar el recinto, así como también cuatro piras de madera. Se hallaban dos detrás del altar y dos a nuestras espaldas. El coronel apagó la bengala e hizo señas para que nos mantuviéramos tranquilos, pero en alerta. Cosa que no hacía falta ordenar, nos encontrábamos paralizados, a la vez tensos y atentos. Cuando la luz se hizo en la sala las mujeres se levantaron una a una, con una suavidad tal, que se podía escuchar el crepitar del fuego. Eugene, no nos había mentido, eran de figura hermosa, sus cuerpos eran sinuosos y firmes, de generosas y cuidadas formas. Tres presentaban cabellos negros y una poseía el cabello rubio. Estaban descalzas, su vestimenta, aunque muy parecidas, eran de colores distintos. Había una mezcla cultural en sus vestidos, arabescos en cierta forma. Tenía los elementos del Bedlah, es decir el sujetador adornado con lentejuelas y monedas, el cinturón ajustado a la cadera y los sutiles velos en el rostro. Pero, aunado a eso los tocados eran típicamente hindúes. La doncella que parecía ser la principal, la más alta, usaba unos pantalones, muy adornados, con flequillos dorados y una especie de pañol purpura en su cintura con una serie de calaveras humanas adheridas o quizás sujetadas por algún cordón interno, era difícil decirlo. También lucía un collar hecho de calaveras más pequeñas, algunas humanas, otras no, quizá de alguna especie de mono o chimpancé. Su tocado era distinto, parecía una tiara, una peineta descomunal, no sé muy bien como describirlo, grande, muy grande, le hacía ver más alta de lo que ya era. En los brazos usaba unos brazaletes muy llamativos, también descomunales, casi un despropósito. Se trataba de dos serpientes doradas que se enroscaban en los antebrazos, con la cabeza apuntando en dirección de sus manos. Su rostro era caucásico en todo rigor, si me presionaran a establecer un origen diría que armenio. El velo no permitía ver más que la mirada, por eso la descripción es incompleta, en realidad adelanto detalles observados luego. Sus ojos, de un azul profundo, no eran grandes, sin embargo, la expresividad les confería una grandeza estética, espiritual, estaban vivos en comparación de las otras tres. Y lo dicho, la vestimenta de las otras chicas era algo menos llamativa; tenían la saya y el caderín, pero su tocado era más discreto y si bien usaban brazaletes, estos eran circulares y ceñidos. Usaban faldas en vez de pantalón, sin collar, sin calaveras. Estaban haciendo movimientos rituales y colocándose en posición cuando Eugene osó en interrumpir. Algo dijo en un dialecto hindú. ¡Vaya! ¡Qué sorpresa! Rahl, no nos dijo nada de ello. Ya veía que había subestimado la importancia de Eugene en el grupo. Sabía la ubicación, conocía la leyenda, sabía del idioma correcto a usar, etc. El mongol, le respondió con una corta réplica."
—Nos piden que nos sentemos en el piso, las doncellas van a realizar un baile de bienvenida mientras entramos en calor —enunció.
"Yo dudé de inmediato, la respuesta había sido muy corta como para que hubiese expresado todo lo que anunció. No me gustó nada, ni un poco. Sin embargo, así lo hicimos, en parte porque estábamos agotados y congelados hasta los huesos. El calor de las piras era reconfortante. Descansar un rato se veía como una buena opción, más con el espectáculo de cuatro mujeres hermosas danzando. Y eso parecía, sin embargo, no lo era. Todos esos seres, por muy fantásticos y hermosos que fueran, eran vampiros, seres potencialmente peligrosos y cualquier descuido podría representar una catástrofe para la expedición. Jans debió percibir lo mismo porque, con disimulo, sacó su arma para tenerla a la mano en previsión de cualquier contingencia. Lo imité, aquello me causaba desconfianza."
"Las doncellas se recolocaron en el centro, giraron un poco sus posiciones. Sin embargo, no realizaron ningún movimiento. El mongol hizo señas a Eugene para que se acercara y hablara."
—Quiere que declaremos nuestras intenciones. ¿Qué le digo? — le preguntó al coronel.
—Pues la verdad. Al menos parte de ella. Deseamos entrevistar a la diosa, conocer su historia.
—Está bien. Eso haré.
"Una vez declaradas las intenciones, el mongol regresó a su posición de inicio, no sin antes buscar un extraño instrumento musical detrás del altar. Era de cuerdas, dos, para ser preciso. Una caja de resonancia trapezoidal unido a un largo puente, rematado por un clavijero en forma de caballo. Para tocarlo utilizó un arco, semejante al que se usa para tocar una viola, lo colocó entre sus piernas, en forma vertical. Era un instrumento grande, pero en manos de aquel gigante parecía un ukelele. Tan concentrado estaba en el mongol que no atiné a ver que el africano había sacado unos tambores, algo pequeños, los cuales tocaba con las palmas. Y así dio comienzo al espectáculo, los guardianes tocaron sus instrumentos y las chicas comenzaron a cantar mantras, modulando notas y semitonos. Se colocaron en una posición inicial, una detrás de la otra, desde nuestra perspectiva solo podíamos ver a la principal. Al compás de la música y sus cantos se sentaron como si fuesen una sola, hasta quedar en flor de loto. Era una danza expresiva donde la diosa Kali era representada, con sus ocho brazos y ocho piernas. La coordinación era total, no solo era las manos, las piernas, además los dedos, la mirada. Entendí el asunto del brazalete en forma de serpiente. Pues eso eran, ocho serpientes danzando con vida propia, atacando, reptando, describiendo figuras en el aire. Había belleza en las animaciones y no dejaba uno de sentir admiración por lo que observaba. La formación se desplegó, en cierto momento, colocándose en forma de cruz, se agacharon y se fueron levantando poco a poco mientras se doblaban hacia atrás. Una contorsión tal que representaba eso, una flor abriendo sus pétalos. En sus pechos sostenían las bandejas que antes había observado al entrar, estas contenían unos cirios encendidos y un velón central. ¿En qué momento las encendieron? Se separaron luego, mediante movimientos cadenciosos y bien cuidados se unieron otra vez en la representación de la diosa de ocho brazos. No solo se trataba de moverse al compás de la música, la danza representaba un algo más. Sí, había sensualidad en el baile, pero también había elegancia, elasticidad, una entrega total. Eran, en sí mismas, aves, las manos eran víboras, evolucionando en el viento, el cuerpo entero de cada doncella era una onda de brisa, de agua, de fuego. Bailaban descalzas para comunicarse con la tierra, ignorando el frío de la roca. Por más alerta que deseaba estar, lo cierto era que estaba embelesado. Así de poderoso era su baile, los músculos ventrales realizaban aquel movimiento ondulado, sin duda, la representación de serpiente estaba muy bien ejecutada.
El ritmo cambió, el baile también. Rompieron filas de nuevo y se pasearon en un espacio limitado de la sala. Formaron un rombo, la principal, como era de esperarse en el medio, en los extremos se hallaban la asiática y la hindú, por último, la rubia se hallaba en el fondo, oculta, combinaba sus movimientos para otorgarle dos brazos más a la doncella de rasgos armenios. ¿Cuánto tiempo duró el baile? Es una pregunta sin respuesta confiable, el tiempo se detuvo o lo detuvieron ellas. Adelantaban pasos, luego retrocedían, acortaban, se movían hacia un lado o hacia al otro. Sus vientres fluctuaban, ora con fuerza, ora con suavidad. El cambio de ritmo era una constante, la sugestión de sus caderas, la maravilla de su piel, el bamboleo hipnótico de sus pechos, el balanceo de las caderas, si el vientre era el centro, las caderas eran la curva de la hoz. Algo mágico, no hay otra forma de decirlo. La personificación de los elementos. El fuego, en la majestuosa vibración de la cadera; el agua, en la maternidad de los pechos; el aire, transportado en los movimientos de las manos, brazos y dedos, la tierra con el contacto de sus pies descalzos. El velo representaba todo lo oculto y vaya que nos ocultaron cosas esas doncellas. Lo vedado a aquellos no iniciados, a los neófitos, lo que no se puede ver. Por momentos me relajé y sentí que todo aquello era un honor incontestable. El velo cobraba vida y se hacía prolongación de sus brazos. Reunidas de nuevo en el centro, hicieron brotar de la nada dagas y cuchillos. La diosa Kali regresaba más amenazante que nunca con sus ocho brazos armados, con el peligro de su relampagueante oscilación. El portado de armas blancas y su cuidada ejecución, simbolizaba la destrucción de los enemigos y la apertura de los caminos. Allí, comprendí, en parte, el motivo del baile. Inanna, era la diosa guardiana de la justicia y de los ritos. La danza era una defensa, la sala: el tribunal, la música: el juicio. Ya habíamos sido juzgados y pronto vendría a consumarse la sentencia, en sus manos, era necesario proteger al mito."
"Jans, debió percibir algo parecido, lo vi espabilarse. Quise avisar a los otros, pero, antes de que pudiese hacer alguna seña o emitir algún sonido, sobrevino el desenlace. Las doncellas, se separaron de nuevo, nos dieron la espalda; la asiática se colocó al frente de Dominic, como ya dije, dándole la espalda; la hindú hizo lo propio con Donald; la rubia conmigo y la doncella principal con Jans. Realizaron aquella contorsión hacia atrás, doblándose al máximo, como lo habían hecho con anterioridad, con los brazos en forma de cruz en sus pechos, pero esta vez no fue de forma lenta o acompasada, teatral o sensual. Lo hicieron de una forma relampagueante, coordinadas, al unísono; rompieron la pose de la cruz, apresurando los brazos. En sus manos: las dagas describieron dos semicírculos letales. Dominic y Donald, no pudieron reaccionar a tiempo. Cayeron hacia un lado con los cuellos degollados, entre convulsiones y espasmos, con los ojos abiertos de par en par, víctimas de aquel bien cuidado ataque. Jans, reaccionó, pudo colocar las manos al frente para protegerse, sin embargo, ambas manos cayeron al piso, una conteniendo la pistola y la otra el cuchillo. El checo comenzó a gritar desesperado, viendo sus muñecas cercenadas. El terror en su rostro era mayor que el dolor. Yo, aún no sé cómo, más por instinto que por habilidad, me lancé hacía atrás, esquivando por milímetros el ataque de la rubia. Como había tomado el arma, al igual que Jans, sin pensarlo dos veces la descargué a quema ropa contra el rostro de mi atacante. No podría asegurarlo, pero le di de lleno los ocho disparos en el cráneo. Ella, cayó de espaldas con los brazos flácidos, sin soltar las dagas, hizo un esfuerzo para voltearse, cosa que consiguió. Se arrastró un poco con los codos, reptando boca abajo por el piso con la cara destrozada por las balas, luego de algunos movimientos dejó de moverse. El coronel se levantó, alarmado, también Eugene. Este último, espantado, se llevaba las manos a la cabeza mientras gritaba algo en ese extraño idioma que había hablado antes. La asiática se reincorporó, luego de haber matado a Donald, dirigiendo su mirada en el coronel. Este tomó su bastón con la mano izquierda (resultó ser ambidiestro) y con un movimiento rápido desenvainó una espada del mismo. Antes de que la doncella pudiera hacer algo le cortó el cuello. La había decapitado con una facilidad asombrosa. El misterioso coronel resultaba ser un esgrimista experimentado y el bastón una vaina que ocultaba el arma. Aquello lo hubiera celebrado como una grata sorpresa, la realidad era que estábamos en un gran peligro. Ya no se trataba de cumplir una misión, se trataba de salir con vida de esa cueva. Eugene, seguía gritando quien sabe qué cosas cuando el guardián africano le atravesó con la lanza por detrás mientras que, por delante, la doncella hindú le clavaba la daga en el corazón. Cayó de rodillas primero, escupiendo sangre por la boca. El guardián extrajo la lanza y la hindú el cuchillo de su cuerpo. La doncella principal, desentendiéndose de mí corrió hacía ellos, levantó a Eugene como si fuese un muñeco de trapo y en una muestra de fuerza, velocidad y brutalidad metió la mano por la herida en el pecho. Eugene gritaba de manera aterradora y pataleó un poco. La doncella le había extraído el corazón. Aquel pobre infeliz, con los ojos fuera de sus órbitas y temblando a más no poder, miró hacía la horrenda abertura en su pecho y luego a la sanguinolenta e informe masa que palpitaba en la mano de la vampira y como, ella lo devoraba en frente de él. Todo aquello no duró más que unos pocos segundos en los cuales yacía yo, paralizado de horror, cerca de la entrada de la sala. No atinaba a moverme a pesar de que todo mi ser me pedía huir. La doncella principal estrelló lo que quedaba de aquel corazón en el rostro de Eugene, quien ya muerto, cayó, flácido, en el piso. El mongol, por su parte había bajado del altar, espadón en mano, dispuesto a matar al coronel. Pero, este no se dejó impresionar, haciendo gala de su buen manejo de la esgrima, esquivó el ataque y clavó el florete en el pecho del guardián. De inmediato sacó el arma de su víctima y se enfiló hacia el altar. Su objetivo: la anciana en el trono. El mongol, que no estaba muerto, aunque muy mal herido, trató de asirlo por un pie, sin embargo, no lo logró. No había ninguna defensa entre él y la mal llamada diosa. Gritó a los restantes vampiros que no se acercaran o la mataría. A una seña de la doncella principal, el guardián africano se apresuró a atacar a Rahl. Este, al ver que la amenaza no tenía efecto sobre sus acciones y en vista del inminente ataque, golpeó con un mandoble a la figura en el altar. Aquello no fue normal, no hubo resistencia del cuerpo. Era una cáscara vacía, una momia envuelta de seda, sostenida en su trono mediante cuerdas. Cómo ocurrió en la ocasión, cuando el segundo vampiro se inmoló en la tercera captura, el coronel pateó al vetusto andrajo. Muy molesto. Y con esa rabia mal contenida se aprestó a luchar con el africano. Viendo como había despachado al mongol se hizo una esperanza en mi mente. Sí, podría con él y de alguna manera nos salvaríamos. Eso pensé, porque quería sobrevivir, sin embargo, a pesar que, esquivó la embestida inicial, partiendo en dos la lanza con un poderoso golpe a dos manos, el africano le propinó un golpe de revés con la mano derecha y con la lanza rota le atravesó de lado a lado. Ensartado como un cerdo, lo llevó hasta la doncella principal. Ella le tomó por el rostro, extendió la mano hacia atrás, en un indudable gesto de solicitud, la doncella hindú le dio una de sus dagas, se la clavó con lentitud en la boca para luego rasgarla en un violento movimiento. Procedió entonces a succionar la herida en el rostro. El cuerpo del coronel sufría de espasmos y oí como su sangre era succionada por aquel ser. Por último, con las dos manos, desprendió la mandíbula, dislocándola al máximo, hasta que la cabeza quedó partida en dos. Luego escupió la lengua cercenada y una buena cantidad de sangre.”
“Ella se quitó los brazaletes de serpiente y la doncella hindú le dio un pañuelo para limpiar la sangre en su boca y rostro. Fuese como fuese, aquello era espeluznante."
"Jans, estaba en shock, pero aún vivía. La poderosa criatura caminó hacia nosotros, con una grandiosidad tal que hasta en ese momento de peligro lucía elegante, atractiva y exquisita. Sí, quizá no era una diosa, pero se comportaba como una. Y allí, fue que lo comprendí todo, era obvio. ¿Por qué no me di cuenta antes? La única excusa para tal distracción era el terror que me causaba la escena. La momia del altar era un señuelo, la verdadera Inanna era la bailarina principal. Todo el espectáculo era un montaje, un sistema de defensa, para entretener a las incautas, o debería decir: insensatas, personas que se atrevieran visitar sus aposentos sin una invitación. Porque eso fuimos: unos tontos insensatos. Me pregunto quién y cómo habría llegado alguien alguna vez hasta la cueva. Asumo que llevados bajo algún engaño o promesa. Algún viajero perdido. O algo semejante. La coordinación de sus movimientos me decía que aquella escena se había repetido muchas veces en épocas indecibles. Me desvío del relato, necesario es volver a los hechos."
"Ahora que la bailarina principal estaba sin velo pude ver bien sus rasgos. Al principio me parecieron armenios, ahora no puedo asegurarlo. Eran caucásicos. ¿Y qué más caucásico que las fisonomías armenias? Sin embargo, la mezcla de culturas hinduistas y árabes en sus formas, vestidos y atavíos me confundía mucho. Su rostro me pareció persa, griego, turco, no supe interpretarlo. Era alta, eso sí, cabello negro, ligeramente ondulado, largo. Una catarata de ébano con vida propia, mate, sin brillo, en ese momento despeinado y rebelde. Ya no llevaba el tocado, este se había caído en medio de la lucha. Su mirada era encantadora, no eran ojos grandes, ya lo había dicho, pero eran sumamente expresivos. Había desdén en su mirada, los ojos sonreían con indiferencia, creo poder decir que sentía lástima por nosotros, no percibí odio alguno. Era materna su estampa, con razón algunos le llamaron la diosa madre, pero no debía distraerme con eso. Sacudí mi mente, necesitaba estar con el pensamiento claro. Dudé si aquella criatura poseía algún poder mental, porque con todos los horrores presenciados aún estaba hechizado con su imagen. Reaccioné al fin, me levanté y quise salvar a Jans, halándolo hacia la entrada, dejando atrás las manos cortadas en las cuales estaban sus armas. Eso fue un error, debí tomar las armas y no al checo, pero así somos los humanos, a pesar de que nuestros motivos eran siniestros y oscuros, salvar a un camarada era lo propio. No importando las viles y egoístas intenciones del grupo.”
“En mi malogrado intento de salvación tuve la tonta esperanza que la escasa luz solar, que bañaba la plazoleta, nos diera algún amparo. Así de asustado me encontraba que olvidé por completo que la raza oculta no le temía tanto al sol como para que eso fuese un refugio. Arrastré al checo hacía la entrada, Inanna expresó unas palabras en un idioma desconocido, señaló al explorador herido, la doncella hindú corrió y asiéndolo por una de las piernas me lo arrancó de las manos y lo introdujo de nuevo a la cueva. Yo tiré con todas las fuerzas, pero lo único que quedó en mis manos fue su mochila. Se lo llevó, hasta donde pude observar, detrás del altar. Inanna caminaba, danzaba, jugaba, daba pequeños saltos y volteretas. Como una niña disfrutando de la diversión, sonreía, batía el cabello, extendía los brazos. Todo ese desenfado y alegría contrastaba de manera enorme con todo lo que sucedía a nuestro alrededor. Había bajas en ambos bandos, tanto de los míos como de los suyos. Dominic, Donald, Rahl, Eugene estaban muertos y Jans, aunque permanecía vivo, su muerte era más que segura, a menos que yo lo rescatara. Sin embargo: ¿quién me rescataría a mí? Por parte de los vampiros habían muerto la doncella rubia, la asiática y de manera muy posible el guardián mongol. Por eso me intrigaba la actitud juguetona de Inanna. Su sonrisa era hermosa, no cabía duda, pero el horror y el gozo se fundían y confundían en mi interior. De nuevo dijo algo en ese idioma arcaico que yo desconocía, sonrió, había complicidad, en sea lo que sea que le dijo al africano. Hizo un giro, dos giros, con los pies de puntillas y con una teatralidad bien lograda, soltó una de las dagas, luego la otra. Yo, mochila en mano, retrocedí hasta que mi espalda chocó contra la pared de la plazoleta, me cubrí lo mejor que pude con las manos. La primera daga se clavó en mi antebrazo izquierdo, cerré los ojos, pero no emití lamento alguno. Había dolido, el dolor fue punzante. Antes de que pudiera abrir la boca para quejarme, la segunda daga me golpeó en la frente. Me había impactado con la empuñadura. Tan contundente fue el golpe que pegué la cabeza de la pared rocosa. Reboté, desfallecieron mis piernas, sin embargo, me mantuve de pie; con mucho esfuerzo, dolido y aturdido. Debió ser muy gracioso pues el inexpresivo guardián africano, se permitió una vaga risa. Inanna le correspondió la sonrisa, a la vez que emitía un comentario, quizá una orden o un desafío. Entonces el gigantón tomó una de las dos mitades de la lanza rota y la lanzó con todas sus fuerzas. El trozo de madera estalló contra la roca, muy cerca de mi cara, deformándose y comprimiéndose, a la vez que se desintegraba en mil pedazos. Cómo rayos esquivé ese lance es para mí un misterio. En realidad, pienso que erró a propósito, no recuerdo haber hecho algún movimiento efectivo para evitarlo. No encuentro otra explicación para ello. Ella aplaudió, emocionada, dando pequeños saltos. Y es que su sonrisa lo dominaba todo, como describirlo si no como la más bella y sincera sonrisa que había visto en toda mi vida. En otro contexto hubiera querido abordarla y seducirla, así como ella me había seducido con su magnificencia, su desparpajo y su despiadada indiferencia. Verme reflejado en sus ojos, sentir que sonreía por mí y para mí. Dejarme llevar en las alas de una fantasía infantil elaborada por mi insensato corazón. Su gracia era sinónimo de perdición. Era algo natural en ella, así de simple."
"Lo que ocurría es que yo no era su amor, era su diversión, apoplejía de un éxtasis finito. No era ese el contexto. Ella tomó otra daga y danzando con esmerado melodrama abrió los brazos y realizó una serie de giros, rápidos y violentos. Terminó sus vueltas, lanzó la daga, quedando con la rodilla izquierda flexionada y apoyada en el piso, la pierna derecha cruzada como un pivote, en línea con su brazo derecho y el antebrazo quedó levantado en un ángulo de 90 grados, la mano atacante extendida, con los dedos doblados hacia mí, como la cabeza de una víbora a punto de atacar. Me recordaba un gesto propio de odalisca. El brazo izquierdo describía un ángulo contrario, apuntaba hacia abajo y la mano hacia atrás. Representaba el exacto símil de una esvástica, porque de eso se trataba todo, una representación, un espectáculo. Esa daga me hizo un corte en la pierna derecha, era un corte superficial, no implicaba mayor peligro, pero no por eso dejaba de ser doloroso. Ella se levantó, abrió los brazos e hizo una mueca de desgana, como diciendo "rayos, he errado" cuando todos sabíamos que lo había fallado a propósito. El gigantón miró a su ama, esta hizo un gesto de aprobación y él arrojó la mitad de la lanza que le restaba. La que conservaba la punta. Era una amenaza, real, pavorosa. No vi que aplicara tanta fuerza como en el lance anterior, eso quería decir, que estaba enfocándose más en la puntería que en la potencia. De nuevo, aquello era peor, esta vez no iba a tener como blanco la pared a mi espalda, si no mi cuerpo, mi persona. No tenía yo más escudo que la mochila de Jans y no tenía más de medio segundo para reaccionar. ¿La moví de forma eficiente para contrarrestar el ataque? No, no lo hice. Apenas pude subirla a la altura del abdomen y hacia allí fue a colisionar la lanza. Sentí el empuje del golpe, no fui arrojado metros atrás solo porque la pared de rocas lo impidió."
“Escuché un ruido metálico cuando la punta penetró la mochila, había habido un choque dentro del morral, sin embargo, está atravesó de todas maneras y me hirió en el estómago. El africano, al ver que había hecho blanco en mí, comenzó a bailar con frenesí. Era una danza de triunfo, supongo que típica de algún ritual de exaltación. Estoy haciendo conjeturas basado en mi escaso conocimiento de la cultura africana. Inanna celebró, dando más saltitos sobre sí misma mientras sonreía. Yo separé la mochila de mi cuerpo y observé mi abdomen. La punta de la lanza se había partido y solo una fracción de la misma se había clavado. Extraje la porción que se había clavado, no era mayor a dos centímetros, también tenía aquí y allá, una multitud de esquirlas que por más molestas que fueran realmente no merecían mi atención. Observé la nariz de la lanza, estaba hecho de obsidiana, de allí que se fraccionara. Me senté en el piso para revisar mejor, tanto la herida como la mochila. Quise saber que utensilio u objeto metálico me había salvado la vida. El guardián, al observar que aún estaba vivo, detuvo su danza. Molesto, hizo un gesto de ir hacia donde me hallaba, para matarme con sus propias manos. Ella, le colocó la mano en el pecho, frenando en seco el movimiento. Le dio una orden en su idioma, enseguida se dirigió hacia el cuerpo de la rubia. Tomó las dagas de la doncella caída y su actitud cambió de una manera muy fuerte. Ya no reía, ya no encantaba, ya no jugaba. Su mirada era el epitome de la concentración total y el motivo de su atención era mi existencia. Me apresuré a revisar la mochila, hallé una escopeta recortada, el arma favorita de Jans; una esperanza se iluminó en mi corazón, sin embargo, la alegría me duró poco, estaba dañada, era el objeto que había amortiguado el enristre. Me corté un par de veces, había restos de la lanza esparcidos en su interior. Saqué ropa, una cartera, un yesquero, una lámpara de mano, bengalas, hasta que por fin encontré dos clips de recarga para la pistola. Ella, mientras yo buscaba y rebuscaba se acercaba cada vez más. Mascullaba algo entre dientes, alguna especie de mantra o quizá, solo descargaba su rabia. Caminaba con pies de plomo, cada paso que daba retumbaba en el piso, juraría sentir como vibraban las piedras al ella caminar. Y si bien había perdido la alegría no ocurrió así con su compostura, caminaba con elegancia, hacía girar las dagas-tridente en sus manos. El cabello ondulaba en una métrica oscilación de izquierda a derecha, los pasos marcaban dicho ritmo, toda ella palpitaba; era un corazón con piernas, un corazón ahora lleno de un motivo, de una idea concentrada. El africano, se permitió otra parca sonrisa, se le notaba calmado, ya se había apaciguado su molestia anterior. Por momentos se olvidó de mí y centró la atención en su ama. Yo también estaba fascinado con ella, quizá ejercía ese poder de manera continua. Sin embargo, y a pesar de eso, hube de reaccionar, tenía poco tiempo, el juego había terminado. Noté el descuido del guardián y vi que se encontraba cerca de una de las hogueras, encendí la lámpara de petróleo e incorporándome se la lancé a Inanna, con todas las fuerzas que pude reunir. Esta ni se inmutó, con un rápido movimiento transversal la golpeó con la daga tridente que portaba en el brazo derecho, evitando así que le cayera encima, ya que lo había hecho de una manera tal que no se rompió, impidiendo que el líquido se derramara y esparciera el fuego desde su interior. Además de fuerte era hábil e inteligente, hermosa, despiadada, enfocada y solemne. Aun así, pese a su habilidad o en virtud de ella, el desvío de la trayectoria en la lámpara encontró blanco en el guardián, estallando en su corporeidad. En seguida se prendió en llamas y para rematar, en su desespero, fue a caer de bruces en la hoguera, acelerando el proceso. Ella se paralizó. Abrió los ojos de par en par, aquello era el colmo. Otro nivel se desbloqueó, la mujer dejó de ser mujer, explotó en un grito feroz, gutural. Claramente entendí cuando gruñó: ¡Tú! Porque aquello fue un gruñido, su voz pasó a ser chillona, lo cual encajaba perfecto con su nueva faceta demoniaca. Los ojos se encendieron, si alguna vez hubo humanidad en ellos se había perdido con la muerte de su aliado. Estaban inyectados de sangre, ya no se distinguían allí pupilas, ni iris ni nada descriptivo. Eran dos brazas incendiadas de rojo y era tanta la presión, que lloraba sangre. Aprovechando los pocos segundos de conmoción que se produjeron, introduje uno de los dos cargadores que había encontrado en la pistola. Ella, corrió, abordando el ataque. Disparé a discreción, rápido, pero tratando de tener algún control sobre los disparos. Le atiné algunos, pero no hicieron mucha mella en su embestida, solo la ralentizaba un poco con cada disparo, y al menos en una ocasión desvió la bala con una de las dagas tridente. La de la mano izquierda, para ser específico, misma daga que se quebró en dos. Siendo así que no pude evitar que llegara hasta mí, pero estaba mal herida, su ataque final no fue tan coordinado, erró con la daga de la derecha, la de la izquierda, rota como estaba la clavó en mi hombro. Ya no tenía una hoja punzante con que pinchar, no penetró mucho en la piel. Como me cubriera con el brazo izquierdo ella lo tomó y lo mordió con fuerza, por un momento pensé que me lo iba a arrancar a mordiscos. Su rostro quedó a escasos centímetros del mío. Grité en una mezcla de espanto, dolor y para animarme. Necesitaba arengarme para poder enfrentar a mis miedos y al tormento. Con el hombro herido, una sola mano, la presión de las mandíbulas de aquella criatura en mi antebrazo izquierdo, me las arreglé para cargar otra vez el arma y apenas lo hice, sin pensarlo dos veces, la descargué por completo a quema ropa. Apenas si se quejó, disparo tras disparo. Soltó mi brazo y cayó sentada. La daga tridente que le restaba rodó por el piso. Me apresuré a empujar el arma blanca lejos, con el pie. Nos quedamos unos instantes tomando un respiro. Para luego, como dos boxeadores que se habían noqueado mutuamente, intentar levantarse antes que el otro. Y ella no iba a dejarse ganar por mí, un simple mortal, un recién nacido. Se puso de pie, yo seguí su ejemplo, aunque me tardé un poco más. Su pecho subía y bajaba, con fuerza. Hacía un enorme esfuerzo solo para respirar, ya no digamos permanecer de pie. Sus cabellos le cubrían el rostro. Muy bien podía tener los ojos abiertos o cerrados. No sabría decirlo. Muy poco quedaba de la elegante y bella doncella, grácil y juguetona. ¿Cuántas heridas de bala tenía en el cuerpo? Calculé entre doce y catorce balazos. Cuatro o seis cuando se acercaba y ocho a quemarropa. Ningún ser humano podría recibir esa descarga y seguir de pie, pero ella no lo era. Alguna vez lo había sido, no más. Cuando yo pude incorporarme, la rodeé poco a poco, yo también estaba mal herido, necesario era tomar un nuevo riesgo y buscar la mochila del coronel. Siendo el médico del grupo, tenía utensilios básicos de primeros auxilios en ella. Además, en la entrada de la sala debería estar el arma de Jans, al menos esa era mi esperanza. Existía el peligro: la presencia de la doncella hindú, quien se había llevado el cuerpo del checo y por lo que pude observar también se había llevado el cuerpo de Dominic y Donald. Mientras la bordeaba, Inanna intentó moverse hacia mí, no lo logró; cayó, primero de rodillas y luego hacia adelante quedándose a gatas. Se quejó un par de veces, la sangre le goteaba desde el pecho, corría por sus brazos; escupió sangre, tenía evidentes dificultades para respirar. Sentí pena por ella. No pude evitarlo. Debía ser más doloroso el sentirse derrotada por un ser inferior, que las heridas que había recibido. Quiso levantarse de nuevo, apoyó una rodilla y flexionó la otra pierna. Imposible. Tuvo que poner las manos al frente para no golpear el rocoso suelo con el rostro. Había quedado a gatas. Tal como antes. Yo continué mi camino, debía ser presto y efectivo. El primer objetivo fue positivo, el arma se encontraba cerca de la entrada, en la sala. Aún en la mano cerrada. Fue asqueroso, hube de desprender dedo por dedo, la pistola de la mano fría y ensangrentada. Bien, era un avance. Eché de menos las mochilas de Dominic y Donald. No estaban ni ellas ni sus cuerpos. Llegué hasta el altar, allí estaban los restos de Eugene y el Coronel con sus mochilas. Me aprestaba a tomar la del coronel cuando detrás del altar apareció la doncella hindú. Ambos nos quedamos paralizados por instantes, hasta que ella reparó en el africano quemándose aún en la hoguera y su ama herida en la entrada de la cueva. Ella no estaba preparada para ver esa escena. Eso me dio la ventaja, le disparé, tratando de apuntar a la cabeza. Pedirle puntería a mi mano a esas alturas de la confrontación parecía ser mucho. Erré casi todos los disparos, excepto uno que le dio de lleno en el ojo. Conmocionada se llevó las manos al rostro, yo no accioné más el arma, debía conservar balas, observé a mi alrededor, necesitaba algo con que rematarla. Buscar en los morrales era inútil, ni Rahl ni Eugene portaban armas. Sin embargo, en el suelo se hallaba el florete del coronel, lo tomé, procediendo a hundirlo en el pecho de la doncella. Me atuve a los viejos mitos, así que se lo clavé en el corazón, o al menos en esa zona. Ella agarró con fuerza la hoja de la referida arma, cayendo de espaldas. Por más que intenté extraerla no lo logré. Se asió con tal fuerza a ella que yo, con mis mermadas energías, no pude más que dejarla allí. Parecía fuera de combate, me desentendí de ella. Arrastré las mochilas de mis compañeros caídos hacia la plazoleta. Y allí estaba Inanna, de pie. Ya no tenía dagas en las manos o arma alguna, aun así, seguía siendo una figura amenazante. Solté los morrales, hice cuentas, me quedaban dos balas, aquello era insuficiente, tomando en cuenta que ya le había dado más de una docena de disparos y ella seguía en pie. Los otros miembros de su cofradía habían caído, pero ella era otro nivel. ¿Sería posible que ella fuese inmortal? No parecía poder yo hacer otra cosa mejor que escapar de allí, al diablo la misión, al diablo Rahl y sus pesquisas, al diablo los nazis y sus ansias de inmortalidad, al diablo todo. Ese amargo pensamiento iluminó mi mente. Claro, eso era lo que buscaban. La inmortalidad, robar la inmortalidad de la raza oculta. Yo de manera irresponsable estaba colaborando con ellos."
"Ella extendió una de sus manos, la abrió, dejando caer una cantidad imprecisa de puntas de balas, deformadas y aplastadas. 'Extrajo las balas de su cuerpo' pensé. Ella contestó mis pensamientos. 'Sí, extraje las balas de mi cuerpo, nada debe profanarlo' atónito, seguí rodeándola mientras la apuntaba con mi mano temblorosa. 'te quedan dos balas, úsalas bien' me dije a mi mismo en pensamientos. 'Eso crees tú, no te quedan dos balas, te queda una sola ¿Qué podrás hacer con ella? si quieres más balas allí las tienes' escuche en mi mente, señalando al grupo de balas en el piso. De nuevo hice cuentas, disparé seis veces, el cargador de la pistola tiene ocho, por lógica me quedan dos. 'Ella, está equivocada, juega con mi mente’.
Escuché su voz de nuevo en mi mente, ella sonreía con sobriedad. 'Disparaste siete veces, no hace falta leer la mente para saber eso, yo escuché los disparos y se contar. Te engañas a ti mismo a nivel consciente, pero a nivel inconsciente puedo leer tu verdad, esa que tanto niegas porque quieres tener una esperanza que realmente no mereces'. Boquiabierto agoté los adjetivos. ¡Era inaudito, podía leer la mente! Inmerso en mis reflexiones de supervivencia no me había percatado de ello, aunque era obvio. 'Sí, sí puedo' contestó. Aquello era una nueva desventaja, tenía una sola bala, si hacía caso a su aseveración y tomando en cuenta el poder que desplegaba no tenía razones para desestimarla."  
“La confrontación se convirtió en un estudio de movimientos. Parecía un duelo del viejo Oeste, nos movimos con lentitud. Yo, tratando de acercarme a la escalera y ella, tratando de impedir que pudiera acceder a ella. Llamarla escalera era una pomposidad, era un camino de ascenso y descenso con algunos escalones aquí y allá que facilitaban los pasos, nada más. Un precipicio se abría en el costado contrario, creo ya haber hablado de eso con anterioridad. Así que en la salida solo había dos caminos posibles, bajar por la escalera o el abismo. Yo sentía su voz en mi mente que repetía ‘dispara, dispara, dispara’ me desafiaba a hacerlo solo para que mis dudas evitaran la acción. Ganaba tiempo. Con cada segundo que transcurría ella se iba curando mientras yo seguía sangrando. Lo podía ver, aunque el collar de cráneos ocultaba en parte las heridas en su pecho, se notaba que el sangrado estaba deteniéndose. Algunos cráneos estaban dañados por los disparos. Quizá pudieran haber amortiguado el daño, no lo sabría decir. Con esos factores en ristra, la situación era que ella todavía no se sentía con fuerzas suficientes para atacarme, esperaba que su organismo regenerara las heridas. Yo, por mi parte no poseía esa característica, dependía de, lo antes posible, atender mis heridas. No me valía seguir esperando más, solo tenía un disparo. Todo se resolvía a escoger cual era la zona más vulnerable y donde fuese más efectivo el golpe. No esperaba matarla, solo aturdirla, lo suficiente para tomar las mochilas y huir. El corazón... No, ya le había dado varios tiros en el pecho, no parecía una opción de peso. La cabeza... sí, la cabeza. Esa era la mejor elección. Si no podía matarla al menos incapacitarla unos segundos. Pero lo dicho, leía la mente, se anticipó a mis movimientos. Yo disparé, ella se cubrió la frente con ambas manos, la bala atravesó la barrera y dio de lleno, justo en el blanco, en el medio de los ojos. Ella resistió el embiste. Su cabeza se sacudió hacia atrás con violencia y volvió luego a su lugar con la misma rapidez. Pero, no cayó. Retiró sus manos. Sonreía. Y mientras ella sonreía yo temblaba. No había funcionado. Abrió sus brazos cuan largos eran mostrando su rostro altivo, con las heridas en sus manos parecía padecer de una estigmatización. Abrió los ojos, me miró fijo. El punto rojo, con apenas un hilillo de sangre, en el medio de las cejas, le confería un indudable aire hindú. Y entonces habló, con firmeza.
—Te lo dije, no puedes matarme, cuando tus huesos se pudran y sean cenizas, yo estaré caminando en el mundo, de día, de noche. No existen límites para mí. Soy una diosa, tú, un ser mortal. Viniste aquí por mis secretos, por mi sangre, por mis virtudes y una morbosa curiosidad. Y es extraño, pude sentir que tu sangre está mezclada con la nuestra, aunque sin llegar a poseer nuestras cualidades. Algo de nosotros tienes. ¿Por qué nos atacas? ¿Porque una niña neófita intentó convertir a tu padre y el murió en el proceso? Sí, puedo verlo a través de ti. Ya, ya lo veo la misma chica intentó convertirte. Eso explica la sangre. Eres un malagradecido, un niño llorón. No creciste, no has madurado, eres todavía ese huérfano llorando en brazos de una desconocida. Augustus, debió terminar contigo. Que débiles fueron. Me avergüenzo de esos niños. Mira que dejarte libre a tu suerte. Su error lo pago caro yo. Eso es injusto. ¿Qué mal te hacía mi existencia, aquí, oculta de todo, alejada de las banalidades del ser humano mortal? No me interesa ser parte de este mundo. No me interesa caer en manos la cofradía infernal de tus amigos. Tu ciencia no puede descifrarme, tu ciencia no tiene poder sobre mí, no pueden comprender mi naturaleza, mucho menos duplicarla. Son unos insensatos. Crees haberlo perdido todo solo por la muerte de tu estúpido padre. No se compara con lo que he perdido yo con su visita. Mis niñas, Lidia, Nisha, Mitsuki y mis grandes guerreros, Otgonbayar, Amadi. No saben lo que han destruido. Cuantos milenios fueron obliterados por su mezquina ambición. Me he quedado sin hijos ni aliados, pero tú te quedarás sin esperanza ni objetivos. Seré un misterio para ti, no te diré mi nombre, ni el nombre que nos damos a nosotros mismos. Nuestra raza. Quédate con ese burdo nombre. ¡Vampiros! ¡Ja! que estúpido. Pero, algo si he de admitir, critico las razones que tuvo Augustus para dejar tu destino en mano de la suerte, que no en mano de los dioses. Los dioses no existen, excepto yo. Fuera de mí no hay dioses, solo cera y yeso, yesca y óleo, pan y vino. Creaciones irreales de esta pueril humanidad. Sin embargo, precisamente eso haré, dejaré tu destino a la suerte. No tengo fuerza en este momento para matarte, lo que sí tengo es tiempo. El tiempo es mi aliado, el único que me queda, gracias a ti. Observa bien este cuerpo, este rostro, esta bala en mi frente. Porque no me hallarás jamás. Ve y encuentra la muerte, hoy, mañana, en un año o dos. No me importa, tu muerte es algo seguro. Ve con mi desprecio y mi lástima ya que no te mereces ni siquiera mi odio.
"Dicho eso extrajo la bala de la frente con su mano derecha y la lanzó a mis pies con desdén. Caminó con cierta dificultad hacia mí. Yo me aparté. Se colocó de espaldas al precipicio y con esa sonrisa que le caracterizaba se dejó caer. Me quedé paralizado. De todas las cosas que podía concebir no se me ocurrió que hiciera eso. Aterrado, tardé cierto tiempo en reaccionar y asomarme al abismo. No pude ver nada. Había desaparecido en el fondo. Ya oscurecía, busqué las mochilas atendí mis heridas y acercándome a la hoguera que permanecía encendida, buscando amparo en el calor, me dormí, me desmayé, no supe más de mí en aquella aciaga jornada.”

Raza Oculta I El Secreto del AguaWhere stories live. Discover now