Augustus y Katja

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Frente a frente, estaba aquel hombre que proclamaba haberla salvado de una muerte segura. Bailaba con él. Estaba aturdida, el carrusel de emociones parecía nunca terminar. La tranquilidad de espíritu no se hizo para ella. Justo cuando pensaba haber encontrado un rumbo a su corta vida, reaparecía este personaje.
—Debes mantenerte calmada Katja. No vine a destruir tu vida ni con la intención de perturbarla. Aunque la perturbaré de todos modos. A veces la buena intención no cuenta, los resultados son los mismos. Todos nos observan. Simula, sólo somos un viejo y la celebrada novia haciendo el baile tradicional del dinero. Nada más.
Ella no dijo nada, estaba a punto de llorar. Él, lo notó.
—No vayas a llorar, dañarás el maquillaje. Te ves muy bonita, sería una lástima. Es tu momento de felicidad, sonríe. Voy a tratar de ser conciso y te pido que me escuches con mucha atención pues no tenemos mucho tiempo.
Ella asintió. Sumisa.
—Somos personas con características especiales. Yo transferí esas cualidades, cuando te transfundí parte de mi sangre en un intento de salvarte, estabas al borde de la muerte por el ataque que sufrió la caravana de tu clan. El mundo, en el desconocimiento de nuestras realidades, nos llaman vampiros. Aunque no por ser una cosa somos la otra. No hay porque ser malvados ni matar personas. Tampoco nos decimos a nosotros mismos con ese título, no nos gusta ser llamados así. Tu proceso de conversión está aún en progreso, aún no tienes todas las funciones completas. Te pregunto: ¿El sol te molesta? ¿Te arde la piel? 
—Sí —contestó ella.
—¿Has tenido ansias de sangre?
—¡No! ¿Qué? ¿Qué es eso de las ansias de sangre?
—Es una sensación de necesidad, irresistible para los neófitos, de succionar sangre. Con el tiempo se logra controlar, pero al principio es muy fuerte y si el neófito no está bajo supervisión de su mentor puede llegar a cometer atrocidades y eso, en estos tiempos, no se puede consentir. La clave de la sobrevivencia es: no llamar demasiado la atención.
Ella miró al suelo, evitando recordar.
—Te pregunto de nuevo. ¿Has tenido algún episodio extraño, de carácter involuntario, donde hayas sentido la necesidad de succionar sangre? Puede ser que lo recuerdes como un sueño, pues cuando sucede, las primeras veces, el novicio suele actuar como un sonámbulo. El instinto asesino se sobrepone a la voluntad consciente.
Cuando él nombró "sueño", ella se sobresaltó. Recordó el sueño de las gallinas, el sueño con el indigente. ¿Sería posible que no hubiese sido un sueño?
—¡Katja! Responde, es importante —le presionó él.
—Sí, si tuve. Con unas gallinas —le respondió, de momento prefirió omitir el sueño con el indigente.
—¿Hace cuánto? ¿Cuántas gallinas? Has un esfuerzo por recordar.
—No lo sé, unos días luego de que escapé. Creo que 4 gallinas.
Augustus sacó cuentas, hacia unos dos meses.
—¿Vomitaste la sangre después?  
—¿Cómo lo supo? No, no puede ser. La señora Mariska le dijo, sí, eso fue. Ella, le dijo ¿verdad?
—No, ella no me dijo nada. Es algo que deduje. No tengo tiempo para explicarte todos los pormenores, el asunto es: como tu proceso de conversión estaba muy reciente, en vez de ingresar la sangre al sistema circulatorio, la mayoría fue a parar a tu estómago. Es lógico que lo vomitaras una vez calmaras tus ansias. ¿Y seres humanos?
—¿Seres humanos? ¿Qué pasó con ellos?
—¿Soñaste o tuviste un episodio inconsciente donde mataras a un ser humano y le succionaras la sangre?
De nuevo vino a la memoria el indigente.
—¡Katja! ¡Vamos, dime! ¿Sí o no? La vida de tu esposo y de su hijo dependen de saber eso.
Ella se resistía, pero escuchar que sus seres amados se encontraban en peligro, la hizo ceder.
— ¡Sí! ¡Sí! Mientras estuve de vagabunda, la noche de la primera nevada. Soñé que maté a uno de ellos y me sentí mejor luego de eso. Antes de eso creí que iba a morir congelada.
—¿En el sueño qué hiciste con el cadáver?
—Lo lancé al río.
—¿Vomitaste la sangre?
—No, no que yo recuerde.
—Está bien... ¿La primera nevada fue hace cuánto?... Déjame recordar... —le dijo él, mientras se puso a sacar cuentas con los dedos.
Katja no pudo evitarlo. Las lágrimas escapaban silenciosas por sus mejillas. Augustus, detuvo las operaciones matemáticas. Aquello no era bueno, el esposo se había percatado del llanto y el turno de baile se había alargado demasiado. Otros invitados aguardaban su turno para bailar con la novia y se quejaban, impacientes, con el padrino.
—No llores Katja. No fue tu culpa. Luego hablamos de eso. Allí viene tu esposo, sígueme la corriente.
—¿Qué ocurre? ¿Por qué tardan tanto? ¿Katja, por qué estas llorando? —preguntó al acercarse, un tanto preocupado —¡Usted! ¡Usted! ¿Qué le ha dicho a mi esposa para que se altere así?
—¡Calma, Señor Viktor! Venga, vamos a un rincón y le explicaré todo —le respondió Augustus, mientras caminaba con ellos a una parte aislada del salón.
—A ver, explíquese, antes de que sucumba a mis impulsos y lo expulse de aquí, me importa un rábano si es amigo, cuñado, socio, hermano o lo que sea del Juez Mainard —le dijo este, abrazando a su esposa.
—Mire usted. Soy comerciante y conocí a Katja, hace un tiempo, cuando era una niña. El clan al cual su familia pertenecía eran cazadores, artesanos y criadores de caballo. Yo comerciaba con ellos de forma regular. Había muchos chiquillos, pero Katja en particular, era muy cariñosa y atenta conmigo. Siempre tocando su violín y corriendo de aquí para allá, muy risueña. Si le hubiera visto usted, amigo mío, montando a caballo, toda una amazona. Viajaba yo, a encontrarme con ellos, para el habitual intercambio, cuando observé humo, proveniente del campamento, descubriendo una escena dantesca. Alguien había atacado al clan, prendieron el campamento; robaron los caballos, las pieles y todo cuanto pudieron. Busqué sobrevivientes, la única con vida era Katja, todos los demás estaban muertos. Ella recibió un golpe en la cabeza y perdió la memoria. Le cuidé, durante algunos días, hasta que despertó, traté de explicarle la situación y ella, de alguna manera malentendió las cosas y mientras yo buscaba suministros en un pueblo cercano, huyó. Le he estado buscando desde entonces, no la hallé hasta ahora y sé que pudiera ser inoportuno, sucede que no tuve tiempo de abordarla.
Viktor lo miró de pies a cabeza. Incrédulo.
—¿Katja, es verdad lo que dice este señor?
—No recuerdo, no lo sé. Es decir, solo recuerdo despertar, estar herida y verlo a él. Luego me asusté y hui. Y muchas veces me arrepentí de haberme dejado invadir por el miedo y escapar. No tener memoria es una cosa horrenda, estaba asustada, ustedes no se lo imaginan.
—¿Entonces debemos confiar en la palabra de este señor?
—Me salvó, me curó, eso debería valer algo.
Viktor no se terminaba de convencer.
—¿Por qué no acudió usted a las autoridades? Dada la gravedad del acontecimiento. Debió denunciar el incidente.
—Eso sucedió cerca de Huedin, en pleno descampado. ¿A quién iba acudir? Además, usted sabe que a las autoridades les importa muy poco el destino de los gitanos. Necesario era apartarnos de la zona rápido. Quienes habían perpetrado el ataque podrían estar todavía merodeando. Me dirigí a las montañas Apuseni, porque sobre ellas pesan varias leyendas de fantasmas y monstruos que ahuyentan a las personas. Eso nos daba seguridad.
—Ya que toca el tema. Katja me contó que usted le dijo ser un vampiro. ¿Qué hay de cierto en ello? ¿Es usted un monstruo?
—Mmm… creo que eso fue una confusión.
—Explíquese.
—Verá, aparte del golpe en la cabeza tenía otras heridas y había perdido mucha sangre. Yo, en mis años mozos fui médico y con los conocimientos y dispositivos disponibles, hice una transfusión de sangre para salvarla. Ella debió malentender el asunto, relacionó la sangre con vampiros, las leyendas. Fue torpe de mi parte explicarle la situación, antes de que su recuperación estuviese más avanzada. Había perdido la memoria, estaba desorientada, asustada. Fue una torpeza descomunal.
—Usted para todo tiene una respuesta. Ahora resultó ser médico.
—Era. Abandoné para dedicarme a los negocios que me dejó mi padre. Es menos noble pero más rentable. 
—¿Cuál era el nombre de la madre de Katja?
—Jarana
—¿El nombre del padre?
—Kavi.
Viktor dejó de preguntar. Se dio por vencido. 
Mientras esa tertulia ocurría. Mainard, como padrino de la boda se hizo cargo de la situación y calmó a los invitados. Pidió un momento de descanso para la novia y anunció que en momentos seguirían con el tradicional baile. Como no consiguió con la mirada a su esposa, le hizo un ademán a la señora Mariska y esta se acercó con rapidez, le susurró algo al oído, yendo ambos hasta donde se encontraban Katja, Viktor y Augustus.
—Katja ve con la señora Mariska. Toma un poco de agua, recomponte y seguimos la celebración. Viktor, ven conmigo —dijo cuándo se acercó al grupo.
—Yo no voy a ningún lado necesito aclarar unas cosas con su amigo italiano —contestó.
—Está bien señor Juez. Yo también deseo seguir hablando con el señor Viktor —le dijo a su vez Augustus —no se preocupe.
—Es usted el padrino. Dejo todo en sus diligentes manos, mientras yo hablo con el señor...
—Augustus —le aclaró, este.
—Bien. La fiesta debe continuar. Festejemos este momento de felicidad como se debe —anunció el Juez, dejándolos a solas y volviendo a sus labores de padrino.
Por un instante, el juez observó al señor que proclamaba ser su amigo. La verdad es que no tenía idea de quién era, había conocido a tanta gente en su corta carrera política. Se acercaban muchos a pedir favores, a mostrar apoyo, los amigos de su esposa, los amigos de sus amigos, a su vez amigos de otros amigos; no, no recordaba quien era. Tenía la vaporosa memoria de haber tratado con un italiano alguna vez por negocios, pero vaya a usted a saber si era el mismo.
—¿Y bien? —inquirió Viktor a Augustus, una vez se retiró el Juez —¿Dónde quedamos?
—En la parte donde presento mis disculpas. Si no fue la mejor manera de hacer las cosas.
—Pues no, no lo fue. En eso estamos de acuerdo. Quisiera no disculparlo, pero siento que no tengo otra opción. Estoy en deuda con usted. Mire que ocurrencia la suya de cambiarme el regalo de la bolsa por el violín, confabulando con mi jefe. ¿Pero por qué tanto misterio? ¿No era más fácil escribir una carta, presentarse de forma adecuada? Si hubiese declarado el conocimiento de mi esposa antes de la pérdida de memoria, las cosas hubiesen sido más fácil para todos. Asumo que por eso insistía tanto en ser invitado. Ve, lo hubiera invitado desde el principio y aceptado la ayuda con la compra el violín. Aunque, igual lo hizo de todos modos.
—Sí, es así. Cometí una serie de imprudentes decisiones. Estoy viejo, mis habilidades sociales han empeorado con los años y la capacidad de discernir también. Y me gustan las entradas teatrales —mintió.
—Ya, ya. ¿Y qué quiere hacer? O sea ¿qué relación tendrá con nosotros? Porque todo asunto que usted requiera con Katja, lo tendrá conmigo, soy su esposo ya no hay un ella y yo por separado, sino un "nosotros".
—Me parece adecuado, que usted asuma el compromiso de esa manera. Así habla un hombre, el matrimonio es una unión sagrada. Y no quiero irrespetarlo a usted ni a ella, en su nueva condición de esposa. La intención es sencilla, ser amigos. Buscaba a Katja, para ayudarla, quedé muy angustiado cuando la perdí en las montañas, pero ya no es necesario. Ahora es esposa de un hombre bueno que cuidará de ella hasta la muerte. Y no sé qué otra cosa pueda ser más que un amigo. Compartir las remembranzas de su vida anterior, con la esperanza de que recupere pronto la memoria. No puedo ofrecer más que eso. Además, como sé que no puedo brindarlo de regalo, queda usted pendiente de cancelar el importe del violín.
—Sí, estamos atados por ese compromiso, luego coordinamos el pago y a cuánto asciende el monto. Cosas aparte me encantaría eso, que recupere la memoria. A ella, le preocupa mucho ese pasado que desconoce. Quiero que esté tranquila —respondió Viktor —Y, tomando su palabra, la cuidaré hasta que la muerte nos separe.
La frase en sí misma era muy fuerte y de carácter premonitorio. Él, forzosamente, moriría antes que ella. Augustus, le miró, calculó que tendría unos treinta años, quizá menos, o sea que con suerte viviría unos 40 o 50 más. Para cuando ese tiempo transcurriera Katja, apenas si habría envejecido un par de años. No era algo para contarle, algunas verdades es mejor callarlas. Augustus, se abstuvo de comentar. Sólo le rodeó con el brazo y se fue con él, a buscar un trago. No sabía del joven Viktor, pero él, luego de decir tantas mentiras necesitaba un vaso de vino.
La señora Mariska agradeció lo ocurrido. Quería un momento a solas con Katja. Mientras le daba un sorbo de agua, la calmaba y le arreglaba el maquillaje aprovechó para callar su conciencia un poco.
—¿Podrías disculpar a una vieja amargada que en un momento de furia te trató mal y te echó a la calle? —le preguntó.
—Señora Mariska, no se preocupe por ello. Yo la perdono. La situación fue difícil y los hechos se fueron sucediendo sin que hubiera mucho control.
—¡Qué bien! ¡Gracias! Mira cómo has cambiado, hasta hablas como una señora de clase alta. ¡Qué increíble cambio! Ya no eres la muchacha solitaria, triste y vulnerable; tampoco la criada que limpiaba pisos y cocinaba. Ahora eres una dama, una señora. Te saqué de la peor manera y tú regresaste por la puerta grande, convertida en toda una princesa. Ni en los mejores cuentos de hadas. ¡Y pronto serás una mujer completa!
—¿A qué se refiere con eso de mujer completa?
—Pues a la luna de miel, mi pequeña despistada. ¿O se adelantaron y comieron las mieles antes que el guiso?
—¡No! ¡Qué cosas dice señora! Viktor, es un caballero, siempre me respetó.
—Es cierto, es un caballero, se le nota. Disculpa mi comentario fuera de lugar. Y, además, tú eres una dama. Yo ahora soy la criada, la empleada a tus servicios. Que vueltas da el mundo —le dijo —enfócate en lo importante. Si quieres un consejo: No llores, se feliz. Se feliz hoy, mañana, la semana que viene, un mes, un año, toda una vida. Disfruta de esta oportunidad que te brindó la vida y no hagas como yo, que me hundí en la amargura, negándome a ser feliz, castigándome con la esperanza de así confeccionar una retribución que nunca llegó.
Katja deseaba sincerarse con alguien, aliviar sus penas, pero la señora Mariska, no era la adecuada, a pesar de que sus palabras eran correctas y acertadas.
—Ya ves, Sventz, mi único y verdadero amor, murió y nunca pudimos estar juntos, la hija ilegítima de ambos me abandonó también.
—¿El señor Sventz murió? —preguntó Katja sorprendida.
—Sí. ¿No lo sabías?
—No. Nadie me dijo. ¿Cuándo? ¿Qué le pasó?
—Unos días después de dejarte conmigo tuvo un ataque al corazón. La vieja loca, en su desvarío, te echó la culpa.
—¿La vieja loca? ¿De quién habla usted?
—De la esposa de Sventz.
—¡Pobrecita! ¡No le diga usted así!
—¡Katja! ¡Intentó matarte! ¿No lo recuerdas? Si no lo hizo fue por pura suerte —le dijo la señora Mariska —en su dolor, locura o superstición, se le metió en la cabeza que tú lo habías embrujado. Realizando un ritual de magia negra, que mataste cuatro gallinas y le succionaste la sangre y no sé cuántos disparates más dijo a la policía cuando se la llevaron.
¡Las Gallinas! Eso corroboraba las palabras de Augustus. Katja, no lo quería aceptar. Ella no podía ser un vampiro. Debía haber un error, en alguna parte. Era una contrariedad.
—Imagínate, aparte de bruja dijo que eras una vampira, que tenías colmillos afilados, te convertías en murciélago por las noches y le huías al sol. ¡Ja! Bien loca que está esa vieja. Voy a ir al infierno por lo que diré: sentí un gusto verla totalmente enajenada, gritando y retorciéndose. Los policías no tuvieron más remedio que darle un garrotazo por la cabeza para que se calmara y...
—¿Y qué fue de ella? —interrumpió Katja, no le agradaba escuchar cosas que implicara violencia, menos a una mujer enferma y desvalida.
—La recluyeron en un manicomio, tengo entendido que la soltaron hace poco. ¡Qué irresponsabilidad!
Katja quería terminar la conversación y volver al baile, a la celebración. Recibir el consejo estuvo bien, oírla esgrimir tanto odio no le agradaba en absoluto, no necesitaba más negatividad en su vida. Suficiente con el asunto recién adquirido. Quizá, con la danza, su mente hallaría algo de claridad. La señora Mariska, hablaba sin parar, ya ni sabía ella de que cuestiones. No le importaba, no estaba prestando atención. Entonces apareció la señora Meredith al rescate. Le preguntó si estaba bien, si se había tranquilizado, el juez le dijo que había ocurrido, le revisó el maquillaje, felicitó a la señora Mariska por el buen trabajo realizado. Le conducía de nuevo al salón cuando la dueña del local le dijo una última cosa:
—Cuenta conmigo para lo que sea Katja, cuando me necesites aquí estaré. No importa lo grave o desesperada que veas la situación. No importa si todos te acusan, si eres culpable o inocente. Ven, que yo te recibiré con los brazos abiertos.
—Gracias. Así lo haré —le respondió.
En realidad, aquella promesa le perturbó un poco. Asumió que la conciencia de la señora Mariska, no hallaría paz hasta resarcir el daño que había perpetrado al correrla de la posada. Para Katja, eso era pasado. No tenía tiempo para guardar rencores, su vida era una caída libre hacia el vacío, se sucedía una cosa tras otra, sin tener control alguno a pesar de, en teoría, poseer la opción de decidir. Sí, tenía cosas más importantes que pensar. Sin embargo, fue lo que decidió: no pensar. No quiso saber más de vampiros y sangre por un rato. Luego le dedicaría tiempo a ello, resolvió seguir el consejo recibido. Vivir, saborear los regalos de la vida y la vida le había otorgado el amor de un ser maravilloso. Eso debería ser más importante que todo lo demás. Se entregó de lleno a la celebración, el baile tradicional. Buscó a su esposo luego de todo ello y no se despegó de él, en toda la noche. Marko y los demás niños, hijos de los invitados, dormían en una de las habitaciones. Katja les envidiaba un poco. Estaba agotada, Viktor también. Ella quería dormir y que los sueños la alejaran de toda aquella pesadilla que era la realidad.
—Amor mío, ¿Por qué llorabas? —le preguntó él, mientras permanecían abrazados, en medio del salón, alejados de todo y de todos. Bailando sin música.
—Las emociones. Saber de mi pasado, que existía alguien que me conoce. Eso me alteró mucho, discúlpame si te preocupé sin necesidad. 
—No pasa nada señora de Jarkovic. Fue inusual, eso es todo.
—¡Quítate ese sombrero! —le dijo ella, sonriente.
—¿Por qué? ¿No me veo guapo con él?
—Si te ves guapo, pero no me deja besarte con comodidad.
Dicho esto, le arrebató el sombrero y lo lanzó por los aires a donde el azar y las leyes de la física le permitieran caer. Lo besó con toda la pasión que guardaba su corazón.
Los presentes vitorearon ¡Vivan los novios! Varias veces. Viktor hizo señas al juez. Este se acercó.
—Ya es hora de terminar la fiesta, querido padrino. Mi esposa desea descansar —le dijo.
—¡Qué cosas dices! ¡Ahora es que queda por celebrar!
—¡Mainard! Son las no sé qué horas de la madrugada.
—¡Hay que ver que ustedes si son aguafiestas! La celebración de las bodas húngaras usualmente se celebra durante tres días al menos. No llevamos ni una noche.
—Ya lo creo —le respondió Katja —pero discúlpenos con los invitados. Mi esposo me va llevar a casa.
El juez hizo un cómico puchero. Estaba bastante bebido, de alguna manera conservaba un poco de compostura. Pero no mucha.
—¡Esta bien! ¡Está bien! Anunciaré su retiro, nos quedaremos celebrando en su nombre. Todavía queda vino y mucha comida. Todos entenderán que quieren estar a solas y empezar la luna de miel —expresó con picardía mientras le daba toquecitos con el codo a Katja.
Katja se sonrojó. Viktor hizo una mueca de reproche, aunque en realidad le pareció divertido. Estaba tan cansado que quería cama, pero para dormir y creía que su esposa también. Ya podrían resolver esos vínculos afectivos en la mañana, más descansados. La señora Meredith les despidió emocionada. Se deshizo en consejos y recomendaciones. Recordándoles que no se preocuparan por el niño. Sería bien cuidado y ella, personalmente, se hacía responsable de él.
—¡Vayan! ¡Vayan! El amor les espera. Esta noche debe ser solo de ustedes dos.
Viktor pensó: ¿cuál noche? Si ya casi salía el sol. En el horizonte, hacia el este, empezaba a despuntar las primeras luces. Katja se alarmó un poco. Le había tomado verdadera repulsión al sol. Nada más saber que el amanecer estaba próximo le incomodaba.
—Apresurémonos Viktor, quiero estar en casa antes que el sol salga.
—Ya viene el carruaje —anunció.
Muchos salieron a despedirlos entre vítores y júbilo, entre ellos la señora Mariska, escoltada por las chicas contratadas, que somnolientas y cansadas a más no poder, celebraban que los recién casados al fin se retiraban. Augustus, también estaba allí, en el grupo de despedida y antes de que subiera al coche procedió a entregar un paquete a Katja.
—¿Qué es esto? ¿Un nuevo regalo? ¿Qué nueva travesura se le ocurrió? Nos podría decir el contenido del paquete. No deseamos nuevas sorpresas —le dijo Viktor, intercediendo y recibiendo el envoltorio en vez de Katja.
—No se preocupe es solo una crema para la piel. Tengo entendido que en su luna de miel realizaran un viaje por la campiña. Esto protegerá a Katja de los rayos del sol. Hay que cuidar la piel, la suya, la del pequeño, la de usted también si se anima a usarla.
—Mmm... Viejo mañoso. Me caes bien, pero a veces abusas de la confianza. Gracias por el regalo. ¡Nos vemos luego! Si Dios quiere en unos mil años.
—¡Amén!
De verdad que era todo un personaje. Simpático sí, pero entrometido. Le deseaba lo mejor. Que le fuese tan, pero tan bien en sus negocios, que tuviese que mudarse a las Américas, a Asia, África, Antártida, adonde sea, pero bien lejos de ellos dos. Aunque seguramente sus deseos no serían cumplidos. Suspiró, al menos ya descansarían. Quería dormir por unos tres días, con sus noches, al menos. Y sin querer, o queriendo, ambos se durmieron en el trayecto. El chofer tuvo que despertarlos.
Entraron a la casa, el hogar dulce hogar, fueron directo a las escaleras, necesario era subir a la habitación principal. Él la levantó y quiso subir con ella cargada por las escaleras. Estaba agotado y somnoliento, tropezó y rodaron por los escalones. De suerte que solo habían subido dos peldaños, así que no hubo daños catastróficos. Ella cayó encima de él, cubriéndole la cara con el vestido.
—¿Estás bien amor? —le preguntó ella —¿te golpeaste muy fuerte?
—No mucho —mintió, su baja espalda le dolía con fuerza.
—¿Entonces no te duele nada?
—Sólo mi dignidad. Te quería cargar de forma romántica, escaleras arriba y caí de forma cómica. Eso duele.
—¡Ja, ja! Si eres tontito, ven subamos caminando. Si pudiera te cargara yo.
—Eso sería digno de ver —expresó sonriendo.
Y para su sorpresa ella lo levantó. Él se sobresaltó mucho. ¿De dónde sacó esa fuerza su pequeña esposa? Sin embargo, no dieron más de un paso cuando cayeron estrepitosamente de nuevo, ella, riendo y él asustado.
—¡Ay! Te entiendo ahora, esto de la dignidad duele —le dijo ella, con voz adolorida.
—Me asustaste. ¿Estás bien? No vuelvas a hacer una cosa como esa. Te puedes hacer mucho daño. Yo peso al menos 75 kilos. Eso es mucho peso para ti.
—¡Estoy bien! ¡Estoy bien! Pero mis piernitas me tiemblan.
—Qué ocurrencia la tuya. Ven —le dijo, dándole la mano —subamos como gente de casa, no como acróbatas de circo, no tenemos tanta energía en estos momentos para juegos románticos.
Ella asintió, riendo. Se sentía rara, achispada, quizá fue el vino. Debió tomar más de una copa. Subieron, tomados de la mano. Él, con la mano libre, disimulando un poco, examinó la espalda, en la zona golpeada. Katja subió, cojeando un poco. A medida que iban subiendo sus dolores remitieron y terminaron los últimos escalones caminando de manera más normal.
—Bienvenida a tu cuarto, nuestro cuarto, mi querida esposa. Estarás de acuerdo conmigo de dormir solamente. La luna de miel puede dar comienzo más tarde mi cuerpo me pide descan...
La frase se quedó a mitad de expresión. Katja se había abalanzado sobre él. Cayendo en la cama, quedando debajo, sorprendido, inicialmente sumiso, activo después. Aquellos pequeños y tupidos labios, silenciaron toda voz, Viktor sintió su boca invadida por la pasión. ¿Cómo seguir utilizando aquel músculo esencial para la fonación si otra lengua anulaba sus funciones? El asalto fue relampagueante, luego llegó una pausa, reanudación, pausa de nuevo, continuación. Solo retiró la lengua del habitáculo bucal, de su bien permitido amante, cuando ella, quiso acompañar los besos con expresiones de amor. Las frases entrecortadas se multiplicaron, así como el deseo en las entrañas, te amo, te quiero, te amo, te amo. Clave Morse del amor y el arrebato. Pequeños mordiscos y lamidos, jadeos y gemidos, causaban hormigueo y tensión, la respiración en ambos se alteró y ni hablar del descontrol que se adueñaba del pecho. El tamborileo de sus corazones era incesante, se preparaban para una hermosa batalla donde la lucha sería cruce de caricias y la muerte sería un orgasmo, dos, tres, todos los que arribaran y se fueran. Todos bienvenidos. Él, alzó su cañón amenazante, erguido, surgiendo desde el bunker, humeante, listo para la acción. Dentro de ella, se encendió la alarma, el peligro inminente del grueso calibre, apuntando hacia su vientre, inició una serie de acciones. No habría retirada, ni nadie correría a esconderse. Había miedo, sí, pero también determinación. La trinchera se humedeció en el preámbulo, fase preliminar para recibir el fuego de aquel amado enemigo. Lo sabía sin saberlo, aquello sería una acción de toma y dame, ataque y contraataque, sin importar las bajas, sin fijarse en el cansancio o el dolor. 
Y el asalto dio comienzo. A pesar de los tambores de guerra implícitos en el acto, él fue delicado. Cruzó la tierra de nadie, tocando, palpando el terreno, el montículo de Venus se estremecía con el avance. La alambrada estaba anulada, dócil; sí, la brecha estaba abierta, lista para ser penetrada. Llegó el momento del abordaje final, los nervios de acero se tensaron ante lo inminente. La invasión fue perpetrado en oleadas, la trinchera se resistía. Entre contracciones y expansiones, la vanguardia logró su cometido. Nueva voz de sorpresa, un pequeño grito de dolor, de arenga, de placer y de esplendor. Ya el amado enemigo estaba dentro, la ruptura del frente se había consumado pero la batalla estaba lejos de terminar, este era solo el comienzo. Se combatió casamata por casamata, nido por nido. Avanzaba la punta de lanza, la defensa le hacía retroceder con la misma fuerza, repitiendo la acción con tenacidad, ardor y desespero. Labor, intensidad y perseverancia mutua. El NO sé confundía con el SÍ, las barreras entre lo negativo y positivo se reducían a cero. El combate era confuso, no por eso la meta era menos clara para ambos contendientes. La muerte era tan dulce mientras batía sus alas dentro de ella. El ariete encendido en el fuego del amor; la defensa derramando aceite hirviendo de pasión, alcanzando el máximo fervor. Y entre colores, vítores y temblores se escuchó el grito de triunfo, dos voces reclamaban la victoria. La batalla había concluido, una cita con el clímax, un encuentro con la vida, la paz llegaría de forma paulatina. El sudor, las lágrimas y fluidos entregaban la recompensa. Los combatientes podían descansar.
Viktor sentía desfallecer. Así que se apresuró a decir algo antes de que el cansancio le arrastrara a la inconsciencia.
—Gracias mi amor. Fue hermoso.
—Gracias a ti mi vida. Por hacerme mujer. Ahora sí, soy solo tuya y de nadie más —dijo ella en una clara referencia a su anterior miedo de no ser pura.
—Yo pensé por un momento que estarías muy cansada. Y me dije: “déjala descansar, no seas ansioso, ya están casados. Puedes esperar unas horas más.” Pero ve, tú tenías otras ideas.
—¿Yo? ¿Cansada? Para nada... Estaba molida, acabada, exprimida, extenuada.
—¿Y de dónde surgió esa energía?
—Del amor, del desespero, del vino... ¿Acaso eso importa? ¿Te arrepientes?
—No, no es eso. Claro que no me arrepiento. Es que a veces te veo tan pequeña, tan frágil, tan necesitada de protección y de repente estallas, te engrandeces, me levantas como un crio, te posee una energía increíble. Eso me confunde un poco. Te soy sincero ahora mismo no podría sostenerme en pie, siento mis piernas como dos fideos recién escurridos.
—Lo sé. Yo estoy igual. Ahora sí, el cuerpo no me da para más. No sé ni siquiera como estoy hablando. Estoy tan agotada. Pero quería ser amada, necesitaba ser amada, saber si era pura para ti, digna de tu amor, tu respeto y tu consideración.
—Mi amor, mi respeto y mi consideración lo tendrás siempre. Te preocupaba mucho ese tema de la pureza y no es que carezca de importancia, pero no es suficiente como para yo dejarte de lado, de eso ni hablar...
—¡Te amo, mis piernitas de fideo!
—¡Te amo, mi chiquita forzuda!
Se quedaron dormidos, no pudieron emitir más palabras. Despertaron ya muy entrada la tarde, se bañaron, hicieron de nuevo el amor, ella cocinó. Descansaron, hicieron nuevamente el amor. El apartamento olía a lavanda y pasión. Existían el uno para el otro, atrás quedaron los demás personajes, Augustus, Mariska, Mainard, la señora Meredith, la señora Verdi. El único que se permitieron recordar fue el pequeño Marko.
—Me hace falta mi duendecillo —expresó ella, compungida...
—A mí también. En la noche lo pasamos buscando, mañana nos vamos de paseo a la campiña. Todos, en familia.
La luna de miel de la familia en la campiña, duró una semana, Mainard, les había procurado el alquiler de una cabaña en el descampado. El ungüento que le proporcionó Augustus, era relativamente efectivo. Es decir, le protegía muy bien del sol, pero era soluble en agua y duraba poco. Cada cierta hora debía colocarse un poco para repotenciar la protección. Y si no, utilizaba el parasol de manera exhaustiva. Aunque fuese invierno y el sol no brillara con tanta fuerza, igual era molesto. Y entonces reanudaron los malestares. Síntomas leves crecían, se hacían más constantes y fuertes. Tenía dificultades para respirar, dolores musculares, una extraña sensación de hambre permanente, frío, mucho frío. Se contentó mucho cuando al fin regresaron a casa y dieron comienzo a la rutina de vida en familia. Viktor, al trabajo; el pequeño Marko, jugando con sus muñecos; ella, concentrada en sus quehaceres de ama de casa. Y allí, en la cocina, ocurrió por primera vez, al menos en estado consciente, aquello que temía. No se percató cómo inició, todo lo que recordaba era haber estado desplumando las aves vivas que había recién adquirido en el mercado, luego le sobrevino un vacío en la memoria, como estar sentado en una berlina que cae en un bache, cayó y subió para caer de nuevo, el golpe la despertó. Cuando reaccionó mordía el cuello decapitado de una de las gallinas, y no es que el mordisco lo realizaba para desmenuzar la presa. No. La presión de sus dientes era para permitir una mejor aspiración de la sangre. Sí, succionaba el vital líquido del animal, pero este no pasaba a su garganta. Algo ocurría y la sangre no iba al estómago. Sintió repulsión de lo que realizaba, sin embargo, no dejó de hacerlo. Era algo que no podía controlar, algo instintivo. Sólo paró cuando ya no quedaba una gota de sangre en aquel cuerpo. Sin pensarlo, tomó la otra ave, le retorció el cuello; la gallina hizo un pequeño ruido, le arrancó la cabeza, echándola lejos. Metió el sangriento muñón en su boca y reanudó la tarea de succión. Lloraba de asco, deseaba parar, pero no lo hacía. Cuando agotó al nuevo cuerpo, recuperó algo de compostura. Se dirigió al fregadero e introdujo sus dedos hasta la garganta, induciendo el vómito, nada salió de sus entrañas. Repitió el proceso varias veces, entre estertores y gemidos lo único que expulsó fue la bilis. Exhausta, adolorida y asqueada se echó en el piso a sollozar. Marko, escuchó el llanto y se apersonó en la cocina.
—¿Qué pasó, Katja? ¿Por qué lloras? —le preguntó, abrazándola.
—Nada mi niño. No pasa nada —le respondió.
Comenzó a sentir de nuevo el vaciado de memoria. Perdía la conciencia. No, no, no podía perder el control. Sustituyó el cuello del niño por su propia mano, mordiéndola con fuerza. Luego de unos tensos segundos, la calma regresó a su pecho. Ocultó la herida lo mejor que pudo para que el niño no la observara. Era fea, se marcaban todos los dientes en su muñeca. Lo llevó al jardín y lo invitó a jugar mientras ella terminaba la cocina. Corrió apresurada al baño, debía revisar la herida. Cuando llegó hasta allí, su herida se había curado. Aquello, lejos de ser tranquilizador era la peor pesadilla, la más aterradora verdad.


Raza Oculta I El Secreto del AguaWhere stories live. Discover now