Conversatorio

17 6 3
                                    

  —¡Katja! —exclamó él.
—Sí, ese es mi nombre. El nombre con el que me conocieron, el nombre que me dio Augustus, junto con esta extraña vida de capacidades e incapacidades. Por momentos pensé que te ibas a dar cuenta. Atar cabos, reflexionar. Pero resulta que te enamoraste y un enamorado no percibe ciertas cosas, solo ve a al objeto de su deseo y amor, con desarraigo en la razón y apego a la emoción —le dijo ella —siendo justos, yo tuve un poco la culpa, por la forma en que me acerqué a ti, seguí impulsos y creo que de una u otra manera me comporté de forma seductora.
Él, no dijo nada al respecto, pero admitió esa y otras verdades. Estaba enamorado como un chiquillo y ahora que recibía aquella revelación empezó a vislumbrar todos los detalles que la delataban y él, pasó por alto.
—¿Y ahora qué? —le preguntó Marcos.
—La verdad.
—¿Cuál verdad?
—La que desee tu corazón.
—¿Me amas?
—No —le respondió ella.
Luego de una pausa y al ver la expresión triste de Marcos Julio, complementó su respuesta.
—Te quiero, me gustas. Pero, hablar de amor sería prematuro, arriesgado e irresponsable de mi parte.
—Entiendo —contestó a su vez él.
—Respóndeme tú: ¿Me amas? ¿Sientes amor por mí? Pero me refiero a amor verdadero, no a una emoción juvenil, a mariposas en el estómago. El amor es más que eso, no es algo superficial, no es algo que lo puedas expresar a la ligera.
—No lo sé. Es decir, siento que es así, que te amo, pero me cuesta expresarlo, me da miedo estar equivocado o como tú bien lo expresas, estar dejándome llevar por las emociones. Solo sé que siento algo fuerte por ti.
—Dices no saber, pero acabas de admitir que me amas. Te contradices, estas nervioso, pero siento que estas siendo sincero y eso lo aprecio. Además, estas pasando por encima el detalle más obvio de todo este asunto.
—¿Qué? ¿Qué detalle? —Preguntó él, a baja voz.
—Te acabo de confesar ser vampiro, ser tú tatarabuela política, de tener más de cien años. Qué Leila Pasternakovich, es mi nombre legal pero no el de nacimiento y mucho menos con el nombre que se refieren a mí en esos folios. Porque asumo que en esos folios se habla sobre mí. Marcos Julio... Marcos... —le dijo mirándole a los ojos y acercando su rostro —¿Aun así podrás seguir amándome? Soy una abominación, un ser antinatural. No soy humana y a la vez sí lo soy. No sé quién soy, ni cuando nací, no recuerdo a mis padres. Por mi causa tu tatarabuelo perdió la vida, no fue mi deseo que eso ocurriera, pero no borra mi responsabilidad. Soy un ser sin raíces, sin familia, por mis venas corre más sangre ajena que la mía propia.
—Apenas estoy enterándome de todo, son cosas que no he ponderado, no puedo responder todas esas preguntas, no en este momento —le respondió él —lo único que se ahora mismo es que no me quiero separar de ti, no me quiero ir.
—Quédate. Quédate entonces.
—Gracias —le dijo él, con lágrimas en los ojos.
Fueron pocas lágrimas. No había llorado desde la muerte de su esposa. En aquellos años de lucha había llorado tanto, que a veces pensaba haber agotado todas las lágrimas. Empero, con emociones tan variadas y repentinas, toda una montaña rusa, alegrías, sorpresas, tristezas, incertidumbre, era hasta deseable llorar, drenar un poco aquello. 
—Por los momentos leamos los folios de tu abuelo, hablamos sobre ello, comparamos ideas y luego puedes hacerme las preguntas que desees al respecto. Te pido que coloques en pausa el amor. ¿Estás de acuerdo? El amor para nosotros es una cosa prohibitiva. Significa entregarse a una promesa de dolor y vacío, todos los años de la eternidad no curan esas heridas.
Katja, tomó la libreta.
—¿Porque razón llamaría a tu abuelo a cada parte de lo que escribió como folio? Folio, es un símil de página, hoja. —preguntó ella.
—No lo sé Leila. Así lo colocó él, habrá tenido alguna confusión con los conceptos. ¡Oh! Te llamé Leila, me disculpo, es la costumbre ¿Qué prefieres, Leila o Katja?
—Cómo tú quieras Marcos Julio, no te sientas presionado a llamarme Katja. Actualmente todos me llaman así, Leila, así que no te preocupes. Llámame como lo sientas natural, como desees —le dijo, pero al ver de nuevo aquella expresión de desconcierto añadió una sugerencia —te propongo algo, dime Leila en público y en la intimidad me llamas: Katja.
—Me parece bien. Así evito que en público se me escape tu verdadero nombre.
Ella, sonrió como signo de aprobación de la idea. Se sentó en el sofá e invitó a Marcos Julio, sentarse a su lado. Una vez él se sentó, ella procedió acostarse en el mueble, utilizando las piernas de él como almohada. Tomó unos lentes habidos en la mesa y comenzó a leer la libreta.
—Acompáñame a leer esto.
—¡Vaya! ¡Usas lentes! —exclamó él.
—Sí. Aunque mi cuerpo tiene una alta capacidad regenerativa no puede arreglar defectos previos a la conversión. Tenía miopía antes de eso, no es mucha, es más cómodo para leer usar lentes correctivos, además me hacer ver sexy e inteligente —le dijo, guiñándole el ojo.
Eso no se discutía. Se veía muy atractiva. Él, tenía todos esos sentimientos encontrados. Quería besarla, era un deseo muy fuerte. Besarla de verdad, no esos besos furtivos que ella le había dado hasta ahora. Llegó a sentir miedo, pero este se había disipado. No puedes aceptar como una realidad incontestable que los vampiros existen y luego, pasar la noche con uno de ellos sin sentir algo de miedo. Sin embargo, la actitud de ella era muy relajada, inofensiva, quizá condescendiente. No sentía una amenaza real de su parte.
Katja, comenzó a leer con avidez. Marcos Julio, sin querer, se quedó dormido. Cuando despertó ella ya preparaba el café. Había amanecido. Él, se encontraba recostado en el sofá, algo adolorido por la mala posición.
—Buenos días, dormilón —le saludó, ella.
Vestía de manera cómoda y deportiva. Pantaloncillos blancos y franela de color rosado.
—Buenos días... —le respondió él, a voz en cuello.
—¡Qué cara! Ve al baño, arréglate un poquito y te espero aquí con el café, no tardes mucho porque se enfría.
Como chico obediente, realizó el necesario aseo matutino y cuando terminó, una humeante taza, despidiendo su delicioso aroma, le esperaba en la mesa. Se sentó a su lado y ella, le dio otro besito furtivo, rápido, fugaz. Él, quiso recibir y dar más, pero ella apartó el rostro y sostuvo su ímpetu con un dedo en los labios.
—Calma Romeo —le dijo sonriente —esta Julieta no se va a morir —se señaló a sí misma.
Él, se resignó. Era cierto, ella no podía morir. No tan fácil. Quizá por la referencia pensó en el error de Romeo... La pasión y el dolor se apoderaron de sus decisiones, sustituyendo la razón y la mesura. Un error que, en las circunstancias actuales, él, no podía cometer.
—Está muy bien descrito el capítulo de los mitos y verdades, acerca de la raza oculta, hecho por tu abuelo. Aunque, difiero de algunas partes, sobretodo donde escribe que los vampiros no tienen poderes psíquicos ni mágicos. Ciertamente no poseemos facultades hechiceras ni nos convertimos en murciélago, pero en el apartado psíquico hay ciertas relevancias. No sé por qué, él, lo niega cuando en su encuentro con Inanna, ella hace un despliegue de poder psíquico, leyendo su mente y hablándole a través del pensamiento —le comentó ella, interrumpiendo sus pensamientos.
—Es cierto. Se contradice, no lo había pensado.
—Sin embargo, no es un poder inherente que se obtiene después de la conversión. Si he de describirlo, lo hago como una habilidad. No es algo que se adquiere, sino que se aprende. Gonzalo también podía hacer eso, pero ocurre que, él, fue entrenado por su mentor, y su sangre estaba más ligada a la de Inanna, que la de Augustus. Ellos la conocieron con el nombre de Ixchel, la diosa de la luna, aparentemente ella abandonó al mentor de Gonzalo unos años antes de la llegada de los españoles.
—¿Oscar, podía leer la mente? —preguntó Marcos Julio.
—De una forma limitada, pero podía hacerlo, podía proyectar su voz en la mente de otros. Así fue que pude revelarle el plan de evasión de las manos de los nazis. Nos comunicábamos a través de pensamientos y él lo hacía saber al resto.
—¿Tú puedes leer la mente?
—No, no puedo. Soy empática a un nivel muy alto, puedo sentir cosas. En el caso nuestro ocurre que puedo percibir los sentimientos que proyectas. Por eso, y he aquí la explicación de mi comportamiento, cuando hablaste de tu viudez me transmitiste una tristeza muy profunda, un dolor muy arraigado y verdadero. Tú, lo proyectaste sin saberlo y yo recibí toda aquella carga de dolor en mi pecho, mi dolor, se mezcló con él tuyo. Fue demasiado para mí, me desmoroné, con el descontrol que eso ocasionó salí huyendo. Ya no eran dolores separados, era un solo dolor, tuyo y mío, nuestro. Inmenso. Me disculpo por ello, por la confusión que te generé, por lo inadecuado de mi partida, fue necesario.
—Creo entenderte. Yo también me disculpo.
—No tienes por qué disculparte. Ahora en el caso de Gonzalo, en la ocasión en que estábamos prisioneros, él me hablaba, yo respondía mentalmente y lo leía. No era que yo proyectara mis pensamientos más bien era que permitía que él los leyera. La habilidad era suya, no mía.
—Entiendo. Dices que el mentor de Oscar... Gonzalo —corrigió —fue convertido directamente por Inanna bajo la figura de Ixchel.
—Sí, así parece. Eso nos dijo Gonzalo a mí y Augustus. Aunque no sea la mejor forma de expresarlo, digamos que el mentor era de generación primaria y Gonzalo, por lo tanto, de generación secundaria.
—¿Y tú eres de que generación? — le preguntó él.
—No lo sé. Augustus mismo no lo sabe. Puede ser de cuarta, quinta, sexta generación. Para eso habría que hacer una investigación de su mentor, quien fue quien lo convirtió y este otro a su vez quien le proporcionó la sangre. Así sucesivamente hasta dar con la fuente que es Inanna. O como la conociesen en sus tiempos correspondientes. Es un misterio quizá imposible de resolver. Muchos de esos vampiros pueden estar muertos a esta fecha.
—Eso me lleva a la otra pregunta ¿Cuántos vampiros hay? ¿Hay un gobierno? ¿Alguien quien dirija las acciones? ¿Un jefe? ¿Una jefa? Inanna, por ejemplo.
—Cuantos somos, es difícil decirlo. Te pudiera nombrar los que estoy seguro de su existencia. Augustus, Gonzalo, un ruso de nombre Volinshenko o algo similar. Posiblemente uno ubicado en Argentina llamado Jucucha, sobre este no es seguro, Augustus, me cuenta que hace muchos que no sabe de él, uno en Etiopía, el australiano... Eso son todos, puede que haya más, pero son los que he sabido alguna cosa —respondió ella, contando con los dedos —uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis y siete conmigo... ocho, si contamos a Inanna, que dudo mucho haya muerto en el Tíbet... Con respecto a la otra pregunta, no hay un gobierno, no estamos separados por clanes o nada parecido. No hay caudillos, lo más que hay es esa relación especial entre mentor y acólito. Es la única situación en la que existe una figura de autoridad con respecto a la otra.
—¿Y la cofradía que tenía Inanna, en el Tíbet, en su templo?
—Eso puede ser una excepción. Pero ve que era muy pequeña, no más de seis individuos.
—Ya, entiendo. ¿Y por qué quedan tan pocos?
—No lo sé. No existe tal cosa como la historia de los vampiros para saber que ocurrió con uno o con otro. Las guerras, las pestes, las autoinmolaciones, las cacerías, los nazis, el Sida, todos esos factores y otros que desconocemos, caen en el terreno de lo personal, han reducido el número.
—¿El Sida? —preguntó extrañado, Marcos Julio.
—Sí. Esa enfermedad pareciera estar diseñada especialmente para exterminar vampiros. Ataca al sistema inmunológico y por extensión a la capacidad regenerativa.
—¡Vaya! ¿Quién lo diría? Por cierto, ahora que lo nombras. Las autoinmolaciones. ¿Por qué un vampiro se inmola? ¿Qué locura les empuja a rechazar la vida inmortal?
—No hay una idea unánime en cuanto a eso. Al parecer, y es una conjetura, la sangre de Inanna, es la clave.
—Explícate.
—Mientras más cerca este el convertido de la línea consanguínea de Inanna, más propenso es a inmolarse. Y no tiene que ver con la antigüedad del vampiro. Por ejemplo, mañana es convertida por Inanna, alguna persona, ese vampiro pasa a ser de primera consanguineidad, por encima de Augustus que tiene al menos 2000 años de edad. ¿Entiendes?
—Sí. Eso creo. ¡Guao! ¿Augustus, es así de antiguo? —exclamó Marcos Julio.
—Sí, sí lo es. Pero no es de primera generación. En este caso Gonzalo de Arosa, es de segunda generación, está por encima de él, en la línea consanguínea, y es el único vampiro que conocemos que intentó inmolarse y sobrevivió. Y toda la información que tenemos al respecto proviene de él. Él, explicó que la sangre de Ixchel (ese es el nombre con el cual conoció a Inanna) crea una cierta dependencia de su cercanía. Lo describe como un amor desesperado pero que no tiene que ver con el deseo sexual es más como una necesidad de tener su compañía, su beneplácito y su favoritismo. Cada minuto separado de ella lleva al vampiro a un estado de angustia, con un crecimiento exponencial, el cual culmina, si no recupera la compañía de Inanna, con un total hastío por la vida. Él, lo describe así y a pesar de que recibió mucha sangre de Eugene, que era de tercera generación, y sabiendo todo lo ya descrito, Gonzalo continuó siendo víctima de esa angustia, nunca se pudo liberar de ella por completo. Por eso fuimos a Guatemala, a la selva de la antigua civilización Maya, porque él estaba seguro que, luego del incidente en el Tíbet, ella regresaría allí. No hubo forma de convencerlo de lo contrario y nos separamos en 1962, yo emigré a Estados Unidos, a estudiar medicina y Augustus, viajó al sur, a Argentina, Brasil y Uruguay a cazar nazis, tenía su cruzada personal contra ellos. No en vano, dado a su malogrado intento de descubrir los secretos de la raza oculta.
—¡Sorprendente! —exclamó Marcos Julio —eso explica porque el mentor de Eugene se inmoló luego de su encuentro en el Tíbet.
—Sí, es posible que haya sido de segunda generación. Como ya lo expuse. Llegó hasta el templo, descubre que su viaje fue en vano, la viejecita que estaba allí no era Inanna, desespera y se inmola.
—Eso me extraña, porque no reconoció a Inanna, entremezclada con las bailarinas.
—Hay dos explicaciones posibles. Una es, lo que ya te comenté, era de segunda generación y nunca había visto a Inanna, pero a pesar de eso al hablar con la viejecita se da cuenta que no es la verdadera, piensa que es un engaño y, entregado a la desesperanza se quema en el puerto. Dos, estaba Inanna, tan camuflada, maquillada, con alguna máscara o tocado, que no pudo reconocerla. En el relato de Eugene pareciera que el mentor no les prestó ni la más mínima atención a las bailarinas —expuso Katja.
—¿Por qué dices que habló con la viejecita? En el relato de mi abuelo, la describe como un cuerpo momificado, estaba muerta cuando se produjo la confrontación.
—Exacto, estaba muerta en ese momento, pero pudo haber estado viva cuando Eugene y su mentor realizaron el primer viaje.
—No lo había pensado.
—Además él, lo menciona, su mentor realizaba ese viaje para cumplir una promesa hecha a su propio mentor y la vieja le dijo algo al oído, que Eugene no pudo oír. Para mí es signo inequívoco que era de segunda generación y por lo tanto Eugene de tercera. Eso, también le da significado porque este último quería regresar al Tíbet, ya se estaba desarrollando aquella necesidad de estar cerca de Inanna, sin él percatarse.
—¡Increíble! Tu lógica no tiene fallas.
Sonrió.
—Una cosa que me causó gracia fue la parte en donde tu abuelo habla de una supuesta hipersensibilidad al ajo de nuestra raza —opinó ella con tono burlón.
—¿No es así?
—No. En absoluto. Cómo cocinera no puedo prescindir del ajo. No sé de dónde sacó esa idea. A mí me encanta el ajo.
—¿Qué otra idea errónea detectaste? —le preguntó él.
—Creo que ninguna más. En general está descrito de una forma más o menos acertada.
Ella, hizo una pausa, sirvió más café para ambos y el desayuno. Marcos Julio, estaba encantado, cocinaba muy rico. Un sencillo desayuno se convertía en una experiencia hedónica. Terminada la comida, él reinició la conversación.
—Los nazis, cuéntame. ¿Estuvieron cerca de descifrar el secreto de la raza oculta?
—Ese grupo de científicos locos y malévolos jerarcas estuvo muy cerca de lograr desentrañar el secreto. Mucha de mi investigación está basada en la suya.
—¿Tú, estás estudiando el asunto?
—Sí. Quiero desentrañar el secreto, saber por qué somos así, que nos permite ser longevos, una posible cura —declaró ella muy seria.
—¿Cura? ¿Por qué hablas de una cura?
—No te confundas Marcos, somos seres enfermos, esto es una enfermedad, una afección. Sino sustituyera la sangre que pierdo moriría en unos meses. El obtener sangre, por el medio que sea, para reponer la nuestra no es una cura, es sólo un tratamiento agresivo. Y como tal produce un desgaste, físico, mental, emocional; con el tiempo te vuelves más fuerte y menos dependiente de la sustitución de la sangre. Pero te digo, comprendo a los que se inmolan, a veces tengo el deseo de no continuar esta farsa de vida, sin raíces, sin identidad permanente, sin descendencia, sin familia... sin amor. La soledad es el camino a transitar y es asfixiante. El amor, es una cosa prohibida para nosotros. Una hoguera es más atractiva que el amor —expresó, muy triste.
Marcos Julio, se resintió en el corazón con aquella declaración. ¿Su amor no le era atractivo? Sintió miedo, mucho miedo. No era miedo a que ella clavase los colmillos en su cuello y lo desangrara. Era miedo a que ella no pudiese amarlo. Que la realidad de su dispar condición fuese más grande que sus sentimientos. Prohibiciones que rechazó de inmediato, así como ahora admitía su amor por ella. Sí, si la amaba. No tenía dudas sobre ello, no quería perderla, no quería apartarse de su lado.
—El desgaste físico —continuó, Katja —se recupera. La misma capacidad de regeneración hace que nos recuperemos casi al instante de producirse ese deterioro, por ello, en apariencia, no nos desgastamos ni envejecemos, al menos no a la misma velocidad que un humano sano. Pero siempre queda algo, un daño residual, del cual no nos recuperamos por completo. Y eso es lo que describo como desgaste físico y hace imposible la inmortalidad.
—¿Entonces preferirías quemarte viva que amar de nuevo? —preguntó él.
—¡Ay! ¡Marcos! —exclamó ella, tomándole el rostro entre sus manos —disculpa que lo expresé tan feo. Sé que no lo aparento, pero en el fondo soy una vieja amargada. No te sientas mal por ello. ¡Ven! —le dijo y lo abrazó.
Marcos Julio, se acurrucó en su pecho.
—Una parte de mí quiere amarte. Me aterra. Por cobarde no lo hago y me escudo en la respuesta prefabricada de que mi único amor fue, es y será Viktor Jarkovic, tu tatarabuelo. En parte es verdad. Lo amé mucho, siento que lo amo todavía.
—Yo también estoy asustado. Quizá no estoy preparado aún para asumir una relación y más con las circunstancias que nos rodean. Parece una irresponsabilidad mía decir que te amo. Pero es lo que siento, no me quiero apartar de ti.
—¿Aun sabiendo mis características?
—Sí.
—Un día despertarás y estarás viejito y yo seguiré tan joven como ahora, sufriré cuando enfermes y llegue la irremediable cita con la muerte.
—¿Y si me conviertes? Compartiríamos el mismo destino —preguntó Marcos Julio.
—¡No! Marcos, no. Eso sí sería una irresponsabilidad de mi parte. No hay garantía de que sea exitoso el proceso, todo lo contrario, las probabilidades estarían en nuestra contra. No podría hacerte eso, me niego.
—¿Y entonces para que me buscaste? ¿Qué querías hacer conmigo?
—Verte, conocerte. Saber de ti. Eres la última conexión que tengo con mi pasado. Esta tu papá, pero por lo que pude constatar al hablar con él, no cree en vampiros y siempre pensó que tu abuelo estaba loco al creer esas cosas. Supe de ti y quise probar suerte. La soledad es una cosa difícil de sobrellevar, pero también lo es la culpa, los secretos. No te imaginas lo duro que es no poder ser uno mismo y fingir siempre ser otra persona. Es un desgaste emocional, como te lo mencioné antes.
—¿Conmigo puedes ser tu misma?
—Sí, así es. Así lo siento. No tengo que fingir ser Leila, puedo ser Katja Kinslenya otra vez, aunque ese no sea mi verdadero nombre, es el nombre de mi segundo nacimiento y, aunque proclame lo contrario, me aferro a esta vida y por lo tanto quiero darle sentido, conseguir una motivación verdadera.
—¿Y qué propones entonces que hagamos? Ya que no quieres convertirme.
—No se trata de querer Marcos Julio. El riesgo de que mueras es demasiado alto y no quiero tener la muerte de otro Jarkovic en mi conciencia.
—Entiendo eso, pero no respondiste mi pregunta
—Vivamos, compartamos, acompáñame un tiempo, calla mi soledad. Haz que me sienta humana otra vez.
Marcos Julio, se acercó, con lentitud, esperaba que en cualquier momento ella evadiera su boca. No fue así, ella lo esperó y por fin pudo darle el beso. Un beso largo, sereno, de compases lentos. Ella, permitió la separación de sus labios, pero sin juegos de lengua. Cuando él, insinuó un ataque con el musculo fonador ella, detuvo la unión de manera sutil.
—Ya obtuviste tu beso Romeo —le comentó ella sonriendo —pero debes tener cuidado donde pones tus manos.
Marcos Julio, observó, era cierto, con la mano derecha sujetaba su pecho izquierdo. Él, retiró la mano, lo hizo lentamente, memorizando con los dedos la forma de aquella suave piel. Aquello fue una experiencia sensorial gratificante.
—10 años —le dijo ella, con la respiración entrecortada.
—¿Qué pasa en 10 años? —preguntó él.
—Es el tiempo que podemos estar juntos, luego de eso me iré a otro país. Nos separaremos.
—¿Pero por qué?
—Ya te lo expliqué. No puedo echar raíces. Y esa es la cantidad de tiempo que, por regla general, uso una identidad. A veces las reciclo, cambio las fechas y puedo usar el mismo nombre durante un tiempo. No es lo recomendable, pero le tomo cariño a los nombres.
—En diez años pueden pasar muchas cosas. Tu investigación puede dar frutos y quizá puedas desentrañar el proceso de conversión.
—No Marcos. Mi investigación es un callejón sin salida. No he logrado mucho en todos estos años. A pesar de los aparatos modernos y conocimientos adquiridos a través del tiempo no he logrado avanzar demasiado, no mucho más que ese odioso grupo de nazis en los cuarentas.
—¿En serio?
—Sí, en serio. Logré aislar la sustancia desconocida y así se quedó, desconocida, no pude identificar sus componentes ni mucho menos establecer un patrón de comportamiento. Lo más que logré comprender es que es adaptativa. Te digo parece una cosa de otro mundo, pero no es algo mágico, es fisiológico.
—¿Qué quieres decir cuando la describes como adaptativa?
—Cuando se libera puede transformar a las células normales a su alrededor en células madre y estas pueden replicar y generar casi cualquier tejido, inclusive órganos. Y eso no es todo, si en la zona donde es liberada no es necesario regenerar nada, permanece inactiva hasta que, viajando en el sistema circulatorio, encuentra alguna célula o tejido envejecido. Es increíble, es casi como si tuviera inteligencia...
—¡Vaya! Increíble.
—Claro no es que sea inteligente, debe haber unos marcadores, alguna traza que le hace identificar que célula necesita ser repuesta y cual no.
—Pero no has logrado hallar esas trazas.
—No, no lo he logrado.
—¿Qué sucede durante la conversión y por qué unos sujetos sí y otros no?
—Cuando la sangre de un vampiro es trasvasada al sistema circulatorio pueden ocurrir dos cosas. Una: los macrocitos al morir liberan la sustancia y esta trata de adaptarse, si no lo logra los eritrocitos del huésped quedan manchados, por utilizar un término llano, entonces comienza el sistema inmune a deshacerse de los glóbulos rojos. Desencadenando una anemia hemolítica o una leucemia muy agresiva. Y con ella la muerte —declaró Katja —dos: los macrocitos mueren, se libera la sustancia y esta se adapta. De alguna manera el sistema inmunológico queda desactivado y entonces, al llegar a los centros Hematopoyéticos, comienza la invasión. Mutando y cambiando todo a su alrededor. Claro, igual lo intenta a hacer en la anterior opción sólo que allí la mutación termina siendo una degeneración. Y es lo que se ha podido estudiar, los intentos fallidos, pues no ha habido conversiones exitosas en este siglo, salvo la de Eugene, si tomamos como ciertas sus palabras. Parte de lo que describo es conjetura pura.
Marcos Julio, hizo una pregunta que le pareció importante.
—¿Tú has hecho intentos de conversión? Digo, como parte de tu investigación.
Ella, asintió con la cabeza, sin mirarle a los ojos.
—Una. En los años ochenta. Era un buen chico, enamorado, descubrió la verdad sobre mí, no se alejó, todo lo contrario, sugirió, igual que tú, que lo convirtiera, pues él me amaba y quería permanecer a mi lado. Añadió, que así yo podía estudiar el proceso y así desvelaría el misterio. Dos pájaros de un solo tiro. Él, estaba seguro de convertirse, era joven, fuerte, dinámico y me convenció. Debí ser más firme, pero cedí, creo que más con curiosidad científica que cariño.
—Y murió.
—Sí, murió. Apenas aguantó dos días. Fue horrible de ver. Era un chico, no más de veinte. Otra culpa más para Katja Kinslenya.
—¿Y con el tatarabuelo fue así? ¿Él, te pidió que lo convirtieras?
— Podría describírtelo como un accidente, pero no lo fue. Verás, existe algo que se conoce como el ansia de sangre. Es un estado en el cual la necesidad de sangre sobrepasa a la conciencia, vuelves a un estado salvaje y puedes, si no eres controlado, cometer atrocidades de manera inconsciente. Yo estaba recién convertida y no supe manejarlo, no seguí las instrucciones de Augustus y una noche ocurrió. Soñaba que lo mordía, no era un sueño. Desperté con su cuello en mi boca, de verdad lo había atacado. Intenté hacerle una transfusión, como medida desesperada, con la ciega esperanza de que la conversión lo salvara. Hice todo mal y murió más por el desangrado que por otra causa, la conversión no llegó a activarse. Eso explica por qué murió tan rápido, no serían más de 15 minutos. No hace falta que te explique la culpabilidad que ello implica.
—No, no hace falta.
—Me sorprende que no me preguntes si corres peligro conmigo.
—No creo, ya me lo hubieras dicho.
—Agradezco la confianza. De todas maneras, te corroboro, no corres peligro. Con el tiempo uno aprende a controlar el ansia de sangre. Ahora mismo podrías hacerte un corte y sangrar sin que eso me afecte o me descontrole.
—Es bueno saberlo.
—Sin embargo, te noto inquieto. ¿Qué tienes?
—¿Que tengo? Mucha ropa sucia —respondió.
Katja no pudo evitar sonreír.
—¿Qué? ¡Ja! ¡Ja! No entiendo.
—Hoy es domingo y los domingos son de lavandería.
—Y eso que tiene que ver con que estés nervioso.
—Que me tengo que ir, pero no me quiero ir.
—Si es impostergable el asunto, la higiene es importante, te acompaño y resolvemos juntos ese pequeño dilema. Yo igual, también tengo un montón de ropa sucia.
—Me da un poquito de vergüenza.
—No seas tonto, vamos, recoges tu ropa y la llevamos a la lavandería de tu preferencia. Y así aprovecho y llevo la mía.
Y así lo hicieron. La mañana la ocuparon en esas labores domésticas. Marcos Julio, estaba maravillado, las ideas populares sobre los vampiros no incluían esos detalles, creo que ni los sopesan. La idea común era que el Vampiro dormía en un ataúd, vestido de mortaja o en el caso de la visión clásica de Drácula con un traje negro y capa. Muy bien. ¿Pero quién planchaba el traje, lavaba la ropa y las cortinas negras para que no entrara la luz en la madriguera? Y cualquiera diría, es un Conde, tiene sirvientes o esclavos. Si lo pensaba bien era de risa todo aquello.
Y allí estaba ella, con él, lavando como cualquier mortal, vistiendo aquellos pantaloncillos blancos que le hacía ver muy sexy, se había recogido el cabello y lo deslumbró. Esa sencilla unión de cuello con hombro se le antojaba a Marcos Julio, imponente. La piel lucía tan lozana, tan fresca, como recién hecha. En el afán de las labores, la blusa se había corrido un poco, descubriendo su hombro izquierdo con lo cual se abría medio camino a la fascinación.  Era aquella extensión de formas y contrastes, una divina visión. Era el magnetismo en pleno que, unido a la cadencia mecánica de sus movimientos, activó un perfecto engranaje de sencillez y sensualidad. Era la chica mundana, respirando ante él, ejerciendo los quehaceres cotidianos de una forma tan desenfadada, tan natural, tan cautivante. Quiso mantener la mirada en sus ojos, su rostro y su boca. Pero, el cabello se le soltó, añadiendo más elementos al cuadro, a la obra inequívoca de seducción y afectividad de la cual era víctima. Corto y castaño, le rozaba los hombros, se balanceaba con rítmica cadencia, era ella la danza ritual y él era el mártir esperando ser sacrificado. Oblación y verdugo. No es que fuese muy marcado el contraste entre el color de pelo con la nívea coloración de su piel, pero le atraía de una manera implacable. Por ella daría el último paso en el cadalso, se echaría al hombro el patíbulo, pues sí habría una condena, que él pudiera temer, era el ostracismo de sus ojos. Que le obligaran a separarse de ella. No la muerte.
Katja se sintió observada. Él, estaba allí, sentado en un balde de plástico, con aquella expresión enajenada. Tomó una franela que estaba mojada y se la aventó, directo al rostro. Éste no reaccionó, dejó que la prenda cayera por su propio peso y se quejó.
—¡Aucch!
—Atiende tu ropa Romeo.
—Cómo usted mande mi Julieta.
Roto el encanto, dedicó esfuerzo a corregir la realidad. Fue inevitable para Marcos Julio, pensar: ella podía tener una vida normal, sin aventuras trepidantes; sin que ello significara la ausencia de luchas internas, angustias, penurias y alegrías.
Katja, notó que, a pesar de haberse levantado, otra vez, él se había quedado ensimismado, parado, inmóvil, víctima de un hechizo, se acercó, colocándole los brazos en los hombros y parándose de puntillas para poder alcanzarlo, le dio un largo y estimulante beso.
— Cuando lleguemos a casa haremos el amor hasta en el fregadero, por ahora despierta mi dulce Marcos —le dijo, dándole una palmadita en las nalgas —claro, si tienes energía para llevarme el paso.
Marcos Julio, asintió con la cabeza, por puro reflejo, estaba estimulado y a la vez intimidado. Era verdad, ella había pasado la noche despierta, leyendo. Cuanto tiempo necesitaría aquella criatura para reponer fuerzas. Luego de un rato, de ponerse al corriente con la lavandería le preguntó.
—¿Tú dormiste anoche? Me parece que duraste toda la noche despierta.
—Casi. Dormí un rato en mi cama. Sola, porque el señor dormilón estaba babeando los cojines de mi sofá — respondió risueña, mofándose de él...
—¿Cuánto tiempo de sueño necesitan ustedes?
—Todo depende de lo antiguo que sea el vampiro, yo, con dos horas tengo suficiente, pero soy una dormilona, desarrollo mi trabajo en horario nocturno y cuando llego suelo dormir todo el día.
—O sea que cada vez que nos vimos habías pasado toda la noche trabajando.
—Por regla general, sí.
—¡Vaya! Nunca lo noté. No dabas signos de cansancio o sueño.
—Sí. Es verdad. Pero no te fijes mucho en esos detalles sin importancia. Acabemos con la tarea, ya quiero ir a casa.
Una vez terminaron se retiraron primero a la residencia de Marcos Julio, a dejar su ropa y luego al apartamento de Katja. Antes de subir él, le indicó una farmacia y quiso encaminarse hacia allí.
—¿Qué quieres comprar en la farmacia? —preguntó ella, frenándolo en seco
—Preservativos —le contestó él, con cierta candidez.
—No hace falta, no voy a quedar embarazada. Ya lo sabes, soy estéril.
—Cierto, pero está el asunto del Sida.
—Tú, no tienes Sida —le aseguró ella.
—¿Cómo puedes estar tan segura de ello?
—Yo hice una prueba con tu sangre.
—¿Qué? ¿Cuándo?
—Tomé una muestra cuando regresábamos del concierto de heavy metal, te quedaste dormido en el taxi y aproveché. Para realizar esa prueba, con una gota de sangre es suficiente. Ni te diste cuenta — le confesó.
—Y que otros análisis hiciste.
—Algunas pruebas de compatibilidad, pero los resultados no fueron conclusivos. No te preocupes eso ni es malo ni es bueno, lo hago con todas las muestras de sangre que llegan a mis manos, que son muchas al día. Es una manía.
—O sea que no soy compatible.
—No, no lo eres. En el caso de un hipotético intento de conversión se activaría aquello que te comenté, es algo que llaman la Enfermedad del injerto contra el huésped. Los glóbulos blancos transfundidos atacarían la médula ósea. Sería mortal, el sistema inmunitario colapsaría, desarrollarías una leucemia sumamente agresiva. Por eso no me atrevería a intentarlo contigo.
—Ya lo habías considerado.
—Sí, uno se aferra a ciertas esperanzas aun sabiendo que no existen.
Marcos Julio, se entristeció.
—10 años —dijo.
—10 años Marcos Julio, es lo que tenemos, tienes que decidir si aceptas, si no mañana mismo tomo un avión y desaparezco.
—¡Oye! ¡Oye! ¡Calma! ¿Porque esa respuesta tan agresiva? —exclamo, él.
—Disculpa, sólo quiero que estés claro y no haya ambigüedades entre nosotros ni esperanzas falsas.
—Entiendo —aceptó, suspirando — Sí.
—Excelente decisión.
Ella, le rodeó de nuevo por el cuello y lo besó. En ese momento ya iban en el ascensor y eso les brindaba una efímera discreción.
—¡Dime que me amas! —le exigió ella entre besos y jadeos.
No hacía falta que lo pidiera. Pero le gustó que lo hiciera.
—¡Te amo Leila! —exclamó él, aún no se acostumbraba a llamarla Katja. Además, aún no estaban en lo que él, consideraba intimidad.
Ella, lo empujó con fuerza contra las puertas del ascensor. Sus ojos estaban encendidos de pasión. Aquello tomó por sorpresa a Marcos Julio, se asustó, pero a la vez se sintió estimulado. Ella, accionó el botón de parada.
—Hoy es domingo, ya es tarde, nadie usa el ascensor a estas horas. Normalmente. —comentó ella.
—Nosotros sí — respondió él.
—Sí, nosotros sí. ¡Y vaya que lo vamos a utilizar!
Ella, le desnudó con suavidad, arrojó las prendas al piso. Él, se dejó hacer, sumiso. Estaba en las garras de un ser que ejercía su dominio con cambios de ritmo, ora agresiva, ora romántica; suave como un lecho de hojas. Le mordió los labios. Se le pasó la mano con la fuerza aplicada y le rompió un poco.
—Lo siento. Fue sin querer — se disculpó.
Era mentira, lo hizo con toda intención.
Él, quiso responder, pero ella continuó con su desbordado ataque, succionó un poco de aquella sangre. Marcos Julio, estaba fascinado, sentía languidecer, apenas le daba tiempo para respirar. Le mordió de nuevo, pero esta vez sin hacerle daño, solo para provocar una pequeña cantidad de dolor, suficiente para que se mezclara con el placer y crear un efecto magnificado.
—¡Desnúdame! —le ordenó.
Él, obedeció. Sin embargo, ofreció algo de resistencia, en un momento de lucidez, abertura de un segundo, un respiro en la locura.
—¿Y si alguien viene y necesita el ascensor, llama a emergencias y nos sorprenden así?
—¡Qué vengan los bomberos, el ejército, no me importa! ¡Serás mío aquí y ahora!
Dicho esto, ella, lo levantó en el aire, tomándolo de las nalgas. Él, no pudo resistirse, tampoco quiso, aquel tonto comentario fue sólo un débil intento de rebeldía. El macho intentaba sublevarse contra el aplastante dominio de la hembra, pero ella era y a la vez no era de su especie. La rebelión fue conjurada con potencia, también con delicadeza.    
La sumisión tuvo su recompensa, estaba siendo poseído en un abrazo de piel y tejidos. No era él, que penetraba el misterio, era el misterio que le arropaba con dulce calor. En una pequeña porción de la eternidad, ella obtuvo oleadas de placer, una, dos, tres veces, mientras él resistía, todo lo que podía, los embates de su dama. Ella, lo percibió y quiso hacerlo estallar de locura, pronto, obligarlo a expulsar su energía.
—¿Qué has hecho Leila? —le preguntó él.
Marcos Julio, había visto con claridad lo que había hecho, sin embargo, era tal su sorpresa que no pudo evitar preguntar lo obvio.
—Accioné de nuevo el botón de Parada, el ascensor pronto llegará al tercer piso, apresúrate. Necesito oír que me amas, no con palabras sino con gemidos —le dijo al oído.
Ella, arreció la cadencia de sus caderas, así como el ascensor comenzó a subir. Él, sintió subir el calor entre sus piernas, no pudo resistirse, su ama había hablado, obediente o no, iba a hacerlo, cada piso era un nivel de placer en aumento, cada sonido, cada señal, los números creciendo; llegó a donde debía llegar, al final de la abertura. Geiser y manantial se fundieron en un sólo bramido, la puerta se abrió, ella lo besó con pasión, conteniendo un poco el estruendo de su clímax alcanzado. Nadie entró y se quedaron un rato inmóviles, en el piso, antes de poder reaccionar ante tan descomunal ejercicio de locura. Corrieron desnudos, por el pasillo vacío, arrastrando la ropa. De suerte el apartamento no estaba lejos del ascensor. Entraron con premura y ella, lo tumbó de nuevo. No era broma, hicieron el amor varias veces, paseando su placer por todos los sitios imaginables, incluido el fregadero. De hecho, yacieron en todos lados menos en la cama. Exhaustos cayeron por fin en el sofá, él debajo y ella arriba. Los brazos de ambos, lánguidos y sin fuerza, se entre tocaban en la alfombra.
—Ahora lo puedo confirmar, eres una vampira, has succionado todas mis energías, mi fuerza vital, mi sangre. ¡Dios santo! Ahora temo por mi vida. Otro despliegue de amor como este y moriré de seguro —expresó él, con voz entrecortada.
—¡Exagerado! —exclamó ella, sonriendo —más bien fue poco porque estaba cansada.
—¡Madre mía!
—Es broma, es broma, yo también estoy molida. Te propongo algo, pidamos unas pizzas, luego de bañarnos, descansamos un poco. ¿Qué dices?
—Estoy de acuerdo. ¿Dónde está un teléfono? —le preguntó él.
—Allá —respondió ella señalando con la boca.
Él, miró de reojo hacia la dirección indicada. Estaba en medio de la sala, en el piso. Era el teléfono de ella. El teléfono de él, estaba aún más lejos, metido en un bolsillo del pantalón, que a su vez estaba tirado cerca del balcón...
—¿Qué hacemos? ¿Lo echamos a la suerte?
—No, no hace falta. Yo lo busco, estoy en mejores condiciones que tú —le respondió ella, levantándose.
Marcos Julio, admiró a aquel pequeño cuerpo desnudo, mientras caminaba hacia el centro de la sala. ¿Cómo una criatura tan pequeña, de apariencia frágil, podía contener tanta energía? Se sentó con las piernas recogidas, en forma de flor de loto, con su espalda arqueada hacia adelante. Los pequeños pechos se balanceaban un poco con cada movimiento, no mucho, equilibrados, erguidos, perfectos, hermosos. Ella, notó que la estaba mirando.
—¡Pervertido! ¡Mira hacia otro lado que me desconcentras! —exclamo divertida —¡Alo! Buenas tardes —dijo, le habían contestado la llamada.
Su tono cambió, con voz templada solicitó las pizzas y dio la dirección.
—Listo. Párate, vamos a bañarnos —le dijo extendiéndole la mano.
Como Marcos Julio, tardara en reaccionar lo jaló con fuerza. Éste cayó boca abajo en la alfombra, de verdad estaba agotado.
—¡Auch! —se quejó.
—Ven.
Ella, le ayudó a pararse. ¡Demonios! Las piernas las sentía hechas de gelatina. Los primeros pasos fueron vacilantes y medrosos, sin embargo, poco a poco fue recuperándose y pudo alcanzar el baño con cierta dignidad. Ella, le volvió a hacer el amor en el baño. Cuando llegó al clímax la mente se le nubló, si no se desmoronó fue porque ella lo sostuvo.
—¡Qué 10 años ni que nada! ¡No voy a durar ni 10 días a este ritmo! —expuso Marcos Julio, con voz cansada.
—No seas llorón. Lo has hecho bien hasta ahora.
Se fueron a la cama. ¡Por fin! La dulce cama.
—¡No te vayas a dormir! Hay que recibir las pizzas, espero te gusten las anchoas —le dijo ella.
—Tú me quieres matar, en definitiva. No te bastó drenarme hasta mi última gota de energía y ahora me quieres envenenar con anchoas.
—Aparte de llorón me saliste melindroso. Se las sacas con cuidado y me las das, a mí sí me encantan esos trocitos de pescado.
—¡Quiero dormir!
—De eso nada, no antes de comer.
—Está bien — aceptó.
Marcos Julio, haciendo acopio de lo que le quedaba de energías se sentó en la cama para vestirse. Para cuando hubo terminado, volteó y vio a Katja dormida, tal como la trajo dios al mundo. Se levantó con cuidado y la dejó dormir. Esperó las pizzas, las dejó en la mesa y se acostó con ella. Enseguida ella lo atrapó. Más que un abrazo parecía el acto de una araña cogiendo a una mosca. Luego de un rato relajó el abrazo y se arremangó entre sus brazos. Él, hizo lo propio, no tardando mucho en dormirse. Estaba fatigado pero muy feliz. En el paraíso brindado por una alteración de la naturaleza. Arrebato, furia y vida en un solo concepto.

Raza Oculta I El Secreto del AguaWhere stories live. Discover now