El Ansía de Sangre

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Viktor, notó algo inusual en el comportamiento de su esposa, pasada la luna de miel, observó que volvía parte de aquella tristeza en su forma de ser, como cuando le conoció. Ella, reía y compartía en un nivel que podría considerarse normal, pero si le dejaba un rato a solas se ensimismaba en pensamientos, su arte en la cocina estaba afectado, era irregular. El caldo de gallina, que era su especialidad, ahora tenía un sabor raro, insípido, no le agradaba salir, quería siempre estar en casa. Huía del sol. La apetencia sexual había disminuido, antes le abrumaba con su fogosidad, a toda hora, en todo rincón, ahora estaba esquiva, apagada, presentaba náuseas, comía poco a veces y otras comía mucho, existía cierto desorden alimenticio; alguna vez la oyó vomitar. Ella, trataba de disimular, él se daba cuenta. De tanto pensar, pues él también terminó estando pensativo, de una ligera preocupación, pasó a una pequeña ilusión. ¡Pudiera estar embarazada! Eso explicaría mucho. Quizá, sería un poco prematuro en su relación, apenas si tenían un mes de casados, pero a la vez también sería algo muy bonito. La familia crecería. ¡Un hermanito para Marko! Eso le hizo sonreír. Sí, la casa se llenaría de alegría. También habría noches en vela, el llanto del bebé, gastos, pero nada que no se pudiera superar. Las cosas iban bien en el buffet. Por trabajo y dinero no había que preocuparse, eso sí, habría que atender la salud de Katja. Le intrigaba un poco, un día estaba pálida, febril y al otro estaba lozana, con los cachetes rosaditos y así duraba un tiempo, luego otra vez pálida. Era como un ciclo. Los embarazos son tan distintos de una mujer a otra que no sabía si aquello era normal o no. Decidió que ya era hora de afrontar el hecho, ocuparse y discutirlo con ella.
-Katja, necesitamos hablar -le dijo.
Ella, se hallaba inmersa en sus propios pensamientos, como era habitual desde hacía un tiempo, así que se sobresaltó. No dijo nada, sólo lo miró con los ojos muy abiertos.
-Tú, crees que no me he dado cuenta, pero sé que algo te ocurre. No me has dicho nada para no preocuparme. Quizá -continuó él -tu cuerpo está presentando cambios y no sabes cómo asimilarlo.
Katja, escuchó con atención, sin saber muy bien a qué se refería, temblaba de pies a cabeza. Su esposo, su amado, había percibido los signos de su conversión. ¿Cómo había sido posible aquello? Ella, lo había ocultado lo mejor que había podido. Nunca hubo sangre derramada, las gallinas siempre terminaban en la olla, aunque luego de desangrarlas sabían horrible. Él día que se mordió la mano, la herida cicatrizó sin dejar marcas. Marko, nunca le vio desangrar a las aves. ¿Qué se le había escapado? ¿Cómo se le ocurrió a Viktor tal cosa? La montaña... la huida... sí, eso debió haber sido. Ella, misma le había dicho que el motivo de su escape fue porque Augustus, proclamó ser un vampiro. Ató cabos, observó los cambios. Era grave, estaba asustada. Él, la rechazaría, terminaría con una estaca en el corazón, quemada en una hoguera o quién sabe qué tipo de muerte atroz.
-Lo que quiero decirte es que no estés asustada. Soy tu esposo y mi apoyo es incondicional. Los cambios, si los hubiera, serán bienvenidos -le aseguró.
-¿Estás seguro? ¿Me seguirás amando con todo y mis cambios? -le preguntó, ella, asombrada.
-Claro. La maternidad es algo hermoso, si estas embarazada, es bienvenida la noticia.
-¿Embarazada?
-Sí. ¿No es eso lo que temes?
Viktor, no sospechaba nada de su vampirismo. Confundía los síntomas. A ella, no se le ocurrió tal cosa. Lo cuál era tan bueno como malo. Es decir, él, no pensaba que estaba convirtiéndose en una monstruo chupa sangre, sino que le veía como una joven que estaba convirtiéndose en madre. A pesar de lo bonito de la idea, estar en la fase final de su conversión y a la vez estar embarazada era abrumador. No podía ponderar las consecuencias y mucho menos tomar decisiones por sí misma. Ahora entendía la preocupación de Augustus por ella y su matrimonio. Porque se tomaba tantas molestias y licencias. Necesitaba contactarlo, que la guiara en el oscuro camino que le quedaba transcurrir. Decidió, mientras tanto, seguirle la corriente a su marido. Igual podría estar en lo cierto.
-Sí. Estoy asustada.
-No pasa nada. Es parte de la vida familiar. La familia se hace con hijos. Sin ellos, sólo somos una pareja recién casada.
Ella, lo abrazó, sollozando.
-Te amo Viktor. Soy afortunada de tener al mejor de los hombres.
-Yo también te amo Katja. No soy el mejor de los hombres, pero si tengo a la chica más tierna y la mejor cocinera del imperio. Pronto, con la venia de Dios, serás la mejor madre. Aunque ya lo eres, eres la mamá de Marko. No lo olvides.
Ella, respondió con un apagado sí. Los besos apagaron las voces y encendieron las pasiones. Hicieron el amor y antes de quedar dormidos Viktor le dijo:
-Mañana hago las diligencias para hallar un doctor que te consulte. Hay que estar seguros. Ya que no quieres salir, lo traeré hasta acá.
Katja, mostró estar de acuerdo con su decisión, mientras, ella también decidía. Iría a visitar a Augustus en la posada. No lo había visto desde la boda, era hora de volver a hablar con él.
Al día siguiente dejó al niño con la señora Verdi. No le agradaba la idea, pero no tuvo de otra. Se cubrió con una capa gruesa y capucha para protegerse del sol. La señora Mariska, se sorprendió mucho cuando vio a Katja llegar a su establecimiento. Al principio no la reconoció. Estaba toda cubierta, apenas se le veían los ojos. Le abordó enseguida y la asedió con preguntas sobre el matrimonio y su vida. Katja, las evadió como pudo, respondió, sin dar detalles. Y como la conversación se hiciera larga, fue directo al grano, apenas se lo permitió la dueña de la posada.
-¿El señor Augustus, aún se hospeda aquí?
-Sí, aquí está, se ausentó un tiempo, pero volvió hace una semana. ¿Por qué?
-Necesito hablar con él ¿Podría comunicárselo? -se apresuró en decir Katja, antes de que la señora reemprendiera su interrogatorio.
-Claro, no hay problema. ¡Elisa! -gritó, llamando a una chica, quizá una de las que estaba de ayudante en la boda, era difícil decirlo.
-¡Voy señora! -se escuchó una voz desde el pasillo.
-Ya viene una de las chicas. ¿Por qué estás tan cubierta? ¿De quién te ocultas? Pareces una baronesa en misión de espionaje con ese manto oscuro -comentó la señora Mariska, en referencia a la capa
-Es para cubrirme del frío -mintió
Mariska, notó la mentira e iba a emitir su opinión al respecto cuando arribó la chica que había llamado. Hubo de desentenderse de Katja por un momento para darle instrucciones a Elisa y ésta se avocó a ellas. Quiso retomar la conversación donde la había dejado, pero Katja ya no estaba. Se había sentado en una de las mesas más lejanas y con la llegada de clientes no pudo satisfacer su curiosidad. La convocatoria es el deber, entre el usufructo y el chisme, elegía el usufructo. Siempre.
-¡Katja! -le saludó con cariño, Augustus, cuando llegó.
-¡Señor Augustus!
-Qué bueno es verte, te esperaba desde hace mucho. Estuve a punto de ir a tu casa, pero preferí esperar.
-Necesito su ayuda, su consejo.
Augustus, no respondió de inmediato, observó su alrededor, midió las distancias. Se sentó en la mesa.
-Podemos hablar. Con mucha cautela, el establecimiento esta poco concurrido, sin embargo, no tardará en llenarse. Además, la curiosidad de la señora Mariska, es peligrosa. ¿Cómo te sientes para dar un paseo?
-Prefería no salir, a menos que fuese necesario. El sol me molesta mucho, a pesar de lo ataviada que estoy, llegar hasta aquí fue un suplicio. Vine porque estoy al borde del desespero y tengo mucho miedo.
-Está bien, aunque creo saber lo que sucede, ponme al corriente.
-Hace unos días perdí el control, desangré dos gallinas mientras cocinaba. No lo pude resistir, fue algo más fuerte que mi voluntad. Y temo que suceda de nuevo -explicó con tristeza en la voz -y eso no es lo peor, el niño me oyó llorar en la cocina cuando ocurrió, se acercó hasta mí, me abrazó y estuve a punto de hacer lo mismo con él. Tenía un cuchillo en la mano. Sentí como una personalidad ajena me poseía, no tenía voz, pero casi escuchaba como me ordenaba: ¡Córtale el cuello y succiona su sangre! No sé cómo lo logré, resistí ese impulso maligno y me mordí el antebrazo con todas las fuerzas y tomé de mi propia sangre. Eso me calmó lo suficiente como para que no ocurriese nada más grave. Eso fue cerca del mediodía, ya para la tarde la herida de mi brazo se había curado y desaparecido. Hasta ese momento me negaba a creer, no quería aceptar lo que soy. Ahora no puedo ignorar el asunto y admito, por más que renegase de su ofrecimiento, necesitar ayuda.
-Es el ansia de sangre -le dijo Augustus.
-¿Cómo?
-El ansia de sangre. Así le llaman. Yo te comenté de ello en la boda. ¿Lo olvidaste?
-Sí, lo había olvidado. ¿Cuánto tiempo dura? ¿Cómo lo contrarresto? ¿Qué debo hacer? -preguntó Katja, un poco alterada.
-Debes calmarte, estas subiendo la voz.
Ella, no lo había notado. Asintió y optó por guardar silencio y escuchar a Augustus.
-Cómo ya lo sentiste. Es un deseo incontrolable por la sangre, te vacías por dentro y la razón es sustituida por un instinto animal, puro y salvaje. Lo has experimentado, primero fue inconsciente, como me contaste de la ocasión de las cuatro gallinas y el indigente, pero ya pasaste al siguiente nivel. Eso no desaparece, sólo que a medida que pasa el tiempo aprendes a controlarlo y no que el ansia te controle a ti.
-O sea que estoy en la etapa final de la conversión.
-No, mi querida Katja. La conversión terminó. Hay cosas que debes aprender, habilidades, debilidades, condiciones, trucos, normas...
-Está bien. ¿Qué puedo hacer? ¿Seguir con las gallinas?
-Eso, de succionar sangre animal no es una solución definitiva. En tu estado actual el cuerpo necesita sangre humana y eso es lo que quiere, así que lo pide. De allí el ansia por la sangre. Desangrar gallinas al principio te puede dar una sensación de calma, pero luego se activa un ansia más fuerte y eso resultaría muy peligroso. Ya lo viviste, casi matas al niño después de haber succionado la sangre de las gallinas. La verdad me sorprende como lo resististe, debes quererlo mucho. Cualquier otro neófito lo hubiera asesinado sin chistar.
-Sí, lo quiero mucho.
-Eso salvó a ambos. Ahora en respuesta a tu pregunta, de qué puedes hacer, es simple, no regresar a esa casa, te vienes conmigo, partimos lejos. No es necesario volver a buscar nada en esa casa. Con la ropa que tienes puesta basta, yo te proveeré de todo lo que necesites. No estás preparada para afrontar una relación, estas muy nueva, te falta experiencia y maña.
-¿Qué? No, no puedo hacer eso -exclamó ella -Amo a mi esposo, amo ese niño como si fuese mío, además puede ser que esté embarazada.
-No, tú no estás embarazada -le aseguró Augustus, muy tranquilo.
-No es algo comprobado, pero puedo estarlo. ¿Cómo puede usted negar esa posibilidad?
-Porque es imposible, una vez convertidos nos volvemos estériles. ¿Por qué ocurre? No lo sabemos. Simplemente es así. Es una verdad incontestable. Yo no tengo hijos y tú jamás los tendrás.
Katja, al oír aquello, comenzó a llorar. Estaba triste, molesta, confundida. Sentía tantas cosas distintas y ninguna era buena. ¿Cuándo acabaría el sufrimiento? Desde que recordaba, su vida había sido un torbellino de emociones, golpes, maltratos, desilusiones. Sí, habían pasado cosas buenas, pero ahora le decía que no podía poseerlas, que todo ese bien no era suyo. Su única propiedad, era el dolor. El llanto y la confusión; le acompañarían adonde ella fuese. ¿No hubiera sido mejor, haber muerto en aquel ataque a su familia? Para todos los efectos había muerto. La niña víctima de aquella agresión había desaparecido, sus recuerdos, su nombre, su ser y su esencia. Ella murió y nació Katja, de la mano de un vampiro. Estaba molesta con él. ¿Para qué la salvó? ¿Para vivir en eterna agonía? Y resultaba que él era el único ser que la podía ayudar, comprender y guiar. Condena y salvación en una misma piel. Era irónica la vida o más bien cruel. Estaba molesta consigo misma. ¿Por qué lloraba? Mujer débil. Niñita llorona. Todo lo quería arreglar con lágrimas. ¿Para qué lloraba? ¿Servía de algo llorar? Tanto que temía estar embarazada y ahora que sabía que no podría tener hijos lo deseaba con fuerza. ¡Qué horrible era ser Katja Kinslenya! ¿Cuál era su verdadero nombre? ¡Cuánto deseaba despertar de esa pesadilla y ser otra vez la chica sin nombre, miembro de un clan, adorada por una familia!
-Siempre que habla con usted mi Katja termina llorando. No sea así, no me la haga llorar -le dijo la señora Mariska a Augustus.
La dueña del local no aguantó la curiosidad y se acercó a la mesa apenas pudo, vaso de agua en mano, interrumpiendo los pensamientos de Katja. Augustus, quien le había visto venir y por lo tanto no le sorprendió, le agradeció el "muy oportuno gesto", se levantó y con la mayor delicadeza posible eludió sus preguntas, la condujo hasta el mostrador, solicitándole discreción y permiso para conducir a Katja, hasta su habitación mientras se calmaba.
-Le voy a conceder ambas cosas porque es usted un buen cliente y ella mi pequeña Katja. Pero le exijo comedimiento en sus acciones, recuerde que la chica está recién casada, esta es una hostería familiar, decente, se respetan y se exigen las buenas costumbres. Esto no es un tugurio de mala muerte para encuentros furtivos entre amantes -le dijo con voz autoritaria -y no me la haga llorar más. Cada vez que le da noticias de su pasado ella termina sollozando. ¿Por qué eso fue? ¿Verdad? ¿Le dijo usted una cosa de su pasado y eso la alteró?
Augustus, suspiró, esa señora era un caso, no perdía el tiempo para entrometer sus narices. Omitió responder y se ocupó de lo que era importante.
-No se preocupe señora. Le doy mi palabra que no existen intenciones de abusar de su confianza y como usted dice, la señora Katja, recién contrajo nupcias, sin embargo, también es cierto que yo soy un caballero, estoy ancianito y soy lo más cercano a un familiar que le queda. Usted lo sabe. Me conoce. Le prometí a su padre que la cuidaría -mintió -no le quite a un viejo el gusto de cumplir su palabra.
La señora asintió.
-Gracias, por concedernos ese favor -le dijo él, sin darle tiempo de responder.
"Vieja hipócrita" pensó Augustus. "mi pequeña Katja" No hacía dos meses que le había corrido con crueldad del establecimiento y ahora salía con esa frase. Todo un personaje. Lo que más le molestaba era el tono de convencimiento con que lo expresó. Ella, parecía estar creyendo su propia farsa. A veces la gente llega muy lejos para guardar las apariencias. ¡Qué le crea quien no la conozca! ¡A otro perro con ese hueso! A él, no lo engañaría.
Zanjado el asunto regresó a la mesa, le explicó a Katja, la situación. Ella, se negó al principio, pero terminó cediendo, tenía razón, el salón se estaba llenando no era el lugar adecuado para seguir conversando de temas ocultos. Ella, había trabajado allí, conocía el flujo de clientes a esas horas. Muy poca privacidad habría, si permanecían en el salón. Subieron las escaleras, Augustus le hizo pasar a su habitación y esperó unos momentos en el rellano de la puerta. Cuando se aseguró, que nadie había subido tras ellos, cerró la puerta y reanudó la conversación.
-¿Entonces no estás dispuesta a abandonar a tu esposo e hijastro?
-No, no lo estoy -respondió ella, con firmeza.
-¿Aún y cuándo esto represente un peligro para ellos y para ti misma?
-No quiero que corran peligro, pero tampoco es mi deseo abandonarlos. Necesito intentarlo, echar raíces. Debe haber una forma y si algún ruego le hago es que me ayude a superar esto y me otorgue las herramientas para poder quedarme con mi familia, el tiempo que la vida me dé.
-Por tú tener la herramienta es que existe una forma, un método. No está exento de peligro. Requerirá, de parte tuya, mucha fuerza de voluntad. Sangre fría. Y no te va a gustar nada una vez te lo explique.
-No des más rodeos Augustus, explícamelo de una vez, yo prometo seguir paso a paso tus instrucciones -le presionó con vehemencia.
Katja lo había tuteado por primera vez. Estaba decidida. De verdad amaba a esas personas. Augustus, tuvo sentimientos encontrados, le dio gusto que ella tuviera esa capacidad para querer, esa fuerza para aferrarse a la vida y a la vez le daba pena, por las desilusiones que su nueva condición le reservaba, su vida no sería de color rosa. Nunca más.
Augustus, abrió una maleta que estaba en la habitación y extrajo de ella una pequeña cajita. Dentro estaba un extraño aparato cuyo principal elemento era un cilindro de cristal, con dos tubos de goma, saliendo de su base, a su vez rematado con puntas metálicas.
-Esto es un Transfusor de Moncoq. Deberías reconocerlo porque había uno entre las cosas que te llevaste en tu huida de las montañas -le dijo.
Ella, lo miró, no tenía idea de que era ese aparato, jamás había visto uno en su vida.
-No, no lo reconozco -le respondió ella, muy confundida -¿dices qué yo me lo llevé?
-Sí. ¿No lo recuerdas? Quizá nunca la abriste, pero deberías recordar la cajita al menos.
Ella, negó con la cabeza.
-No recuerdo haber visto una caja semejante, de tenerla la hubiera abierto por curiosidad y de descubrirla habría tratado de venderla en mis momentos de necesidad y hambre.
-Entiendo. No importa. Se perdió en las montañas. Te daré este. Debo enseñarte a usarlo. No es nada complicado, pero debes prestar atención pues la seguridad de tu familia, la tuya y hasta la mía depende de ello.
Katja, asintió. Augustus, procedió entonces a explicar. Cada goma tenía una aguja, una para inyectar y otra para extraer. La presión se ajustaba mediante una perilla colocada en la parte superior del cilindro. Presión negativa para extraer, se abrían y cerraban las válvulas según la necesidad y entonces se aplicaba presión positiva para inyectar. Parecía un procedimiento muy sencillo.
-Realizaré una transfusión de mi sangre a la tuya para que tengas conocimiento práctico y a la vez te ayudará a calmar un poco las ansias -le dijo luego de la explicación.
Procedió entonces, previa esterilización de los instrumentos a hacer la operación. Le transfundió unos pocos mililitros. No convenía trasvasar demasiado. A pesar de la poca cantidad, el líquido le pareció caliente, más abundante en apariencia. El calor se propagó por todo su cuerpo y al alcanzar el equilibrio térmico, el efecto fue cediendo de manera paulatina. Al cabo de unos segundos la marca de la aguja también había desaparecido por completo.
-¿Eso es todo? -preguntó ella, fascinada que todo fuese tan cómodo.
-Sí, eso es todo. Al menos el procedimiento. Ahora debes contenerte.
¡Vaya! Pensó Katja. No entendía entonces cual era la alarma y el misterio. De verdad que Augustus, gustaba de la teatralidad. Se sentía tan bien, tan cálida, tan viva que se iba a permitir una sonrisa. Sin embargo, de improviso sintió la sensación de vacío que ya había experimentado antes. Él, la dominó, le aplico una especie de llave. La inmovilizó con rapidez y cómo ella, abriera la boca, buscando algo que morder, le colocó la empuñadura de una daga entre los dientes. Fuera de sí quiso, deshacerse del agarre, revolverse y patalear, pero aquel hombre con aspecto de anciano tenía una fuerza insospechada y no le permitió ningún movimiento, ni ningún ruido. Poco a poco se fue calmando y él, fue aflojando el agarre.
¡Fue una experiencia espantosa! Era la sensación del ansia de sangre, pero magnificada. Mucho más fuerte e intensa. Augustus, le dio a beber agua, tenía sangre en la boca. Había mordido tan fuerte la empuñadura de aquella daga que se partieron varios dientes. Le dolía una enormidad. Quiso verse en un espejo, él, se lo impidió.
-No te preocupes, los dientes se recuperarán solos -le dijo -deja que te examine. No fue nada grave, solo cuatro dientes, dos de ellos partidos en su base. Para la noche los tendrás indemnes. Mientras, trata de no sonreír.
Katja, no dijo nada. El dolor, aunque intenso, se fue apagando hasta llegar a ser un lejano recuerdo. Observó la daga mientras él la guardaba. Parecía antigua. La vaina era de forma piramidal, alargada. El mango, sumamente rustico, quizás de bronce.
-Es una Daga alemana del siglo XVI. Me disculpo por haberla usado, por la dureza de su empuñadura, era lo único disponible que tenía a mano para soportar tu mordida, cuando estuvieses dominada por el ansia de sangre. Prepárate ahora viene la parte desagradable de las instrucciones -anunció Augustus.
-¿Qué? ¿Esa no fue la parte fea? -se quejó ella, quién había vivido una experiencia horrible, además de perder algunos dientes.
-No. Esa solo fue el ansia de sangre, pero más intensa. Eso ocurrió porque estas recién convertida y mi sangre es muy fuerte, lo cual genera, una reacción exagerada. Recibes la sangre, te sientes bien al principio y luego viene el ansia de sangre, esta vez ampliada, por eso tuve que maniatarte. Disculpa que repita lo mismo a cada rato, pero siento que es necesario. Reforzar la idea. Quiero que estés muy alerta con eso.
-Está bien. Creo entender.
-Bien. Te daré el transfusor. Un sedante y una receta.
-¿Una receta?
-Sí, una receta -le confirmó mientras escribía en un papel -toma, esto te servirá en tu proceso de forma natural. Los ingredientes los puedes hallar fácilmente en cualquier pulpería o mercado.
Ella, lo leyó. Era cierto, los ingredientes en su mayoría eran vegetales, fáciles de obtener.
-Le haré una marca al cilindro, no debes exceder esa marca al realizar las transfusiones.
-Está bien, así lo haré -consintió ella, aunque realmente no sabía de qué iba todo aquello.
-Escucha bien. Es la única forma. Deberás, cada tres días transfundir sangre del niño a tu sistema circulatorio. Realiza el procedimiento, dejas al niño descansar por dos días y luego repites la acción -le indicó muy serio.
Abrió los ojos de par en par. ¿Transfundir sangre del niño? ¡No! ¿Qué plan macabro era ese? Esa no podía ser la solución. Estaba hablando de su pequeño Marko, no de una gallina, no de un vagabundo. Era un alma inocente. Sintió deseos de llorar, nada más de imaginar el asunto, pero se contuvo. No podía seguir llorando por todo.
-Sé que parece una abominación, no hay otra forma, dada tu negativa de renunciar a la vida familiar. Es necesario que escojas o haces lo que te digo o abandonas la ciudad hoy mismo conmigo. No hay más.
Katja, se llevó las manos al rostro. ¡Qué horrible! ¡Cómo hacer eso y ver a los ojos de Viktor!
-No te preocupes, es seguro para el niño. Si realizas bien el procedimiento y te mantienes en la cuota no le afectará en nada su salud. Tendrás la siguiente rutina: día uno, transfusión de sangre; día dos, prepara un bol con la receta, calcula unos 300 mililitros y lo tomas; día tres, desangras una gallina. Eso te mantendrá bajo control. Lo harás por un mes y luego analizaremos el progreso, creo que con un mes será suficiente y así no abusamos del niño. Sé que suena a brujería y actos despiadados, créeme que es mejor así. Sí dejas que se desate el ansia podrías en una noche atacar a varias personas, es muy peligroso dejar eso al azar.
-¿Y el sedante? -preguntó con la voz quebrada.
-El sedante es para el niño. Así, una vez sedado, podrás hacer la transfusión sin problemas y él no se dará cuenta de nada. Aparte, el efecto del sedante pasará a ti y te relajará un poco.
Katja aceptó. Le pidió a Augustus un repaso de las instrucciones. Este repitió, pacientemente, todo lo ya expuesto y lo anotó en una hoja aparte.
-Una última cosa Katja -le dijo antes de despedirse
Ella se sobresaltó. ¡Dios santo! Todavía quedaba otra cosa.
-Dile a tu esposo que hoy comenzaste a menstruar. El embarazo es falsa alarma. Durante una semana no tengas intimidad con él. Si insiste en que te examine un doctor no permitas bajo ninguna circunstancia que te extraiga sangre.
Ella, asintió. Ya le dolía el cuello de tanto asentir.
-Bajo ninguna circunstancia dejes que te saquen sangre -insistió -si eso ocurre tendré que matar al doctor y destruir las pruebas.
Lo dijo muy serio. Nada de aquello era juego.
-No hagas nada hoy ni mañana, comienza pasado mañana con la rutina. La sangre que te transfundí hoy, te calmará.
-¿Y no podrías tú transfundirme de tu sangre en vez de utilizar a Marko? No quiero someter al niño a eso.
-No, no es una opción. Una cosa fue hacerlo ahora, como medida de emergencia, pero hacerlo de forma habitual no es viable, mi sangre, por ser más fuerte, potenciará las ansias de sangre y el resultado sería peor. Terminarías, en algún punto, descontrolándote por completo. Sería un desastre. La sangre del jovencito es la mejor opción, confía en mí.
Ella, resignada, se retiró. Caja en mano. Saludó a la señora Mariska, al salir con la mejor sonrisa que pudo fabricar. Y antes de que esta, pudiera reaccionar y hacer preguntas incómodas, ya ella había salido del establecimiento, caminando rápidamente por las calles y callejones de Budapest. Cómo una fugitiva del diablo, como quien el demonio le pisa los talones y le gruñe a cada paso.
Buena chica, obediente, siguió paso por paso las recomendaciones recibidas. Primero habló con su esposo quien llegó en la tarde, con un doctor. Le dio la noticia: No iba a ser padre por segunda vez, la menstruación se había presentado, odió tener que mentirle, la verdad era demasiado extraña y repulsiva como para contarla. Además, en parte era cierto, ella no podría darle hijos, nunca. Él insistió en que el doctor le hiciera una consulta. Ella, accedió, sólo porque la expresión de preocupación de su esposo era muy grande y se sentía culpable. Para tranquilidad de los presentes el doctor le halló en perfectas condiciones. No recomendó realizar exámenes adicionales, no veía el motivo para ello. Cuándo Viktor, le preguntó por las posibles causas de los síntomas que él observó, el médico le desestimó.
-Es probable que sea un cuadro de ansiedad. Lo cual, es perfectamente normal en una joven recién casada. Más, si toma en cuenta la edad de la señora. Sé que es una mujer hecha y derecha, ante las leyes de Dios y los hombres, pero en el fondo es una niña vestida con esos atavíos -le dijo, condescendiente -no se preocupe. Vea como está ahora, recuperada, tranquila, ahora que sabe que no está embarazada, jugando con el niño. Un embarazo no es poca cosa en la vida de una mujer. Se asustó con la posibilidad y comenzó a sentir síntomas ficticios de embarazo. Es más común de lo que usted cree. Relájese, permita que ella se relaje. Ya habrá tiempo para ello. Los niños llegarn solos.
Katja', jugaba con el niño, ajena a la conversación de los hombres. Viktor, se calmó, aunque por una parte se sintió triste, se había hecho la idea de ser padre de nuevo. Le dio la razón el doctor. Ya habría tiempo para ello.
Ella, se preparó para todo el proceso que le tocaba enfrentar. Difícil fue tener que alejar a su esposo durante varias noches. Dormir con él, apagar el fuego que velaba en sus entrañas. Él, se veía tan tranquilo, resignado a esperar unos días por el amor físico de su esposa. Ya había pasado por eso, estuvo casado antes, la experiencia le ayudaba. Ella no, era una chiquilla y se le dificultaba disimular el deseo; de una u otra forma lo logró. Al menos durante algunos días. Como le había instruido Augustus, esperó dos días para iniciar la mal llamada rutina. Sedó al niño e inició el proceso de la primera transfusión. Se había prometido a sí misma no llorar más pero no pudo evitarlo, a pesar de la afirmación de que aquello no le causaría perjuicio a Marko, le dolía mucho tener que hacerlo. Era eso o abandonarlos, lo hacía por amor. Esa sería su fuerza. Bombeó hasta llegar a la marca, invirtió las válvulas, listo. No sintió nada extraño, todo lo contrario. Era difícil de describir, era como una especie de éxtasis. Inundada con ese letargo limpió los instrumentos, guardó todo y se dedicó a velar un rato el descanso del niño. Ella, misma no tardó en dormirse también, fue un sueño plácido y reparador, cuando despertó la criatura no estaba. Alarmada lo buscó, pero su sobresalto era infundado, Marko jugaba, tranquilo, con sus juguetes. Ella lo, abrazó y lloró de nuevo, esta vez de alivio.
-¿Por qué lloras mamá Katja? -le preguntó el chiquillo.
-Porque estoy feliz. De felicidad también se llora.
-¿Por qué estas feliz?
-Porque te quiero mucho, porque eres un niño guapo, obediente y saludable.
-Tú también eres guapa -le dijo y le estampó un beso.
Sí. Bien valía el sacrificio. Tenía que recordarlo, lo hacía por ellos, por el amor que les tenía. Le revisó el brazo, apenas se observaba un puntito rojo en la fosa cubital. Bien. Al día siguiente preparó "la receta", como buena cocinera que era le fue muy sencilla de hacer. Sin embargo, luego de probarla cuestionó su buen haber en la cocina. Aquello tenía un sabor horrendo, era como tomar sopa de alquitrán con hierro líquido y vegetales. Era un espantoso líquido, de un color cobrizo y oscuro. Hizo acopio de toda su voluntad para poder ingerir esa pócima diabólica. Decidió tomarla de un solo trago, no creía poder tomar eso a sorbos, se estremeció de pies a cabeza, casi se desmaya por el esfuerzo realizado para no escupir todo aquel brebaje salobre. Con las manos temblorosas leyó las instrucciones: "Procura no tomar otro liquido aparte de agua durante dos horas, luego, para neutralizar el sabor toma un vaso de leche fresca". Y fue así, la leche le ayudó mucho con el sabor y para la tarde todo rastro de este había desaparecido. De nuevo, una sensación agradable recorrió su cuerpo. Bien. Tocó al tercer día la siguiente parte de la rutina, desangró una gallina, como lo había hecho antes. Esta vez le fue más natural el proceso, lo hizo sin sentir asco ni repulsión. Tampoco sintió el vaciado que precedía al ansia de sangre. Se congratuló, había funcionado todo a la perfección. Esa tarde recibió la visita de Augustus, quién fue a supervisar que todo estuviera marchando bien.
-¿Entonces todo está bien? -le preguntó.
-Sí, seguí las instrucciones al pie de la letra y de verdad que me he sentido mejor y el ansia de sangre está controlada. Gracias.
-Excelente.
-Aunque hay algo que me preocupa -le comentó ella, mientras llamó al niño -¡Marko! ¡Ven un momento, por favor!
Augustus, no dijo nada. Sólo se dedicó a esperar que le transmitiera su preocupación.
-¡Mira! La parte interna del codo. ¿Es normal la herida? -le dijo mostrando el brazo del niño.
Augustus, observó la mencionada herida. No era más que un puntito.
-Katja, es sólo un minúsculo punto. No puedes llamar a eso una herida. Está curado.
-Sí, puede ser, pero siento que si le introduzco la aguja de nuevo se va a ensanchar.
-No te preocupes, utiliza el otro brazo y vas alternando para que estés más tranquila.
-Pero...
-Pero. Nada. Calma. No le estás haciendo daño. Confía en mí.
Katja, suspiró y dejó que el niño siguiera jugando. No le convencía el argumento, pero tampoco tenía evidencia para refutarlo. Tuvo que seguir confiando a pesar de no estar convencida.
Augustus, se retiró tranquilo, Katja estaba siguiendo las instrucciones. Todo debería salir bien. Si ella se mantenía firme no habría porque preocuparse. En algún momento temió por ella, no sabía si tendría la voluntad y las agallas para acometer la empresa, pero la había subestimado. La pequeña Katja, ya no era tan pequeña. Estaba creciendo en todos los sentidos.
Ella, repitió la rutina de tres días, cambió el brazo del niño. De nuevo las sensaciones fueron positivas y el ansia prácticamente inexistente. Aquello le animó mucho. Había reanudado la pasión con su amado esposo. Todo parecía marchar sobre ruedas. Pero tocaba restablecer la tercera etapa de la rutina y no se atrevía. Había sedado al niño esa mañana como las otras, observaba los brazos del niño, la parte interna del codo, y fuera verdad o fruto de su mente, veía el punto rojo donde lo había pinchado. La piel parecía irritada. En ambos brazos lucía igual. No, no podía hacerlo. Le estaba haciendo daño al niño. Lo dejó dormir y preparó una taza de la receta, sustituyó una cosa con la otra, al día siguiente bebió de nuevo otra ración del mencionado líquido. Y se preparó, con cierta confianza, para desangrar la gallina correspondiente. Por mera precaución inventó una excusa para dejar al niño donde la señora Verdi, un rato. Si el ansia de sangre hacía su aparición, él no estaría cerca para hacerle daño, en caso de que perdiera el control.
Acometió la empresa con cierto temor. Contó de forma regresiva desde diez, una vez desangrado el ave. Y efectivamente el ansia hizo su aparición. Pero a pesar de la sensación de vaciado no perdió la conciencia, mantuvo cierto control. Se mordió la mano, tanto que marcó los dientes en la piel, pero sin llegar hacerse una herida. La respiración estuvo agitada durante un buen rato. El pecho subía y bajaba con violencia. ¿Cuánto duró aquello? Unos cinco minutos. Quiso llevar un conteo del tiempo, no pudo, en algún momento perdió la secuencia así que podría ser un poco más o un poco menos.
Lo había logrado. Pensó. Había dado un primer paso para controlar el ansia de sangre. Estuvo contenta toda la tarde, toda la noche. Inclusive la gallina la preparó y quedó con buen sabor. Viktor, se lo hizo saber. Durmió a su niño, amó a su esposo y se entregó de lleno al descanso. Lo merecía. Con tantas angustias y presiones, merecía un buen descanso.
En sueños Viktor, le confesó saber su secreto. Él, sabía que era una vampira. Ella, le preguntó qué acciones y decisiones tomaría en consideración de la información que recién manejaba. Él, le dijo: "compartiré la eternidad contigo, conviérteme en uno" Ella, le preguntó si estaba seguro de ello, condenaría su alma al hacerlo. "condeno mi alma, pero sigo mi corazón" Ella, se negó. "No puedo hacerlo Viktor, no puedo condenarte a ser esto que soy" él insistió: "Toma mi cuello, hazme tuyo en una nueva forma" dijo mientras le ofrecía su piel, blanca, hermosa. Aquella piel que ella tanto había besado. Sí, ese cuello era de ella y de nadie más, no pertenecía a ningún otro vampiro. Lo tomó con cierta delicadeza, lamió la zona a morder con lascivo deseo y le mordió. En el sueño ella poseía colmillos largos y afilados. Disfrutó la sensación de penetrar la epidermis, hallar la vena, hacerla crujir con sus dientes. Él gimió, invadido de placer y ella, succionaba ávida de su esencia vital, disfrutando de aquella nueva forma de unión con su amado esposo. Pero entonces ocurrió. Despertó súbitamente. Él gemía, pero no de placer sino de dolor, de sobresalto. Ella, lo tenía tomado con fuerza y se hallaba empotrada en su nuca, mordiendo el cuello. Cesó la acción de forma inmediata. Él, temblaba, afiebrado, se desangraba por la herida abierta. ¿Cómo había realizado aquella herida tan horrenda? Era la marca de sus dientes, concavidad que auguraba muerte. Ella, se llevó la mano a la boca para no gritar, estaba llena de sangre. Lloró. ¿Qué podía hacer? Buscó una toalla y taponó la herida lo mejor que pudo. Le colocó sus manos en la zona, pidiéndole que hiciera compresión. Él, lo intentó, pero casi enseguida sus manos cesaron la presión y cayeron languidecidas. ¡Dios santo! ¿Qué había hecho? Desesperada buscó la caja, sacó el transfusor y procedió a transfundirle su sangre a Viktor, en plena oscuridad. Sin saber muy bien cuanto era la cantidad necesaria, realizó el procedimiento de una forma muy tosca. Quería salvarlo, aún y cuando eso conllevara convertirlo. Le transfundió toda la sangre que pudo, alguna cantidad se vertió, había un reguero, todo estaba manchado de rojo. Él, pareció calmarse un poco. Ella, quiso levantarse, pero se fue de bruces, se había quedado casi sin sangre. Se levantó con mucho esfuerzo, estaba mareada. Colocó de nuevo la toalla en su lugar y sus manos, ahora sí, realizaban la compresión. Forzó a su cuerpo caminar y mucho más: bajar las escaleras, fue a la cocina, preparó un poco de la receta, tomó ella un poco, le restableció en algo su fuerza y corrió, todo lo que su debilidad le permitió, hasta donde él estaba e intentó que bebiera el líquido. Él, no estaba deglutiendo y el líquido se derramaba de la boca. Entonces paso de temblar a convulsionar y dar alaridos espantosos. Ella, sin saber muy bien que hacer se montó encima de él tratando de dominarlo. Ya fuera porque él estaba incontrolable o porque ella estaba débil, no lo logró. Tan concentrada estaba en su lucha, que no escuchó a los vecinos, quienes alertados por el alboroto se arremolinaron en el callejón. Algo pasaba en casa de los Jarkovic, quizá un malhechor había entrado, los vecinos, previa advertencia, violentaron la puerta y entraron a la morada. Pensando en ayudar a la joven pareja en apuros. Cuando ella, se dio cuenta de eso ya era demasiado tarde para hacer algo al respecto. Los curiosos, encontraron una escena extraña, indescifrable. Katja, estaba encima de Viktor, haciéndole algo. Había sangre por todos lados, en su boca, en sus manos, en el camisón. Él, yacía en la cama, había dejado de moverse. También estaba cubierto en sangre, la manta, las almohadas. Marko, el niño, entró corriendo a la habitación, llamando a su padre y a Katja. La señora Verdi lo tomó entre sus brazos e intentó impedir que viera su papá así. Cosa que logró a medias. Alguien gritó ¡Bruja! ¡Asesina! y otras voces las siguieron. Se acercaron hasta cierta distancia, pero la aterradora imagen de aquella menuda mujer cubierta de sangre y con la mirada enajenada les intimidó. Nadie hizo un intento de atraparla. Ella, al ver que los esfuerzos habían sido en vano y su esposo estaba muerto, abrió la ventana y saltó al vacío. Todos quedaron paralizados ante esa acción. Cuando alguien atinó a asomarse no logró ver nada. No estaba el cuerpo de la muchacha, que todos pensaban, había cometido asesinato y suicidio.
Katja, al caer se había lastimado una pierna. Estaba fracturada, le dolía de una manera horrible. Como el corazón le doliera más, ignoró el asunto. Huyó de la zona. Guiada por el instinto, por el miedo, por el dolor. Sin tener a otro sitio adonde ir llegó hasta la posada. Recordaba las palabras de la señora Mariska: "Cuenta conmigo para lo que sea Katja, cuando me necesites aquí estaré. No importa lo grave o desesperada que veas la situación. No importa si todos te acusan, si eres culpable o inocente. Ven, que yo te recibiré con los brazos abiertos". La señora se levantó, alterada. ¿Quién rayos toca a estas horas de la noche? Pensó. Se asomó por una ventanilla abatible, instalada en la puerta y entonces vio a Katja, en camisón, bañada en sangre, con una pierna rota, llorando. Abrió y la cubrió con una manta. La chica no respondió ninguna de sus preguntas, sólo repetía "Augustus, llame al señor Augustus" Iba a llamarlo cuando observó que este, bajaba la escalera. Él, había escuchado la voz de Katja, no preguntó, intuía lo que había ocurrido, se culpó a sí mismo por no haber sido más firme, por confiarse.
-Señora Mariska, usted le prometió a Katja apoyarla cuando la necesitase, no importando la situación -le dijo muy serio.
-Sí, sí lo hice -confirmó ella.
-Ha llegado la hora de cumplir esa palabra. Me iré con Katja, si viene alguien preguntando usted negará haberla visto. Usted no sabe nada.
-Pero es que de verdad no sé nada. ¿Qué está pasando?
-Mejor así, mientras menos sepa mejor. Tome -le dio una sustancial suma de dinero -por las molestias causadas.
En acto seguido, como quién estaba preparado de antemano, con algo de ayuda de la dueña, tomó maletas, ensilló su caballo y se fue al albor de la madrugada con Katja.
La señora Mariska, negó luego a la policía saber de ella. No podía creerlo. La acusaban de asesina, de matar a su esposo. Katja adoraba a ese muchacho. Ella, no pudo haber sido. Eso aseguraban, toda la vecindad había sido testigo del hecho. Nunca la atraparon, se había esfumado en el aire. El niño, según supo, se convirtió en protegido del juez Mainard, quien se encargó de su manutención y crianza. ¡Qué horrible tragedia!
Y siempre esperó, hasta el fin de sus días, saber noticias de ella y del señor Augustus, pero no supo más nada de ellos. Y a parte de la policía muchas otras personas le hicieron preguntas acerca de ella, nada dijo. Cuando murió, lo hizo con una sonrisa en su corazón. Mariska, la amargada, amante del chisme, curiosa y habladora hasta por los codos, fue capaz de guardar un secreto y se lo había llevado a la tumba.

Raza Oculta I El Secreto del AguaWhere stories live. Discover now