Epílogo - La Princesa de la Colina

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Katja, al entrar a la sala F, del aeropuerto internacional de Atlanta, lo primero que notó fue a Augustus, esperándola. Parado, en medio del andén, con esa actitud seria, característica en él. Aquello era sorprendente. No sabía de él desde los ochentas y ahora se aparecía allí, como surgido de la nada. Junto a él estaban dos personas. Un hombre pelirrojo y de barba puntiaguda, al más puro estilo medieval, de mediana altura, quien le sonreía a lo lejos. No observó otros detalles particulares en el personaje que le pudiera revelar su identidad. Le saludaba, a lo lejos, con actitud amistosa. Lo cual denotaba que la conocía de alguna parte. Ella, no lo reconoció, era un total desconocido. La otra persona era una mujer alta, cabello largo, negro, ondulado, vestía un hermoso vestido cruzado, blanco con un estampado de flores, sandalias doradas preciosísimas, que parecían hechas de oro verdadero. Tenía un trenzado estilo romano que le cubría hasta los tobillos. No sonreía, no tenía una expresión en su rostro que se pueda describir con palabras. Era majestuosa, algo en ella era magnético. Su mirada era penetrante, sin querer se abstrajo en esos océanos de color azul. Su vestimenta era sencilla, pero a la vez elegante, inmaculada. Parecía miembro de alguna realeza, era lo que irradiaba. A medida que Katja se acercó al grupo, el hombre pelirrojo extendió los brazos, estaba muy feliz de verla. Augustus, por su parte, sonrió, no hizo otro gesto, se quedó estático, con las manos cruzadas. La dama de blanco, siguió inexpresiva, inmóvil.
—¡Katja! ¡La pequeña Katja! —le recibió el hombre con exagerado cariño y un fuerte acento español.
Estuvo a punto de rechazar el abrazo, era una cara totalmente desconocida, pero reconoció la voz.
—¡Gonzalo! ¿Eres tú? —exclamó incrédula.
—El mismo que viste y calza señorita, a sus servicios, Don Gonzalo de Arosa —le respondió haciendo un exagerado movimiento de baile andaluz, tomando su mano y besándola luego con suma delicadeza.
—¡Increíble! Te has recuperado por completo. ¡Eres pelirrojo! ¿Quién lo diría? Con el asunto de las quemaduras nunca te vi con cabello. En tu cráneo solo crecían esos pelitos chamuscados, sin color ni abundancia. ¡Luces genial! ¡Hasta guapo eres!  —le dio media vuelta mientras mantenía la mano alzada —entonces, lograste tu objetivo.
—Así es mi dulce palomita.
Katja, impávida, señaló a la dama.
—¡Gonzalo! ¿Ella es...? —Katja, no pudo completar la pregunta.
Una voz en su mente le dijo "Yo soy".
Gonzalo, hizo una mueca chistosa, movió las cejas y sonrió. Katja, se quedó muda y no hizo otra cosa que abrir la boca sin atreverse a decir nada. Augustus, intervino.
—Tranquila Katja, te explicaremos dentro de poco. Ven dale un abrazo a este viejo.
Se abrazaron como padre e hija. Sí, ese era el viejito cariñoso que ella recordaba. El reencuentro era muy bonito y significativo. Más, cuando ella se sentía tan destrozada y quebrada en pedazos.
Tomaron las maletas y subieron a un auto. Un hombre desconocido manejaba. La dama iba adelante, en el asiento contiguo, mientras Augustus y Gonzalo, ocuparon los asientos traseros, escoltando a Katja, quien se sentó entre ambos. Ella, dudó en hablar. Hizo una seña a Augustus, preguntando por el chofer desconocido.
—Es uno de nosotros, puedes hablar con confianza —le contestó este.
Katja, lo observó. Era un hombre alto, cabello largo, castaño. Tenía los ojos fijos en el camino. No interactuaba con ninguno de los presentes ni parecía estar prestando atención. Era interesante, sin embargo, algo le causaba más curiosidad, así que decidió preguntar sobre ello.
—Alguien me puede explicar: ¿cómo supieron que yo arribaba a Estados Unidos? —preguntó Katja apenas pudo.
—Fue gracias a Inanna, ella sintió tu turbación. Se conectó con tu mente a distancia, no pudo hablarte, pero si leer parte de tus pensamientos. Entre los detalles estaba el vuelo hasta aquí —le respondió Gonzalo —nosotros nos encontrábamos en California, por eso llegamos primero.
—Así es —le corroboró Augustus —yo, regresé a Guatemala con la intención de buscar a Gonzalo, pero él me halló a mí, con Inanna. Eso fue hace un año. Hemos permanecido juntos desde entonces.
—Katja —le habló ella, volteando desde el asiento delantero — bienvenida.
Le extendió la mano. Katja, se la tomó, sintió inmediatamente el calor, la calidez de su piel. Ahora entendía, esos ojos y esa mirada eran un portal, eran mágicos, pero a la vez no lo eran. Si pudiera describirlos, diría que un millón de pequeñas galaxias pulsaban en aquellos ojos. Esa conexión tan sencilla le hizo sentir que pertenecía a un lugar, que había un sitio donde podría estar en paz, Katja, le pertenecía a Inanna, ahora y por siempre.
—¿Cómo debo referirme a usted? —le preguntó con respeto.
—Tengo muchos nombres, me han llamado de tantas formas que ya no recuerdo mi nombre original. Gonzalo, me llama Ixchel, se ha referido a mí como Inanna para ayudarte a comprender quien soy. Pero en este mundo, en esta época y en este país me llamo: Eva White, es mi nombre legal. Puedes llamarme así y yo te llamaré Katja o puedes llamarme Inanna. Cómo tú prefieras. —le dijo con cariño —¿Tienes miedo?
—No. Bueno, sí. Aún no me recupero del asombro. ¿Cómo lo hizo?
—Recuerda que soy la matriz, la fuente, hay energías en mí, algunas puedo controlarlas y otras no. Te tomé de la mano y hubo un intercambio, tu herida espiritual sanó un poco porque así me lo pediste, sin hablar y sin hacer nada. Extrajiste las energías que necesitabas. Yo las emití, al sincronizarme con la vibración de tus deseos. Su funcionamiento es automático, no tengo un control pleno de lo que ocurre o como ocurre. Lo más que puedo hacer es abrir el canal de poder o cerrarlo. Así escojo a quien delegar esas fuerzas. Yo, brindo calma al desesperado, pero también muerte. Porque no es gratis, si te alejas la energía se disipará con el tiempo y puedes caer, víctima de la desesperanza. Por eso, cuando siento que la desesperanza es mayor que la ilusión de vivir prefiero no entregar energías ya que eso podría conllevar a la muerte del receptor.
—Eso es el porqué de las inmolaciones.
—En parte. Todo depende de lo que hay en tu corazón. Si tú corazón está lleno de desesperanza y está demasiado atribulado cómo para que mis energías ayuden a equilibrar las tuyas, entonces puede ocurrir lo que describes. Les ha pasado a muchos de los nuestros. Trato de ocultarme, de aislarme del mundo —suspiró —ya ves, siempre terminan hallando mi escondite —dijo y señaló a Gonzalo.
Este sonrió de forma exagerada y le guiñó el ojo. Inanna, le respondió el gesto. Que metamorfosis tan fuerte la de Gonzalo. No era solo el aspecto físico, ya de por sí impresionante, también cambió su forma de ser, su actitud. ¿Dónde estaba aquel ser gruñón y sarcástico? Más que sarcástico, cáustico. Su humor era pura hiel y negrura. Ahora estaba este personaje, feliz, gracioso, que se comportaba como un chiquillo con su madre.
—Por eso Inanna, abandonó a mi mentor en el siglo XV —opinó Gonzalo.
—Es cierto. Cuando lo convertí era un hombre brillante y lleno de belleza en su corazón, pero luego de un tiempo el poder envileció su alma, se llenó de oscuridad. Disfrutaba de los sacrificios, la guerra y la muerte. Lo abandoné, poco antes de que llegaran los españoles y ya saben lo que ocurrió en la conquista. Fue algo prodigioso, si me hubiese quedado, podría haber caído en manos de los conquistadores o inmiscuida en la guerra —dijo ella, completando la idea.
—Algo similar ocurrió con el mentor de Eugene —dijo Augustus.
—Entiendo. ¿Quién era la viejecita con la cual él habló cuando viajó al Tíbet? ¿Eso ocurrió de verdad o fue un invento de Eugene? —Preguntó Katja.
—Ocurrió. Él, estuvo por allá, con ese chico neófito. Lo cual fue totalmente inapropiado, un insulto. La viejecita, como tú la llamas y la describen en el diario de Marko, no era una persona, no era una momia, estaba viva. Cuando digo "viva" me refiero al término genérico con el que se llama una criatura. No era un ser humano, como tal no tenía sexo definido —le respondió Inanna.
—Pero, en el diario, Marko, dijo que estaba muerta cuando se hizo la expedición al Tíbet — le refutó Katja
—Para el momento en que se presentó el grupo de tu hijastro en mi templo, ya había muerto. Conservamos su cuerpo. El proceso de su momificación fue algo natural propio de esa raza, de lo cual no tengo mucha información para compartir.
—¿Quién era o qué era esa criatura?
—Él, se describía a sí mismo como un viajero, un rebelde. Fue abandonado en la tierra porque transgredió las reglas de su pueblo con respecto a inmiscuirse de manera directa, o que no fuese nativo, en el desarrollo de la vida en la tierra, especialmente los humanos. Eran una multitud de reglas, que se escuchan sencillas de seguir pero que tenían unas delgadas líneas, donde la ética y el deber se disgregaban, entre la capacidad reprimida de poder aportar soluciones y la prohibición de aportarlas. Al convivir entre nosotros llegó a amar a los hombres. Y entonces nació en él esa inquietud: hacer de los humanos una raza inmortal, como ellos, pero eso estaba prohibido, no solo por cuestiones morales, sino también técnicas y científicas. Él, los acusó de ciegos, egoístas, se rebeló y proclamó su intención de realizar el proyecto, con o sin su consentimiento. Ellos, sus superiores y pares, respondieron destruyendo su laboratorio, los registros y su capacidad de transportarse, luego se fueron dejándolo aquí. Lo expulsaron de la zona donde ellos tenían una base madre, condenándolo a la muerte, ya que allí estaba una fuente de energía, la que le permitía la inmortalidad relativa. Eso no le importó mucho en él momento. Lo que siempre lamentó fue la pérdida de los instrumentos y materiales, destruidos en esa acción. El sitio, luego desapareció bajo las aguas del mar Mediterráneo, colapsó debido a las acciones de sus pares. Cortando así cualquier esperanza de regreso. Fue calificado como un agitador del equilibrio universal y enemigo del orden. Habiéndolo perdido todo, decidió continuar su obra, caminando entre los hombres, disfrazado, para ocultar su origen. El orden, le parecía indigno, no era justo que la vida de los seres humanos tuviera tan corta duración. La muerte le parecía una cosa horrenda. Experimentó, por siglos, cosechando más fracasos que triunfos, viajó, enseñó todo lo que pudo a los hombres. Estuvo presente en muchos eventos importantes de la humanidad. Tantos, que yo no podría enumerarlos, ni siquiera puedo hacerlo con los míos. Mis propios recuerdos son una cosa nebulosa. Es una vida demasiado dilatada y hay tanta información en mi mente, que me cuesta procesarla. Entre tantos reveses yo fui su único éxito, aunque imperfecto, los atributos, características y capacidades que heredé no cumplían con sus expectativas. Me conservó a su lado. Era una niña famélica, sin lugar adonde ir. Y así me convertí en la fuente primaria para lo que él llamaba "Los Isthari". La fórmula que él, había desarrollado para conceder vida inmortal a la humanidad no era efectiva. El cuerpo humano, rechazaba la sustancia y cada experimento fallido significaba un ser humano muerto. Desistió de ese camino cuando tuvo un éxito moderado conmigo, vio una esperanza en mí, no deseaba que murieran más hombres. Entonces me utilizó como catalizador e idnetificador, mi sangre se convirtió en la vía para alcanzar el objetivo, sin embargo, seguía siendo imperfecto, tanto el principio como el mecanismo, no todos se convertían, un gran porcentaje moría en el procedimiento. Se perdieron muchas vidas, hasta que, hastiado de resultados inciertos, desistió. Ya, para ese momento, se había creado una pequeña población de Isthari en el mundo. Si bien los primeros morían con cierta facilidad, dado el desconocimiento de las debilidades inherentes a la conversión, como ya sabes de primera mano, no todo es ventajas. El sol era un enemigo más temible en aquellos primeros pasos de los Isthari, la sangre, la obtención de la sangre generaba problemas. Los neófitos no controlaban el ansia y ocurrían desmanes, matanzas. Algunos hubo que cazarlos y matarlos porque estaban totalmente fuera de control. En un estado salvaje. Preocupado por ello, creó rituales y normas para los recién conversos y prohibió nuevos intentos de conversión. No puedo decir que todas esas normas se cumplieron de manera cabal, los rituales tuvieron mejor aceptación. Para la gente, era más fácil ser supersticiosos que disciplinados, por eso se conservaron los rituales y las normas fueron, en su mayoría, ignoradas. La población de los Isthari se estabilizó. No creció, pero tampoco disminuyó. Luego, nos fuimos dispersando, no recuerdo las causas, porque fueron muchas y variadas, dependía de cada caso y cada caso era una personalidad distinta.
—¡Vaya! Tendrá usted muchas cosas que contar en su larga vida. — Exclamó Katja — ¿Qué fue lo que le dijo esa entidad al mentor de Eugene? Luego de hablar con ella o él, decidió inmolarse.
—Nada especial seguramente. Yo no pude oír, fue apenas un susurro al oído, tampoco hice ningún esfuerzo por enterarme. No importaba. Nannar, que era el nombre con el cual nos referíamos a él, tenía muy poco desarrolladas las cuerdas vocales. Si bien, aprendió a usarlas con el tiempo, y cuando me refiero a tiempo digo miles y miles de años, pues en el momento en que yo llegué a este mundo, ya él tenía incontables edades viviendo entre los humanos. Su vida fue extraordinaria, aun entre los suyos Él se comunicaba normalmente a través de telepatía, rara vez usaba su voz. Balbuceaba, más que hablar. El desespero del mentor de Eugene fue ocasionado por no encontrar lo que buscaba, luego de tantos siglos de travesía. Algunas acciones que tomó para conseguir su objetivo fueron desagradables y desmedidas. Cómo eso de intentar miles de conversiones. Sacrificó muchas vidas en su locura. Él, no estaba preparado para confrontarme, yo estaba allí y no se dio cuenta. No notó que estaba a su lado. Se sintió engañado, decepcionado al oír el balbuceo, de quien él pensaba era Inanna. Percibí su desesperación y me complací en ella, eso fue un error. Ahora lo sé. Lo que hizo al final fue el colofón de su irresponsabilidad: inmolarse y dejar a ese muchacho solo, sin guía, indefenso. El chico perdido terminó siendo apresado por esa cofradía maligna y él los condujo hasta mí, con nefastos resultados. En parte, eso es culpa tuya.
—¿Mía? ¿Por qué?
—Porque intentaste convertir a tu hijastro, no lo lograste, lo dejaste vivir y él, luego se unió a esa cofradía y fue partícipe de la agresión.
—Cierto. Es verdad. Acepto mi culpa.
—Pero eso ya es pasado. La cofradía está destruida, no lograron sus objetivos. Marko, está muerto, su nieto también murió. Ya no hay nadie que amenace nuestro secreto, vivamos en paz. Era el último de los Jarkovic, no habrá más Jarkovic, perturbando tu vida.
—Se refiere a Marcos con cierto desdén... pero él no era así. Ojalá lo hubiera conocido. Era un buen hombre —le dijo Katja.
—En eso te equivocas. Lo conocí —le dijo ella
—¿En serio? ¿Cuándo?
—De niño. No tendría más de 5 años. Había ido yo de visita a la Ciudad de Guatemala. Por esparcimiento y de compras, no sabes lo aburrido que es vivir en la selva, aislada del mundo. Al menos en el Tíbet tenía a mis querubines. En esa selva estaba sola, casi por completo —se quejó —fui a un parque y entonces noté que alguien conocido me seguía a lo lejos. Era Marko, tu hijastro, traté de despistarlo, sin éxito. En un momento dado decidí no huir, no tenía por qué hacerlo, que podía yo temer de aquel hombre. Él estaba tan empecinado en hallarme que descuidó al niño, a Marcos Julio, a quién encontré solo, llorando, estaba perdido. Se había caído al piso su algodón de azúcar. Lo consolé, lo abracé, alzándolo en brazos. Entonces tu hijastro nos encontró, sacó una pistola de gran calibre, creo que una Magnum y no le importó que el niño estuviera allí. Sentí sus intenciones. Él, creyó que el arma de alto calibre podría matarme. Bajé a Marcos y lo eché a un lado. Una parte de mi le divirtió el asunto y decidí desafiar a la muerte. Quería saber cuáles eran mis límites. Él, disparó, la bala me dio justo en el cráneo, pero como sucedió aquella vez en el Tíbet no penetró el hueso, se fragmentó y uno de los fragmentos hirió en la pierna al niño. Hubo gritos, confusión, unos visitantes del parque redujeron a Marko, los padres del niño también hicieron acto de presencia. Yo, me levanté, pues el disparo me derribó al piso. Jans, apareció, justo a tiempo, para auxiliarme, se sorprendió que estuviese viva, al ver mi herida en la frente. Yo, rechacé su apoyo, o al menos quise hacerlo. Tambaleé, estaba mareada. Me sacó de allí antes de que llegase la policía. Pasaron algunos días para restablecerme por completo. Si bien la bala no penetró, el hueso se había fracturado y tuve alguna lesión cerebral. Tu hijastro, cumplió una corta pena por porte de armas y desorden público, pero nada más. Los testimonios en que se describía como el señor Marko Jarkovic, había asesinado a una mujer fueron desestimados, ya que no hallaron nunca un cuerpo. Sin cuerpo, no hay delito. El padre, Timoteo, alarmado por el comportamiento de Marko, el abuelo, tomó a su hijo y se mudó de país. Y lo demás lo debes saber, Marcos Julio, tuvo que habértelo contado. La constante huida de sus padres hacia el sur. Lejos del Abuelo y su peligrosa locura.
—Sí, si me lo contó. Aunque él nunca supo la verdad de lo sucedido. Murió sin saberlo.
—Es una lástima. Era un chiquillo hermoso en aquellos días.
—Él, nunca supo que usted era su princesa de la colina —le dijo Katja con lágrimas en los ojos —su amor de la niñez.
—No hay nada más puro que el amor de un niño —le contestó Inanna —no te sientas mal por ello, era buen chico, fue un buen hombre, pero su desaparición era necesaria. No más Jarkovic.
—Permaneceremos juntos Katja, no nos separaremos de nuevo. Pronto llegaran otros, somos muy pocos como para estar separados en continentes. Inanna, está preparada para recibirlos —dijo Augustus, tomándole las manos.
—Inclusive le perdonó la vida a Jans —comentó Gonzalo.
Katja, cayó en cuenta por fin quien era el hombre al volante.
—¿Jans? ¿Jans, el checo? —preguntó.
—Es correcto. Inanna, lo encontró en el nivel más bajo del templo. Ya que ella subió por unas escaleras que comunicaban el templo con el río, que estaba al fondo del precipicio donde ella se lanzó. Nisha, lo había llevado hasta allí, con propósito de conservarlo como fuente de sangre. Lo vendó y lo dejó encerrado en una de las mazmorras. El quejido que escuchó Marko, al explorar el templo era el de Jans. Contra todo pronóstico, conservó la vida. Ella, detectó que podía convertirlo, (Inanna, posee esa habilidad) su sangre era compatible y en un acto de piedad con un enemigo lo salvó. Le cosió las manos y lo ha mantenido a su lado desde entonces. Actualmente es su más fiel sirviente —le contestó Gonzalo.
Katja, miró al mencionado, quien siguió manejando, impasible. Vio sus manos, unas voluminosas muñequeras cubrían la referida articulación. 
—Han pasado casi 70 años, pero aún no recupero toda la motricidad en mis manos señorita Katja. El dolor continuo es mi penitencia —le comentó Jans, sin mirarla.
—Entiendo. Todo es muy sorpresivo. Marko, te dio por muerto en la confrontación.
—Y debí estarlo. Lo merecía. No merecía la vida y, sin embargo, aquí estoy, gracias a Inanna. En pago, le sirvo en todo, con la esperanza de algún día resarcir mis pecados.
—Cuidaste de mí, cuando Marko me disparó en Guatemala. Esa deuda esta saldada —le aclaró Inanna.
Jans, sonrió. Luego se entregó a su labor. No dijo más. Katja, también cayó en un mutismo, su corazón se llenó nuevamente de tribulación. Quizá el dolor y la culpa eran demasiado para ella.
—Eres una mujer sumamente inteligente, no te culpes por lo que pasó, ni te sientas mal por no obtener los objetivos que te propusiste, algunos secretos no pueden ser desvelados. Ya sabes a quién perteneces, a mí, a los Ishtari. Nosotros. No somos la raza oculta. La verdadera raza oculta fue aquella que abandonó a mi amigo, benefactor, padre, viajero, ángel rebelde, el ser que deseó la inmortalidad para los hombres —le recomendó a Katja, La princesa de la colina, la diosa de la luna, Inanna, Ixchel, mujer de muchos nombres —puedo ayudarte a recuperar la memoria de cuando eras Jovanka. Si lo deseas.
—Sí, creo que sí —le respondió Katja —pero luego, ahora mismo no me siento preparada. Me intriga saber quién soy, pero también me da algo de miedo. He sido tanto tiempo Katja, que no sabría ser Jovanka.
—Cuando tú me digas, mi querida niña. Cuándo te sientas con fuerzas.
Katja, miró por la ventana, la avenida, los autos y edificios. Sentía nostalgia por el regreso a esa ciudad donde había vivido tiempo atrás, de nuevo sintió paz en su corazón. La compañía de los suyos le era beneficiosa.
—Estuve cerca ¿verdad? —preguntó.
—Sí, estuviste cerca mi niña.
—Descubriste la traza magnética y su conexión con el agua, eso no lo sabíamos —comentó Augustus.
—¿En serio? ¿Inanna, usted no sabía nada acerca de eso?
—No, no sabía de eso en absoluto. Eso, es tu logro.

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