El relato de Marko, Folio VI

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"Aunque me habían extendido el permiso, en realidad era una especie de castigo. Un espacio para que me calmara y repensara mis ideas. Sabía que el director, en el fondo, estaba de acuerdo conmigo, quería acabar con ellos, en especial con Oscar, existía una verdadera animosidad entre ellos, sólo que eso contravenía los objetivos de la organización. Acepté con gusto el supuesto castigo. Eso me permitió estar con mi familia antes de que la guerra se volviese contra nosotros. Si conoces un poquito de historia sabes que en ese año de 1943 el eje comenzó a ceder en todos los frentes. Hungría, era parte del eje y como tal sufrimos nuestra cuota de daño. Y si de daño he de hablar hay uno, al igual que el cerco de las acciones militares se cerraba sobre nuestro país, un aciago destino pesaba sobre mí y mi familia. Yo no lo sabía, pero pude intuirlo una vez llegué a casa. Marko II, mi primogénito, alguna vez, mi pequeño hijo, se había alistado en el ejército. Ya contaba con 19 años. Su llamado a las armas era un hecho inevitable, dado la situación bélica. Así pues, esa fue la última vez que la familia estuvo junta al completo. Coincidiendo la licencia de nuestros respectivos comandos. Procuré darle la mayor cantidad de consejos, sabía que la sobrevivencia en batalla dependía más de la suerte que de las habilidades que pudiera poseer el combatiente. Igual lo hice. Era deber de padre. Hicimos una excursión, fuimos de pesca, nadamos en el lago Lobaton, hicimos todo cuanto pudimos juntos, con Timeo y tu abuela, en el corto tiempo que disponíamos. Precisamente eso ocurría, el tiempo se había agotado, sin apenas darnos cuenta. El teléfono sonó y al contestarlo, se detuvo el reloj."
“Era el director.”
—Marko, tengo excelentes noticias. Llegó el lingüista y está ya analizando las grabaciones. Determinó que el idioma que están usando es una variación antigua del sanscrito —expresó, entusiasmado.
—Me parece bien —le contesté, no con muchos ánimos.
—Y eso no es todo. ¡La tenemos!
—¿A quién tienen?
—¡A tu madrastra! ¡Tenemos a Katja!
“Quedé pasmado.”
—¡Marko! ¡Marko! ¿Estás allí? —preguntó al no recibir respuesta.
—Sí. Aquí estoy —respondí parcamente.
—¿Y no vas a decir nada? Pensé que iba a emocionarte la noticia.
—Me tomó por sorpresa. Aún no asimilo el hecho. Deme tiempo para absorber el asombro.
—Eso hazlo mientras te diriges aquí.
—¿Me suspende el permiso? —pregunté.
—No, no se trata de eso. Luego lo negociamos si deseas. Supuse que querrías regresar al saber la noticia.
—¡Rayos! ¡Sí, tiene razón! Debo ir, por más que no quiera.
—Excelente. Te esperamos. Mientras seguiremos ampliando los datos.
—¿Cómo se llama?
—¿Quién? ¡Ah, Katja! Se hacía llamar Bárbara Ivánovich. Te imaginas, con ese nombre era imposible no llamar la atención de nuestros celosos guardias. Tenía papeles falsos, de allí que la detuvieran en un puesto de control sobre el río Niemen, en Alemania misma, en Prusia Oriental.
—¡No! Me refiero al lingüista...
—¡Ja! ¡Ja! Se llama Karl Vossler.
—¿Es militar?
—No, para nada, es un civil. Cuando vengas te hablo de sus credenciales, que son impresionantes, debo decir. No es un entusiasta del nacionalsocialismo, de hecho, siempre ha mostrado una postura en contra nuestra, pero solo a nivel intelectual. ¡Pequeñeces! Sin embargo, no se pudo resistir cuando fue convocado, la idea era demasiado interesante como para que se detuviera a pensar en objeciones morales o políticas.
—Está bien, parto inmediatamente para allá.
“Le comuniqué a mi familia el cambio de plan. Tu abuela no estuvo de acuerdo ni feliz. Se molestó tanto que me mandó al demonio. Me maldijo; a mí, a los nazis, a la guerra, a los rusos. Maldijo todo aquello que pudo. Ese día perdí a tu abuela, no hubo papeleo de divorcio, pero era un hecho, no me dejó, yo la abandoné. En eso tenía razón. También perdí a mi hijo, a pesar de que él, se mostró comprensivo acerca de mis supuestos deberes castrenses y nos despedimos, emocionados, en el andén del tren, no le volví a ver más. Un tiempo después cayó en combate y ni siquiera pude visitar su tumba pues fue enterrado en una ubicación desconocida en Ucrania. En medio del caos de la retirada no fueron capaces de recuperar el cuerpo y el entierro quedó en mano de los rusos. No lo hallé en ningún cementerio, cabe la posibilidad de haber sido enterrado en alguna fosa común, lo enterraron con otro nombre o no recibió sepultura adecuada. Quién puede saberlo. Por más que intenté averiguarlo nunca pude encontrarlo, ni aún después de la guerra. Ese fue el triste destino de tu tío. Un joven, un muchacho, que no tuvo tiempo de vivir. A mi otro hijo, Timeo, tu padre, lo perdería, en Guatemala, en un incidente que quizás te comente luego. No fue mi intención que ocurriera tal suceso, pero si fue mi responsabilidad, no le culpo por las decisiones que tomó. Un tanto exageradas para mí gusto, medidas desmedidas en sí mismas, que tenía todo el derecho de tomar. Él, no quiso saber de razones y se alejó tan lejos como pudo de mí. Se pudiera decir que ese día, el día del incidente, por allá en los años 60's, también te perdí a ti, mi nieto, sangre de mi sangre.”
“Pero volvamos al tema que nos atañe.”
“Así, una vez más, arribé a ese edificio, a esa ubicación donde funcionaba aquella organización clandestina, sin nombre, sin escrúpulos, sin límites. Eso creía. Que no existían límites para su maldad, sus objetivos y fantasías, pero si los había, a pesar de que mis sombríos pensamientos no pudieran verlos.”     
—¡Bienvenido Marko! —dijo al recibirme el director, se veía muy animado.
“Normalmente era más frío. Comenzó a hablarme del profesor, enumerando sus títulos y logros académicos. Yo apenas si le escuché. Se extendió un buen rato en ello. Hube de interrumpirlo.”
—¿Dónde está?
—Está en el segundo piso, en la sección donde tenemos las grabadoras. Allí pasa la mayoría del tiempo. Puede parecerte muy anciano, pero tiene una energía para trabajar increíble.
—Me refiero a Katja.
—¡Ah! ¡Cierto! Esta abajo, en una celda aislada de los otros reclusos especiales. Desde que ella llegó se comportan agitados, inquietos, hasta me atrevo a decir: excitados. Supongo que por ser mujer les altera un poco. Es una chica muy atractiva. Tal como la describes en tus reportes. Son vampiros y todo lo que tú quieras, pero en esencia son hombres, el género masculino no puede prescindir de algunos instintos, supongo que para eso se debe alcanzar algún grado de autocontrol que ellos, evidentemente, aún no manejan.
—Quisiera verla de inmediato.
—Eso supuse. Te sugeriría subir a la zona de habitaciones, que te instales primero y descanses, ella no se irá a ningún lado, pero no me harás caso.
—No, no haré caso. Quisiera verla de inmediato.
—Eso me gusta de ti. Eres terco y obstinado. Está bien, bajemos. Deja tus cosas allí. Las haré subir luego.
“Bajamos al sótano, me hallé con la sorpresa que los reclusos especiales se hallaban en parejas. Oscar con Vladimir, Churchill con Atila. El director, percibiendo mi asombro, se adelantó a la obligada pregunta.”
—Los colocamos juntos para ahorrar espacio. Necesitábamos una celda sola para Katja, así que los colocamos de dos en dos. Vladimir, que parece ser más fuerte que Atila, lo emparejamos con Oscar, así minimizamos la posibilidad de un asesinato, dado que los dos están en teoría iguales en fuerza. Colocamos a Churchill y Atila juntos, Churchill es más bien sumiso y fofo; Atila... Atila, no sabemos cómo clasificarlo, es algo enigmático. De todas maneras, ahora que todos son amigos el riesgo que se maten entre ellos ha desaparecido, casi por completo. Katja, está al final, separada de ambos grupos, como ya te lo había dicho. De los reclusos especiales y de los sujetos de prueba.
“Mi corazón, aceleraba su ritmo a medida que nos adentrábamos por el pasillo. Había emociones encontradas en mí interior, no sabía si llamarlo odio o amor, quizá una mezcla de ambos. Y allí estaba ella, sentada en la cama, silente, pensativa. Con la expresión triste de aquellos días pasados, de la ocasión en el refugio, de cuando recién mi papá la llevó a casa. Al verme sonrió. Había poco brillo en sus ojos. Despejó el cabello que le cubría medio rostro. Su cabellera era tan abundante como siempre, solo que lacia y no encrespada como en antaño. Se levantó, lo hizo con movimientos lentos, con aparente descuido calzó unas zapatillas negras de tacón medio y se acercó hasta los barrotes, sin tocarlos. Colocó sus manos detrás, mientras me observaba con detenimiento.”
—Hola Marko. Me da gusto verte, aunque no puedo evitar estar triste por la situación de nuestro reencuentro. Yo prisionera y tu carcelero —me saludó.
Yo quise responder, pero no lo hice. No supe decir nada más que un parco ‘hola’.
—Me retiro, tendrán cosas que hablar en privado y yo cosas que hacer —dijo el director.
“Era un poco irónico el asunto de la privacidad. Yo sabía que no era cierto, nuestra conversación sería grabada. Sin embargo, agradecí que me dejara a solas con ella. Quizá olvidara tal cuestión y pudiera sentirme cómodo para hablar sin tapujos. Aunque, más irónico era que, después de tanto querer verla y hablar con ella, ahora que la tenía en frente no se me ocurría nada que decir.”
—Has las preguntas Marko. Muchas dudas habrá en ti, surgidas de nuestro conocimiento previo y que no habrán hecho otra cosa que crecer y obtener respuestas inadecuadas. Anímate. Pregunta.
“Yo asentí.”
—¿Mataste a mi padre? — hice la primera pregunta mirándola directamente a los ojos.
—Sí, Murió por mi causa, por mi torpeza y por mi amor —respondió ella manteniendo la mirada fija.
“Creí que lo negaría, pero lo admitió sin más. Sin poder evitarlo las lágrimas escaparon de mis ojos.”
—Eso ya lo sabías. Pregunta otra cosa —me dijo.
—¿Por qué me salvaste en aquella ocasión? En 1914.
—Porque te quiero. Has crecido, te hiciste adulto. Pero nunca dejaste de ser mi pequeño, aquel niño que alguna vez me dijo madre.
“Yo reí sin dejar de llorar. Fue una risa efímera. Quería pensar que era mentira su cariño, no era así. Decía la verdad.”
—¿Cómo me encontraste en aquella oportunidad? —pregunté con la voz quebrada.
—El día que ocurrió la batalla había ido al pueblo de Bortkiv, con apremio, en busca de víveres, previniendo la escasez que surgiría por el conflicto, cuando tu batallón pasó frente a mí, marchando, y te vi. Entonces abandoné la razón que me había llevado hasta allí y seguí la marcha a prudente distancia. Cuando se desarrolló el combate, me escondí lo mejor que pude, en un lugar que me permitió observar los acontecimientos. La batalla fue confusa, desde donde me encontraba solo podía distinguir figuras moviéndose de aquí para allá, de allá para acá, el ruido de la fusilería, las ametralladoras, las explosiones. Contemplé como tu batallón se retiraba, pasaron muy cerca de donde estaba y no estuviste con ellos. Temí que estuvieses herido o peor, muerto, así que esperé la oscuridad de la noche y salí a buscarte. Tuve la suerte de hallarte con vida y te llevé hasta el refugio.
—La respuesta parece obvia, pero debo hacer la pregunta: ¿Qué le hiciste a Slatan?
—¿Slatan? No conozco a nadie con ese nombre.
—Me refiero al soldado herido que estaba conmigo.
—Entiendo. Sí, ya lo recuerdo. Como bien lo dices, la respuesta es obvia. Limpié la herida y acorté su sufrimiento. Al principio pensé que eras tú, por el tamaño y la corpulencia. Tú estabas un poco más adelante.
—¿Por qué intentaste convertirme?
—Quería salvarte. Estabas muy mal herido. No debí hacerlo, pero no sé me ocurrió otra cosa.
—La pócima que me diste a beber. ¿Qué era?
—Un preparado de frutas y verduras ricas en hierro. Es una receta antigua, no es invención mía. Me disculpo por el sabor. Sabe horrible, eso lo sé.
—¿Y cuál era su fin?
—Funciona como un suplemento alimenticio que ayuda a mantener el hierro en la sangre. Se supone que ayuda al cuerpo humano en el proceso de creación de glóbulos rojos. Te lo hice beber con la esperanza de que reforzara tu sistema.
—¿Y funcionó?
—Yo diría que sí. Estas con vida.
—Sobreviví y no me convertí. ¿Alguna idea por lo cual eso no ocurrió?
Katja guardó silencio. Dudó en decirme la verdad.
—Lo discutí largamente con Augustus varias veces. El hecho es que, en tu niñez, me aproveché de tu sangre, en pequeñas cantidades. Pudo haber acontecido que, en el intercambio del vital líquido, fracciones se trasvasaron a tu torrente sanguíneo; eso, poco a poco creó una resistividad. Por eso, creemos, el proceso fue fallido, largo, doloroso e intenso. Es solo una conjetura, nada seguro. Fuera de eso no hay ideas. Algunos se convierten, la mayoría no y una minoría sobrevive sin convertirse, así de simple. No hay un estudio estadístico ni científico sobre ello. Nadie lleva registros, no hay historiales, ni cuentas; solo historias y leyendas. Tus amigos, tan afectos a los números y probabilidades, no obtendrán nada porque nosotros mismos no lo sabemos —me dijo muy seria y con cierta rabia contenida en la voz —en ese sentido eres uno en un millón, eres especial.
—El estudio científico y estadístico se está llevando a cabo aquí.
—¿Y qué números ha arrojado ese estudio?
—Solo números negativos. El cien por cien de los sujetos de prueba muere durante la conversión.
—Es de esperarse. Quién sabe, un día de estos tienen éxito.
—¿Accederías a proporcionarnos esa receta? —pregunté, seguro de obtener una respuesta negativa.
—Sí, claro. No tengo ningún problema con eso. Me extraña que no se les haya ocurrido esa idea antes —contestó despreocupada.
“Detuve el interrogatorio. Busqué papel y lápiz. Pero ella, cambió de parecer, se negó a dictarme la receta, ingredientes, modo de prepararlo, etc. Aquello era una contrariedad.”
—¿Cambiaste de idea? —le recriminé.
—Sí, cambié de idea —admitió.
“Ya me había parecido demasiado bueno que colaborara sin resistirse un poco.”
—¿Sí llegásemos a suministrar esa preparación a los sujetos de prueba ayudaría a que se conviertan? —inquirí.
—Es posible —me respondió evasiva —pero también es posible que no ayude en nada.
—¿Y entonces por qué no me la das?
—Porque es una pérdida de tiempo.
“Me había molestado esa respuesta. No por ella, si no por mí. Aquello era un juego, estábamos jugando al gato y al ratón, sin saber quién era el gato y cuál el ratón. Al menos yo no lo sabía. Cómo lo había expresado Oscar, alguna vez, ella estaba encerrada en una celda, pero el prisionero era yo.”
—Cierto —le respondí lacónicamente.
“Ella me miró con su característica expresión de tristeza profunda. No decía nada, su pensamiento se transparentaba. Yo había envejecido 40 años y ella no. Lucía joven, fresca, hermosa, recién salida del capullo. Había que aceptarlo. Era pequeña de estatura, tenía un atractivo exótico e innato, podía entender ahora porque mi padre sucumbió ante esa melancólica mirada que invitaba a la protección. Mi papá, lo poco que recuerdo de él, era cómo un héroe de historietas, siempre en la búsqueda de hacer el bien, con anhelos verdaderos de proteger al débil e impartir, delegar justicia. Lástima que no tenía poderes sobrehumanos como los personajes de las revistas. En fin, volvamos a la analogía del prisionero y la encarcelada, del gato y el ratón. Ella, era la joven veinteañera, lozana y tierna; yo el señor cincuentón, marchito y amargado.”
—¿Conoces a Inanna? —pregunté de improviso.
“Cambié el tema, su negativa me había puesto de mal humor. Como ella, misma dijo, era una pérdida de tiempo si me enfrascaba en ello.”
—No, no conozco a nadie con ese nombre.
—Quizás sepas de ella con otro nombre, Parvati, Ishtar, Ixchel, Kali u otro. Es la primera, la original. Cómo dice Oscar, la madre de los monstruos.
—Entiendo. He oído hablar de ella, pero no la conozco. Es una leyenda, me pareció que no era más que eso.
—Pues te diré que si existe. ¿Y qué hay de tu mentor? ¿La conoce? ¿La nombró alguna vez?
—Él cree que existe, pero nunca la ha visto en persona. Se supone que es una mujer con apariencia de ancianita, algunos dicen que tiene miles de años. Pero, si tú me hablas de ella es porque sabes algo.
—En efecto. La conocí hace unos 4 años, en una expedición al Tíbet.
—¿El Tíbet? —preguntó extrañada.
Asentí con la cabeza.
—Se hallaba oculta en las montañas. En un templo apartado de toda presencia humana, era un retiro voluntario con unos pocos acólitos. Logramos llegar hasta allí, pero la expedición fue un fracaso, todos los miembros de la misma murieron, así como los vampiros que la acompañaban. Sólo sobreviví yo y solo porque ella no quiso matarme.
—¿Y qué fue de ella?
—Es una incógnita, pero asumo que también sobrevivió. Se lanzó de espaldas a un precipicio. No pude ver donde cayó su cuerpo y tampoco creo que la caída la haya matado. Pero no hay pruebas que demuestren lo uno o lo otro. Será otro misterio más relacionado con ella.
—¿Querían atraparla?
—Sí, era uno de los objetivos.
—Me entristece que hayas tomado este sendero de muerte y dolor. Sirviendo a estos seres egoístas, malvados e inhumanos.
—¡Mira quién lo dice! ¡Tú qué mataste a mi padre y quien sabe a cuantos más! ¿Cuántos muertos pesan sobre tu conciencia, Katja?
“Ella no dijo nada. Bajó la mirada y se hundió en el silencio. Aquello me exasperó.”
—¡Habla! ¡No te quedes callada! —le grité otra vez.
—Eso no importa, si han sido dos, tres, veinte. La única muerte que cuenta y me importa es la de Viktor, tu padre, mi amado esposo —dijo al fin, con lágrimas en los ojos.
“Perdí el control. ¡Hipócrita! ¡Mira que llorar por mi padre luego de admitir haberlo matado! Desenfundé la pistola y antes de que pudiera darme cuenta había descargado todo el cargador. Disparé, una, dos veces, seis, siete, ocho. No le acerté todos los disparos, algunas balas rebotaron en los barrotes. Observé una herida en el hombro derecho, otra en el abdomen y una tercera en el antebrazo izquierdo, no estaba seguro, creo que una de las balas le había dado en el cráneo. Se mantuvo de pie, resistiendo el ataque. Procedía a la recarga del arma cuando alguien me derribó. Quise forcejear, pero no pude. Era Jonás y con él, Junen. Expertos sometiendo a personas me paralizaron en unos segundos. De nada valían mis pataletas. Aunque igual pataleé. Antón, quién también había venido, recogió la pistola del piso y se la entregó al director.”
—¡Marko! ¡Marko! ¡Contrólate! —me dijo, a la vez que hizo una seña a Junen, quien jeringa en mano, me inyectó algo en el brazo, más que presumible, un sedante. Perdí la conciencia casi de inmediato.
“Cuando desperté, estaba esposado, con las manos atrás, en mi oficina. Se había hecho de noche.”   
—Mi buen amigo Marko. No sé qué hacer contigo. Estoy reevaluando la importancia y tu membrecía en el grupo. Qué ventajas y qué desventajas ofreces. Lo qué hiciste hoy fue algo imprudente, casi matas a uno de los reclusos especiales, a sabiendas de la importancia que tienen, aun siendo tú uno de nosotros. Puedo entender tu querella contra esa muchacha, que la comprenda no quiere decir que apruebe tus acciones contra ella —me dijo el director, caminando de un lado otro de la oficina, sin verme a los ojos y mordisqueando la raíz de alguna hierba desconocida entre los dientes.
“Yo no le contesté. Sí él no sabía qué hacer conmigo yo tampoco sabía qué hacer con ellos. De repente me hallé (o, mejor dicho, me coloqué) en una situación muy comprometida. Por un lado, se encontraba esa organización maligna sin nombre ni cabeza, de la cuál podría ser expulsado, si ya no lo estaba, por otro lado, estaban los mal llamados reclusos especiales y en otro nivel, menos importante, los prisioneros destinados a ser sujetos de prueba y ganado, que no tenían más derechos que el de un destino cruel; y en el medio de aquella grotesca comunidad de monstruos y víctimas: Yo. Que no era alemán, ni nazi, ni vampiro, ni judío, ni nada. No era nadie, no pertenecía a ninguna persona, ni siquiera a mi familia. Pues, ya a ellos también los había perdido.”
—En parte la culpa es mía —continuó el director —no debí interrumpir tu permiso. Fue prematuro, necesitabas despejar ideas, cosa que no lograste, y yo te traje de nuevo a lidiar con un asunto para el cual no estabas preparado. Como líder debí haber vislumbrado esa situación. Creo que una parte de mí lo hizo. Pero me sentí optimista con el escenario, teníamos a Katja y había llegado el experto en lingüística. Con uno adquiríamos comprensión, un nuevo aliado y con la chica me hice la idea de recuperar la figura de Eugene, un vampiro colaborador y avanzar en el asunto que nos atañe. Ustedes se conocían y podían llegar a un acuerdo, dada la particularidad de su antigua relación. Pero no, perdiste el control y le vaciaste el cargador de tu pistola. Debo decirlo, seguimos atascados
—¿Está muerta? —me atreví a preguntar.
—No. No lo está. Está viva gracias a las peculiaridades y habilidades regenerativas de la raza oculta, como tú le llamas. La acertaste cuatro disparos, la mayoría heridas poco importantes, sin embargo, una de las balas le dio en el cráneo, en la región occipital. Ya los doctores la atendieron, se está recuperando en el piso del laboratorio. Casi la perdemos Marko, casi. De suerte que son seres resistentes y se regeneran rápido. Y en eso queremos convertirnos, seres fuertes, duros, reírnos de las enfermedades, de los peligros. Está bien, no seremos invulnerables o inmortales, pero si poderosos. No nos confundas con fanáticos que quieren un Reich que dure mil años, queremos es el poder de controlar quien perdura y quién no. Poder en todo el absoluto significado de su expresión, porque cobraremos lo que sea y el que pueda pagarlo lo pagará, dinero, concesiones políticas, territoriales, tecnológicas, industriales, sexuales inclusive. No hay un poder más grande que el poder de vencer a la muerte. Si Hitler, Stalin o el presidente americano quieren ser inmortales tendrán que pedirlo de rodillas —expresó, lleno de rabia —tu problema parece ser la motivación. Quizá como no puedes convertirte en uno de la raza oculta no puedes ver el entero potencial de la tarea que llevamos a cabo. ¿Es eso? ¿Cómo has adquirido inmunidad contra su sangre te da igual todo lo que hacemos?
“El director se sentó.”
—Sí por mí fuera acabaría con todos ellos. Y lo haremos, eventualmente, algún día. Pero no antes de lograr nuestros objetivos. Ni un minuto antes. ¿Me oíste? —me reclamó.
“Sacó su pistola y me apuntó a la cabeza.”
—Algo me dice que no debo matarte. No todavía. Hay un papel importante que te queda por desarrollar en esta historia —me dijo al accionar el gatillo.
“El cargador estaba vacío. Yo me di cuenta de ello y no me asusté, al menos no al nivel que él pudo haber requerido. Guardó el arma.”
—Te quedarás aquí, mientras resuelvo que hacer contigo. Voy a supervisar los progresos del experto y ver cómo sigue Katja. Es raro, es la única de los reclusos especiales que no tiene un apodo. Quizá porque tenemos certeza de su nombre real o porque es mujer. ¡Bah! No importa, no me prestes atención. Reflexiona tus acciones y después ya veremos —me dijo antes de irse. —no intentes escapar, Afuera esta Grubber y su grupo y tiene órdenes de disparar y ya tú sabes que el sargento no dispara en vano, siempre es a matar.
“Cuando el director abrió la puerta para salir, pude ver, de manera fugaz, el rostro del mencionado lingüista. Usaba un sombrero negro, bigote poblado, cabello negro, canoso. Aparentaba unos 70 años. Me pareció conocido, sin embargo, en el momento no logré focalizar su rostro. Me miró, preguntó por mí, el director le comentó algo en voz baja, no pude escuchar bien, cerró la puerta y desde dentro de la oficina percibí como se alejaban caminando por el pasillo. Sin otra opción que la de permanecer inmóvil, comencé a reflexionar sobre una multitud de cosas. Observé cada rincón de la oficina, estaba aburrido además de preocupado. De tanto ver y rumiar, porque en realidad pensé en muchas tonterías, cosas de poca monta, terminé por observar que había una carpeta abierta en el escritorio. Estaba allí desde el principio, pero no había reparado en su presencia. Como no pudiera alcanzarla con las manos me incliné todo lo que pude hacia adelante y la acerqué a mí. Arrastrándola con el mentón. Resultó ser un expediente sobre Karl Vossler, el experto en lenguas que había enviado el Capitán Fritz Ullmann. Catedrático de la universidad Ludwig Maximilian de Múnich, experto en los campos de literatura, italiana, francesa, española. Fundador de la Filología Idealista, que se opuso al no sé qué del positivismo neo gramático, creó su propia escuela del idealismo lingüístico o de estilística, bla, bla, bla... Me aburrí de nuevo. Me aprestaba a cerrar la susodicha carpeta cuando mis ojos tropezaron con una fotografía del susodicho profesor Vossler. Y entonces una certeza se fue iluminando ante mis ojos, aquel señor no era el catedrático ¡era Augustus, el vampiro! Disfrazado, caracterizado, maquillado, pero era él. Estaba seguro. Alarmado, llamé a gritos al guardia de la puerta. Este llegó al poco rato, no muy contento. Le pedí que buscara al sargento Grubber, había una situación de seguridad comprometida. El soldado no dijo nada, me observó, miró la carpeta abierta y con apatía la cerró y salió de la oficina. 
Grubber llegó tiempo después (demasiado tarde, para mi gusto), con Taube, Schwartz y el soldado que servía de intérprete de señas, su apellido no lo recuerdo, empezaba por L, Lemanns, Lemoss, algo así. Para efectos prácticos le llamaré Lemanns. 
—El sargento Grubber pregunta por la situación. ¿Cuál es su alboroto? —me preguntó, luego de que el mencionado le hiciera las señas correspondientes.
—Hay un infiltrado. El lingüista, su identidad no es Karl Vossler como predica. Es Augustus, un vampiro, mentor, creador y celoso protector de Katja. Pienso que vino a buscarla —le dije en tono alarmado.
Hubo silencio mientras hablaban las manos. Había cierta solemnidad en el asunto.
—¿Qué tan seguro estás?
—Totalmente seguro —le afirmé —el director se fue con él. Al segundo piso donde están los laboratorios, la radio, los aparatos de grabación y Katja, ella está allí. Me parece evidente la intención.
“El sargento, descolgó la carabina de su hombro. Por automatismos y procedimientos preestablecidos entre aquellos hombres, todos hicieron lo mismo. Taube y Schwartz tenían cada uno un fusil de asalto STG-44, Lemanns o como se llame, desenfundó su pistola, mientras me tomaba de un brazo y me conducía fuera. Él también tenía un fusil STG-44, pero lo dejó colgado en su hombro. Estos fusiles a pesar de su alta cadencia de disparo eran muy útiles en combates a corta distancia. Había yo oído hablar de ellos, pero no los había visto hasta ese momento. Apenas estaban siendo distribuidos y solo algunas unidades selectas lo tenían para aquellas épocas. Siendo Grubber y su escuadra, soldados de élite, era lógico que lo portaran. Fuimos al ascensor. No funcionaba. Estaba bloqueado. El único que lo podía bloquear era el director. Aquello no pintaba bien. Grubber realizó indicaciones. El soldado que estaba en la puerta se unió al grupo, llaves en mano. Nos dirigimos al final del pasillo, allí, movieron un pesado estante, en realidad lo que hicieron fue deslizarlo sin mucho esfuerzo, estaba montado sobre rieles, detrás, estaba una puerta oculta que conducía a unas escaleras. Subimos. Taube y Schwartz, iban delante, seguidos a una prudente distancia por Grubber, quien llevaba la carabina al hombro, apuntando, más que listo para disparar. Luego íbamos el soldado Lemanns y yo, aún esposado. Cerraba la comitiva el guardia, pistola en mano y en su hombro una carabina Máuser K98. Una vez llegado al segundo piso se realizó una reconfiguración táctica del grupo, fue muy rápido. Taube y Schwartz se separaron, dejando un espacio entre ellos, Grubber, pasó al final de la comitiva. El guarda abrió la puerta. Entrando por la abertura, se desplegaron Taube y Schwartz, uno hacía la izquierda y el otro hacía la derecha. Se agacharon, barriendo con sus miras el pasillo, Grubber, volvió al centro y pasó a la delantera. La coordinación de los movimientos era casi perfecta. Lemanns, conduciéndome y apuntando su pistola a mi costado derecho subió los últimos peldaños, yo con él, por supuesto. El soldado guardián, volvió a la retaguardia. El pasillo estaba a oscuras. Las pocas ventanas de ese piso permanecían siempre cerradas, más que cerradas, estaban selladas. Era un laboratorio. Grubber, buscó el interruptor y encendió las luces. Mi inquietud estaba justificada, en la convergencia de los dos pasillos del piso se hallaba el cuerpo de Antón. Yacía boca abajo, el cinto de su pistola lucía vacío, tampoco portaba las dos granadas que desde la reunión siempre llevaba consigo, el brazo izquierdo estaba extendido en su totalidad, mientras el brazo derecho se encontraba doblado hacia adentro. Aquello no era normal, sobresalía parte de su antebrazo con la palma extendida hacía arriba y le faltaba uno de los dedos. Se lo habían arrancado de un mordisco. Schwartz revisó sus signos vitales y se rindió ante lo evidente. Nos hizo una seña negativa con la cabeza. Grubber se aprestó hacía la puerta que conducía al primer cuarto del laboratorio, mientras, Taube, le cubría.”
—Marko ven un momento —me llamó Schwartz, indicándome el cuello de Antón —ve esto.
“Obedecí. Tenía una profunda herida en forma romboidal, producida por un objeto punzo penetrante. No era propio de un cuchillo, parecía alguna especie de daga o puñal antiguo.”
—No hay derramada ni una gota de sangre. No hay manchas. La herida está limpia, tenías razón —dijo —no existen motivos para que estés esposado. El director estaría de acuerdo conmigo. ¡Lemanns, libéralo!
“Lemanns, que sí se llamaba así, ahora lo recuerdo, me retiró las esposas, se descolgó el fusil de asalto y me dio la pistola.”
—Es mejor que tengas esto —dijo al dármela junto con un par de cargadores.
“Entramos todos al cuarto 1, del laboratorio. Allí encontramos a dos de los doctores, muertos. Uno, sentado, al lado de un microscopio, con el cuello partido; el otro con una herida similar a la de Antón, pero en la frente, tirado en su propio charco de sangre. A ninguno de los dos le habían succionado la sangre. Entre los detalles, una camilla, con las sábanas blancas manchadas de rojo, cuyas correas de sujeción estaban desatadas, nos indicaba que los científicos realizaban pruebas con alguien, Katja quizá. Habían huellas de un pie pequeño, al parecer pisó la sangre al bajar de la camilla, dejando un rastro que conducía al cuarto 2 del laboratorio. Allí encontramos a otros dos cuerpos. El doctor que faltaba y la señora de la limpieza. Tenía éste una herida en el estómago, en forma de rombo como las anteriores. El cuello, estaba seccionado, no había manera de saberlo, pero si la herida era producida por la misma daga el movimiento circular debió ser rápido y fuerte. Lo curioso es que en su abdomen si había rastros de sangrado, pero en el cuello no. El último de los cuerpos estaba boca abajo, con un bisturí en la mano derecha. Al menos la viejita presentó pelea. La puñalada la tenía en el cráneo, como no podía ser de otra manera, en forma de rombo. No había sangre, la habían desangrado. Era algo desagradable. Cada hallazgo era más horrible que el otro. A unos pasos del cadáver estaban sus sesos, licuados, alguien los había vomitado. Asqueroso. Pero éramos soldados, testigos y protagonistas de atrocidades, matanzas y crueldades. Por más terrible que pareciera aquello, debíamos continuar en pos de la tarea, la misión, la sobrevivencia.”
“Recorrimos el resto del piso no hallando más cuerpos. Existía la posibilidad que el director no estuviese muerto, su destino era incierto. Grubber envió al soldado guarda a alertar al pelotón de las SS ante cualquier intento de fuga. Descartamos subir al tercer piso, no había nada de interés especial como para que Augustus lo tuviese como objetivo. Así que bajamos al primer piso, planta baja y luego al sótano. Siempre por la escalera secreta. Que pensándolo bien no era tan secreta, solo lo era para mí, todos los demás la conocían. No debió pasar, pero eso me hizo sentir mal, si no me habían informado de su existencia era porque no confiaban en mí. Y ahora me parece estúpido haberme sentido mal por esa tontería. Había pasado por diversas situaciones y aventuras con aquellos sujetos; por más que pregonara odiarlos, y así era, creí que existía cierta camaradería surgida entre ambas partes. No me prestes atención. Son bobadas de un viejo chocho.”
“Llegamos pues a la puerta falsa que conducía al sótano. La escena que encontramos tras ella no fue tan dantesca como la de arriba, pero era igual de alarmante. Todos los prisioneros estaban libres. Unos once sujetos, estaban apiñados al principio del pasillo, cerca del ascensor. Nosotros nos hallábamos en el otro extremo y ya sea por el sigilo de nuestros movimientos, por su alboroto o porque tenían su atención fija en como escapar, no se percataron de nuestra presencia. Desde donde nos encontrábamos no logramos ver ninguno de los reclusos especiales, supusimos que estaban en el recodo del pasillo, fuera de nuestra línea de vista. Al igual que ocurrió antes Taube, maniobró hacia la izquierda y Schwartz hacía la derecha, Grubber al centro, luego yo y Lemanns cerrando la comitiva. Este último me indicó que no disparara a menos que fuese necesario.”
—Guarda munición. No queremos quedarnos todos sin balas.
“Asentí. Recordé un poco la vez del enfrentamiento con Inanna y los suyos en el Tíbet. En aquella ocasión me quedé con una sola bala y nada significativo pude hacer con ella. Estaba más que de acuerdo. Estaba a punto de opinar que lo mejor era tratar de regresar a los prisioneros a sus celdas y, siendo así, no haría falta disparar, cuando oí el primer disparo. El pasillo tenía forma de L, con un pequeño recodo que permitía el acceso al ascensor. Nosotros nos ubicábamos en la parte donde el pasillo doblaba hacia la izquierda y los prisioneros en lo que, figurativamente, sería la punta de esa L. Allí estaba un escritorio de metal que, normalmente usaba cuando pasaba un tiempo en el sótano, frente a la que era la celda de Oscar. No habría más de doce metros entre ellos y nosotros, con esa distancia tan corta y un espacio cerrado, lo que siguió fue una masacre en todo rigor. Schwartz y Taube, disparaban ráfagas coordinadas, Lemanns, por su lado, corrió hacia el fondo del lateral del pasillo, revisando que no hubiese ocupantes en las celdas de esa ala. Grubber, apuntaba a uno y otro blanco, pero no disparó, se limitaba a verlos caer, uno a uno, mientras trataban de cubrirse. Lemanns, regresó a tiempo para mantener la cadencia de disparo mientras Taube y Schwartz, recargaban. Yo me quedé expectante, más allá de la recomendación de Lemanns, no pude accionar el arma. Me tomó por sorpresa la acción. Pensé por un momento que la motivación para atacar sin ninguna advertencia o búsqueda de solución pacifica de la situación, era la venganza, por los compañeros caídos, pero no era así. Sus rostros y sus acciones manifestaban control absoluto de las emociones, aquellos hombres curtidos por la guerra habían adquirido una frialdad tal, que disparar a unos famélicos reclusos con ansias de libertad, le parecía una cosa de poca importancia.”
“¿Cuánto tiempo duró aquello? No sabría decirlo. ¿Segundos? ¿Minutos? Pareció una eternidad. Cuando cesaron los disparos once cuerpos yacían regados en el pasillo. Los humeantes cañones de las armas tomaban un respiro. Todas las víctimas eran prisioneros ordinarios, los vampiros permanecieron a resguardo en el recodo del pasillo. Estos, más resueltos y con una capacidad diferente para afrontar el peligro, realizaron un contraataque. Levantaron el escritorio, que estaba hecho de metal, latón para ser más exactos, no era un escudo blindado, pero igual lo usaron de esa manera. Esta vez los tres soldados dispararon sus rifles de asalto al mismo tiempo. Alarmado observé como Grubber bajaba la carabina para lanzar una granada en contra de los atacantes. Al mismo tiempo vi como otra granada se elevaba por encima del escritorio en dirección hacia nosotros. Era una de las dos granadas desaparecidas del cuerpo de Antón. Por puro instinto me arrojé hacia el pasillo lateral. Lemanns, empujó a Grubber, quien cayó a un lado de mí. Con gran estruendo estallaron casi al mismo tiempo las dos granadas. Taube y Schwartz, murieron en el estallido, Lemanns quedó tirado en el rellano de la puerta, estaba inconsciente, su estado, era imposible de constatar. Se hallaba mal herido o quizá solo aturdido. La Stielhandgranate había sido diseñada para causar daños con el poder de su onda expansiva y con ella derribar a los defensores. Era, en definitiva, una granada muy ofensiva, de allí que la confusión reinante luego de la doble detonación, fue muy grande. Humo, oscuridad, sangre, calor. De manera irónica, también silencio. Aparte de un zumbido penetrante en los oídos, no podía oír más nada. Las luces del pasillo habían sido afectadas. Solo persistía la iluminación del pasillo lateral y la que provenía del recodo. Quise levantarme, caí, estaba mareado, desconcertado, me arrastré a gatas. Yo no podía mantenerme en pie, sin embargo, para mi vergüenza, el sargento Grubber ya se había levantado y carabina en hombro se dirigió hacia el pasillo principal. ‘¿De qué está hecho ese tipo?’ me pregunté. ‘¿De concreto?’ Y, no sé si animado por su presencia o impulsado por el instinto de auto preservación pude levantarme. Una vez incorporado miré mejor lo que quedaba del pelotón de Rahl, el soldado Lemanns, inerte, quemado y cubierto de sangre, el sargento Grubber, con sus oídos sangrando y la mirada tambaleante. Yo no me podía ver a mí mismo, pero la imagen no era muy gallarda, de eso podía estar seguro.”
“Doblé la esquina del pasillo. Lo poco que pude distinguir en medio del humo y la oscuridad fue el escritorio deformado, quemado, volcado, lleno de agujeros de bala. Debajo había dos cuerpos. Imposible distinguir quienes eran las víctimas. A uno de ellos le faltaba un calzado, el otro simplemente no tenía ninguno. Grubber avanzó, yo lo seguí como un perrito asustado, sin arma, la había perdido en la confusión y en mi aturdimiento ni siquiera se me ocurrió buscarla. El sargento se encaramó por la masa informe de lo que alguna vez fue un escritorio y mientras lo hacía se oían quejidos debajo. ¡Estaban vivos! Era lógico, no en vano pertenecían a la raza oculta. Sin embargo, tal cosa no perduró mucho. Heridos a un nivel desconocido, indefensos y sin poder moverse, quizá conmocionados aún, fueron blanco fácil para la carabina de Grubber. Le disparó a quemarropa en la frente, en el medio de las cejas, uno murió de inmediato, el otro necesitó un segundo disparo en la cabeza para que dejara de moverse. Mientras sucedía eso surgió la figura rechoncha de Churchill, granada en mano, disponiéndose a lanzarla contra nosotros, pero Grubber, actuó rápido, de un solo disparo, le derribó la granada de las manos. Está cayó a sus pies, activa, la tapa de la cuerda estaba abierta y antes de que Churchill pudiera reaccionar encajó otro balazo en el pecho. Cinco segundos, ese era el tiempo disponible para ponernos a cubierto tras el armazón del escritorio. Cinco, cuatro, tres, dos, uno... Otra explosión, más sangre y restos humanos dispersos en el cerrado recinto. Aquello era demasiado para mí, pero no para el sargento. Se levantó de nuevo, esta vez se enfrentaba a Oscar, ya no había más granadas. Recargó la carabina y le estampó cinco disparos a corta distancia. Eso no detuvo al vampiro quien cargó contra él, entablando combate cuerpo a cuerpo. Grubber le asestó varios golpes con la culata, le clavó un cuchillo en el pecho, varios puñetazos, inclusive se quitó el casco y le pegó con él, pero nada parecía detener al enfurecido Oscar. Forcejearon y por instantes pareció que Grubber iba a salvar la situación, sin embargo, no fue así. El vampiro pudo, después de tanta lucha, resolver a la antigua, como él mismo lo llamó, se arrancó el cuchillo del pecho y le cortó el cuello a su odiado enemigo. Fue tan violento el golpe que casi separa la cabeza del cuerpo. Luego le desangró inmisericorde y rápido. Ese fue el fin del mudo sargento. La venganza de Gonzalo estaba consumada. Soltó el cuerpo, este cayó. Oscar, también se dejó caer, estaba muy mal herido y necesitaba descansar para que la sangre recién succionada hiciera lo suyo. Yo, a pesar de no estar herido, solo conmocionado por las explosiones, con los tímpanos rotos y alguna que otra contusión en el cuerpo, no tenía deseos ni energía para moverme. Era consciente del peligro, Oscar, se recuperaría en cualquier momento y aún estaban Augustus y Katja, quienes permanecían tras el recodo. No podía verlos ni oírlos, pero sabía que estaban allí. Yacía yo en medio de aquella calamidad; una indigerible compilación de restos, sangre, casquillos de bala, hollín. Eso era suficiente motivo para querer salir de allí, ya fuese que temiese por mi vida o no. Así que me obligué a moverme, me arrastré hacia la escalera. En cuanto pude hacerlo, continué a gatas, abriéndome paso a tientas con las manos. Ya sea por curiosidad o seguridad volteé la mirada, quería ver que sucedía. Y allí estaba: mi amada y odiada madrastra, levantando a Oscar, me lanzó una mirada fugaz, apresuró sus acciones y le brindó apoyo al mencionado miembro de la raza oculta para caminar hacia el recodo. Oscar, apenas podía sostenerse en pie, era necesario ese apoyo, entonces Augustus, salió del escondrijo y terminó de ayudarles. Observé luces, bajar por la escalera, el soldado guarda traía consigo al resto del pelotón de las SS que resguardaba el área exterior del edificio. El trío de vampiros entró al recodo y esa fue la última vez que vi a Katja. Me miró con esos ojos tristes, esa tenue indiferencia. Sentí alguna duda en sus movimientos, como si quisiera regresar por mí, esa indecisión fue zanjada por Augustus, quien la arrastró a la pequeña extensión del pasillo. Los soldados se desplegaron con su habitual eficiencia táctica, dirigiéndose hacia el ascensor. Cuando llegaron al cruce pensé en que se produciría un nuevo combate. No fue así. Allí no había nadie. Habían conseguido accionar el ascensor y subieron por el mismo. Sin embargo, al cabo de unos instantes se produjeron una serie de detonaciones. Se estremeció la base del edificio y a pesar de la disminución de mi capacidad auditiva pude oír cómo se desmoronaba encima de nosotros. Quedamos atrapados en el sótano, aquellos hombres y yo. Luego de unas complicadas y largas labores de rescate salimos de aquel lúgubre sótano. Ya había amanecido cuando eso ocurrió. Con la luz del día pudimos constatar que el edificio se había derrumbado en su totalidad. Fui forzado a guardar reposo, pero al siguiente día deambulé entre los escombros y ayudé en lo que pude. Entre los cuerpos rescatados de la explosión se contabilizaron 12 soldados muertos, los 3 doctores, la señora de limpieza y 14 prisioneros. Participé en el reconocimiento de cadáveres, tarea ardua y repugnante, sin poder identificar al director, ni Junen ni a Jonás. Sugerí que pudieran estar vivos en el bunker profundo. Cosa que fue desestimada al principio, ya que los planos del edificio no mostraban un segundo sótano. Insistí en ello. Interrogaron al guarda y este mencionó no saber nada acerca de ello. Sin embargo, al tercer día, durante el levantamiento de escombros, un derrumbe dejó al descubierto la cubierta de hormigón del segundo sótano, colapsada, y allí estaban los tres cuerpos. Habían muerto asfixiados. Nadie les prestó mucha atención a las heridas y laceraciones, pensaron que había sido producto del derrumbe, quizás así era, pero yo sospeché que habían sido producto del combate con los vampiros, pero guardé silencio y nada dije al respecto. Aprovechando la conmoción me hice con parte de las carpetas y reportes que el director había bajado hasta allí. Deduje que Junen y Jonás, de alguna forma, habían liberado o salvado al director de los vampiros prófugos y bajaron al sótano, bloquearon el ascensor y se quedaron allí aguardando rescate o que el resto del grupo se encargara de resolver la situación. Cosa que en parte ocurrió, solo que el desenlace no fue favorable. El sótano era una trampa mortal, sin salidas de emergencia y con apenas ventilación. Al quedar obstruida estuvieron condenados a muerte.”
“La verdad de toda aquella operación quedó sepultada. El único miembro sobreviviente de aquella sección de la mal llamada "organización" era yo. El soldado guarda ignoraba lo que sucedía en el interior. Tenía la vaga idea de que se realizaban experimentos con prisioneros judíos, fuera de eso nada más. Igual sucedía con el pelotón que resguardaba el perímetro, sabían inclusive menos. Del fulano capitán Fritz Ullmann nada supe, pregunté y nadie lo conocía. Nunca existió de manera oficial, cosa que no me extrañó pues yo también, en mi alter ego de Erich Steiner, no existía. Identifiqué uno de los cadáveres con ese nombre y así, una vez muerto aquel fantasma, libre fui de regresar a Hungría, como quien soy, fui y seré hasta el día de mi muerte: Marko Jarkovic, hijo de Viktor. En tanto que los altos y anónimos jerarcas que manejaban los hilos desde la oscuridad permanecieron en ella. Ni siquiera intenté desvelar el misterio de su existencia, no quise saber más nada de nazis y sus ansias de inmortalidad. Habrán muerto, de una u otra forma en el final de la guerra. Quizá alguno escapó a Suramérica, eso no podría asegurarlo. Y tampoco es que importara mucho.
De regreso me encontré con una ingrata noticia, tu abuela, al estar al corriente de la muerte de Marko II, tomó a tu papá, Timeo y huyó de la capital. Lo hizo sin consultarme, al principio lo lamenté mucho, pero dada la situación bélica y sus complicaciones agradecí luego que tu abuela actuara así. Fue lo más prudente y lo más sensato. Me uní de nuevo al ejército de manera activa, ya no se trataba de ilusiones macabras sino de defender la patria tricolor. Entré en la 22º División de Caballería Voluntaria SS María Teresa. Participé en varios y desesperados combates hasta la destrucción de la División durante la Batalla de Budapest. Los supervivientes, no más de 200 hombres fuimos transferidos y movidos a varias unidades hasta el momento de la rendición. Mi unidad se rindió a los norteamericanos en mayo y ese fue el fin de la guerra para mí.”
“Luego de un largo confinamiento por fin me liberaron a mediados de 1946. Emprendí la complicada tarea de averiguar el paradero de mi esposa y mi hijo. Cuatro largos años después supe que habían emigrado a México, aunque su destino original era Brasil, en una confusión habida, tomaron el buque que no debían y terminaron en la ya mencionada nación norteamericana. En 1952 llegué a México, no estaban allí; se habían mudado a Guatemala, donde los hallé. 9 años después de estar separados. No supe más de Katja o de Augustus y por un tiempo me dediqué solo a la tarea de recuperar a mi familia. El rechazo era muy fuerte y nunca logré ese objetivo. Fracasé de forma miserable. No tuve más encuentros con vampiros, excepto uno en los años 60's, pero me reservo esa parte. A pesar de que no he escondido nada, ninguna atrocidad fue borrada para limpiar mi imagen. Siento que no debo contarte sobre ello. Te pido perdón Marcos Julio, nieto, sangre de mi sangre, pero hasta aquí llega el relato de Marko Jarkovic y quizá comience el tuyo. Te lego esta información. Lo hago con todo el amor que me fue negado prodigarte.”

Raza Oculta I El Secreto del AguaWhere stories live. Discover now