Capítulo 3

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Salir de la oficina durante una hora atraía tanto a Camila como recibir el premio gordo de la lotería. Con el club abierto desde las once de la noche a las cinco de la madrugada, Lauren no solía aparecer por la oficina hasta la tarde y, sin embargo, daba un salto cada vez que oía el menor ruido.

Estaba deseando ir a comer algo, relajarse y dejar de pensar en la ridícula propuesta de Lauren Jauregui, de modo que a la una decidió que era hora de escapar.

Con las luces apagadas el edificio que albergaba el famoso club Estate, que había empezado su andadura como un casino, parecía dormido. Por la tarde habría un enjambre de técnicos comprobando cada altavoz, cada bombilla, preparando el escenario para la actuación que tuviese lugar...

El club estaba diseñado con la idea de ser «un hogar fuera de tu hogar» y cada sala había sido decorada con modernos sofás y sillones.

Había múltiples barras y pistas de baile en los dos pisos, cada uno con una decoración diferente. Las mejores luces, las mejores actuaciones y el mejor sistema de sonido hacían que dos mil quinientos VIPS llenasen aquel sitio cada noche. O eso había oído. Ella no había ido nunca porque había dejado de salir por las noches y, además, no coincidía con el perfil de los invitados.

Camila se detuvo para acariciar la balaustrada de la escalera que llevaba al segundo piso. Aquél era su sitio favorito. Siempre le había parecido el decorado de una película de Hollywood.

Pensar en Hollywood le hizo recordar California, su hogar.

Su hogar. Y a la mujer a quien, sin querer, había hecho tanto daño cuando le reveló quién era su madre biológica.

«No se mata al mensajero, Camila».

Susan había sido una madre maravillosa, pero ella tenía preguntas sobre la otra mujer. Preguntas que Susan no podía contestar. Y estaba furiosa con su padre y con ella por no haberle contado la verdad. Y con su madre biológica, Sinuhe, por abandonarla.

Sacudiéndose de encima tan improductivas emociones, Camila se dirigió a la salida de empleados para disfrutar del sol de noviembre. Y lo primero que vio en cuanto sus ojos se acostumbraron al brillante sol de Miami fue a Lauren Jauregui apoyada en un BMW descapotable.

Con el estómago encogido, y esperando que no estuviera esperándola a ella, empezó a caminar. Pero tenía que pasar a su lado para llegar a la parada del autobús. Camila había descubierto enseguida que conducir en South Beach era insoportable, no debido al tráfico sino a los problemas de aparcamiento. Así que utilizaba el transporte público para ir a trabajar.

-Buenas tardes, Camila -Lauren se irguió cuando pasaba a su lado.

Con su más de metro sesenta tenía un aspecto atlética, impresionante. Llevaba unos pantalones de color marrón y una camiseta blanca que destacaba sus hombros. La brisa movía su pelo, que siempre parecía jugar con el viento. Claro que seguramente pagaría una fortuna por tener aquella imagen «cuidadosamente descuidada». Afortunadamente, las gafas de sol ocultaban sus preciosos ojos verdes.

Le daba vergüenza admitir que, al principio, se había quedado encandilada con su jefa, pero su fama de mujeriega había dado al traste con esos sentimientos. Ella ya había pasado por eso y no quería repetirlo.

Lauren era guapísima, pero había cientos de mujeres guapísimas en Miami. Aunque ninguna de esas mujeres hacía que su pulso se acelerase.

Y ninguna de ellas le había propuesto matrimonio.

-Buenas tardes, señora... Lauren. ¿Me necesitas para algo?

«Por favor, di que no».

-Para comer.

The ProposalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora