Capitulo 14

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El pulso de Camila se aceleró y tuvo que pasarse varias veces las sudorosas palmas de las manos por el pantalón. Había tres pasillos en el piso de arriba. ¿Derecha? ¿Izquierda? ¿De frente? ¿Cuál habría sido la habitación de su madre?

Lauren cerró la puerta cuando los hombres de la mudanza se marcharon y empezó a subir la escalera con una maleta en cada mano. Con unos jeans y una camiseta negra de algodón que se pegaba a su torso, destacando un cuerpo que podría haber sido el de una modelo, sus senos bastante notorios...

«Muy sexy. Pero el sexo ya no es suficiente. Nada de revolcones de una noche. Te lo has prometido a ti misma».

Pero esas promesas no podían evitar que se le pusiera la piel de gallina cada vez que Lauren estaba cerca. Y cuanto más tiempo estaban juntas, mayor era la fascinación.

-¿Has encontrado el dormitorio principal?

-No -contestó ella. Ahora que estaba allí empezaba a temer que aquello hubiera sido un error, que los diarios no estuvieran escondidos en la casa.

¿Pero y si lo estaban? No tenía la menor duda de que su lectura cambiaría su vida. Y quizá no para mejor.

-Por aquí -dijo Lauren.

Mientras la seguía, no pudo evitar mirar su espalda... y su bien formado trasero.

«Contrólate, por favor».

-Nuestra habitación es la parte más moderna de la casa, se construyó hace quince años.

Antes de que su madre muriera.

Pasaron por delante de un vestidor tan grande como el salón de su apartamento, con cajones y armarios empotrados. Lauren se detuvo para dejar las maletas en el suelo y luego siguió por un pasillo, pasando frente a un cuarto de baño que parecía salido de la revista Architectural Digest: suelos de mármol blanco, una ducha redonda con paredes de cristal, una enorme bañera de hidromasaje, encimeras de mármol negro, grifos ultra modernos...

Frente al cuarto de baño, una tercera puerta revelaba un cuarto de estar y el nuevo sofá-cama. ¿Era allí donde iba a dormir?

Camila siguió a Lauren hasta un dormitorio semicircular decorado en tonos arena, perla y albaricoque, con una enorme cama colocada sobre una tarima de madera con un cabecero tallado como una enorme concha marina. Las paredes eran de cristal y tenía la misma vista de la piscina, el muelle y la pista de tenis. Una tumbona, una mesita y dos sillones ofrecían un lugar perfecto para desayunar o leer un buen libro.

-Es precioso, pero aquí no hay mucha intimidad, ¿no? Cualquiera que mire desde el jardín podría vernos.

-Con este botón se cierran las cortinas -dijo Lauren, señalando un interruptor.

La suite era más pequeña que el búngalo y más íntima que su ático. ¿Podría compartirla con ella y no rendirse al deseo que sentía?

Una imagen apareció entonces en su mente; una imagen que la había perseguido durante todo el día. Aquella mañana había despertado antes que Lauren y se había acercado de puntillas hasta la barandilla del segundo piso para verla abajo, dormida en el sofá del salón. La sábana le cubría casi todo, pero era evidente que dormía sólo en ropa interior. Y había perdido demasiado tiempo mirándola, esperando que la sábana que la cubría cayera al suelo...

«Voyeur», pensó, poniéndose colorada.

No, sólo era curiosidad.

No, era más que eso. Lauren siempre le había gustado y ahora le gustaba más. Y no porque le hubiese regalado un anillo de diamantes o el coche. Eran las pequeñas cosas que había descubierto sobre ella, como por ejemplo que fuese tan buena perdedora cuando jugaban al scrabble, que fuese tan protectora con su hermana pequeña, que no hubiera ridiculizado su miedo a volar, que quisiera ayudar a su madre...

Entendía la difícil relación que había tenido con su padre y su deseo de compensar un pasado no demasiado admirable. Eso era algo que tenían en común.

Y si no estuvieran casadas querría salir con ella.

A lo mejor Lauren no era la mujeriega que decían en las revistas después de todo. A lo mejor sólo era una mujer normal y corriente que quería acostarse con mujeres guapas lo más a menudo posible.

No era una mujer que evitase el trabajo y, si fuera la playgirl que decían las crónicas, podría haberse quedado en la cama y dejar que los empleados lo hicieran todo, pero no era así.

«Y a lo mejor tú te estás agarrando a un clavo ardiendo porque te gusta».

-La cama es suficientemente grande para las dos -sonrió Lauren entonces. No debería sentirse tentada, pero así era.

-Lauren, ya hemos hablado de esto...

-Camila -replicó ella en el mismo tono. Pero había una invitación al pecado en sus ojos verdes, una invitación que ella quería aceptar por mucho que se lo negara a sí misma.

-No me lo estás poniendo nada fácil.

-No -Lauren tomó su cara entre las manos. El calor de su palma era tan agradable que sentía la tentación de apoyar la cara en ella.

Y ésa era otra cosa. Lauren era sincera, a pesar de la deshonestidad de aquel matrimonio.

La deseaba y no intentaba esconderlo.

«Acostarte con ella no sería un intento de buscar aprobación o una forma de retar a tu padre».

Pero no estaría bien. Rendirse al deseo no la acercaría a su objetivo y ella quería pensar en el futuro.

Sin embargo, antes de que pudiera tomar una decisión, Lauren inclinó la cabeza para buscar sus labios, acariciándola con la lengua y tirando suavemente de su labio inferior. A Camila le encantaba su forma de besar.

El beso de la noche anterior había sido ardiente, pero no tanto como aquél. Aquél era un asalto a sus sentidos que la hacía olvidar la precaución y el sentido común.

Lauren la empujó suavemente contra la pared y metió un muslo entre sus piernas, empujando hacia arriba mientras acariciaba sus pechos por encima de la camiseta hasta que a Camila se le encogió el estómago. Sus pechos se rozaban y el calor de su cuerpo la quemaba. Tuvo que apretar los puños para controlar el deseo de tocarla, de comprobar si su trasero era tan grande como parecía.

Nadie que mirase desde fuera podría ver sus lenguas haciendo un baile sensual ni las manos de Lauren sobre su pecho. No había testigos, pero Camila quería aquello, la quería a ella; quería que la tocase, quería sentir la pasión que se había negado a sí misma durante tanto tiempo.

Lauren puso una mano entre sus piernas y Camila se apartó para buscar aire, apoyando la cabeza en la pared. Lauren empezó a acariciarla por encima del pantalón, despacio, sabiendo lo que hacía, y un gemido escapó de sus labios.

«No deberías dejar que te hiciera eso».

«Detenla. Eres demasiado vulnerable en este momento como para razonar».

«Apártate».

Pero no podía hacerlo. Aún no. El placer, fuera de control, aumentaba de tal forma que estaba a punto del orgasmo.

Casi incapaz de soportar su propio peso, se agarró a los hombros de Lauren, apoyándose en la pared para no perder el equilibrio. Y se obligó a abrir los ojos para mirar los de ella.

-¿Te gusta?

Camila se puso colorada.

-Tú sabes que sí. Pero no deberíamos hacerlo -avergonzada, volvió la cabeza para mirar el jardín-. No hay nadie mirando.

-Esto ha sido para mí. Ya te dije que siempre intentaba conseguir lo que quería. Y te quiero a ti, Camila Cabello. Considérate advertida.

Luego le guiñó un ojo y salió de la habitación.

Y a Camila se le doblaron las rodillas.

¿Qué había hecho?

Había abierto la caja de Pandora.

Y no estaba convencida de que fuese capaz de cerrarla.

The ProposalWhere stories live. Discover now