Capítulo 11

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Lauren no podía dormir.

No era ninguna sorpresa, claro.

Apoyando los antebrazos en la barandilla del porche miró la oscura playa. El sonido de las olas no lograba calmarla y la fresca brisa del mar no parecía capaz de enfriar su ardor. La mujer que dormía al otro lado de la pared tenía la culpa de eso.

El beso de Camila después de la ceremonia había sido como una corriente eléctrica. Pero ella había apagado esa corriente como si tuviera un interruptor.

¿Cómo lo hacía? Porque Lauren no había sido capaz. Aún seguía excitada, nerviosa.

¿Por qué tenía que sucederle ahora? ¿Y por qué con ella? ¿Por qué su libido tenía que despertarse precisamente por una mujer que no quería saber nada de ella?

Sólo cuando se retiró a su habitación se dio cuenta de que no había descubierto nada nuevo sobre Camila durante su paseo por la playa o durante la partida de scrabble después, salvo que su vocabulario era más amplio de lo que creía. Y que era muy competitiva.

Su mujer sabía esconder una jugada. Su mujer.

Casada. Con Ella.

Se le quedó la boca seca y, cuando alargó la mano para tomar la cerveza que había dejado sobre la barandilla, el brillo de la luna sobre su alianza la sorprendió. Lauren flexionó la mano, notando que no se sentía tan atrapada como había esperado.

¿Sería capaz de serle fiel a una mujer durante dos años? Ella nunca había querido a una mujer de forma exclusiva ni a ninguna que pareciera capaz de serle fiel. Las mujeres que iban a Estate cambiaban de hombre tan a menudo como cambiaban de ropa.

Dos años con Camila. Ciento cuatro semanas. Setecientos treinta días. Y noches.

Y sin garantías de meterse en la cama con ella.

¿Tendría la infidelidad grabada en su ADN? Si alguna vez se enamoraba de verdad, ¿traicionaría a su mujer como había hecho su padre? No, porque Lauren no iba a enamorarse. Había visto demasiadas relaciones fallidas como para creer en eso del amor.

¿Debería quedarse en la isla hasta el lunes como había planeado y arriesgarse a perder la cabeza por su mujer o volver a Miami, a la seguridad que ofrecía una casa de diez mil metros cuadrados?

Pero si volvía antes tendría que cenar en casa de su madre el domingo... algo que prefería posponer todo lo posible. Los Jauregui no eran precisamente una familia cariñosa y asustar a Camila tan pronto no sería bueno.

Lauren no podía dormir.

Necesitaban esa luna de miel por muchas razones.

Una: las apariencias. Una pareja de recién casados querría estar a solas.

Dos: no podía aparecer en la cena familiar sin saber nada sobre la mujer con la que se había casado. Si lo hacía, aquella charada no valdría de nada.

Tres: Camila daba un salto cada vez que la tocaba.

Las mujeres no se ponían tensas cuando las besaba, al contrario; se derretían y le devolvían los besos pidiéndole más.

Pero Camila Cabello no. Camila Cabello de Jauregui, se corrigió a sí misma.

¿Por qué no? ¿Qué encendía a aquella mujer? ¿Y por qué no quería acostarse con ella? Las mujeres la deseaban y su esposa no debería ser una excepción.

Hacer que cambiase de opinión no era ya importante sólo para acostarse con ella, sino para mantener las apariencias. Y el orgullo. Quedándose en Cuba tendría tiempo para diagnosticar y rectificar el problema. No podría seducirla con el trabajo y la familia interrumpiendo.

The ProposalWhere stories live. Discover now