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El mundo es suave y acogedor cuando regresas a él, un poco borroso por el exceso de lavado y teñido en los tonos fríos de las primeras horas de la mañana. Estás en ese lugar delicioso al borde del sueño, con la mente oscilando entre los sueños y la realidad, el cuerpo lánguido y acostado de costado sobre la cama. El tacto es el primer sentido que vuelve a ti: un peso cálido en la espalda, las caderas al ras del trasero y las piernas dobladas siguiendo su propio contorno. Te mueves un poco, para darte una excusa para conformarte con ello.
"Mm", murmura John cuando nota que te mueves, con la boca contra tu cuello, acariciándote lentamente con el cepillo hirsuto de su vello facial. El zumbido de su voz es lo suficientemente bajo como para vibrar entre tus omóplatos.
"¿Mmm?" respondes, el olfato regresa a continuación. El nuevo detergente que está usando, suave y ligeramente floral, y el pino fresco del champú con el que se lavó el pelo anoche. La siempre presente melaza ahumada que se filtra permanentemente en su piel. Mantienes los ojos cerrados, guardando la vista para más tarde, imaginando que mientras no veas nada, John y las sábanas en las que ambos están envueltos pueden ser lo único que existe.
Su mano se apoya en tu caja torácica y se desliza suavemente por tu cadera y muslo. Vuelve a subir y luego retrocede: rítmico, uniforme, con los dedos sumergiéndose y extendiéndose en las curvas y valles de tu cuerpo. Es al mismo ritmo que tu respiración, que se normaliza a medida que tu mente elige la realidad para instalarse. También puedes sentirlo respirar, su pecho subiendo y bajando contra tu espalda, cálidas exhalaciones abanicándose a través de la extensión desnuda de la piel que ha reclamado con su boca y frondosa barba.
