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Estás besándote en su sofá cuando se lo cuentas.
Estás sentada a horcajadas sobre su regazo, con los brazos colgando libremente alrededor de su cuello mientras sus manos se deslizan suaves y reconfortantes arriba y abajo por tu espalda. Algo arde en tu vientre, algo que has sentido a menudo pero que nunca has compartido con nadie más, y su boca es cálida y ansiosa sobre la tuya.
"Parece que nunca puedo tener suficiente de ti", te había dicho al principio de tu relación. En ese momento lo había dicho como una broma, refiriéndose a los casi tres días seguidos que habían pasado juntos entre el despliegue. Ni siquiera habían hecho mucho: una o dos salidas a un café sólo habían interrumpido períodos más largos dedicados simplemente a compartir la compañía del otro. Los dos todavía se estaban conociendo, todavía compartían besos que eran más tímidos que cualquier otra cosa.
Kyle ya no es tímido y tú tampoco. Todo su cuerpo es cálido y casi flexible debajo del tuyo, pero puedes sentir una especie de tensión que siempre parece estar ahí cuando los dos adoptan estas posiciones. Está en sus hombros, tenso a lo largo de los músculos de su trapecio, y mientras acaricias su labio inferior con tus dientes, amasas círculos en su carne con las puntas de tus dedos.
Sin embargo, el masaje hace todo lo contrario de ayudar: respira profundamente y se aleja de ti, con las manos apretadas en tu cintura mientras respira con dificultad. Tiene los ojos cerrados y el cálido marrón de sus mejillas se vuelve más cálido con un tinte rojo.
"Tal vez deberíamos reducir el ritmo", dice, como si eso fuera lo contrario de lo que quiere hacer. El control que tiene sobre ti parece estar de acuerdo.
