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"No creo que lo entiendas, mariposa."
"No lo hago. Lo hago, lo prome-"
Alejandro te interrumpe con otro fuerte empujón en tu coño hinchado. Estás boca arriba con una almohada apoyando tus caderas. Sus cuerpos están sudorosos y pegajosos. Están casi pecho contra pecho y sostiene tus dos manos entre las suyas. Su polla descansa completamente dentro de ti, tu excitación pinta el cabello rizado en su base.
Otra serie de gemidos agudos salen de tu boca. Alejandro separa sus dedos de una de tus manos para agarrar ligeramente tu barbilla. Con la boca abierta en perfecta forma de O, te mete un hilo de saliva en la boca. Sacas la lengua para pedir más, sin importar lo desesperado que parezcas. Mueve su mano hacia abajo para rozar ligeramente con las yemas de sus dedos tus pezones duros antes de pellizcarlos.
"Otra vez", dice, "¿Te gusta cuando te cojo en mi cama, encima de mi escritorio o en la barra de la cocina?"
Alejandro no se mueve, ni se mueve mientras está en el fondo de tu vagina revoloteando. En momentos como estos, su inquebrantable autocontrol resulta molesto. No es inmune, se puede ver cómo las gotas de sudor corren por su sien y cómo aprieta la mandíbula. Miras hacia arriba con lágrimas en los ojos, incapaz de entender lo que dice. Es difícil concentrarse cuando su polla se extiende cada centímetro de tu pequeño agujero.
"Alejandro, por favor no..."
"Dije", se retira lentamente, "¿Te gusta cuando te cojo en mi cama", enuncia con otra estocada, "encima de mi escritorio", mueve las caderas hacia abajo, "o en la barra de la cocina? "
