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Aida Brooke de 17 años, era la heredera al trono de  su país Nordlichter.
Debía casarse con un príncipe y tener al menos un hijo que sucediera el trono una vez fuera lo suficientemente mayor. Y si era chico, mejor.

En esos momentos, Aida estaba mirándose al espejo y soltando suspiros de tristeza.

Su madre, poco dada al arte de llamar para irritación de Aida, irrumpió en la habitación.

-¿Aún sigues así? En tan solo 45 minutos comenzarán a llegar tus pretendientes.
-Solo estaba... pensando.
-Puedes pensar mientras te preparas.

Aida negó.

-Madre... Aroa debería heredar el trono, no yo. -Dijo atreviéndose por fin a soltar lo que llevaba tanto tiempo pensando.
-Hija, no digas tonterías. Eres la hija legítima.
-Ella adora este mundo, se comporta de manera excelente, es mejor que yo y...
-Aida, mírame. Solo estás nerviosa. En cuanto encuentres marido, cumplas los 18 y heredes el trono, te cases y tengas a tu primer hijo o hija, se te pasarán todos los males. Yo a tu edad también estaba aterrada, pero todo salió de maravilla.
-¿Y eres... feliz?
-Por supuesto.
-¿Te casaste enamorada?

Anna negó.

-Eso llegó después. La noche de bodas cuando tuvimos que consumar el matrimonio, él me preguntó si estaba preparada y yo le respondí la verdad, que no lo estaba en absoluto. Él se acostó a mi lado y me dijo que podíamos hablar y conocernos mejor. Ese día, cuando él no me forzó a pesar de haber podido, comencé a enamorarme de él. Y cada día lo quiero más.

Hubo un silencio.

-¿Qué significa consumar el matrimonio?

Anna se dio una bofetada mental.
Por supuesto que su hija mantenía la inocencia, era una de las reglas establecidas. La noche antes de la boda, era cuando se tenía la charla de madre a hija.

-Lo sabrás a su debido tiempo.
Dejó un beso en su cabeza.

-Quisiera poder escapar de esto, madre. -Aida sintió las lágrimas formarse en sus ojos. -Me gusta leer, me gusta escribir y dibujar, también me gusta mucho la filosofía. No quiero reinar, madre. Quiero poder decidir mi propio destino.
-Aida, es tu deber.
-Pero yo no lo quiero.

Anna dudó un segundo. Nunca había visto a su hija mayor angustiarse ni suplicar por nada.

"Son solo los nervios de alguien que va a tener un país entero en sus manos y que va a casarse con alguien que no conoce" -Pensó tratando de convencerse para no volver a sentir la culpabilidad alojarse en su pecho.

-Debes peinarte. -Dijo simplemente. -Llamaré a Lia para que se encargue de ello.
-Pero madre...
-Luego nos vemos, hija.

Anna huyó como una cobarde solo para no tener que volver a ver aquel rostro tan triste, el de su propia hija.

                                   ***

Aida se sentó en el trono que la correspondía junto a su padre.
Aroa, su hermana de 16 años, estaba situada en el trono junto a su madre.

-Aida, ¿estás nerviosa?
Aroa se asomó para poder mirarla y Aida trató de sonreír.

Su hermana era su mayor debilidad y sería capaz de fingir que disfrutaba a pesar de que no fuera así. Odiaba ver su carita triste y más si era por ella.
-Un poco.

Aroa la sonrió pero entonces, su madre la obligó a colocarse bien sobre el trono.
Aroa obedeció al instante.

Aida volvió a su expresión anterior en cuanto Aroa desapareció de su campo visual.

Entonces, la pesadilla comenzó y Aida solo deseaba volver a su habitación y meterse bajo las mantas durante años.

                                          ***

-Peter, ¿puedo hablar contigo?

Anna se sentó junto a su marido en la cama.

-Desde luego, cariño.
-Es sobre Aida.
-Ha estado fantástica esta tarde.
-Supongo que sí pero... también triste.

Peter frunció el ceño.

-¿A qué te refieres?
-No quiere gobernar, ni encontrar marido.
-Anna, eso nos pasa a todos al principio. Es un peso muy grande y está asustada, es normal.
-Sí pero no en ella, Peter. Nunca la había visto llorar, por nada.
-Te estás preocupando demasiado.
-Conozco a mi hija y...
-¡SE ACABÓ! ¡Permito que me manifiestes tus preocupaciones y más si son por nuestras hijas! ¡Pero no permitiré que me acuses de no conocer a Aida, mi propia hija! ¡¿Entiendes?! -Anna bajó la mirada. -¡¿ENTIENDES?!
-Sí, mi rey...
-Bien.

Peter se tendió en su lado de la cama y dio la espalda a su mujer.
Anna no durmió en toda la noche.

                                        ***

-Buenos días, princesa.

Peter dejó un beso en la cabeza de Aroa.

-¿Qué tal está mi pequeña?
-Papi, ya tengo 16. Digo, padre.

Peter sonrió. Sabía que debía reñir a sus hijas cada vez que dejaban a un lado la educación pero le enternecía mucho que se sintieran tan agusto con él como para olvidarse por un momento de la familia a la que pertenecían.
Y debía admitir que en cierto modo también le gustaba que se tomaran algún que otro respiro de todo aquello.

-Cariño, ¿dónde está tu hermana?
-En su habitación. Dice que no se encuentra bien.
-Ahora iré a verla. ¿Y tu madre?
-Salió temprano.

Peter asintió sintiéndose culpable.
Ayer había tratado muy mal a Anna y debía disculparse en cuanto volviera.

-Voy a ver a Aida.
Aroa asintió.

Peter llamó antes de entrar en la habitación de Aida.

Siempre había tenido más conexión con ella que con Aroa hasta hacía casi 1 año. Desde que había cumplido los 17, Aida no era la misma.

-¿Dónde está mi pequeña princesa?

Peter se acercó a la cama.

-Aida, cielo. Quítate las mantas para que pueda verte.

Aida obedeció. Probablemente porque era lo que debía hacer.

Peter casi soltó un grito al verla.

Tenía un aspecto francamente horrible. Unas ojeras de un morado oscuro bajo los ojos, la piel demasiado pálida casi cenicienta, la cara hundida y aquellos ojos, aquellos ojos reflejaban una aflicción que hizo que se le encogiera el pecho.

-No me... no me encuentro bien... -Dijo en un murmullo apenas audible.
-Algo así estoy viendo... Ordenaré que te traigan una sopa calentita.

Aida se tensó ante la palabra "ordenaré". Era una palabra que ella debería empezar a usar pero no se veía capaz.

A ella no la gustaba ordenar, simplemente pedir. Y tampoco podría entablar conversación con la cocinera como hacía desde que era pequeña y engañaba a la mujer para robar algún bollo. Por supuesto, la señora Rose se hacía la despistada pues le divertía mucho la actitud de Aida y después decía "Condenada de muchacha" mientras la niña huía riendo. Lo echaría mucho de menos.
Odiaba simplemente no poder ser como cualquier persona normal.

-No es necesario...
-En 10 minutos tendrás tu sopa y quizá algo para que puedas descansar. Debes reponerte para mañana y ni que decir para el domingo.

Peter la sonrió y dejó un beso en su frente.

-En 1 semana mi hija será reina. -Comentó con una enorme sonrisa saliendo de la habitación.

Aida volvió a esconderse bajo las mantas y se echó a llorar.
No quería aquella vida.

Este es el comienzo, ¡espero que disfrutéis mucho de esta historia!

La reina de Nordlichter Donde viven las historias. Descúbrelo ahora