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El día de la coronación llegó.
Aida llevaba una semana sin apenas salir de la cama. Cada día que pasaba sentía un poco más como el mundo se la caía encima aplastándola.

-No quiero. -Decía cada vez que sus padres trataban de sacarla de la cama. -No quiero esta vida.

-Padre, ¿cómo se encuentra hoy Aida? -Preguntó Aroa cuando lo vio salir de la habitación de su hermana mayor.
-La están preparando.
-No te he preguntado si estaba lista...
-Tú deberías prepararte también, la coronación será dentro de un par de horas.
-¡Padre! -Gritó harta de que estuviera desviando el tema constantemente.

Peter se quedó sorprendido. En la vida alguna de sus hijas le había levantado la voz.

-Lo... lo siento. Pero yo... necesito saber cómo está mi hermana... por favor.

Aroa bajó la mirada a sus pies. Estaba arrepentida.
Él la elevó la cabeza.

-Lo entiendo, pequeña. Estás preocupada, como tu madre y yo. -Aroa asintió. -Está bien...
-No me mienta, se lo suplico. Dígame la verdad, ¿cómo está?
-Está triste, pálida, demacrada, demasiado delgada... Y no sabemos qué hacer ya.
-No la obligue a ser reina, padre. Por favor. La perderemos.
-Lo lamento, cielo. Pero el protocolo...
-A la mierda el protocolo. Es su hija, padre. ¿Es que acaso no importa más eso que el deber? Dígame.
-Aroa, no te consiento que...
-¿Me preocupe por Aida? ¡Es mi hermana y usted es un egoísta y si la pasa algo será culpa suya! ¡Es... es un mal padre!

Aroa salió corriendo chocando su hombro con el de él al pasar.

-¡Aroa vuelve aquí inmediatamente!

***

-Estás preciosa, cariño.

Aida ni siquiera miró a su madre o al reflejo de su espejo. Solo era una muñeca de trapo que se dejaba manejar. No podía hacer otra cosa.
Había suplicado ya, llevaba 1 semana sin salir de la cama y aún así, aún así la obligaban a convertirse en reina y a casarse con alguien que ni siquiera conocía.

Sus padres ya había elegido a su futuro marido, lo sabía aunque ellos no se lo hubieran informado.

-Cielo, mírate. El vestido es...

Aida se apartó y se dejó caer en la cama.
Se sentía débil, mareada. Necesitaba sentarse un momento.

-Debiste desayunar. -La reprendió Anna. -Podrías desmayarte en mitad de la ceremonia.

La puta ceremonia, por supuesto era lo único que les importaba.

-Ven, solo quedan 30 minutos y sonríe un poco, por favor. Hoy es un día muy especial.

Aida siguió a Anna. Con cada paso que daba en dirección al salón real, más débil se sentía.

-Hija. -Su padre la ayudó a colocarse en el trono que la correspondía.
Aroa también estaba allí, Aida intentó sonreírle.
Aroa ignoró el protocolo y se abalanzó sobre ella. Aida se sorprendió tanto que casi cayó al suelo pero su hermana la sujetó firmemente.

-Te quiero mucho, hermanita. -La dijo entre sollozos. -He intentado de todo pero lo harán igual. Lo... lo siento.

-Aroa. -Anna la tomó por los hombros y la apartó.

Aida se sintió culpable al ver a su hermana intentando apartarse de su madre para llegar hasta ella.

-Te quiero... -Musitó hacia Aroa y se colocó en su trono.

Las puertas de palacio se abrieron. La coronación estaba a punto de empezar.

***
-Aida, cielo. Queremos presentarte a alguien.

Sus sospechas eran ciertas.
Había acabado la coronación pero la tortura aún no había terminado. Ese sería el momento en el que conocería a su futuro marido, lo sabía.

-Este es Alex Montgomery. -Le presentó Peter con una sonrisa enorme.

El chico se acercó y la sonrió. Tomó su mano y dejó un beso en el centro de esta.

-Es usted más hermosa de lo que me dijeron, supongo que pocas palabras la harían justicia.

Aida se apartó de él.

-Me retiraré a mis aposentos, ha sido un día largo. Buenas noches. -Musitó en apenas un susurro.

Peter la tomó por el brazo con fuerza y la obligó a quedarse en el sitio.

-El día aún no ha terminado, querida hija. Darás un paseo con el señor Montgomery y charlaréis. Será tu futuro marido así que más te vale empezar a conocerlo. Ahora mismo.
-Peter...
-No, Anna. Ya es hora de que se comporte como una mujer y no como una niñata malcriada. Ya es reina y pronto será esposa. Cuanto antes se haga a la idea, mejor para todos.

Peter la empujó hacia Alex.

-Más te vale no volver hasta que hayáis dado una vuelta por nuestras tierras. Lo acompañarás a sus aposentos y te retirarás a los tuyos, ¿entendido?

Aida sintió un nudo en la garganta. Su padre jamás la había tratado de aquella forma. Se estaba volviendo tremendamente violento.

-¡¿Entendido?! -Repitió más fuerte.

Aida solo caminó hacia el exterior. Pronto, escuchó los pasos de Alex a su espalda.

-¡Espéreme!

Alejandro la tomó el brazo y la obligó a cogerse al suyo. Aida simplemente se dejó.

-Es un palacio precioso, al igual que tú. Puedo tutearte, ¿verdad?
-Ya lo has hecho... No hace falta que sigas cortejándome, mis padres ya te adoran y serás mi marido. Es una decisión tomada e irrevocable.
-Pero no es con tus padres con quienes voy a casarme, Aida.
-Sí quienes toman la decisión... Mi opinión no importa.
-¿Siempre eres así?
-¿Así?
-Sí. Triste, apagada, tozuda. Te describieron de otra forma.
-¿Acaso no me conociste en palacio hace una semana?

Alex sonrió y negó con la cabeza.

-Estaba de viaje pero tus padres me invitaron a tomar el té hace apenas un par de días. Pregunté por ti, por supuesto, me dijeron que estabas indispuesta.
-Lo estaba. -Fue lo único que dijo. -Algo que había comido supongo.

Y aparece el futuro marido en escena... ¿Lo odiamos? Yo digo sí.

La reina de Nordlichter Donde viven las historias. Descúbrelo ahora