CAPÍTULO 3

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He dicho: ¡a leer!

¿Qué les está pareciendo esto?

Gracias por estar acá.

Nos vemos a la próxima, pequeños demonios.

Zoe P.

...................

Aleene

¿Puede ser más odioso y molesto? Empiezo a creer que al universo le encanta complicarme la vida. ¿Por qué no podía tratarse de alguien cordial? ¿De alguien amable, quizás?

Mierda, detesto esto.

Respira Aleene, solo quiere incordiarte...

Puede incordiarme todo lo que quiera con esa carita. Yo encantada.

No es momento... y es un ser detestable.

¿Y eso a quién le importa?

—Dígame, señorita Murphy, ¿a dónde me lleva? —su voz hace mi estómago burbujear cuando pronuncia mi apellido.

A mi cama.

¡Dios! ¡Ya cállate!

¡Janet tiene razón! ¡Necesitas un buen sacudón!

Me sigue el paso mientras yo hago todo lo que está en mi poder para no perder los estribos, después de todo, es lo que mejor sé hacer: controlarme cuando la situación lo amerita. No puedo permitir que alguien me saque de mi eje, mucho menos alguien como él. Hago todo lo posible para no mirarlo, pero es como si su presencia me llamara, lo observo de costado para encontrarme con esa sonrisa de costado.

Maldito. No es justo que se vea así... no puede parecerme tan...

Apetecible.

—¿Sin palabras, Murphy? —se burla.

—Te estoy llevando a la reunión del periodico, donde soy la directora. Voy a presentarte y luego te vas a quedar sentado, sin hablar.

—Supongamos que yo haría caso a algo que tú me dijeras, ¿qué viene luego?

—Los salones de clase, los pasillos donde están las vitrinas con nuestros récords y nuestros cuadros de honor...

—Donde supongo que apareces en alguno —me interrumpe.

Me muerdo la boca.

—Aún no.

Frunce el ceño y vuelve a sonreír.

Mis ojos se detienen en su cuerpo mientras caminamos. Me lleva una cabeza y poco más. Sus manos son grandes.

Me percato del tatuaje que sobresale un poco del cuello de la camisa. Está más bien oculto, pero si lo miras con detenimiento y prestas atención, puedes verlo.

—Es usted una persona muy irritable, señorita Murphy. Se molesta con facilidad.

—Creo que usted tiene una facilidad para incordiar a la personas, señor Bonnet —lo copio—. Y eso es solo culpa suya. No trate de desligarse de su personalidad.

Me freno en la puerta del salón.

Pongo la mano en el picaporte.

Su pecho choca contra mi espalda.

La ilusión del engañoWhere stories live. Discover now