CAPÍTULO 11

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¡Perdón por la tardanza! ¡NO ME MATEN, OK?!

Dejando el drama de lado... espero que disfruten mucho de este capitulo... SPOILER (los dos que le siguen están aun mejor, jejeje)

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Tristan

Conduje en silencio con la vista al frente y la cabeza en Aleene.

No puedo dejar de repetir el maldito beso en mi mente. Una y otra vez.

¿Qué mierda me está pasando?

—¿Se puede saber a dónde estamos yendo? —pregunta de repente.

Vuelvo mis ojos hacia ella y la observo con una sonrisa de lado, de esas que sé que le ponen los nervios de punta.

—Si sigues mirándome así, voy a creer que te gusto —se burló.

—¿Y qué si me gustas? —probé.

Negó medio con la cabeza, sus ojos negros viajaron hasta mi boca.

—¿Te gusto?

—Quizás.

—Como siempre, eres un mentiroso.

—¿Qué te hace pensar que te estoy mintiendo?

—Encuentro bastante difícil de creer que yo te guste, gracias a que me has dejado claro en varias ocasiones que no me soportas, por suerte el sentimiento es mutuo —se cruzó de brazos, mirando al exterior.

—Que no soporte tu personalidad tan deleitante, no quiere decir que no puedas gustarme.

Soltó una risa irónica y su mirada regresó a mí.

—¿Te importaría explicarme cómo funciona eso?

Frené el coche y me giré en su dirección, ella me copió.

Me acerqué un poco.

—Existen muchas maneras en las que puedes gustarme... —apoyé mi mano en su muslo, la vi tragar duro pero no se quejó ni se apartó—. Por ejemplo, me encanta que me desafíes y me lleves la contraria en todo lo que digo... —apreté un poco y Aleene entreabrió la boca—. Me hace querer ponerte contra una pared para hacerte usar esa boquita en algo más interesante, y así estarías de acuerdo conmigo ¿verdad? —mi sonrisa se amplió al ver el brillo abrasador en sus ojos negros.

—No estaría de acuerdo contigo jamás. Nunca podrías hacerme ceder.

Se inclinó hacia a mí. Llevé mi otra mano a su cuello, sin apretar.

—¿Quieres probarlo, preciosa?

El aire dentro del coche se volvió caliente, y solo se escuchaban nuestras respiraciones algo aceleradas. No pude evitar morderme la boca ante el tono rosado que tomaron las mejillas de mi petite bête.

—Ya quisieras, imbécil.

Con eso se bajó del auto hecha una furia. No pude evitar reírme genuinamente. Bajé del coche y la seguí.

Aleene caminaba rápidamente, como queriéndose escapar de mí.

No pasará, preciosa.

La tomo de la mano para detenerla.

—¿Qué haces? —pregunto.

—Alejarme de ti, ya me tienes harta.

—Sí, sí. Lo que digas.

Coloqué mi mano en su cintura y la animé a caminar.

—¿Qué estás haciendo?

—Llevándote a comer.

La ilusión del engañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora