CAPÍTULO 14

110 10 0
                                    

Tristan

—Tristansitooo... mi esposito —Aleene soltó una carcajada y se tropezó, la tomé de la cintura para evitar que se mate.

—¿Se puede saber qué te causa tanta gracia?

—¿No acabas de escuchar que hice una rima asombrosa?

—¿Tristansito, mi esposito? ¿De verdad?

Me miró enfada y me golpeó el hombro.

—Fue una rima asombrosa aguafiestas.

—Claro, ya. ¿Ahora dices que soy tu esposo? —pregunté divertido, puede que aún no la soportara, pero no podía dejar de mirarla ni de pensar en lo que pasó en la limusina. Aún no puedo creer que me haya pedido que la toque. Y... justo ahora estaba muy graciosa.

—Ya quisieras que me casara contigo imbécil —arrastraba las palabras y se volvió a tropezar.

—¿Por qué no te quitas los zapatos?

Se detuvo y estiró los brazos.

—Cargame.

—No.

—¡Pero sí ya me cargaste antes!

—Por eso, no lo volveré a hacer.

—Tristansito... —hizo puchero—. Por favor, no puedo caminar más.

—Joder... Lo haré si me prometes que ya no vas a volver a llamarse así.

—Claro claro, lo prometo. Palabra de honor —dijo con una mano en el corazón.

La tomé para llevarla como antes, se sostuvo de mi cuello y ocultó su rostro complacida.

—Voy a necesitar que habrás la puerta de tu habitación, preciosa.

Pasé la puerta del edificio de residencias y caminé en dirección a su habitación.

—No no, a mí habitación no, a la tuya.

—¿Qué? —pregunté con el corazón acelerado.

—Que no quiero ir a mi habitación. No quiero dormir sola. Vamos a la tuya y dormimos juntitos.

No pude evitar reírme.

—¿Se puede saber desde cuando estás interesada en dormir conmigo?

—No lo sé... solo quiero dormir contigo, estoy segura de que eres muy cómodo.

—Ahora soy una almohada.

—Mmm... —gimió mostrándose de acuerdo—. Hueles bien.

—¿Ahora me hueles? Eres rara.

—Bien que te encanta besar a esta rara y vas a llevarla a dormir contigo.

No pude evitar reírme mientras observaba cómo se acurrucaba como una niña pequeña mientras la llevaba por los pasillos.

—¿Qué puedo decir? Me gustan las raritas como tú.

—Eres un mentiroso —dijo contra mi cuello.

—Tienes razón, solo me gustas tú.

Aleene sonrió inconscientemente. Satisfecha con mi respuesta.

Llegamos a mi habitación y me las ingenié como pude para abrir la puerta, porque mi preciosa prometida no quería bajarse.

Prometida no prometida, querrás decir.

Pues es lo mismo.

No lo creo.

La ilusión del engañoWhere stories live. Discover now