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Viernes otra vez. Los días se repiten en mi cabeza y avanza con consciencia sin detenerse, en definitiva al tiempo no le importa si uno esta bien o mal, éste avanza sin piedad.

Sigo pensando en el miedo que me da desaparecer y en esos pensamientos de la madruga de los últimos días donde me he dicho que si muero no quiero hacerlo sola. Y con eso no me refiero a llevarme "algo" o "alguien" conmigo si no más bien llevarme el sentimiento de haber hecho algo más por mi y por los demás.

¿Qué si voy a ser olvidada? En el mismo momento que deje de respirar dejaré de existir para los demás, entonces si, si me olvidarán pero eso no quiere decir que no pueda hacer nada por y para los demás.

Tal vez pueda salir más de este cuarto oscuro, de esta maceta que me retiene solo a ver como luce la tierra firme, solo a admirar el sol y dejarme calentar más, dejarme llevar por el aire que de seguro es más fresco allá que acá.

Son las siete, y desde las dos de la madrugada no he podido volver a dormir. No después de despertar agitada sintiendo como alguien enredaba sus manos alrededor de mi cuello, no cuando escuché claramente el sonido de mi cuello al romperse. Extraño.

Se sintió real y sé que no fue un sueño porque no tengo ninguna marca ni hematoma que indique lo contrario.

Ocho y media; mi desayuno ingreso sin falta y el primer bocado que ingerí lo sentí rancio. Detengo la cuchara y acerco mi nariz al alimento.

—¿Qué sucede? —pregunta la enferma, distraída revisando las pastillas.

—Sabe raro —digo terminando de pasar el bocado. Ella se acercó observo mi plato y luego de pedirme permiso, con otra cuchara probó el alimento.

—Sabe bien, no creo que este dañado. Todos los alimentos son revisados y bien desinfectados antes de ser preparados —responde cordial.

Asiento lentamente sintiendo vergüenza de inmediato. Tomo un poco de zumo de naranja con zanahoria y me sabe simple, de seguro soy yo.

Tomo otro bocado y cuando quiero pasarlo el estómago se me revuelve, siento como todos los ácidos suben hasta mi garganta y corro al baño sin importarme no estar sola. Devuelvo lo poco o nada que ingerí y al parecer lo que cene en la noche también quiere hacer su aparición.

Siento un dolor punzante en mi abdomen, en mi tórax y los pulmones los siento del tamaño de una pasa, pequeños y aplastados.

Cuando creo que ya he terminando otra arcada llega haciendo que vuelva a caer sobre el frío piso, cerca del baño. Mi boca tiene un sabor amargo y todas las fuerzas que retenía en mi cuerpo con esmero han desaparecido.

Me mantengo aferrada a la pared para ponerme de pie cuando siento unas frías manos sobre mi piel. Es la doctora Ormon.

—Hola —susurro con una media sonrisa mientras me dejo llevar por ella y por la otra enferma de vuelta a la cama.

—¿Qué sucedió? —pregunto la doctora angustiada.

—No lo sé, estaba comiendo normal pero dijo que la comida sabía rara y luego corrió al baño.

Vi como la doctora examinaba la comida y luego a mi, que estoy tratando de entrar en calor con la gruesa sabana encima.

—¿Te sientes mejor? —negué sin poder pronunciar palabra, mi cuerpo no conecta con mi alma, ni mi lengua con las palabras. —Estas con fiebre —mencionó tocando mi frente.

¿Ah si? Ni lo he notado, el frío se clava como cuchillos por todo mi cuerpo haciendo que ignore ese tipo de cuestiones. Miro las uñas de mi mano y están totalmente moradas, casi azules ¿Qué se supone que es esto?

Destinados a serWhere stories live. Discover now